sábado, 28 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..." 
         Capítulo XXXVI
                     Entrega semanal 
de la obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


El doctor Larrondo entró sacando pecho. En la sala del tribunal no cabía un alfiler. Público, cámaras, movileros, policías y cables, construían una red solapada que casi no dejaba intersticio para respirar.
El juez, sin titubeos, se abrió paso en la muchedumbre hasta que logró ocupar su estrado.
Las voces se superponían unas a otras, provocando un griterío ensordecedor. Con un gesto desafiante, el magistrado miró al gentío para imponerse al desorden. Esperó a que todas las televisoras tomen su imagen. Luego, haciendo ostentación de sus atributos, simbólicamente, golpeó con fuerza el martillo sobre el tablado.
Con aquella postura, no solo exigió silencio, también envió un mensaje subliminal a quiénes en días previos, a través de un reportaje ingenuamente ofrecido en su propia casa, trataron de humillarlo tergiversando sus dichos y sentimientos.
La actitud del doctor Heriberto Larrondo, le estaba diciendo al país entero que no renunciaba ni a su función, ni a su competencia, que no toleraría extorsiones de ningún tipo.
Un movilero, tropezando con otros colegas pudo acercarle el micrófono para interrogarlo:
-¿Señor Juez, que responsabilidad le asigna a la empresa ferroviaria en el caso de Virginia?

La respuesta fue lacónica y determinante:
-Hablaré por mi sentencia.

Martilló tres veces más y aguardó sereno la llegada del mutismo.
Una señal de su mano, indicó a los guardias que introdujeran al testigo del día. Acompañado por dos uniformados y esposado, el Presidente del directorio de la empresa de ferrocarriles fue instalado en una silla frente a la tarima del magistrado.
Al hombre se lo vio enrojecido y furioso, multiplicando un ruido molesto con el castañetear perpetuo de sus prótesis dentarias. Aprovechando el anonimato que da el conjunto, se escucharon insultos dirigidos al empresario. Los más frecuentes fueron “asesino” e “hijo de puta”.
El doctor Larrondo amenazó con desalojar la sala y pidió que le saquen las esposas al testigo:
- En nombre de la justicia –dijo el juez-, le pido disculpas por la forma en que me vi obligado a hacerlo comparecer, pero dada su reticencia a dar testimonio, en diferentes llamados, no me quedó otro remedio que usar la fuerza pública. Antes que la fiscalía, los abogados querellantes y la defensa inicien el interrogatorio, tiene usted derecho, si así lo desea, a dirigirse al tribunal.

El testigo trató de levantarse, pero los custodios se lo impidieron. Comenzó a hablar, sin medir sus términos, con eco cavernoso y voz ronca, lleno de ira:
-Tengo muy poco que decir. –Ofreció un dardo su vistazo a la sala- Solo que ustedes siempre piden inversiones extranjeras, pero cuando vienen esas inversiones, en vez de cuidarlas y dejarlas crecer, las cansan con pavadas y malos tratos.
Piden a gritos la civilización pero se resisten a abandonar la barbarie, les pido a los señores que quieren interrogarme que lo hagan con preguntas precisas y adecuadas, sin sentimentalismos, que yo soy un hombre de trabajo y no dispongo de tiempo para discursos lacrimógenos, nada más.

Chiflidos, insultos de todo tipo y hasta avioncitos de papel, se abrieron paso en la humareda provocada por los incondicionales al tabaco. Una vez más, el juez pidió calma, y exigió sosiego.
El fiscal, vestido para la ocasión con un ambo de pana gris, zapatos de charol, camisa de seda blanca, completando el conjunto, una corbata y pañuelo de rojos subidos e idéntico diseño, contrastando con la gama de grises predominantes, avanzó unos pasos para colocarse finalmente entre el testigo y el togado, entorpeciendo la visión directa entre ambos.
-No voy a pedir que el altísimo tribunal amoneste al testigo por las advertencias vertidas que injurian a este cuerpo.

