jueves, 29 de noviembre de 2012

Otro cuento que te cuento y que no es cuento


Experto

Omar deja la pieza, cruza el patio de baldosas blancas y negras, una vecina lo ve, y piensa: “que vicioso, lleva la punta de la lengua de un extremo a otro para lubricar los labios”. Omar sale a la calle con un libro de cuentos debajo del brazo, escupe la vereda, y cubre con la bufanda la parte inferior de su cara. Como todas las noches lanza una puteada, para sus adentros, masculla mirando el libro: “A este Abelardo Castillo hoy lo hago mierda”. Camina las cuatro cuadras que lo distancian de la radio. Como siempre, no devuelve el saludo del encargado de ingreso, y entra a la salita de preproducción. Su fastidio congénito aumenta cuando mira la pecera. El operador de turno es Ricardito. Cabecea para que lo descubra, mientras se dice para sí, <pendejo soberbio e ignorante, a esta hora, como nadie lo controla pone rock y me caga el programa>. Vocifera: “Cuando termino de leer un cuento poné un tango, ¿Me entendiste?”. Ricardito une el dedo pulgar con el indice y mueve su mano aprobando. “Y cuando leo, no me metas la música de fondo más fuerte que mi voz, estoy hecho mierda de la garganta”. Ricardito asiente.
Omar cavila: < ¿Qué le habrán visto a este pelotudo de Castillo que tiene tanto éxito?>. Baja la vista y lee con los ojos el título del libro: “Cuentos crueles”. Ricardito lo ve sacudir la cabeza, negando persistente. Recorre las páginas con bronca. Nunca leyó un libro de Castillo, debe elegir un cuento que narrarlo, no le lleve más de 15 minutos. “Este de los mitos parece que cabe”. Lo deja separado sobre el escritorio.
            Ricardito, golpea el vidrio, le hace señas para que se ponga los auriculares: “Faltan cinco para empezar y no tengo la pauta”, le dice. Omar, le indica que necesita urgente datos biográficos de Abelardo Castillo: “Recién ahora caigo que al libro del cuento le falta la contratapa”. Ricardito le advierte que no hay tiempo para buscar. Le dice que en la mochila tiene >Final de Juego<, unos cuentos de Julio Cortazar: “Largo con piazzolla, así tenés tiempo de elegir. Atrás hay una hoja escrita por el chabón, que cambiando alguna frase podés decir que es tuya”. Omar hojea el sumario del libro de Cortazar y grita: “Voy a leer uno que se llama <Sobremesa>”. Ricardito abona subiendo y bajando la cabeza. Omar codicia las cervicales flexibles del joven.
            Principian los primeros acordes de Adiós Nonino al aire. Ricardito le avisa a Omar que dispone de ocho minutos para prepararse.
            El conductor abre en la página 95: “Pero este coso empieza el cuento con una frase de un tal Heráclito” le habla a Ricardito, y este le contesta “Viene al cuento”. Omar se encoje de hombros:”Lo hace para mostrar que es culto”. Sigue hojeando y exclama: “Huy pero todo esto, son cartas que se mandan entre dos tipos”/”te quedan tres minutos y estás en el aire”, apunta Ricardito. “Decí que soy experto, pero a veces, cuando tenés que darle manija a estos tipos, te da ganas de mandar todo a la mismísima mierda”. Para armar su introducción, Omar pasa resaltador a la página titulada <nota del autor>. “No me arruinés el libro” suelta Ricardito con furia, y lo manda al aire:
