sábado, 31 de agosto de 2013

Capítulo denovela

"Siempre que llovió..." 
        Capítulo XXXII
Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


Cuando el canal capitalino transmitió las imágenes del descuido, el Intendente, se vio acorralado.
Sintió que aquellas telarañas sobre el prócer, televisadas a todo el país, significaban su tumba política si no reaccionaba de inmediato. Necesitó calmarse, buscar en su verborrea las palabras justas, que lo asistan para colectivizar las culpas, para desactivar una posible sanción personal.
Como un ciudadano más ganó la calle, entendiendo que iba a ser rodeado por periodistas, algunos movileros, y muchos lameculos, que alabarían frente a la opinión pública: “la actitud altamente democrática del hombre político que no teme mezclarse cotidianamente con el llano”.
Al ser asediado, se detuvo, arrugó el entrecejo, y al distenderlo, impuso en la atmósfera una voz intima, casi de confidencia:
-Un colega de ustedes, a quién no culpo, porque creo que es muy difícil si no se vive en nuestra ciudad, comprender los sentimientos de sus habitantes, y como ellos, los expresan. - Se interrumpió, para hacer un paneo de sus oyentes y continuó exhibiéndose generoso-
Este periodista, tal vez sin intención, confundió a la opinión pública nacional acerca de las actitudes de nuestros vecinos y su gobierno, a través de un comentario perverso, valiéndose de imágenes desconcertantes, tomadas al monumento que en homenaje a nuestro fundador, nuestros abuelos han cristalizado en la plaza central.
Digo que no lo culpo porque confundió la verdad. Sus ojos captaron telarañas y excrementos de paloma, ello le bastó para acusar a esta comunidad y su gobierno de descuidados, de pragmáticos, de antipatrióticos, de ser irrespetuosos con nuestro pasado, arrojando sus valores en el lodo.
Yo le digo a este decidor equivocado que no lo culpo, pero que después de mi explicación, espero como hombre de bien, enmiende en forma pública sus palabras, sin dar más trascendencia a este episodio. -Otra detención, los ojos cerrados y un gesto meditante-.
Pues bien, nuestro prócer fue un ser humano y convengamos, que a todos los hombres que han luchado por la patria, cuando se les ha hecho el monumento, se los ha separado del resto, quitándoles la dimensión humana.
El héroe, se entrelaza con las generaciones posteriores mediante una escultura fría, como lo son hasta ahora sus materiales, casi siempre mármol y bronce. Debo admitir, que esto es lo que sucedió también aquí, la gente pasa a su lado, y movilizada por sus preocupaciones cotidianas, no lo mira, no se siente conmovida por una figura helada, no le atrae tocarla, ni por su temperatura, ni por su altura.
En todo caso yo tengo que agradecer al colega de ustedes por su agudeza visual, que descubrió para todos nosotros esas telarañas que envuelven el bronce, porque ellas simbolizan la protección, es una trama en movimiento que se rehace, es una obra de arte que cuida la vida.- Abrazó a los reunidos con la mirada, y agregó:
Tal vez mis argumentos, a ustedes no les digan mucho, a lo mejor se acumulan en sus oídos como palabras aisladas, casi sin sentido. Pero les pido que en lugar de transferir estas palabras a sus cabezas, las lleven a sus corazones, entonces encontrarán la coherencia de los sentimientos.
Como lo he anunciado en mi última conferencia, este monumento será trasladado a la entrada de la ciudad, será montado en un lugar clave, para ser expuesto sin vergüenza a los ojos de todos, y así, mostrarle al mundo lo orgulloso que estamos de ser la progenie de este hombre inmenso que ha librado un sin fin de batallas, dejando para los tiempos su huella indeleble, en cada terrón de esta tierra maravillosa. En su lugar, como también lo he anunciado, quedará en pocos días más, entronizada una obra escultórica en homenaje a esa niña que ha sintetizado, tan bien para todos nosotros, el valor inmenso de estas jornadas tan difíciles, que como comunidad, nos toca atravesar. Me refiero a Virginia, la protagonista de esa tragedia que enaltece espíritus y los solidariza.
La obra, donación que hace el artista a la ciudad, está concebida en materiales modernos, que no son solemnes como el bronce, ni fríos como el mármol. Su textura es tan agradable que nos va a tentar acariciarla, a estar en su cercanía, a protegerla. Es de esta forma que se puede realizar un homenaje trascendente, sin perder por ello, su dimensión humana.

