sábado, 31 de enero de 2015

Microrelato


Piolín y carretel


Soy el piolín del Yoyó. Anhelo expulsar al carretel cuando baja, y quedarme solo con mi peso, imperceptible peso, flotando en ondas, sin esfuerzo, viendo como el carretel, ignorante de nuestra desunión, rueda a la deriva, mareándose con la velocidad que toma. Lo imagino deslizarse entre el cordón y la calzada, preocupado, porque a esa altura del partido, el reflejo condicionado le dicta la hora de enroscarse a mí. Gozaría, si sé que escucha mi carcajada cada vez más lejana. Su presteza de circunferencia libre me dejaría sin protección. Yo piolín, finito, liviano, casi invisible. Bastaría que algún soplido me deje sin trayectoria, que cambie mi destino. Extrañaría la hendija, como los pibes echan de menos a su hogar cuando tienen hambre. Yo piolín necesitando el calor de Yoyó, amando la cárcel que me prodiga su canaleta como si se tratase de un refugio en el mejor paisaje.
                                              Eduardo Wolfson

sábado, 24 de enero de 2015

Fragmento de novela

 "Los comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson

Ampliación indagatoria

Después de todo, gracias a Yaco sigo en estos bisnes. Claro, de un modo diferente señor juez, ahora todo es por mi cuenta.
            Como me dice la gorda Catalina con su baladro: “¡Deborah, abriste tu propia sucursal”. Y tiene razón, me echaron del proteccionismo, pero para continuar en el glamour, me introduje en el libre cambio que es lo que está de moda. La verdad es que no me dieron tiempo para adaptarme. Cuando menos lo esperaba, ¡puf!, el Estado me comunicó que disponía, a partir de ese momento, de mi más completa libertad. Y míreme ahora, presa e incomunicada. ¡Soy inocente!   Usted no puede deducir, que por un despido, a todas luces injusto, me convierta en una secuestradora y me coma a los chicos crudos.
            Para su agenda, le diré, que nunca he intimado con el funcionario que no encuentran del Comfer. Lo he visto sí, en alguno que otro ágape, pero yo trato de elegir a mis entrevistados, en niveles un poco más altos, doctor.
            Para su erario, sepa que en otras épocas, fui una movediza productora de Radio Nacional.
            ¿Juan Ramón de la Cruz Vera? ¿Es un cantante?, acaso, ¿un literato latinoamericano?, tal vez, ¿el principal accionista de un multimedio?...
            ¿¡Un cafetero!? Por supuesto que no lo conozco, no figura en ninguna de mis agendas. No sé como ese individuo se atreve a decir, que yo pagaba la consumición de su café a diferentes funcionarios. Yo no soy parte, señor fiscal, de una agrupación terrorista, y mucho menos, reconozco a este (alias carlitos) como mí líder intelectual.  
            Como le narraba, cuando se produjo mi cesantía, necesitaba seguir comiendo o morir en el intento doctor, no me quedaba tiempo para resentimientos o venganzas.
            Pero como se le ocurre que me voy a afiliar a los Comesandwich, para cumplir con mi cometido.
            Sí, voy a continuar, pero por favor no me saque canas verdes. Ahora le contesto. Mi último marido no fue mi rufián como insinúa, tampoco lo fueron los otros que pasaron por mi vida, incluido el padre de mi hijo. El hombre, que hasta el día en que fui detenida, vivió conmigo, fue un locutor comercial, que un día, como protesta hacia la sociedad de consumo, decidió dejar su empleo, para dedicarse a contarle al papel, lo que sus retinas fotografiaban por las calles de Buenos Aires.        Si señor fiscal, resultó ser un poeta que se mantenía con sus ahorros, y alguna vitualla, que le proporcionaba un mecenas amigo.
            Así es, le comenté que Yaco logró que siguiera en el negocio, pero no recuerdo haberle dicho que él es el gran maestre de la secta Comesandwich. Su señoría, niego pertenecer, niego tener contacto con miembros, y sobre todo, niego conocer la existencia de esa organización clandestina, por ustedes denominada Comesandwich. Yaco es un hombre de mundo, que conocí hace años.