“Buenas noches queridos oyentes, quise que Piazzolla tenga la apertura del programa para entrar en clima, ya que el cuento de hoy será <Sobremesa>, del laureado y desaparecido Julio Cortazar. Tengo en mis manos una edición de 1968, alicaída, de mi biblioteca personal. El título del libro que lo contiene es <Final de Juego>, que coincide con uno de sus cuentos. Los relatos que abarca, fueron escritos entre 1945 y 1962. Si, cronológicamente la mayoría se sitúa entre Bestiario y Las armas secretas, los otros son posteriores a Los Premios, incluso a Rayuela, lo que podría llevar a suponer que desandan penitencialmente un itinerario que tanto ha consternado a algunos críticos. Maurice Blanchot ha demostrado que el tiempo calendario poco tiene que ver con el tiempo del laboratorio central; fatuo sería el escritor que creyera haber dejado definitivamente atrás una etapa de su obra. En cualquier página futura puede estar esperándonos una nueva página pasada, como si algo hubiera quedado por decir del ciclo que creíamos anterior, o como si después de haber tirado todas las corbatas viejas para complacer a nuestra amante esposa, el día de las bodas de plata descubriéramos que nos hemos puesto, horror, la corbata con pintitas obsequiada por aquella novia que después no se casó con nosotros. Esta es mi humilde opinión. Les propongo un poco más de buena música y después el cuento”. Ricardito deja en el aire la Marcha de la Bronca e  interpela a Omar: “Bestia, te plagiaste letra por letra lo que escribió Cortazar como si fuera tuyo. ¿Vos te crees que los que nos escuchan son giles?”. Omar siente una punzada en el estómago que descompone su rostro. Ricardito, al registrarlo, decide no sobrepasarse. Recuperado, Omar, por micrófono interno le comenta. “A este Cortazar le patinaba la Erre, yo tengo una grabación donde lee un cuento suyo, algo de una autopista donde se quedan varados. Es insoportable, te lo juro. Me querés decir ¿cómo a estos chabones les publican esas pelotudeces y encima tienen éxito?”. Ricardito no puede contenerse: “porque son inteligentes, creativos y… cultos”. Omar, con rabia, cambia el argumento y le recrimina: “¿Por qué no tengo la pauta de la música sobre el escritorio? ¿Qué clase de profesional sos? / No la tenés porque no la hice, y no la hice, porque no me dijiste que ibas a leer, y como vos querés que la música haga juego con el tema que tratás, entonces no la preparé porque no soy mago. Y además, te presté el libro de Cortazar, y ahora te estoy buscando uno de Abelardo Castillo con datos biográficos así podés leer el cuento de los mitos. Y si querés decir que es de tu biblioteca personal, decílo,¡ que me chupa un huevo! Omar levanta su dedo pulgar en señal de aceptación. Ricardito lo pone en el aire: “el cuento se llama <Sobremesa> (engola la voz) <El tiempo, un niño que juega y mueve los peones>. (Hace una pausa, siente que debe dar una explicación) Bueno en realidad esta frase es de Heráclito, pero debo admitir que el mismo Cortazar lo dice, así que no podemos acusarlo de plagio. Pasa que esas palabras, tienen que ver con el contenido de su cuento, como veremos. El mismo comienza así <Carta del doctor Federico Moraes. Buenos Aires, martes 15 de julio de 1958. Señor Alberto Rojas.> / haber, para que al oyente le quede claro: el señor Moraes, le envía una carta al señor Rojas el 15 de julio de 1958, que según Cortazar cayó en martes. Continúa:<Lobos efe punto ce punto ene punto ge punto ere punto> Ricardito interrumpe, potenciando en el aire <Canción del elegido> de Silvio Rodriguez. Por micrófono interno sermonea: “Omar ¡Bestia! ¿Qué efe punto c punto…, es Ferro Carril Nacional General Roca”. El conductor se para, con las piernas abiertas y sus manos a la altura de los testículos, reconviene al operador: “¿¡Qué!, acaso soy boludo pendejo?, como no voy a saber de que se trata, lo hago para poner un disparador en el público. Lo que elegiste del cubano está bien, pero no me cortés los relatos. Dale poneme en el aire”. Ricardito obedece y se escucha con los últimos