El intervalo fue lo suficientemente corto como para permitirse respirar, con un semblante pétreo miró a todos, levantando ambos brazos frenó las preguntas por venir. Su monólogo recomenzó con una ocurrencia repentina, y que sintió para sí, como un espléndido negocio.  
-En estos momentos, mi gabinete se halla abocado al estudio de un sistema de calefacción que se adapte al monumento, para que no pierda su calidez en los meses invernales y continúe atrayendo al público.




sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
           Capítulo XXXI
Obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson



“El fiscal general de la localidad tiene un buen pasar”, acostumbraban a decir las señoras mientras chismoseaban en sus respectivos círculos.
 Llegó a ese cargo por vinculaciones políticas y por sucesivos pactos, hechos casi siempre en la madrugada, entre los políticos oficiales y los de la oposición.
Nació en la ciudad, en el seno de una familia de comerciantes, la que logró acumular una fortuna interesante gracias a la inflación, y merced, al amontonamiento de mercaderías obtenidas con créditos blandos.
Sus estudios universitarios los realizó en la facultad de Derecho de Buenos Aires. Por ese tiempo, se alojó en un departamento que sus padres adquirieron en la capital.
Pasados unos cuantos años y con el título flamante, decidió volver a la tierra natal, en la cual no llegó a estrenar el estudio que sus progenitores le dispusieron. Allí quedó para el recuerdo una biblioteca, conteniendo una colección completa de jurisprudencia, tratados de Derecho Internacional, Códigos procesales de cada rama y por supuesto, libros jurídicos comentados y anotados por letrados de primer orden. En la puerta, la chapa dorada con su nombre precedido por el “Dr.” y en la parte inferior, en relieve, la palabra “abogado”.
En realidad, el fiscal nunca fue muy apegado al estudio y mucho menos, a la interpretación del derecho. Su carrera, más precisamente, fue el resultado de la inercia y de poseer una buena memoria. El descuido por cultivar su inteligencia y la ausencia de una preparación sólida, se equilibraban con rasgos definidos de su personalidad, como su facilidad de orador, palabras puestas en circulación a través de una voz bien modulada y atrayente, capaz de volver magistral cualquier mensaje mediocre.
En los comentideros de damas de la ciudad, el fiscal era tema habitual, se hablaba de su estampa, de su cuerpo atlético todo el año tostado, y además, de su vestimenta impecable, compuesta por una variada cantidad de conjuntos, ambos y trajes importados, que el profesional siempre lucía acompañados por accesorios al tono realzando su congénita elegancia. Como muestra, bastaría nombrar una colección interminable de corbatas confeccionadas en seda natural, las había lisas, estampadas, bordadas a mano y jamás, recordaban las señoras de los comentideros, haberlo visto repetir la postura de alguna.