            En esa oportunidad, yo realizaba la producción integral para la radio, de un programa folklórico que estaba a punto de ser desafectado por las nuevas autoridades de la emisora. El conductor, intuyendo su oscuro porvenir, para salvar el programa me rogó, que dentro del género, produzca algo creativo. Yo pensé que como sustento, no existe nada más folklórico que la tierra, y sobre ella, solo puede hablar con pasión un especialista en suelos. Pregunté en la Asociación Amigos de Países, Patrias y Solares. Ellos, muy gentilmente, y apoyando la difusión de la idea, me orientaron hacia la Cámara de Superficies, Tierras y pavimentos, quiénes a su vez, me presentaron a Yaco, como hombre experto en territorios, pisos y profundidades en túneles, cavernas y minas. Así lo conocí, y acuñé respeto por su profesión.  Años más tarde nació nuestra amistad, cuando él ya era periodista en turismo.

sábado, 17 de enero de 2015

Fragmento de novela

"Los comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson

Declaración en Juicio de una imputada 
       
            
          Soy Aurora Falco. No señor, no pertenezco ni conozco, a ningún miembro de una asociación llamada Comesandwich. Debo decirle doctor, ¿por qué usted es doctor, no?
            Digo que todo esto me parece una broma de pésimo gusto, me resisto a creer que exista un grupo que ostente para sí un nombre tan ridículo. Y discúlpeme, pero la orientación de este tribunal, parece muy poco seria, al haber aceptado la investigación de un caso, caratulado como “Conspiración internacional de espionaje Comesandwich  contra funcionarios estatales”.
            Ah!.. ¿Qué ustedes lo caratulan? Bueno, no fue mi intención faltarle el respeto doctor, pero a pesar de los días que llevo incomunicada, continuo experimentando vergüenza ajena, cuando veo a la justicia toda, manipulada por chismes de conventillera.
            Sí, ya me desahogué señor juez, contestaré en lo posible su interrogatorio. Primero, aquel bodegón oloroso, sucio y barato de la calle Lavalle, del cual era habitué, y al que usted alude, nunca fue mientras concurrí a él, la sede de ese grupo, según usted, autodenominado Comesandwich.
            No tengo la intención de refutar sus seudo afirmaciones señor fiscal, pero considero, que aquel boliche era un oasis en ese mundo de expedientes y ratas, para calentar con guisos indescifrables los estómagos de leguleyos, vendedores de libros jurídicos y algunos bichos raros que suelen rozar de una forma u otra los campos del derecho. Pero esta descripción, su señoría, no debe degenerarle sus fantasías, hasta el extremo, de llegar a la conclusión que ese sitio era el comité central de la logia Comesandwich.

            Le pido por favor que no me interrumpa para no dispersarme, pero es cierto, tal vez el término Comité Central, resulte dudoso para mi declaración, le agradeceré que el mismo no conste en actas. Ahora que lo pienso, esos vocablos se deben haber adherido a mi vocabulario, a través de las charlas mantenidas con Rembrandt, que como ustedes deben saber, el anciano milita en el partido comunista. Si puede reemplazar Comité Central por Bunker, será justicia. 

sábado, 10 de enero de 2015

Fragmento de novela

"Los comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson

Cuarto intermedio

-         Los partidos de izquierda, dicen que los Comesandwich son los primeros presos políticos de la democracia.

-         Son terroristas.

-         Opinan que están adentro, así la gilada se entretiene y no cuestiona la incapacidad para  gobernar.

-         Son presumiblemente responsables de la desaparición en masa de funcionarios.

-         Sin embargo, otros los acusan de hacer desaparecer las masitas.

-         De cualquier forma se justifica que estén adentro.

-         Los de derechos humanos nos acusan de mantenerlos en mazmorras inmundas.