Estas palabras fueron pronunciadas en tono tenue y monocromático, para dar contundencia a las siguientes:
-No lo voy a hacer porque creo que el público presente en esta audiencia, acaba de demostrar cual es su sentimiento, dándole fehacientemente al testigo el repudio de la opinión pública.

Agresivo, el empresario dotado de una personalidad temperamental trató de interrumpir al fiscal, pero su escolta lo disuadió, dejando la palabra en el ministerio del pueblo:
-Su señoría, con su venia, formularé al testigo la primera pregunta -sin esperar el asentimiento interrogó- En su carácter de Presidente de los ferrocarriles, nos puede informar ¿por qué razón las vías por donde transitan las formaciones no están debidamente protegidas en la ciudad, para evitar desgracias personales?
-El doctor se equivoca. En la ciudad las vías están perfectamente protegidas.
-En el lugar que Virginia fue arrasada no había, ni hay hasta hoy ninguna alambrada.
-En ese lugar no hay ciudad mi querido doctor.
 - ¿No?, ¿y que es mi querido Presidente?
-Campo, solo campo -dijo el testigo con expresión resignada y tono monótono.
-¿Vio alguna vez el señor un campo poblado abigarradamente por 50.000 almas? -acotó jocoso el representante del ministerio público.

El testigo reaccionó, lo miró fijo y contestó sin titubear:
-Desde que tomamos la concesión hasta hoy, en los planos donde el señor fiscal ve 50.000 almas, no figura otra cosa que campo.
-Tal vez para el testigo figura solo campo porque cree que 50.000 almas son invisibles. ¡Pero no señor!, se equivoca, son personas de carne y hueso.
-Entonces se trata de personas que invaden un campo -replicó el declarante-,...si a los planos me remito.

Y así continuó el ping-pong.
-Los planos que usted posee no reflejan la realidad
- Ah. ¿No?... fíjese usted que me los dio su gobierno.
-Usted me está diciendo que la empresa que preside, ¿no reconoce ninguna responsabilidad sobre el acontecimiento que le costara a nuestra Virginia la pérdida de sus piernas, por qué en los planos que le entregó el gobierno, esa zona figura como campo?
-En efecto.
-En todos estos años, desde la privatización, con los miles de trenes que han pasado por ese sitio, usted dice ¿que nadie de su empresa o externa a ella le advirtió de la existencia de la villa y del peligro que corren las personas que en ella viven?
-A decir verdad, creo que algunas veces llegaron algunos reclamos por parte de la sociedad de fomento de la villa.
-¿Y que han hecho al respecto?
-Nada
-Y lo dice así, “tan frescamente”
-Para nosotros, por los planos, la villa no existe. Por lo tanto no podemos perder el tiempo en preocuparnos por cosas inexistentes
-¡Usted es un cínico!
-Se equivoca, soy un empresario
-Y como es empresario, no tiene ninguna responsabilidad para esa gente
-Ninguna. Mi responsabilidad es con la tasa de ganancia, para ocuparse de esa gente, ustedes tienen su Estado.




sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
        Capítulo XXXV
Otra entrega de la obra inédita e inaudita de 
                Eduardo Wolfson

-Nuestra historia nos enseña muy bien que los ejércitos de la patria se formaron con héroes. -Prologa así el Intendente su discurso, y continúa- No fueron otra cosa, aquellos generales de la civilización. Me refiero a los Rivas, los Paunero, los Elías, los Rauch, los Conessa, los Mitre, los Escalada, los Baigorria, y tantos otros, como nuestro benemérito fundador.
Pero tampoco fueron mucho menos aquellos enviados por la barbarie. Digo los Coliqueo, los Pincén, los Catriel, los Namuncurá y sobre todo, el gran Cafulcurá, de quién se dice que tenía dos corazones, y que ambos, aún hoy, siguen latiendo debajo de esta tierra bendita.
Barbarie y civilización mezclaron su sangre, transformándose en el combustible enérgico y arrollador, capaz de producir para el mundo una nación nueva, pujante y de iguales.