Si bien, todas las cuestiones concurrían a la vida del fiscal armoniosamente, en su fuero interno, rondaba una insatisfacción casi crónica. Sabía que algo conspiraba, para no permitirle cristalizar efectivamente su felicidad.
Cuándo las corrientes políticas mayoritarias decidieron elegirlo como representante del Ministerio público, quedó tácitamente comprendido, que jamás intentaría acusar, investigar o pedir condena, desde su cargo, a persona alguna o allegada, que haya participado positivamente en su designación. Este acuerdo no escrito, acotaba en forma tajante el desarrollo de su función, ya que todo expediente, en el cual se olfateaba un ilícito, siempre figuraba un representante, un familiar o un amigo, de aquellos que apadrinaron su cargo, por lo tanto, el fiscal sin más remedio archivaba la carpeta, resignando resaltar su prestigio, como hombre de ley incorruptible y necesario, para que en aquella sociedad reine la justicia.
Enterado del evento, que involucró por un lado a esa Virginia diminuta, despojada y desposeída, rodeada de ignorancia e impotencia para defender sus derechos, y por el otro, nada más ni nada menos que a la empresa privada de ferrocarriles, el fiscal sintió por primera vez un entusiasmo verdadero. Estaba en condiciones de acusar al feroz Goliat, sin temor a lastimar con ello, la reputación de ningún personaje de la ciudad. Percibió que el momento había llegado, comprendió que era ahora o nunca, experimentó, por primera vez desde que tomó el cargo público, seguridad en su cuerpo y en sus actos. Seguridad capaz de disipar cualquier nube de temor, de movilizarlo sin reparar en errores. Sintió crecer una nueva fuerza, que en el horizonte y a sus pies, lo extendía en una llanura majestuosa, sin obstáculos, colmada por un césped afectuoso que lo invitaba a retozar en él.
Sabía que para lograr resultados era necesario construir una batería perfecta.  Que no se trataba de cualquier reo, se enfrentaba a uno muy poderoso, dueño de una legión de defensores con reputación internacional, llenos de artilugios y estrategias no siempre santas, compradores de testigos, propietarios de prensa amarilla
Así que el fiscal puso manos a la obra. Reunió a sus colaboradores, todos ellos abogados que no poseían prosapia, ni padrinazgos. Con mucha firmeza en la voz dijo:
-acusaremos penalmente a los ferrocarriles.