acordes, una risa forzada que crece. Al fin, solo queda la voz modulada de Omar: “Sí, no se asuste, es mi risa. Me surgió, al imaginarme su pensamiento querido radioescucha. Tal vez creyó, que su Omarcito se volvió loco, o que tuve un ataque cerebral y me quedé deletreando. O que Julito Cortazar es muy complicado para su cabecita. Hubiera podido decir Ferro Carril Nacional General Roca, y continuar como si nada hubiera sucedido. Pero entonces sería, solo un tipito que trata de llamar la atención de sus oyentes con un cuentito de Julito Cortazar. Y usted, a lo mejor se aburre, o pierde una frase y no comprende, y yo no me entero. En cambio, así lo provoco y le doy nuestras vías de comunicación para que nos deje su chimentito, y que nos perdone julito que está en el cielo.”  Omar sigue leyendo, equivocándose en algunas palabras o letras, debido a la primera lectura, y a unas cataratas que afectan su ojo no miope. Ricardito recibe las llamadas, y anota los comentarios en un papel. Omar termina la lectura, Ricardito le da paso al noticiero. Por micrófono interno apunta: “Omar zafaste, pero dejate de romper con los diminutivos, que parece que te estás chupando hasta los tipos.” / “Nene, todavía tenés que comer muchos tornillos, para llegar acá papá”. Ricardito le pregunta si lee los mensajes. Omar consiente: “Llamó Estela de Congreso, dice que la introducción de Omar, fueron las palabras que Cortazar escribió en la edición de agosto de 1968, que no sabe porque Omar dice que son de él”. Omar activa un molinete con su mano derecha, Ricardito entiende que no va a contestar, y que tiene que seguir con otros mensajes. “Llamó Oscar de Villa Crespo, felicita a Omar por su lectura inteligente y humildad”. Omar pide micrófono: “Gracias Oscarcito, hoy llevo el vino”. Pisando la última palabra, Ricardito coloca la marcha peronista cantada por Hugo del Carril. Omar llena de aire los pulmones con la intención de expresar una puteada potente, pero debe reprimirse y desinflarse, cuando Ricardito pone en su escritorio el libro <La casa de ceniza> de Abelardo castillo. “¿Dónde lo conseguiste?” / “me lo dio el portero”/ “¿Y él de dónde lo sacó?” / ¿Qué sé yo? Debe tener una biblioteca. / Pero ahora resulta que son los porteros los que nos dan la data. / Si. A cambio de la marcha peronista / Decíme, ¿yo que soy, si acepto que cualquier cacatúa me haga el programa? Ricardito volvió a la pecera, golpeó el vidrio y Omar supo que estaba en el aire: “Programa movidito el de hoy eh... Ustedes saben que no soy muy adicto a las marchas. Disculpen si he ofendido a alguien con ella. Pero no quería privarme de la coloratura de voz, tan especial, que Huguito del Carril con todo su fervor por la justicia social, le imprimió. La politica es otra cosa, acá leemos cuentos, por eso podemos pasar de la derecha a la izquierda sin miramientos, porque lo único que nos interesa, es si el cuento está bien o mal escrito. Para nuestro segundo bloque, preparé para leerles de su libro Cuentos Crueles, el que se llama >Los mitos<, de Abelardo Castillo”. Al abrir el libro, Omar se da cuenta que la letra es minima, ilegible. Prueba poniéndose y sacándose anteojos, pero es inútil, no puede leerlo. “Primero les propongo que escuchemos una música introductoria”, dice, para salir del paso. Ricardito, sorprendido y sin pensarlo, para no pecar con el silencio radiofónico, arrecia con <La Felicidad> de Palito Ortega, disco pautado para el próximo programa. Omar vocifera: “esta letra no existe, y vos que gusto tenés para la música”. / “Hago lo que puedo cuando el conductor está mamado” / “Voy a leer una parte de la novela que te dio el portero, total todo es de este zurdito Abelardo Castillo”.  