-         No quieren escuchar bien. Hemos dicho que los Comesandwich son adictos a la           mazamorra

-      Esto se pone feo mi querido juez.
-     ¿Lo dice por qué nadie pide rescate?
-     Por eso, y porque los diputados y senadores nos presionan hasta el hartazgo.
-     Pero que yo sepa, ningún parlamentario fue chupado.
-     Están aterrados porque las cosas van bien.
-    ¿Cómo es eso?
-    En los ministerios que faltan funcionarios las cosas mejoraron muchísimo
-    ¿cómo?
-    Los expedientes caminan, los medicamentos se entregan, los planes de vivienda se llevan a cabo. ¿Necesita más muestras?
-    No. ¿Pero entonces que los preocupa?
-   Simplemente lo dicho mi querido juez.
-   Pero la población está bien.
-   Si, eso los tiene sobre ascuas, y no saben como evitarlo.
-   ¿Oposición…, y también oficialismo?
-    Por supuesto, están juntos en esto.
-   No entiendo.
-   No está en juego un problema partidario, sino nuestra filosofía de vida.
-   ¿Y qué podemos hacer?
-   No sé, pero me enteré que gobierno y oposición preparan una marcha hacia aquí para              pedir justicia.
-   No depende de nosotros, conseguir que las cosas vuelvan a como eran antes.