Los que escucharon se sorprendieron, conocían a su jefe y sabían “como arrugaba”, cada vez que depositaban en sus manos alguna carpeta de menor valía.


sábado, 17 de agosto de 2013

Capitulo de novela

"Siempre que llovió..." 
           Capítulo XXX
Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


Las telarañas cubrían sutilmente el caballo y el cuerpo de bronce del prócer. Tenía a favor su altura, ya que animal y hombre se alzaban a partir de un pedestal de tres metros.
Para que la verdad se acerque a la realidad, es preciso señalar, que en muy pocas oportunidades, quiénes transitaron por la plaza se detuvieron frente al monumento, tampoco se recuerda que constituyesen multitud, aquellos que leyeron las placas adosadas a la base, dando cuenta de la historia, las circunstancias y los homenajes que daban sentido a semejante calidad corpórea. Pero para las estadísticas, resultaba nula la existencia de los que elevaron alguna vez su vista, para observar al ecuestre gentilhombre. Por lo tanto, por más que se acumularan telarañas, o el excremento de palomas sintetice nuevas decoraciones sobre el bizarro uniforme militar, era muy difícil, casi imposible, que alguien planteara una queja al municipio, por el mal estado de conservación e higiene, pues nunca, se le prestó atención.
El hecho fue puesto al descubierto, y para vergüenza de todos los medios de comunicación locales, por la televisión capitalina.
Una vez terminada la conferencia de prensa llamada por el intendente, el cameraman del canal más importante de noticias, decidió separarse del periodista que acompañaba, para recibir a febo en algún banco de aquel espacio abierto, rodeado por el palacio municipal, la catedral, el edificio adusto del correo, un club, y el viejo cine, transformado en templo de un pastor moderno, capaz de amalgamar la fe y el espectáculo.
El Hombre apoyó sobre el pasto la pesada cámara, recién entonces, soportó todo el cansancio. Con el afán de conseguir las mejores y más competitivas imágenes, cargó aquel aparato durante días enteros, para completar en forma eficiente, los relatos mediocres y repetitivos de aquel movilero que le tocó en suerte. 
Con los ojos irritados, producto de la excesiva y continua filmación, con sus piernas doloridas, maltratadas, obligadas a soportar el sobrepeso de la cámara, con los brazos casi rígidos, en posiciones antinaturales, tomó conciencia de su agobio. El sujeto se desparramó en el asiento. Lo primero, fue respirar profundamente, tratando de tragarse todo el oxígeno del sitio, luego cerrar los ojos, y percibir los destellos caleidoscópicos de colores y la cristalización de formas, que infinitamente se reemplazaban por otras. Cuándo los abrió, desde las tinieblas comenzó a tomar cuerpo una vez más la realidad.
Captó un reflejo, luego, el contorno del prócer y su caballo con una gran aura producida por los rayos de sol, y microscópicas partículas que semejando un ballet muy entrenado, definían un sin fin de posiciones.
Mientras la visión del profesional se recuperaba, prestaba atención a un extraño tejido que se extendía entre una de las patas levantadas del equino, pasando por la punta del sable en alto, en el otro extremo, avanzando como un abrigo sobre todo el uniforme de metal.
Sin ganas de hacerlo pero movido por la curiosidad, se paró y caminó unos pasos hasta casi chocar contra el pedestal. Su brazo se elevó para acariciar una de las patas del animal, masajeó las yemas de sus dedos sobre ella, y constató la suavidad que producía la tierra añeja y la telaraña pacientemente tejida a través de los años.
De golpe se sintió renovado, su olfato periodístico no fallaba, allí estaba la nota original, la primicia de ese día. Imaginaba las letras catástrofe del anuncio: “Sodoma y Gomorra: un valiente prócer agoniza tapado por las telarañas y la mugre en la ciudad de Virginia, frente a la indiferencia del Intendente y sus pobladores.”
El cameraman corrió para recoger su cámara. Con ella encendida sobre sus hombros y con el ojo pegado al visor, comenzó a darle vueltas al monumento, grabándolo parte por parte, telaraña por telaraña, las que dibujaban un sin fin de tramas. En la parte superior, sobre el morrión, posadas como adustas condecoraciones, las cacas de palomas.
Sin perder más tiempo editó las imágenes para el canal, que fueron presentadas y alternadas con otras de la conferencia de prensa.


sábado, 10 de agosto de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
Capítulo XXIX 
obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


Como todas las mañanas, el Juez Heriberto Larrondo, saludó desganadamente a Benito en su umbral. Luego siguió la senda habitual mascullando rezongos entre labios.      