La multitud prorrumpió con un aplauso cerrado, el mandatario agradeció con los brazos abiertos, para luego agitar las palmas de la mano, rogando silencio:
-Dije al comienzo que los ejércitos de la patria se formaron con héroes, y sostengo, que las sociedades se fortalecen con sus heroínas. Mujeres de cualquier condición, que a lo largo de su vida les toca desempeñar una multiplicidad de roles. Son valientes esposas, abnegadas madres, sacrificadas administradoras del hogar. Son las que en silencio, sin protestar, sin siquiera emitir una queja esperan llenas de fe los pequeños milagros cotidianos que producen los suyos, gracias al aliento infinito, que ellas, desde su modestia les prodigan.
Hoy nuestra comunidad, se reúne en su plaza central, para dar testimonio, honrando a su heroína mejor acabada. Que su corta edad no nos confunda, pues ella condensa la solidaridad, la fraternidad y la humildad, virtudes que todos tomamos como propias, para llevarlas en nuestra dignidad como estandarte de valor.

Las palabras cesan, el intendente, acostumbrado a oír el silencio que produce el impacto, decide prolongar un poco más la pausa. Su mirada es para Virginia, suspira, y prosigue:
-Hoy todos miramos a Virginia, hoy todos queremos ser un poco Virginia, hoy todos estamos orgullosos por ese ser maravilloso, milagrosamente llamado Virginia.

El funcionario eleva la vista, abre sus brazos, se detiene, y al fin, baja la frente. Su expresión, aparenta contener a los presentes, agrega:

-Invito a mi querido hermano y a todas las autoridades presentes en este palco, a acompañarme en busca de Virginia, para luego, todos juntos, desprender la tela que cubre la obra y dejarla así, oficialmente inaugurada.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
         Capítulo XXXIV
Obra inaudita e inédita por entregas de Eduardo Wolfson


La plaza estaba llena, una tela blanca cubría en su totalidad al desconocido, y lozano conjunto escultórico. La mañana se presentaba diáfana pero muy fría.
Rogando que el sol los templara, los escolares formados desde muy temprano, frotaban sus manos y ejecutaban contorsiones con sus piernas ateridas. Frente a ellos, los integrantes de la orquesta sinfónica municipal afinaban los instrumentos. El palco oficial que fue levantado detrás del monumento permanecía aún vacío. Los medios luchaban, entre sí, por posicionarse en sitios claves, para producir una cobertura amplia y satisfactoria del acto de inauguración.
Mientras tanto, en la Catedral se desarrollaba rutinariamente, como todos los domingos, los pasos de la misa, pero en esta ocasión, el templo desbordaba de gente, entre ellos, autoridades de la provincia y dignatarios de la iglesia venidos especialmente.
Exultante, el obispo, tuvo a su cargo el sermón. Al comienzo, sus palabras denotaron una chispa de humor e ironía:
-¿acaso, se han multiplicado los peces que veo a tantos creyentes hoy en la Catedral? -preguntó con una sonrisa prominente, para añadir-.no me hagan caso, yo sé que los que están aquí tienen grandes responsabilidades, como para abandonarlas y acudir todos los domingos a la casa del señor.

El Gobernador, el intendente y sus respectivas esposas, sentados en primera fila, acusaron la estocada exhibiendo una mueca insegura.
-Hoy celebramos -dijo el Obispo- una jornada muy especial. Todos los presentes sabemos de qué se trata, pero no por eso, debemos dejar de describirla, sobre todo cuando el señor nos mira.
Nuestro pueblo acude aquí con gran fervor, en busca de una recompensa que lo gratifique, porque la merece.
En estos días, el Señor puso a prueba nuestras fortalezas, también nuestras debilidades y nuestra fe en él, enviándonos en un mismo acto dos señales, la de la tragedia, esa que hiere profundamente, que lacera, que desgarra, que duele tanto. Entonces nuestro espíritu se achica, se convierte en una miniatura insignificante, llega a sentirse tan humillado que es hasta capaz de blasfemar.  La otra señal es sin duda el heroísmo, ese que proviene del arrojo, del amor a los demás.