Omar se desdice elegantemente, sobre el anuncio de leer <Cuentos Crueles>: “Es de hombre inteligente cambiar de opinión. No voy a cambiar de autor, sino que voy a leerles un fragmento de <La casa de ceniza>, una novela corta de Abelardito. Así como Cortazar comenzaba su <Sobremesa> con una frase de Heráclito. Abelardito, lo hace con estas palabras <Señor, concede a cada cual su propia muerte> Según él esta frase fue dicha por un tal Rilke. Me pregunto, ¿Por qué, estos y otros muchos escritores, sienten la necesidad de nombrar a otros? ¿Lo harán para mostrar su basta cultura, diciendo cancheramente que los han leído? O tal vez, ¿Para que el lector, y en este caso el oyente, crean que pertenecen a la elite de aquellos que nombran? Usted ya sabe, <Pertenecer tiene sus privilegios>. La voz del locutor se apaga un instante. Ricardito indica el preludio de la lectura con una superposición misteriosa de acordes. Omar analiza la contratapa del libro y lee: “La casa de Ceniza retoma la antigua y siempre joven problemática del hombre y el arte frente al tiempo”.  Ricardito imprime brío a los acordes, y por micrófono interno indica: “No plagiés ahora la contratapa, que la Estela de Congreso te va a cagar” Omar contesta encogiéndose de hombros “¡Avívate gil!, no pasés el llamado y listo”. Abre el libro, encuentra un posfacio, y pide aire: “Esta novela corta, Abelardito la escribió a sus 21 años. Ha pasado mucha agua bajo el puente, pero este hombre nacido en los naranjales de San Pedro, con referencia al momento que escribió esta obra dice >estaba en el servicio militar y habitaba el mundo gótico de Poe. La Casa de Usher y las desniveladas habitaciones del colegio de William Wilson, están, notoriamente, en el origen arquitectónico de mi casa<. No dudo que Abelardito será un gran escritor, pero a los 21 años, que no me venga a contar a mi lo del mundo gótico de Poe, ni lo de la Casa de Usher, y mucho menos lo del colegio William Wilson, cuando a esa edad, si hay una urgencia, es la de localizar en el mapa, donde está el burdel”. Aunque todavía no es el tiempo, Ricardito impone una grabación empobrecida de tandas, y acribilla a Omar: “¡¿Qué te pasa?! ¿querés que nos rajen?.¡Estás hablando de un escritor enserio boludo! Haber como la arreglás ahora”. Omar golpea la mesa, carraspea, y exhala flema, que friega con su zapato sobre el piso. “No tengo nada que arreglar, no tenés sentido del humor. Soy experto y sé cuando necesito joder”. Ricardito lo deja otra vez en el aire. “El oyente es inteligente y sabe, que uno puede cada tanto hacer uso de la ironía. Tanto usted que me escucha, y yo, bien sabemos como queremos y admiramos a Abelardito Castillo. Sino, miren que interesante es lo que dice acá: >Los literatos, no sé por qué, tenemos cierta debilidad por los pintores (pienso, claro, en el Retrato de Dorian Gray de Wilde; pienso en La boca del Caballo, de Joyce Cary; pienso en El Túnel de Sábato; pienso sobre todo en la Obra Maestra Desconocida, de Balzac, que después plagió Zola)<. Cuanta gente que nombra, porque sigue nombrando ¿eh? Pareciera que Abelardito quisiera apabullarnos con su sabiduría, mostrarnos que es un hombre culto. A lo mejor como marketing le sirve, ya que a él lo publican, pero a los que somos más humildes en nuestra promoción, nos cierran nuestros escritos sin sacarle siquiera el polvo con un plumero. Bueno, corrió el tiempito, se acabó el programita, y el cuentito de Abelardito quedó sin leer. Será para otra ocasión. Buena Noches.  ”
                                   Eduardo Wolfson   
             