domingo, 4 de enero de 2015

Fragmento de novela

"Los comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson

Testimonio de los hermanos Karlof
            

           -Yo soy Miguel, y él es mi hermano José. Van a tener que disculparlo al pobre José, hace unos años fue mal operado de las cuerdas vocales y quedó mudo. Si quieren, ustedes le preguntan, y si confían en mí, les traduzco lo que dice.
            ¿Un perito? Creo que ningún perito pueda interpretar a José, no conoce el lenguaje de los mudos.
            No señor, no lee los labios, ¡es mudo, no sordo!, ¿Para qué necesita leer los labios, si los oye perfectamente?
            Claro, mire que pregunta, en esta zona, todos conocen a los hermanos Karlof. Hace como 35 años que todas las mañanas, y hasta el mediodía, paramos junto a la ventana, en la mesa del bar de la calle Uruguay, justo en frente de estos tribunales. Lo nuestro es un trabajo de hormiga, silencioso, nunca nos hemos metido con nadie.
            ¿En el bar?, hasta el mediodía nomás, porque por la tarde José se queda ordenando en el depósito y yo salgo a hacer cobranzas, o si cuadra, a visitar a potenciales proveedores.
            No señor, no pertenecemos a los Comesandwich ni a ninguna otra secta, logia o como quieran llamar ustedes, a ese tipo de actividades. Para qué voy a mentirle, a alguno de los Comesandwich conocemos, no en profundidad, porque como ya le dije, nosotros somos gente de trabajo y no nos metemos con nadie.             Por supuesto que mi hermano y yo somos solteros, pero por favor no vaya a pensar mal, nos gustan las mujeres, pero desde muy chicos, nos vimos obligados a trabajar duro prácticamente todo el día. Somos huérfanos, y en aquel tiempo no era como hoy que hay derechos para los chicos. Si ahora son atorrantes y delincuentes es porque ellos quieren. No le voy a negar, que también en parte las mismas leyes que los protegen, son las que los transforman en degenerados irrecuperables, ahora entran por una puerta y salen por la otra.
            Tiene razón, disculpe, trataré de no irme por las ramas. Como les decía, José y yo en nuestra infancia conocimos solo la miseria y con ella el hambre. Le juro que hay veces, en algún ratito de descanso, que me pregunto: ¿Cómo es que salimos tan buenas personas, tan honestos? Creo que eso se trae en la sangre, ¿no les parece?
            Usted me preguntó sobre los Comesandwich. A los que tratamos, estoy casi seguro, que los conocemos antes de que fundaran su organización. Aquí pasa mucha gente, lo que es engañoso, porque este es un mundo muy chico doctor. A la Aurora y al Rembrandt, los frecuentamos en el bodegón del Wilson, aquí nomás, sobre Lavalle, dónde vamos a almorzar.
            Yo no sé ¿de dónde saca doctor que esa es la sede de los Comesandwich? Es la primera vez que lo oigo. Del bar, que es como si fuera nuestra oficina mañanera conocemos al Emilio. Mire, del encuentro con el Emilio me acuerdo como si fuese el primer día. A nosotros no nos gusta que interrumpan nuestra lectura del diario. Es como si nos desconcentraran. Todas las mañanas, desde hace por lo menos 35 años, metódicamente, José lee las necrológicas de la Prensa y yo de La nación, marcamos las que nos parecen potables, y luego, nos dividimos las del Clarín. 
            Pero ese día no vino Mingo, el mozo que nos atiende siempre, así que cuando el Emilio averiguó, su reemplazante, fue el que nos estampilló. Al muchacho lo vimos bien vestido, respetuoso y extremadamente tímido. Me impresionó su delgadez, estaba muy pálido, parecía un cadáver vestido. Después de algún preámbulo, y adivinando nuestro fastidio, fue al grano. Quería que le consiguiéramos unos tomos agotados de la colección del Derecho. José, que entonces todavía hablaba, le dijo que lo viera a la tarde y le dio la dirección del depósito. Antes de irse, nos convidó a ambos un cigarrillo de esos que tienen agujereado el filtro, los aceptamos y los guardamos para después de almorzar. Mire doctor, quiere que le diga una cosa, a primera vista creímos que se trataba de un tipo de la sociedad, abogado recién recibido, que haciéndose pasar por revendedor quería ahorrarse unos pesos en la compra de los libros. Ese día, José se quedó en el depósito ordenando, y yo fui a dar mi pésame a la viuda del Doctor Ramoné, y también tratar, de incorporarla a nuestra lista de proveedoras. Volví contento de haber contribuido en algo, a aliviar el dolor de aquella mujer desconsolada. Por otra parte, me pareció que el finado Doctor Ramoné, en vida, fue una persona muy instruida y sumamente cuidadosa. Su biblioteca jurídica se encontraba completa y escrupulosamente actualizada. Cuando regresé, José le negaba a Emilio la posibilidad de fiarle los tomos que buscaba.
            Para ser sincero, le digo doctor, que vender al contado es una política inflexible de nuestra distribuidora, para evitar tener problemas ¿vio?
            Pero esa tarde, tal vez por mi buen estado de ánimo, intercedí a favor del muchacho, le dije a José que le hiciera un pagaré a 72 horas y que le entregara la mercadería. Mi hermano, sin comprender mi actitud, cumplió con mi requisitoria. El día del vencimiento del documento, Emilio apareció con un chico que traía los libros debajo del brazo.
