sábado, 27 de abril de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..."

Capítulo XIII

Obra inaudita e inedita de Eduardo Wolfson

El Gerente General de Ferrocarriles se probaba como fiera enjaulada.
Ni la gran mesa de madera maciza, ni los sillones de pana roja que la rodeaban, ni la ampulosidad del salón, intacta desde fines del siglo XIX, fueron capaces de frenar su ímpetu. El hombre, desbordado, cumpliendo con lo que indicaba el manual práctico de operaciones, echó toda la furia sobre su vocero de prensa.
Los funcionarios mudos, seguían con la vista su caminata irascible, encogiendo los hombros, escuchando los reiterativos improperios que emitía contra su vocero, contra la opinión pública, contra los pobres y contra:
 -Esa infancia mal trazada que es capaz de hacer mierda el prestigio de una empresa. ¡Hay que frenar a esos movileros malditos!, -bramó, descargando el puño cerrado sobre la mesa- ya no les alcanza con la palabra accidente, ni tragedia, los muy turros hablan de crimen y nos apuntan.

Inesperadamente, todo el peso de la noticia cayó sobre los ferrocarriles.
El gerente sudó profusamente. Tratando de dominar sus nervios acarició un rosario adquirido recientemente en el Vaticano. Cuando su compra, le garantizaron que el objeto fue bendecido por el Papa.
Quiso impartir medidas para que ejecuten sus subordinados, tartamudeó cada sílaba, pero todo resultó inútil.
Para sus adentros, maldijo a los responsables de aquella presión. Por un lado los medios de comunicación excitando y poniendo en su contra a la opinión pública, por otro, el directorio de la empresa, que lo colocaba como fusible ante cualquier emergencia.
Por fin, consiguió módicamente serenarse, quiso dibujar una sonrisa destinada a los presentes, que acabó por disolverse en una mueca casi imperceptible. Miró a todos impartiéndoles sus pensamientos:
-Tenemos por todos los medios que desviar la atención de la gente, debemos demostrar que no hubo negligencia por parte de la empresa. Si no se puede explicar la presencia de la paralítica y el pendejo en esa curva, y si tenemos que encontrar culpables, diremos que se trató de una falla humana, y entregaremos a los buitres al maquinista, si es necesario.

sábado, 20 de abril de 2013

Capítulo de novela


Siempre que llovió...

Capítulo XII

               Novela inedita e inaudita 
               de Eduardo Wolfson

Los especialistas con su sanatorio y los feligreses con su virgen, lograron convertir los espacios virtuales en sitios donde transparentar sus pugnas.
La salvación de Virginia y además, su rápida recuperación, necesitaba imperiosamente encontrar un autor que respondiera a la ciencia o al milagro. El pugilato estaba promocionado y prometía ser muy duro.
Un Obispo corpulento y calvo, con el rostro enrojecido, avanzó por un pasillo hacia el hall principal del nosocomio. El hombre fue rodeado tumultuosamente por la prensa. Custodiado por dos sacerdotes de porte pequeño y apariencia tímida, la autoridad religiosa los cobijó a todos, construyendo una sonrisa amplia y compasiva para aquella anárquica multitud de informadores.
Pero la ansiedad del periodismo no hallaba la réplica de una digna contención. El prelado, se vio obligado a refugiarse detrás de una pequeña mesa ratona, evitando que pisaran los bajos de su sotana y lo asfixiaran con la superposición de micrófonos. Sin contestar ninguna de las medias preguntas que le formulaban al unísono declaró:
-Dios que lo ve todo, posa su mano en las criaturas más necesitadas. El Señor ha querido coser el hilván de esta sociedad fragmentada, lo hizo con un ejemplo heroico y al mismo tiempo trágico, que nos ha conmovido profundamente, que nos ha puesto la piel de gallina.
El Señor, a través de la pura Virginia nos ha reencontrado con nuestros corazones cristianos. Ella intentó dar su vida para salvar la de su amiguito, el mismo acto de amor que el hijo de Dios tuvo hace más de 2000 años, y como en aquella histórica Judea que contempló la resurrección de Cristo para llegar hasta su padre, hoy Virginia renace entre nosotros para anidar en los brazos paternos y para que su luz, encandile cada uno de nuestros pechos. Todos somos participes de este milagro, porque para que se cristalice, todos, sin egoísmos lo hemos homenajeado con nuestra fe.