El prelado se detuvo, observó las naves repletas de fieles que lo escuchaban, y colocando su rostro en línea recta con el ojo de una cámara de televisión, prosiguió:
-Algún distraído puede suponer que estoy hablando de las pruebas que el altísimo envió a nuestra querida Virginia. Pues no, me estoy refiriendo a aquellas, que a través de Virginia puso en manos de toda nuestra comunidad. Todos los que vivimos aquí sentimos la tragedia, la que daña, la que amputa y frente a ella, también el heroísmo, el que enaltece.
Ese día aciago y maravilloso al mismo tiempo, el comportamiento de ustedes como red social fue ejemplar.  Todos ustedes, en la medida de sus posibilidades, no se hicieron rogar un instante cuando llegó el momento de entregar su amor.
Muchos en la urgencia organizaron colectas, otros formaron verdaderas cadenas de oración, los profesionales de la salud más reconocidos de nuestra ciudad, acudieron desinteresadamente junto con nuestro señor, primero para salvar la vida de Virginia y luego, para la ardua rehabilitación física y moral que nuestro ángel requiere.
No faltó nadie a la cita, hermanados en el dolor, estuvimos allí para transformarlo en felicidad ante los ojos de Dios. Fue tanta nuestra presencia de ánimo, que nuestra acción conmovió a otros pueblos, nuestra ciudad interior que siempre por su modestia pasó desapercibida, olvidada y a veces, hasta diría despreciada, terminó por convertirse en un faro de luz capaz de atraer a nuestros compatriotas, a participar en esta gran cruzada de solidaridad.
Mis muy queridos, comencé diciendo que este era un día de celebración, pues bien, quiero finalizar, aseverando que hoy celebramos este reencuentro de amor fraternal. ¡Amén!

Las palabras del Obispo no aludieron a la obra escultórica, que acto seguido, sería inaugurada en la plaza, tampoco elogiaron la donación por parte del escultor. Esto, si bien molestó al Intendente, no lo sorprendió, sabía que el prelado tenía por mentas a su hermano. Un agnóstico, ausente de la iglesia en una jornada tan especial, era una confesión pública, lisa y llana de su ateísmo.
El Gobernador, el Intendente, el Presidente del Concejo Deliberante, el Obispo y el Jefe de Policía, luciendo su uniforme de gala y algunas medallas, cruzaron el portal de la Iglesia seguidos por una procesión. La banda municipal atacó con una marcha mientras las autoridades, rompiendo su formalidad, abrazaron algún que otro asistente. Muy marciales, caminaron los últimos pasos hasta el palco oficial.
A pocos metros de la escultura, fue alineada una platea de sillas con 10 filas. En la primera y en el centro, ya sentados, los padres de Virginia servían de escolta a su hija en la silla de ruedas. La muchacha, desde su altura, observaba sin asombro los movimientos que en su entorno provocaban periodistas, músicos, maestros, alumnos, guardaespaldas y público.  
Su fisonomía se exteriorizaba inexpresiva, incolora, anémica. Sus ojos, sin brillo, avizoraban el paisaje mimetizado con sus labios amoratados.
El Dr. Gonzalez Sueyro, uno de sus abogados, haciendo morisquetas y malabares se acercó con un oso de peluche gigante, trató de arrancarle una sonrisa, pero no se produjo.
La niña temblorosa se acurrucaba en si misma, asustada por aquel acontecimiento, que a pesar de comprenderlo, sentía ajeno.
En el palco, el escultor, esperaba junto al Presidente de la asociación de artistas plásticos local y a algunos críticos de arte capitalinos, la llegada de las autoridades para comenzar el acto.
Entre impaciente y ansioso, se adivinaba el estado de ánimo de la multitud. Tal vez el origen, se localizaba en habladurías producidas en reuniones, tertulias o comentideros locales, los días previos. En efecto, en esos conciliábulos, construyeron adivinanzas, tratando de acertar sobre el motivo y los materiales elegidos por el hermano del Intendente, para simbolizar aquel evento de tragedia y heroicidad.
 Los más conservadores, murmuraron que cuando cayera la tela, surgiría la figura de dos niños aterrados por la proximidad de una inmensa locomotora. Aquella posibilidad, según ellos, marcaba un mensaje de alarma y una señal de prudencia.
Sabiendo que el escultor, era adicto a trabajar con materiales de rápido moldeado, concluyeron que la obra reposaba en una matriz de alginato y llenado de yeso respetando antiguos principios odontológicos.
Otros, más jóvenes, y por lo tanto más radicales, convencidos que era la alegoría la protagonista de la figuración, y la misma, no podía ser expresada de otra forma que en un esquema rectilíneo en el cual desaparecen los alrededores, los relieves. Imaginaron la obra, como grandes vacíos, insinuados por finas barras de mercurio solidificado en expresiones multiformes.
La presencia del Intendente en el centro del palco y los primeros acordes del Himno Nacional, marcaron el comienzo.
De golpe, el funcionario municipal se sintió preso de una turbación interior. Conociendo a su hermano mayor, sintió verdadero terror por el contenido desconocido para todos, que en pocos minutos más, cuando las sábanas gigantes irremediablemente se desvanecieran, sería de dominio público. Ahora se daba cuenta que la actividad política desempeñada en aquellos pocos días, desde el accidente, fueron febriles e intensos. Casi sin respiro se había entregado a cubrir cada uno de los intersticios abiertos, para que no afecten de alguna forma su carrera. Pero de tanto trajinar, y de estar en todos los detalles, olvidó custodiar el más importante. “¿ En que consistía  la escultura que aquel insensato que llevaba su apellido había construido?”. De todas formas, pensó, “las cartas están echadas, nada puede volver atrás”.