sábado, 24 de noviembre de 2012

Recuerdos en presente



 1978
            Con mis fantasmas, trato de ver en la bruma. Los bares están llenos, la gente se amontona frente a las vidrieras con televisión. Me siento en desventaja, no sé nada de fútbol, ni me interesa. Hace días que intento mantener una conversación razonable, con amigos, clientes, o simples compatriotas desconocidos. No lo logro, todos se han puesto de acuerdo para que lo único, que tenga existencia y validez, sea el fútbol y el bendito mundial.
            Es la hora del partido, la ciudad se ha convertido en un campo santo, camino solo por la Diagonal Norte, es mediodía. El silencio más evidente se ha hecho cargo del territorio. Nada se mueve, ni la brisa permite presentarse. Nada se vende. Me agobia el peso de novedades jurídicas que se ensanchan en mi portafolio. Los abogados han desaparecido, también los otros vendedores. ¿Será que he quedado en el planeta solo?, un virus del que me mantengo inmune, ha desintegrado al resto. Desde los edificios y los bares, me sobresalta un grito corto, ensordecedor y duradero, irrumpe en la calle corrompiendo mis oídos: “¡Gol…!” y se duplica extendiendo la ele y se reafirma marcando la ge. Bajo mis pies vibra la diagonal. Es una señal de vida que habita cerca del desierto, aunque continuo solo en la calle.
            Las escalinatas de la Catedral están vacías, también la Plaza de Mayo y los patrulleros que la cuidan. Necesito procesar una historia, ¿Cómo justifico mi presencia en este lugar, si apareciera un botón? El cana va a querer saber por qué no estoy mirando el partido. No me va a creer si le digo, que estoy vendiendo libros.
“¡¿Vendiendo libros frente a la casa de gobierno?!”. Va a decir con la mano en la culata del arma.
“¿A quién?, ¿A la pirámide o a las palomitas?”, va a agregar con sorna. ¡Cómo voy a sudar la gota gorda! ¿Y si trato de mostrarle la última edición del boleto de compra y venta para convencerlo? No, mejor voy a sacar el código de procedimiento penal actualizado. Seguro que se lo queda como sueldo anual complementario. ¡Ya está!, le muestro el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional. ¡Me quiero morir!, ¡Que boludo soy!, no me digas que no lo traje. ¡¿Pero cómo salgo a la calle sin el Estatuto?
            Otro “¡Gol…!”, “¡Gol…!”, “¡Gol…!”. ¿De dónde salen todas esas gargantas tan bien entrenadas? Un perro expandido en la vereda me mira con profunda tristeza. Otro compañero más que no sabe nada de fútbol. En todo caso ya somos dos los sospechosos. ¿Qué historia le inventará él, cuando la autoridad lo vea desnudo, sin documentos, tirado, pulguiento, y sobre todo sin ladrar los goles?
                       