Interrogado por un movilero, que por aquellos días se multiplicaban como plaga, Benito, le contó que el Juez jamás utilizó sus servicios, y que solo en una oportunidad se detuvo para hablarle. Recordó Benito que fue el día, en que la esposa no vidente del magistrado falleció. Contó que colocó la mano derecha sobre su hombro y le dijo textualmente: “Me gusta analizar, profundizar, sentir las palabras. Dejarlas flotar por estas calles codiciosas de sonidos, hasta que de tanto hurgar en posibles encrucijadas, acabo en el laberinto que estructura la gente, y entonces, aparecen los vericuetos. Cuándo redescubro la vía impura del retorno, vuelvo a reposar otra vez irresponsable, como una mancha negra inerte, sin sentido, sobre el blanco de las páginas abiertas que yacen en la mesa de mi despacho, frente a mi vista cansada. Luego sobreviene lo más sencillo, pero a la vez, lo más doloroso. Volver a la realidad”.
Benito explicó al reportero, que retuvo sin dificultad la frase, creyendo que tendría que repetirla a un destinatario. No fue así, el Dr. Larrondo le explicó que no era un mensaje, que:” es solo la confesión de un viejo Juez que ha perdido al ser vivo más cercano, invadido desde hace años por la penumbra”.
Entonces- manifestó Benito- enroscó con varias vueltas su chalina en el cuello, aplastó su sombrero de ala ancha contra la frente y con el rostro atribulado tomó las coordenadas hacia los tribunales.
La frase dicha por el magistrado a Benito, conmovió al movilero. El doctor Larrondo era el hombre, que en un tiempo más, tendría que expedirse sobre la responsabilidad, culpabilidad o inocencia de los imputados en el suceso sufrido por Virginia.
El periodista, olfateó, que aquel enunciado arrancado al mensajero, atesoraba una historia. A su pedido, el juez aceptó que lo entrevistara en su residencia, con la condición de no referirse al caso judicial. Pactaron que el reportaje comprendería al hombre, la opinión pública conocería la vida cotidiana de un ser, que por azar para unos, o por esos vectores que confluyen en un punto, para otros, tuvo entre sus manos, un dictamen capaz de fragmentar el pasado, en un antes y un después.
El exterior de la casa del Doctor Larrondo, no era imponente. Apenas un chalet revestido con piedra laja y un jardín pequeño en el frente. El reportero tocó el timbre, y casi inmediatamente, escuchó como Giraba la llave en el cerrojo. Se abrió la puerta muy lentamente, esperó algo inusual, pero nada sucedió. Las cosas aparentaban encontrarse en su sitio.
Sí, lo sorprendieron aquellas paredes atestadas de cuadros, que en diversos tamaños, solo enmarcaban telas totalmente blancas.
El juez era un hombre corpulento a pesar de sus años, su rostro no lucía arrugas. Recibió al periodista y a su cameraman con un saludo frío, se lo presentía incómodo. Sus ojos celestes, asomaban muy pequeños resguardados detrás de unos lentes muy gruesos. Con tono desconfiado pronunció las primeras palabras:
-No estoy acostumbrado a recibir gente en casa y mucho menos a personas de la prensa.

Los invitó a sentarse en unos sillones en el living y luego confesó:
-Lo siento, pero van a tener que disculpar mi timidez, creo que ella va a conspirar con el feliz término de este reportaje.

Un chasqueo de dedos, fue la señal para que el cameraman comience a filmar. Las luces fuertes turbaron por un momento al juez, y sobre todo la pregunta inesperada:
- Todos sus cuadros son telas blancas ¿Cual es el significado?

Tratando de armar la respuesta el hombre balbuceó:
-Es una historia muy larga y no sé si viene a cuento.