 Solo faltaba tomar el micrófono, dirigir el mensaje oficial que todos esperaban y luego, dar el gran salto al vacío, o sea proceder a la inauguración y mostrar a todo el mundo “la obra de arte”.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
           Capítulo XXXIII
      Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


El fiscal, a diestra y siniestra, envió oficios y órdenes pidiendo la comparecencia de supuestos involucrados.
 Su tío, directivo de la Cámara de Comercio de la ciudad, lo visitó inesperadamente en su despacho. La intención evidente, era alentar a su sobrino en la querella contra los ferrocarriles privados. Además, el hombre portaba un mensaje verbal, nacido al calor de reuniones informales, llevadas a cabo por representantes de organizaciones con intereses perfectamente predeterminados en la comunidad.
-Nos sentimos muy gratificados por tu decisión sobre llevar a cabo el juicio -dijo el visitante para entrar en tema- yo, como tu tío me siento orgulloso.
Hacer justicia con esa pobre criatura, será un acto que nos dignificará. Por eso te quiero pedir, en nombre mío y en el de todas las organizaciones decentes de esta ciudad, que no te debilites, que todo un pueblo te está apoyando, que sigas todas las pistas habidas y por haber. Queremos que no dejen de declarar todos los posibles sospechados. Los directivos de ferrocarriles, pero también los funcionarios provinciales y estatales, responsables de controlar el desempeño de estas empresas. El maquinista, el guardabarreras, la empresa que pone las vías, todos, ¡por favor!