                                   Eduardo Wolfson
            

viernes, 16 de noviembre de 2012

Hay que dialogar



El sistema nunca falla

- Señor!. ¿Van a tardar mucho para atenderme?
- Fíjese toda la gente que hay
- Pero yo tengo turno
- si, la mayoría tiene turno y el que no, sobreturno, estamos atrasados.
- ya pasaron muchas horas que estoy aquí, y nadie me llamó.
- no se preocupe, ya lo van a llamar, piense que es uno solo el que atiende
- es que tengo temor de que me llamen y no enterarme.
- ¿por qué?
- soy medio sordo ¿vió?
- tranquilicese hombre, lo llaman por un alto parlante amplificado
- pero hace muchas horas que estoy aquí, y todavía no escuché que llamen a nadie
- ya le dije que el que atiende es uno solo.
- pero es ineficiente,...¡digo!, habiendo tantos.
-¿cómo se atreve?
- me refiero al sistema
- se trata de un error histórico financiero.
- no entiendo
- es fácil, al principio de todo eran muchos los que atendían, tantos, que me atrevería a decirle que había uno por cada habitante.
- ¿y en dónde está el error?
- en el gasto. Era un despilfarro inaguantable
- pero la atención valía la pena
- sí y no
- ¿cómo es eso?
- el presupuesto no alcanzaba, el departamento de hacienda..., no es justamente el de derechos humanos
-  ¿que quiere decirme?
- a los de hacienda les tiene que cerrar los números, y odian a los rojos
- lógico
- los de los derechos humanos quieren calefacción en invierno y aire acondicionado en verano para todos
- lógico
- pero...¿a usted le parece todo lógico?...¿no vé la interna?
- ¿que interna?
- pero hombre, ¿de que mundo viene?...los de hacienda sea como sea, necesitan recaudar, mientras que los de derechos humanos, haciéndose los buenitos solo saben gastar.
- sigo sin entender..., ¿por qué atiende uno solo?
- porque de la otra forma nos íbamos a la bancarrota...Para recaudar lo suficiente, los de hacienda no tenían otra alternativa que esclavizarlos a ustedes. Llegaron a hacerlos trabajar las 24 horas del día y para que produzcan más, hacerlos sentir un latigazo cada media hora.
- ahora que recuerdo, eso lo ví en una pelicula de Cecil B. de Mille
- Los de los derechos humanos, tardaron siglos para hacerles entender a los de hacienda, que este régimen de trabajo continuo y forzado, no solo no daba más producto, sino que producía un desgaste tan bárbaro.
- y eso ¿qué tiene que ver?, con que ahora atienda uno solo
- tiene que ver, tenga un poco de paciencia...Esa forma de producir produjo lo indeseable. Comenzaron a demandar nuestros servicios excecivamente, ¿comprende?. Imprevistamente aparecían por aquí, sin turno, y exigiendo nuestra atención. Lo único, que se nos ocurrió en ese momento, es inventar el sobreturno.
- y ¿cuándo decidieron que atienda uno solo?
- más adelante, mucho más adelante, primero fue necesario construir el pacto.
-¿entre quiénes?
- ¡Hombre!, entre los de hacienda y los de derechos humanos
- ¿que pactaron?
- algo que se llamó salario, precio y ganancia.
- ¡Bueno!, toda esta cháchara está muy bien, pero yo tengo turno y exijo que se me atienda.
- por favor, no pida imposibles
- estoy tratando de ser amable, paciente y contemplativo, usted es testigo, ¡hasta escuché su historia!, pero todo tiene un límite.
- ojalá yo pudiera servirle de algo, pero ya se lo expliqué. La demanda es infinita..., pero atiende uno solo.
- eso no es una explicación, más bien es una confesión de inutilidad
- usted no quiere entrar en razones, lo siento, yo estoy aquí para cumplir órdenes
- ¡Burócrata!
- eso, ¿es un insulto?, si es un insulto se equivocó de escritorio
- empecemos de nuevo. Le pido- por favor- que me atiendan
- ¿y que estoy haciendo?
- le pido que atiendan mi problema
- ya le dije que eso lo atiende él
- entonces, dígale que me atienda y muéstrele mi turno
- él hace lo que puede, es el único y tiene que atender a todos
- así no vamos a ninguna parte
- ¿adonde hay que ir?
- no sé!, por eso estoy aquí.
- la ansiedad no es buena compañía, en cualquier momento lo llamarán por el alto parlante, como llaman a todos.
- pero desde que estoy aquí no han llamado a nadie
- él está atendiendo
- si está solo y dedica tanto tiempo a cada uno, no me va a atender ni en el año del arquero.
- ¿por qué no charla un poco con los otros?
- porque estoy aquí para que me atienda él
- mire que por el parque, los que esperan como usted, se las ingeniaron para preparar unas ollas con mate cocido
- y con eso ¿qué?
- nada, solo le informo, por si siente la garganta seca vio?
- creo que usted pretende sacarme de encima
- nada de eso. No soy su enemigo, trato de ser amable e informarle sobre las cosas que hay para ayudarlo a pasar el tiempo.
- dígame, cuando atendían muchos..., era el mismo dueño.
- Ah!, usted dice cuando el despilfarro
- digo..., cuando nos tenían en cuenta
- no..., desde aquel entonces cambiaron de dueño
- y, le costó mucho al nuevo comprarlo.
- ¿comprarlo?
- si.., las empresas tienen un precio
- cuando producen y tienen rédito
- entonces
- la regalaron
- ¿la regalaron?
- bueno, a lo mejor esa no es la palabra, el nuevo dueño la aceptó, siempre y cuando, el antiguo propietario siga manteniendo los gastos
- o sea que se quedó con las ganancias y ninguna de las pérdidas.
- expresarlo así, me parece un poco desconcertante.
- como lo explicaría
- cuando se la dieron ganancias no había, era el despilfarro
- ¿y ahora?
- es otra cosa. Ya le dije que atiende uno solo
                                               Eduardo Wolfson