El dignatario tomó aire, su gesto continuó tierno y compasivo. Por un instante, los presentes permanecieron extasiados, pero sacudidos por su misión, retornaron al unísono arreciando con preguntas:
-¿Sr. Obispo como encontró a Virginia?
 -¿Que le dijeron los médicos?
 -¿Está conciente?
 -¿Sabe Virginia que perdió las piernas?

Y así, por unos minutos se sucedieron los interrogantes sin permitir ningún intersticio para la respuesta. Cuándo pareció haberse agotado la frondosa imaginación de los reporteros, nuevamente se oyó la voz del religioso, esta vez con un léxico más terrenal:
- Virginia abrió sus ojos hermosos y dibujó una sonrisa refulgente dirigida al rostro de su madre adorada, luego me visualizó, como es lógico en un segundo plano de la habitación. Pidió que me acercara, y entonces me preguntó con una voz minúscula pero inmensamente bella, sostenida apenas en un hilo: “Padre... ¿como está Juan?”. El estado de su compañerito de juegos, es lo que le interesaba, sin importarle a nuestro ángel, su propia salud.

Una reportera, fastidiada por el advenimiento de una posible moraleja, interrumpió:
-¿Monseñor, como afectó a Virginia la perdida de sus piernas, la vio deprimida, triste, rencorosa, le confesó dudas sobre su futuro?

Sin responder, el patriarca frunció la frente, precipicios de ira se adivinaron entre aquellos pliegues de piel. Sin embargo, un rictus de calma nació cuando todo indicaba la llegada de una reflexión profunda:
-No, nada de eso, yo diría que la adversidad ha fortalecido su espíritu e iluminado su mirada. ¡No!, no está triste y mucho menos rencorosa, esos sentimientos no anidan en un alma solidaria como la de nuestra Virginia.

        Una vez más, los brazos del Obispo se animaron para bendecir a los presentes, obstaculizando en forma definitiva el desarrollo de la conferencia.
Con la ayuda de sus pequeños laderos se abrió paso en medio de la aglomeración de personas y artefactos. Olvidado de los últimos flashes, abordó un automóvil ampuloso de color negro para salir definitivamente de escena.
       Presurosamente, los hombres de prensa, volvieron a aglutinarse para tenderle una emboscada al director del sanatorio, quien con su ambo blanco impecable avanzaba hacia el hall central. Luces hirientes paralizaron su caminata.
      Tres médicos corrieron a socorrerlo, todos quedaron atrapados gustosamente en la red periodística.
      Análogamente a un conjunto escultórico casto, los facultativos soportaron el bullicio producido por las interrogaciones, encimadas y reiteradas. Transcurrieron algunos minutos antes que las voces callaran.
       El silencio, permitió al director expresar su escueta y ensayada alocución:
-Comprendemos la necesidad que tienen ustedes por informar, por eso ordené que se les entregara un parte médico sobre la evolución que registra la salud de nuestra querida Virginia. Por las pocas horas que han pasado desde el suceso, no puedo ampliarles mucho más de lo ya escrito.
Dentro de su estado delicado, Virginia experimenta una sólida mejoría, encontrándose lúcida.
Su estado de ánimo es controlado, desde el momento de la internación, por el equipo exclusivo de terapeutas del establecimiento, quiénes en un futuro, tratarán las secuelas traumáticas que un episodio de esa gravedad, deja sin dudas.
Debo señalar, que toda la asistencia realizada en este caso, por los facultativos de este sanatorio, no tiene ningún costo para los familiares de la niña. Se ha adoptado en total consenso esta actitud, fieles a la filosofía que siempre nos ha guiado, la cual podemos resumir en estas palabras “Servicio y amor a nuestra comunidad”. 

domingo, 14 de abril de 2013

Capítulo de novela


"Siempre que llovió..."

Capítulo XI


El Intendente llegó con su séquito al sanatorio, conduciendo el mismo jeep que visitó la villa.
Antes que periodistas y cámaras llegaran a su encuentro, el teléfono celular vibró en su cintura, apenas tuvo el tiempo para frenar y contestar.
Azorado, recibió el mensaje del gobernador de la provincia anunciando su próximo arribo a la ciudad. El mandatario municipal se crispó, enfurecido, quiso encontrar alguna excusa, pero era de rigor protocolar acudir a recibirlo. Su acompañante, el secretario de economía, leal a su jefe murmuró:
-Ese intruso viene a llevarse los laureles que por territorialidad nos pertenecen.

