domingo, 31 de marzo de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..."

CapítuloVIII

Novela inaudita e inedita de Eduardo Wolfson 
La anestesia y los sedantes, en forma programada, perdieron su efecto. Virginia se conectaba con la realidad.
Inicialmente, tuvo conciencia de la presión fuerte que aquellas manos conocidas ejercían sobre las suyas, al instante vio la piel agrietada, reseca y terrosa del rostro de su progenitora.
Al ver los ojos de su hija abiertos, la madre, sintió crecer desde su bajo vientre un grito dispuesto a estallar, pero no pudo manifestarlo, apreció a su cuerpo como si fuera una piedra incapaz de rajarse. En esa mujer era imposible percibir momentos tristes, alegres, de dolor, sólo se revelaba en ella una eterna y monótona resignación.
Virginia le dibujó una sonrisa, la respuesta fue un extraño brillo proyectado desde sus ojos negros.
La puerta del dormitorio se abrió de golpe, diluyendo la precaria comunión entre madre e hija. El espacio fue invadido con reflectores, cámaras, muchos cables y algunos micrófonos.
Los hombres, acelerados y tensos, levantaron la voz buscando un toma corriente, haciendo pruebas de luces y de sonido.
La experta, acostumbrada a trabajar en el desorden y el bullicio, sin preguntar, tomó con una mano el maxilar inferior de la madre de Virginia, y con la otra, esparció un algodón con maquillaje por su frente.
 -Es para opacar.

Explicó con profesionalidad, tratando de evitar una reacción, que de todas formas no iba a producirse.
Otras dos mujeres se dedicaron a Virginia. También la maquillaron, le acomodaron un moño blanco en el cabello y plantearon el dilema: “¿qué es más conmovedor, ¿dejarla en la cama o ponerla en una silla de ruedas? “
Ordenó el director:
-¡Sobre la silla de ruedas y sin manta! Debemos medir más audiencia desde el principio.

Madre e hija, se vieron envueltas en un torbellino que les impidió reaccionar.
Resolvieron la ausencia de las piernas, enfocando la parte inferior de la silla, tomando un primer plano de la nada.
La escena, repetida hasta el hartazgo, fue robada por otros canales, que la usaron como cortina de presentación para los diferentes show’s montados sobre el tema.

lunes, 25 de marzo de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..." 

Capítulo VII

Obra inaudita de Eduardo Wolfson

Entre tinieblas y dolores punzantes, Virginia se despertaba en aquella habitación desconocida.
Los medios de comunicación capitalinos arribaban a la ciudad. La vereda del sanatorio se transformó en una madeja de cables. Los movileros, cargando pesados micrófonos y pequeños teléfonos celulares, pugnaban entre sí por el mejor lugar.
La mujer, desorientada por el origen del alboroto, salió a la calle. Al ver las cámaras y el enjambre de gente tan bien vestida, ¡se asustó!
Para adaptarse al nuevo paisaje frotó sus ojos. ¡Tantos años sin ocurrir eventos en esa ciudad pueblerina! Trató de girar sobre sus piernas para llamar a su esposo. No pudo.
 Una mano joven y fuerte la contuvo. El rostro lozano y vivaz invadió su campo visual, de golpe se advirtió temblando. El forastero trató de tranquilizarla:
-No se asuste señora, soy de la televisión.

Ella se ruborizó, estremecida se auto observó: unas zapatillas viejas, a las que les cortó el talón para convertirlas en chancletas, un batón estampado, desteñido y manchado. El pelo grasoso, inundado de decrépitos colores, extinguidos antes de llegar al crecimiento.
-La casa, ¿es suya?

 Desbordada por una conjunción de aromas, fragancias dulzonas provenientes de su interlocutor, y emanaciones agrias de su propia piel, sólo atinó a bajar la cabeza asintiendo:
-A la terraza, ¿se puede subir?

Esta vez, con un tono que reconocía como materia prima un papel madera reseco y quebrado habitando su garganta, ella contestó que sí.
-¿Podríamos subir con las cámaras?

 La mujer se atrevió a quitar la mano del muchacho de su brazo y gritó:
-¡Federico!