domingo, 11 de noviembre de 2012

Otro cuento que te cuento


El profesional
            
            En el único punto iluminado, sus manos contaban el dinero. Desconfiaba con naturalidad. Mientras los dedos deshojaban con fluidez los billetes, sus pupilas, no se apartaban de las sombras, recortadas en blanco, sobre el rostro del consumidor de sus servicios.
            Era lo acordado, “mitad ahora, y el resto cuando cumpla el contrato”, dijo el cliente, conocedor que para su interlocutor no había otra forma de paga. Guardó el dinero en el sobre, y este en el bolsillo interno del saco. Al levantarse, todo su cuerpo se esfumó en lo oscuro. Dio varias vueltas por calles iluminadas y con gente, antes de tomar la ruta definitiva. Ya en su cuarto, colocó el efectivo en el interior de unos zapatos dentro de una caja. En el sobre quedó la foto, que después de algún titubeo dejó sobre la cama. La pieza estrecha lo oprimía, el ventanuco alto en la pared debía permanecer cerrado. “Son los gajes del oficio”, pensó. La ausencia de aire lo atontaba, necesitaba con urgencia terminar los preparativos, y salir a tomar el fresco del patio. Luego de secarse el sudor en el cuello, meticuloso, abrió el “berretín”, así llamaba a aquel hueco heredado, disimulado con tirantes de pinotea. Con una linterna iluminó el espacio, sacó tres paquetes envueltos en tela, los abrió, y metódico revisó las armas. Eligió la automática. La lustró regalonamente, vio reflejados sus ojos en el brillo de la cacha negra, la acercó a su boca, la llenó con su aliento, experimentó un sacudón frío, y la depositó en su espalda retenida por el cinturón. Volvió a la foto, la mujer lucía tostada. Con el mar a su espalda se la apreciaba espléndida, gozando una calidad de vida envidiable. Recordó, cuando una hora atrás, su contratante, con voz burlona, le confesaba la historia de su padecer. “Si decido no mantenerla más, me amenazó con mandarme al marido que es un cornudo, pero también matón. Disculpe - dijo arrugando por la metida de pata, y prosiguió: un amigo, el que me habló de usted, me aconsejó para recuperar mi tranquilidad, atacar primero y pronto. Últimamente, con la crisis se ha vuelto una carga insoportable, tengo que deshacerme de ella, usted comprende”.
            En un portarretrato colocó la foto, lo dejó sobre la mesa de luz y abandonó la habitación. Caminó pausado por las calles iluminadas hasta la terminal. Se alegró que el aire acondicionado del micro funcionara. Relajado, el viaje le pareció corto. Recorrió el centro del pueblo, para luego internarse por sendas de tierra que conducían a la laguna y a las quintas que la rodeaban. Amanecía cuando abrió el portón. Observó a través del ventanal del comedor, como un primer rayo de sol refractaba sobre el agua de la piscina. Subió al primer piso, la alcoba tenía la puerta abierta. Sobre la cama, la mujer dormía desnuda. La observó y se extasió en esos movimientos que expresan los sueños cargados de erotismo. Muchas veces, frente a la misma escena se preguntó, de cuanto eran capaces sus ojos, para soportar aquella belleza sin parpadear. Conocedor del terreno que pisaba, y de los seres y enseres que lo habitaban, caminó hasta un sillón individual que engalanaba uno de los ángulos, y extirpó de él un mullido cojín de plumas. Quitó el seguro de la pistola, la posó en el almohadón, admiró por última vez aquel rostro distendido, y vació el cargador. Después vino la limpieza de huellas. Lo último que hizo es despedirse del arma, la acarició con una franela, en ese instante sintió injusta a la vida, “porque nos separa de las cosas apreciadas”, finalmente la arrojó hacia el fondo de la laguna.
            A pesar del aire acondicionado, encontró a su cliente sudando, desde su calva caía agua a borbotones. “El trabajo está hecho, vengo a buscar la otra mitad” le dijo.
            El hombre, zigzagueando, se acercó a su escritorio, le señaló un sobre, Y con voz suplicante, imploró: “Por favor, no me mate, recién supe por quien me lo recomendó, que lo envié a eliminar a su mujer”.
            El contratado, como de costumbre contó el dinero, y lo depositó en su bolsillo interno. Piadoso, colocó su palma sobre el hombro de ese ser desarmado, y dijo: “no se preocupe,  soy profesional, no trabajo gratis”.
                                                           Eduardo Wolfson