El vehículo dio marcha atrás.  Los movileros que aguardaban, se sorprendieron al divisar la maniobra. Intentaron correr tras él, arrastrando micrófonos y cablerío. El cameraman de mejor estado físico alcanzó a tomar el perfil izquierdo del mandatario.
La inesperada desprogramación originó toda clase de comentarios. En vivo, se expusieron versiones diversas y muy particulares sobre lo ocurrido:
-Es una primicia de nuestro canal, -informaba un reportero- único medio en la esquina del sanatorio. La huída repentina del Intendente desde este lugar sin efectuar declaraciones, se debería a un planteo que el Concejo Deliberante en pleno, le hace en estos momentos acerca de no rendir cuentas al mismo, sobre la donación que va a recibir Virginia de sus propias manos, ni tampoco que haya presentado para su aprobación, el decreto-ley correspondiente.

A unos tres metros, otro reportero insistía con aquello del único medio cubriendo, en vivo y en directo el evento, luego citaba la hora, y casi sin respirar agregaba:
-Todos hemos sido testigos de la veloz retirada emprendida por el Sr. Intendente al divisar a los periodistas aquí congregados. Me pregunto: ¿Tiene miedo el mandatario de enfrentar a la prensa independiente? ¿Piensa por casualidad, que sus posibles declaraciones frustrarían su actual campaña electoral? ¿Lo habrá llamado su partido a silencio? Indudablemente, estos interrogantes hallarán la respuesta cuando realmente reine entre nosotros la justicia.

La conductora de un programa muy exitoso sobre los entretelones de la farándula, puesta al azar como movilera, refería un impresionante relato:
-No es raro que el Intendente de esta ciudad quiera esconderse en los momentos más álgidos, no es la primera vez.
No olvidemos que no hace mucho tiempo fingió su propio rapto para pasar unas semanas de gran fiesta en la compañía de una conocida vedette. Las revistas de aquella época reflejaron muy bien ese apasionado desenfreno y sobre todo, el conmovedor perdón ofrecido a la esposa cuando el político recobró la razón. Dejó las lolas infladas por la cirugía de la otrora bailarina y cantante, devolvió parte del rescate que no pudo gastar con ella y retornó a sus brazos, tan lleno de vergüenza que decidió ofrecerle a su cónyuge, como reparo, una fastuosa mansión, de idénticas dimensiones que la que hizo construir en su momento para la emplumada serpiente de cascabel, que con sus encantos, lo arrebató con frenesí y le provocó esa locura llena de amnesia, capaz de hacerlo abandonar su hogar para seguir esos caminos, de los cuales muy pocos retornan.
Sólo la memoria nos salvará como pueblo, por eso, evocando el pasado, no tendremos que ser muy inteligentes para darnos cuenta sobre el rumbo que ha decidido tomar el Sr. Intendente.
Así me despido hasta la nueva entrada, recordándoles que les hablé desde el lugar de los hechos, en vivo y en directo, pero con opinión.

Otra entrega semanal de la novela inaudita e inedita de 
Eduardo Wolfson

domingo, 7 de abril de 2013

Dos capítulos de novela


Siempre que llovió... 

Capítulo IX



El programa ómnibus transmitido por el canal local tomó fuerza. El ritmo, vertiginoso por momentos, se dosificaba sabiamente. El productor buscaba el equilibrio con alguna remembranza corta sobre la ciudad, suficiente para que el público presente y espectadores alivien tensiones. Así, relajaban con la pausa el veloz compás que los hechos acusaban. 
Los móviles en exteriores, ingresaban en el aire, frente a cualquier cambio, aunque lo nuevo sea minúsculo.
En los estudios se tamizaba una lista de nuevas donaciones, con un documental sobre esquí en la nieve, casualmente uno de los tantos paseos turísticos que una agencia de viajes obsequió a la victima-heroína.
Juan, el compañero de Virginia, comprobó cómo esas luces que lo encandilaban, se disolvían en una herida. Su cuerpo subsistió pequeño, estremecido, ausente de voz, impedido de alertar a otros, acerca de ese túnel con grises infinitos, que de golpe, se abrió a sus pies. No sólo padeció tristeza, también soportó sentimientos confusos crecidos al calor de los celos y la envidia. Distinguió a su compañera como la verdadera protagonista de aquella historia. Ella era la depositaria de todos los obsequios, las caricias y los afectos. Se advirtió, señalado como culpable de la tragedia. Sin tener cabal conciencia de la gravedad de lo acontecido, en ese instante hubiese querido intercambiar papeles con su amiga, pero no por amor, sino por pesar del bien ajeno.


        Siempre que llovió... 