El fiscal no pudo dar crédito a sus oídos, las palabras del hermano de su padre lo sorprendieron y asombraron sobremanera.
Por más que se esforzó, no lograba recordar en toda su vida, hasta ese momento, ninguna declaración de él en favor de la justicia, o de pretender liderar algún movimiento, batalla o protesta en defensa de los desprotegidos. Si su memoria no lo traicionaba, ocurría todo lo contrario.
Recordaba a ese cuerpo flaco, casi ovillado, en un rincón del mostrador, indefectiblemente vestido de negro, elaborando cuentas, no participando nunca en los comentarios, urdidos, por clientes habituales con sus otros hermanos. Parecía un desinteresado de todos los temas. Sus saludos eran por lo general hoscos, solo esbozaba una sonrisa muy de vez en cuando, sobre todo, cuándo los corredores de créditos que tenía la tienda, le entregaban las mensualidades cobradas junto con las fichas correspondientes.
Entonces su rostro se transfiguraba, sus mejillas enrojecían y quien lo observara podía descubrir en sus ojos un enigmático resplandor. Sus dedos comenzaban con gran agilidad a separar el dinero de los cheques, luego revisaba si se encontraban correctamente extendidos y todos firmados. El tío del fiscal abría entonces una gran carpeta, que como el fuelle de un bandoneón, dejaba a la vista doce divisiones, cada una correspondiente a un mes del calendario, en ellas introducía los valores recibidos por orden de riguroso vencimiento.
Contar dinero, existencias de mercadería y modificar listas de precios, era lo que lo movilizaba. El fiscal no recordaba a su tío hablando de cine o de fútbol, tampoco de mujeres, y mucho menos, de cuestiones políticas y sociales. Cuando charlaba en reuniones familiares intimas, solo se refería a los negocios hechos y a los que a su criterio, podían resultar en un futuro inmediato, y a veces, murmuraba entre dientes, criticando a aquellos que pasaban horas en el café: “discutiendo principios y descuidando sus negocios”. En esos casos sostenía que cada uno era el arquitecto de su propio destino y que lo mejor, en lugar de ocuparse de los problemas ajenos, era estar atento al lápiz para no perder.
El fiscal notó, que para su tío, físicamente, el tiempo no había transcurrido, su aspecto no presentaba deterioros, ni siquiera alguna profundización en las arrugas de su piel, incluso sus cabellos, no fueron ganados por las canas. Lo recreaba en aquella tienda de su juventud, y concluía, que definitivamente, era el mismo hombre que hoy visitaba su juzgado.
-Pero ¿que te pasa sobrino, te comieron la lengua las ratas que pasean por los expedientes? -De pronto el tío sorprendió sus pensamientos-, te quedaste mirándome como si hubieras visto un fantasma.
-En cierta forma sí, porque veo que para vos no pasan los años. Pero no puedo negar que lo que me asombra es tu repentino interés por lo público, por hacer justicia por algo que le pasó a una piba, que en otras circunstancias, le hubieras negado a su familia la posibilidad de comprar ropa a crédito en la tienda.

El tío carraspeó, se paró y caminó por la habitación, estaba nervioso tratando de encontrar las palabras justas para una contestación adecuada.
-Ignoraba que tenías esa imagen de mí. Admito que aunque la misma pueda tener alguna cuota de realidad, también es cierto que una cosa es el negocio, del cual depende la salud y el bienestar de la familia, y que por eso, niegue créditos que sé impagables de antemano. Y otra cosa, aún más importante, es luchar por el bienestar de la ciudad, porque de ello también depende el nuestro como familia. 

Se quedó callado y agigantó sus pasos para abrazar, con el rostro lleno de gozo, a su sobrino. Mientras comprimía el ambo perfectamente planchado del fiscal, le habló al oído:
-Esta desgracia de la chica, nos trajo a todos una prosperidad como hace muchos años no se veía, pero sabemos que esta bonanza tiene patas cortas.
En unos días, no más, se irán los periodistas y con ellos todos los curiosos, porque será otra noticia, en otro lugar la que ocupe las pantallas.
Nuestro destino es volver al letargo y a la siesta pueblerina, eso lo sabemos, pero también hemos decidido detener todo lo posible ese final conocido. ¿Cómo?, manteniendo atareada a la prensa para no perder consumidores y usuarios. Vos tenés que sacar de la galera, todos los días un funcionario o empresario importante para interrogar, si podés, pedís la prisión preventiva de alguno.
Vas preparando todo muy lentamente, pero en forma contundente, hasta arribar al juicio oral, ese será sin duda el gran show, en el cual esperamos contar con un lleno completo.
No me defraudes sobrino, te adelanto que el juez, nos ha dado su palabra de declararse competente en todo lo que le envíe tu oficina.

El pariente carnal se retiraba cuando el fiscal comprendió, que aquel tendero era el mismo, solo que los años, le sirvieron para desarrollar capacidades dormidas.