lunes, 5 de noviembre de 2012

Se parece a un poema


Jugando con el cambio climático


Presagiaba el atardecer en el cielo plomizo. Sintió que la pena se le acalambraba sin resplandecer el sol.
La marejada le trajo el espejismo de cerrar la herida. El aire tibio la ilusión de un feriado largo.
           Un remolino lo distrajo del sol, le sirvió la frivolidad para secuestrar vírgenes.
       El agua que en su momento bajó de la sierra, reposó escarchada cristalizando un limo verde, hemorrágico.
Las nubes bajas presintieron lluvia, el viento adhirió en sus prendas, diminutos, invisibles granos de tierra.
En las esquinas los tornados extraviaron su trayectoria, desacostumbrados a esquivar a tanto forastero.
A pesar de la tierra bien sembrada, no pudo evitar que el temporal segara al maíz antes de cosechar.
Anocheció, muy pocos vieron como el sol, una bola de fuego, se desplomó detrás de las vías, convertido en una píldora.
Aquella noche, los enamorados se sobrecogieron al ver caer una estrella, derramaron sus fluidos bajo algunas gotas pero, al fin, la lluvia fue amputada.
El temporal trajo un alboroto inesperado entre puertas abiertas, dejando apenas un frío modesto.
Entonces fue que oyó el estruendo de las siete trompetas, creyó ver el cielo limpio y el sol brillante. Sin embargo, nada pudo ocultarle al invierno.
Los visitantes con olfato percibieron el olor del ajo traído por la brisa. Pero él pensó en el sudeste, con la esperanza que se acabe el saqueo de la sequía.
Fue después que las aguas ardieron en la confluencia, por suerte el estallido del granizo las enfrió.
Mientras tanto, algunos extraños visitaron las playas de la ciudad y se sorprendieron al no encontrar el mar.
Los provocadores de pánico facturaron la idea del Apocalipsis, solo los distraídos, mirando las estrellas no advirtieron el pozo.
Afuera, los relámpagos jugaron a entramarse. Adentro, él espió un universo por el ojo de la cerradura.
Una nube muy blanca dividió al cielo ocultando al sol. Creyó entonces divisar religiosamente, el principio y el fin.
Las sendas anchas que acogieron al granizo se quedaron sin estrellas. En el horizonte sólo vio negrura.
La gran antorcha incendió al cielo de la rayuela. Del otro, como homenaje cayeron cenizas.
La lluvia pareció darle vida, pero el viento amontonó sus restos, quedando ciegos para apreciar la belleza del arco iris.
La ráfaga avivó el fuego, y la noche, no pudo ocultar otros tiempos en los mismos espacios.
El pampero sopló fuerte, empujó hacia la capital. No llevó truenos que avisen su paso.
Cuando volvió la calma a las calles, miles de hojas depositadas se hicieron colchón recibiendo el brillo de una luna llena. Pero él no lo advirtió, miraba televisión.
El fragor llegó del mar, mordiendo el polvo, cargando materias de desecho, regando flujos abisales. Se preguntó ¿se trataría del caos anunciando su derrumbe?
Las aguas del río y el océano chocaron, y toda la hierba verde fue espectadora de esa magnificencia.
La lluvia, el viento y el frío amainaron, pero el piquillín, lo acorraló en las calles con sus  nervios anudados.
Experimentó su mediocridad cuando el soplo del norte en lo negro. Divisó incendios reducidos y locura.
Pero la jornada fue diáfana, la bóveda celeste resplandeció magnifica aquel mediodía. Sin embargo, el aguacero llegó de afuera y de repente, sin resignar su turno para esconder nada.
La noche y el hombre, acostumbrados a las brisas marinas, se sacudieron atónitos cuando azotó el temporal.
Resistió con su optimismo. Se dijo que la primavera llega con la transparencia del manantial, toman fuerza los colores y el cielo se llena de azul. Es la estación perfecta para desdibujar los grises del ánimo.
Pero una voz interior lo alertó: después llega el verano, y trae la melodía del silencio, los calores, y también la sed, que se entremezcla con el polvo irrespirable y lucha por saciarse en un pozo de agua agotado.
Pensó que más allá del frío se respira una meteorología propia, la de la espesura desflorada.
Después de todo, con religiosidad, notó que la tormenta pasó como un rito propiciatorio. Dejó el fango que todo lo embadurnó.
 Esa noche, un par de ojos, simularon para él, ser espejos de agua para que naveguen las estrellas.
El amanecer aquietó las pasiones, y trajo el balbuceo de un mar que no adivinó sus orillas.
La luz solar del mediodía cegó a una ramita en el torrente.
La ráfaga se convirtió en vendaval, se quemaron campos, lo adivinó en el cielo.
Fue la nieve que le trajo insomnio y abstinencia, borrando cualquier traza o indicio sobre el páramo.
La cerrazón le predijo aguacero y, por último, la presencia espasmódica de su vida.
Después ya lo saben, el eclipse fue total. Jirones rojizos sangraron gráciles desde el cielo. El poniente, la lluvia y el calor ácido penetraron la eternidad.
La noche, a pesar de quedar inmóvil para los tiempos, no pudo ocultar los oídos descuartizados.
Eduardo Wolfson