Lo hizo varias veces. El marido asomó por el pasillo con el mate en la mano. Avergonzado, con la cara atrapada en un morrón rojo, se disculpó con el hombre trajeado:
-Uso esta musculosa en el fondo... ¿sabe?

Entregó el mate a su señora y extendió su mano al visitante.
-Le decía a su esposa, que si nos permite subir a la terraza con las cámaras, el canal le pagaría muy bien.

 El hombre se rascó la cabeza, de golpe, las pocas ideas que le rondaban comenzaron a cruzarse formando un nudo gordiano. Las últimas palabras tiñeron su pensamiento: “el canal le pagaría muy bien”.
 Pensó, así en camiseta, que de aquel Mesías en la puerta de su casa, en torno a un gentío desacostumbrado, no podía desconfiar.
 Aquella catarata de seres desconocidos y de nuevas noticias, lo inhibieron para articular, aunque más no sea una frase corta. Al fin optó por franquearles la entrada.
El aluvión fue imparable, por el pasaje transitaron personas llevando trípodes, rollos de cable, teleobjetivos, auriculares, cámaras y monitores. La pareja sólo logró proteger una maceta con variedad de flores, que decoraba el ingreso.
Fueron minutos, pero parecieron siglos lo que duró ese torrente humano.
Luego, los dueños de casa pudieron cerrar la puerta, sonriendo a vecinos y vecinas que pugnaban por enterarse.
Federico observó cómo los intrusos sin perder tiempo, buscaban enchufes y la llave térmica, le pareció que actuaban como espías profesionales, de esos que él bien conocía a través de su televisor.
-Pero, ¿para que necesitan mi terraza?

Se animó a interrogar a un muchacho vestido con jean y camisa negra, que trataba de aislar unos cables con cinta.
-Para tener un primer plano de la piba amputada cuando abran la ventana de la habitación. 

martes, 19 de marzo de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..." 

Capítulo VI

Novela inaudita de Eduardo Wolfson


El despacho del Intendente, en aquella jornada, fue un hervidero. Con el café cotidiano, el ordenanza le trajo la novedad.
Sorprendido, el mandatario le pidió que encienda el televisor. Se apoltronó en unos sillones de cuero para ver con más comodidad el programa.
-No lo puedo creer, toda la ciudad movilizada por el suceso, y yo, deshojando margaritas en mi escritorio, ¡como siempre, el último en enterarme!

Convocó a sus secretarios a una reunión urgente, sabía que la presión de los medios no iba a permitirle permanecer callado.
El escritorio oficial se atestó de personas que cuchicheaban entre sí, tratando de no alzar la voz.
El primer funcionario municipal impuso con silencio su presencia. La mirada recorría al conjunto, pero en lo personal, cada asistente experimentaba ser el examinado. Los murmullos se esfumaron progresivamente. El mutismo todavía se extendió un poco más. Al fin, las palabras del hombre ofuscado, impactaron como el estrépito de un huracán:
-¡¿Por qué carajo, cuando pasa algo en esta puta ciudad, yo me entero tarde y por el ordenanza?!

Los asesores de imagen de la consultora norteamericana bajaron la cabeza, los secretarios se pusieron rojos. Los primeros imaginaban la rescisión del contrato y los segundos, el pedido indeclinable de renuncia. Pero nada de eso sucedió.
Se asombraron, cuándo insólitamente el mandatario empezó a desvestirse. Cambió el elegante traje gris y la corbata, por una campera de cuero y un jean gastado. Obligó a los chóferes a guardar la habitual limusina negra y pidió que dejaran un jeep descapotado en la puerta del edificio comunal.
Junto a los Secretarios, de economía, obras públicas y cultura, el Intendente abordó el vehículo, que él mismo condujo.
Se internaron por un camino estropeado que terminaba en la villa. El hombre, animal político al fin, se detuvo, tomó en sus brazos a un chico asustado por tanto alboroto, caminó unos metros a través de la purretada. Se colocó frente a la cámara, avezado, esperó que lo tome en primer plano de la escena, entonces, con su pañuelo, secó los mocos de la criatura y besó sus lágrimas.
El Intendente desgranó unas sílabas improvisadas. Con una voz tenue, robustecida en la medida que se afirmaban las palabras se refirió a la pobreza, y sobre todo, se preocupó por destacar la proeza cotidiana de quiénes tienen el destino de habitarla:
-…Por eso, mi gobierno quiere premiar en estas calles de los confines de la ciudad, la heroicidad de Virginia, una niña pobre, capaz de tener un acto de arrojo para salvar la vida de su precipitado compañero, sin titubear, sabiendo que en aquel trance podía desprenderse de su propia vida. Ahora voy a llegarme hasta el sanatorio donde Virginia se repone, sabemos que ya nunca podrá ser una niña completa, que su carácter se templa en magnos sacrificios que nos están señalando un futuro, en cuya hechura participan también ustedes, como dije al principio, con su proeza cotidiana de transitar la pobreza. Por eso, el premio, que como símbolo voy a depositar en manos de nuestra querida Virginia, es una distinción que todos ustedes merecen, deben sentirlo como de todos ustedes.