El entrevistador insistió. El magistrado trató de relajarse como cuando pensaba en una sentencia ajustada a derecho:
-Mi finada mujer fue una amante de los cuadros, su familia que poseía grandes extensiones de campo en la zona gozaba de una holgada fortuna. Gracias a ella mi esposa, aún soltera, se dio el gusto de comprar grandes firmas en el país y en el extranjero. Llegó a formar una de las pinacotecas más prestigiosas de la provincia.
Cuando nos casamos, mudó todos sus cuadros a esta casa sencilla, que por otra parte, es lo único que mi sueldo a lo largo de la carrera judicial pudo adquirir. Ella misma les fue encontrando sitio en las distintas habitaciones. Como pudo, por la falta de espacio, ordenó las pinturas, clasificadas por autor, por época, por estilo etc. etc.
La recuerdo todavía en los primeros meses de matrimonio, deteniéndose feliz frente a cada obra de arte, las observaba conteniendo el aire, luego exhalaba un sonoro suspiro que se desvanecía descendiendo como un degradé.
Un día, tomándome por el brazo, actitud inesperada en ella, me hizo prometerle que pasara lo que pasara, jamás vendería una de las pinturas. Si bien me sorprendí, la tranquilicé con mi respuesta afirmativa. Fue una promesa que en ese momento no pensé que no podría cumplir.
Yo gozaba diariamente porque sentía que mirando aquellos cuadros, ella se llenaba de colores. Veía, y no le exagero un ápice muchacho, como se le impregnaban aquellas expresiones llenándola de vida. Pero esas imágenes, como las promesas y la vida misma, no son inmóviles, ni eternas.
Mi mujer paulatinamente pero sin pausa empezó a perder la visión. Se extinguía la llama en el cabo de la vela. En pocos años quedó totalmente ciega. Para indagar sobre las causas de su enfermedad y su mejor cura, mi orgullo, no me permitió aceptar un solo céntimo de sus familiares.
En esos años yo era ayudante del fiscal en un juzgado penal, fue así como conocí a “pincelito”, acusado de falsificar cuadros. El hombre era un verdadero artista, copiaba a la perfección cualquier trazo y también lograba los mismos colores. Fue preso porque lo denunció un galerista con el que no se puso de acuerdo en el precio.
Recuerdo que para probar, primero le llevé la fotografía de un cuadro pequeño y sus medidas. Pincelito vivía en la pieza del fondo de un inquilinato, el moblaje era una cama turca sin colchón, cubierta de diarios y una desvencijada silla de paja, en la cual con mucho cuidado me senté.
Me sinceré, me pareció que lo conmoví. Me pidió que le deje lo necesario para unas telas y pinturas. Al día siguiente nos encontramos en la plaza y me entregó esa naturaleza muerta junto a la foto de origen. De esa forma empecé a vender los cuadros verdaderos de mi esposa y a reemplazarlos por irreprochables falsificaciones, engaño que surtió efecto, debido a su vista deteriorada.
Con el dinero obtenido viajamos por el mundo para estudiar su mal con grandes especialistas. Cada día las esperanzas se achicaban y los cuadros verdaderos también perdían valor en los remates, debido a una fuerte depresión.
Una mañana desayunando en casa, tomé conciencia que la lucha fue inútil, mi esposa absolutamente ciega me pedía que la acercara a sus cuadros para tocar sus marcos.
Para recuperar algunos ahorros, desde ese día, obtuve algunos pesos por las falsificaciones y las reemplacé por telas blancas colocadas en los mismos marcos.
Poco tiempo después, en su lecho de muerte, la mujer que elegí como compañera me volvió a sorprender. Me dijo: “gracias, siempre amé los paisajes blancos”

El periodista, emocionado, con lágrimas en sus mejillas se confundió en un abrazo con el doctor Larrondo y se despidió. Los titulares anunciando la próxima emisión de la entrevista, comenzaron a difundirse como flashes anticipatorios por todo el multimedia:
 “Como el sueldo de ayudante de fiscal no le alcanzaba, el actual Juez Larrondo traficaba cuadros”.
“Probado por nuestro equipo de investigación: El Juez Larrondo, responsable de juzgar a quiénes provocaron la tragedia de Virginia fue el mentor de una asociación ilícita”.

 “No se lo pierda. El mismo Juez nos contó en exclusiva como estafaba a su esposa para dilapidar su fortuna y la de su familia, viajando por el mundo”.

sábado, 3 de agosto de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
Capítulo XXVIII
Obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson


El Intendente cedió frente a la contundencia discursiva de su hermano. Arrepentido desde el momento que aprobó el objetivo. Sin embargo, . era tarde para una deserción. 
El palacio comunal se encontraba atiborrado. Periodistas, locales y nacionales, lo invadían buscando primicias.
Para no cometer el error, de crearse enemigos que lo acusen de nepotismo, el mandatario se vio obligado a planificar argumentos suficientes. Su decisión personal por colocar una escultura de factura fraternal, sin abrir un concurso previo a los otros integrantes de la comunidad plástica local, exigía imperiosamente una justificación. Su ingenio habitual, precisó una puesta a punto para defender el emplazamiento del nuevo monumento: “el encuentro de todos los caminos, la encrucijada, en el centro de la plaza principal”.
El sitio, obligaba a desalojar la obra ecuestre, realizada en bronce, del grandioso General que enfrentó con toda crudeza a los malones indígenas, aquellos que se opusieron al afincamiento de las buenas familias cristianas, en la región, durante el siglo XIX.
Luego de unos flashes y saludos de forma, el anfitrión comenzó a destejer la madeja:
- Señores de la prensa, los he invitado para anunciarles que el municipio que presido, acaba de aceptar una donación que nos honra y que de ninguna manera podemos rechazar.
Se trata de una obra de arte que inmortalizará para nuestros vecinos, el arrojo de una niña nuestra, me refiero a Virginia.
Al escultor, debo decir, no solo me une una profunda admiración por su vasta obra, también estoy comprometido con él por lazos sanguíneos. Si, señores estoy hablando de mi hermano mayor, quien profundamente sensibilizado se apersonó en mi despacho con lágrimas en sus ojos, para comunicarme, conmovido e impresionado en cada poro de su piel artística, su decisión de donar a todos y cada uno de los hombres que atraviesen o vivan en nuestra ciudad, una obra escultórica que simbolice el sacrificio de esta purreta maravillosa que a todo el país ha enternecido en estos días.
El monumento será inaugurado dentro de los próximos 60 días, lo situaremos en el centro de nuestra plaza, frente a la Municipalidad y a la Catedral.
Liberaremos así, del agobio que sufre, a nuestro prócer montado en su equino, que desde el bronce nos dirige y nos guía con su mirada, a través de los tiempos y el transcurrir de las generaciones.
La presencia simbólica y trascendente del General de todos, tomará un vuelo inesperado, presidiendo la entrada de la ciudad. Para ello, vamos a construir un pedestal en la encrucijada que determina la ruta provincial y el camino que penetra hacia el corazón de nuestra urbe. Así, por fin, el edificador de sociedades, será recordado no solo por ciudadanos que cotidianamente transitan nuestras calles, también por aquellos que se dirijan a otros puntos del país, acompañándolos con su positiva aura hacia su destino.

Los periodistas, sobre todo los locales de la oposición, aprovecharon el eco de las palabras introductorias y grandilocuentes, para despachar preguntas con velocidad y gusto a un dardo envenenado:
-¿No tendría que aprobar el Concejo Deliberante, la escultura que realizará su hermano y el traslado de la estatua del General?

Las pupilas del funcionario se encendieron para admitir:
- Puede ser que en estos días, en los que brota el amor, las emociones y la solidaridad en nuestros corazones, podamos sin intención, cometer algunos errores menores en cuánto a los procedimientos burocráticos, pero no dudo un segundo, seguro de interpretar el sentimiento de nuestros vecinos, que esos errores se disculpan por carecer de esencia cuando la ejecutividad de los actos, permiten cristalizar el anhelo de la mayoría.

Otro hombre de prensa ametralló:
- ¿De todas formas, no sería más democrático y generoso, convocar a todos los artistas plásticos de la ciudad, y brindarles la oportunidad de participar, presentando sus proyectos para la construcción del monumento a Virginia?

Algunos de los presentes, advirtieron, que el hombre de la comuna, antes de su respuesta, crispó su boca afinando los labios, y también que sus gestos armoniosos, trocaron en muecas desagradables:
- Yo sé que pude parecer antidemocrático y por lo tanto egoísta, y además, nunca faltará alguna mente afiebrada que vea en este hecho un acto de nepotismo y corrupción.

Primero, debo aclararles y recalcarles, que mi hermano ofreció espontáneamente una donación al municipio, tanto de su trabajo y creación artística como de los materiales que se utilizarán en la obra. Quiero decir, que toda esta cristalización de los acontecimientos que han sucedido y siguen sucediendo, enriqueciendo la memoria de todos los habitantes futuros de esta ciudad, no le cuesta un solo centavo a la hacienda pública. Le aclaro que ningún otro artista de la ciudad, se acercó a esta administración municipal para donar nada, y tampoco, ninguna institución que los agrupe, para proponer un concurso o una licitación.