Capítulo X


Frente al sanatorio, los comunicadores batallaban por la posesión de un pequeño espacio. El objetivo: obtener la palabra, la imagen o la fotografía, de notables que porfiaban por visitar a Virginia. El perímetro del nosocomio, también fue epicentro, para quiénes luchaban por una cuota de presencia en los medios.
Algunos canales de aire destacaron columnistas, con más jerarquía que un simple movilero. Los últimos en arribar fueron los corresponsales acreditados de cadenas internacionales.
Los semanarios gráficos de mayor tirada adelantaron su salida y otros, editaron suplementos especiales.
Mientras lo maquillaban, el conductor experto del singular programa emitido por el canal de la ciudad, recibió las tapas ilustradas con el rostro de Virginia, pero con diferentes titulares, y la indicación del productor:
-Ya salís al aire, recitas primero los periódicos nacionales después los semanarios y suplementos, dejando para lo último a la gráfica local.

El conductor asintió, y quitándose de los párpados unos algodones humedecidos, ordenó el material rápidamente, según la sugerencia. Momentos antes de ingresar al estudio, fue que le surgió la duda: “¿Daría la misma importancia en lo que se refiere a tiempo de lectura y caudal de voz, sin discriminar al medio por su pertenencia?”.
Desesperado, esperando una certeza, rastreó la presencia de algún jefe, pero no halló a nadie. Una primera línea de sudor, transitó por su mejilla arrastrando los retoques de pintura fresca, hasta sonrojar el cuello blanco de su camisa.
Escuchó a su compañera, con tono almibarado, anunciar su nombre en el set, y al asistente requerir su presencia.
Profesionalmente, la comisura de sus labios se abrió, dejando con vehemencia, una sonrisa muy mejorada por coronas de porcelana. Llegó corriendo, un segundo antes, arrojó en el piso un pañuelo de papel que borró la evidencia de aquel traspié del pensamiento, inusitadamente expresado por ese humor cosmético en franca descomposición.
Levantando sus brazos, experimentó el bochorno de la luz, entonces produjo un vaivén con ambas manos, saludando a la tribuna. Antes de colocarse detrás del atril, recorrió todo el perímetro agradeciendo el nutrido aplauso de bienvenida. Unos carteles fuera de cámara llamaron a silencio. El comunicador se expresó, excitando al sonido en la medida que su discurso crecía:
-Querido público presente y familia televidente. Los que vivimos en esta ciudad, nos encontramos hoy conmovidos por una mezcla de sensaciones, que todavía, sacudidos por el heroísmo y la tragedia, no alcanzamos a conceptuar en su punto justo.
Una multiplicidad de factores que conviven integrados en una diversidad de causas y efectos, que a su vez, son causas y efectos de otras, no nos posibilitan establecer relaciones concluyentes. Por eso, junto a la producción de este programa especial, cuyos protagonistas son: la solidaridad, el dolor, y por fin nuestro amor, quiero leerles unos titulares y un poco más sobre lo que el país y el mundo, a estas horas comenta sobre nosotros.
Así dejaremos de mirarnos el ombligo. ¡Sí señores!, porque afuera nos están mirando.

La cámara colocó en primer plano su rostro, que se fue desjerarquizando con la imagen del primer periódico. Con voz serena, comenzó la lectura:
-El Estridente titula: “Por salvar a su compañero pierde las piernas” y en la bajada acota: “Visitamos la tapera de Virginia, es un milagro que en ella haya nacido una rosa”.
En cambio el diario La Capita comenta: “Una niña indigente lucha por su vida” y agrega: “El ferrocarril aclara, que se trató de una imprudencia totalmente ajena a la empresa”.
La revista de mi querido amigo el Dr. Daniel, sugiere que: “En las villas, no sólo crecen delincuentes”.  “Nos internamos en la villa, les mostramos todo, desde la prostitución, pasando por el hambre, hasta el heroísmo de una niña”.
La revista Chau nos emociona: “Virginia una heroína de nuestro tiempo” y subtitula: “¡Cómo se vive en la miseria, un documento aterrador a todo color!”.
El Océano, como es su costumbre, apela a una metáfora: “Una niña perdió sus piernas para transformarse en mujer”, y las tres bajadas aclaratorias: “Único medio que pudo entrevistar al maquinista en estado de shock.”, “¿Adónde miraba el maquinista cuando tomó la curva?” y concluye, “Toda la vida de Virginia en fotos, antes y después”. 
Texto inaudito y no editado de Eduardo Wolfson