martes, 12 de marzo de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..." 

Capítulo V
Novela inaudita de Eduardo Wolfson
La rutina del Sanatorio Privado Community fue alterada con la internación de Virginia. El programa ómnibus destacó un móvil en la entrada de la habitación individual. Los convalecientes en el establecimiento, asombrados, observaban por las ventanas el gran despliegue de gente y de equipos que los rodeaban.
La imagen de una virgen portada en andas por cuatro religiosas, era seguida por una multitud rezando.
Partidos políticos y agrupaciones sociales, se apiñaron con sus banderas respectivas voceando diversas consignas, adaptadas por el saber popular a la epopeya que transitaban. Cuando los opositores al gobierno municipal coreaban: “Virginia es nuestra”, los oficialistas sostenían: “¡Ea!, ¡Ea!, ¡Ea!, en el sanatorio Virginia queda como nueva”.             Mientras tanto, las ONG se agruparon bajo el canto integrador: “No jodan, no jodan, Virginia hay una sola”
También, en la curva trágica de aquel ferrocarril nacieron los devotos, ellos construyeron un altar que fue desbordado por humildes ofrendas. El frío y el viento, no impidieron que los habitantes de la villa y peregrinos nuevos, encendieran velas en el sitio, donde el cuerpo de Virginia quedara fatalmente escindido. Los noticiarios no dejaron ninguna escena fuera de cuadro. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Capítulo de novela


Siempre que llovió... 

Capítulo IV
Otra entrega de la novela inaudita 
de Eduardo Wolfson

La conocida actriz local, en voz alta, reflexionó para la audiencia:
-Virginia perdió sus piernas para convertirse en una celebridad.

La noticia de último momento, para obstaculizar el discurso de la actriz, llegó como anillo al dedo a la modulación brillante de la conductora:
-Un sanatorio privado la rescató de la insuficiencia del hospital público. Nuestra maravillosa Virginia acaba de ser trasladada al Sanatorio Privado Community, sus directivos han expresado que esa institución se hará cargo de todos los cuidados e intervenciones necesarias para su recuperación, sin que ello demande ningún tipo de gastos para la humilde familia de la criatura. Por favor, fuerte ese aplauso, para premiar a estos abnegados profesionales de la salud.

Un primerísimo primer plano sobre el rostro de la actriz, detectó una lágrima que atraída por la ley de gravedad, construía un surco en el maquillaje con desembocadura en la comisura de los labios. La sensibilidad expuesta por la estrella no pasó desapercibida para el conductor, quién ponderó:
-Estas son horas de dolor. Yo sé que nuestro público cree que la gente famosa no siente, que son insensibles construcciones mediáticas para animar una puesta en escena. No es así, son seres humanos que sufren. La prueba la capta nuestra cámara, y es el llanto, que sin mediar palabras acude a nuestra invitada.

La actriz, visiblemente emocionada por los conceptos vertidos, acota:
-Que gran verdad expresaste. Las dudas sobre el futuro de Virginia me acosan y laceran. Me pregunto y me martiriza pensar, ¿si tendrá alguna vez esta niña relaciones sexuales satisfactorias?