            El asunto nos pareció muy raro, pero por las incoherencias de sus argumentos. Primero dijo que devolvía los volúmenes porque eran otros números los que el abogado necesitaba. Cuándo José, dijo que los cambiáramos por los números que precisaba, él replicó que en realidad, el cliente se había arrepentido de la compra, ya que iba a emprender un viaje por Europa, y que en todo caso, a su vuelta volvería a requerirlos. Mientras decía, en un medio tono, estos y otros disparates, Emilio, continuamente, nos convidaba con esos cigarrillos del filtro agujereado, a pesar de nuestra reiterada negativa. En definitiva le devolvimos su firma e hicimos como si esa operación no hubiese existido.
            Un tiempo después, un distribuidor de libros jurídicos, muy conocido, nos comentó, que si bien la necesidad tiene cara de hereje, hay gente que prefiere morir antes que cambiar.
            Si doctor, no se impaciente, me refiero a que Emilio, parece que era descendiente de una familia de aristócratas, de esos que tenían muchos campos en nuestras pampas. Se nota que un día los destapó el pampero, se quedaron con la pilcha que llevaban, la creencia de que el trabajo es denigrante, y que el comercio es para mercaderes. Para hacernos la devolución, Emilio, necesitó contratar a un jovencito de la Plaza Lavalle para que cargue con los libros.
            Según nuestro informante, a Emilio, el peso de su prosapia lo dejó inmóvil. Para justificar su actitud, le dijo textualmente: “los burgueses dicen, tratando de insultarme, que soy un inútil, agregan que soy un parásito. Pero los que conozco pretenden que les enseñe mis modales y tratan de imitarme. Yo les otorgo la razón a todas sus apreciaciones. No me complace para nada sentirme útil.”
            ¿Quiere qué le hable de Aurora doctor? Bueno, ella era como una dama antigua y con boato, transplantada al estiércol. Yo sufría, cuando la veía sentada sola, en esa mesa de la fonda infame. No era un sitio decente.
            No, no me mal entienda Doctor, solo digo que no era un lugar para mujeres, y mucho menos, para una persona que trasuntaba la delicadeza como Aurora. Nunca comprendimos su presencia allí, los pocos rayos de sol de aquella cueva la acariciaban con dulzura, dibujándole franjas de luz en todo el cuerpo. Ella no trataba a nadie, se sentaba en la única mesa que había para dos.
            José y yo sabíamos que era la secretaria de un notario que había heredado el registro de su padre. Ese sí que era un señor escribano, fue en su velorio que nos dimos cuenta que Aurora trabajaba con el hijo. A los pocos días de morir, yo fui a visitar a su viuda, para darle el pésame por la irreparable pérdida y para romper la ficha, que condonaba la deuda del fallecido.
            No doctor, el escribano jamás fue cliente nuestro, ni lo conocíamos, pero una viuda nunca lo sabe. Lo que nosotros hacemos, es devolverle a la mujer desvalida, lacerada por el dolor, la creencia que aun hay seres humanos en esta vida, que vale la pena conocerlos y confiar en ellos.
            Si, tiene razón, es una mentira, pero coincidirá conmigo que es una pequeña mentira, capaz de transformar una época de desolación, en otra de esperanza. Quedan tan agradecidas doctor, que en la mayoría de los encuentros, ellas mismas nos ofrecen las bibliotecas de sus esposos desaparecidos. Nosotros siempre pagamos un precio justo y les retiramos esa carga tan pesada para ellas. Las alejamos de los recuerdos que puedan ahondar su pena, y al mismo tiempo, les dejamos inaugurado un espacio nuevo para que puedan desarrollar toda su creatividad.
            No doctor, la operación con la viuda del escribano falló por culpa del hijo. Justo cuando la mujer iba a darnos la autorización llegó el muchacho, maltrató a su madre revocando su decisión, y nosotros, ofuscados por el proceder con su progenitora, decidimos retirarnos por pudor.
            Sí, disculpe otra vez, hace bien en llamarme la atención, vuelvo a Aurora. Ella siempre leía el mismo libro, uno muy antiguo de hojas amarillas y muy gastadas, eso nos resultaba muy extraño, lo cerraba cuando Wilson le alcanzaba la comida, señalando la página con una rosa seca. También nos sorprendía el vaso de Whisky de cada día, apenas mojaba en él los labios para abandonarlo. La bebida en el almuerzo, contrastaba con toda su personalidad. Todos los detalles que no llegábamos a comprender, de algún modo creo, nos estaban señalando que nuestra Aurora andaba en algo raro. Pero claro, mi hermano y yo, solo teníamos tiempo para pensar en nuestro trabajo honrado.
            No quiero parecer grosero doctor, pero tengo la impresión que se extralimita en el uso de sus funciones. José y yo, hemos sido citados a este tribunal en carácter de testigos. No creo que su pregunta sobre el origen de nuestra fortuna sea conducente.
            ¡No!, permítame, no existe nada oscuro en nuestro pasado de lo cual tengamos que avergonzarnos. Pero quiero aclararle, que no somos poseedores de riqueza, tenemos después de años de sacrificios y mucho trabajo, un pasar aceptable. Para que vea la pureza de nuestras intenciones le narraré sobre nuestra acumulación originaria, aunque le repito, no corresponde. Éramos dos jóvenes, como le he dicho, de buena leche. Pero por la ausencia de una guía, errábamos por las calles de aquel Buenos Aires sin sentido y sin destino. Trabajábamos en lo que se podía, generalmente changas. Fueron muchas las noches que nos vimos obligados a dormir en algún umbral céntrico. Los inviernos eran mucho más crudos que hoy. Un día, descubrimos que las escalinatas de estos tribunales, podían transformarse en el lugar que nos ampare de las temperaturas inclementes. Desde aquel día, hace más de 37 años, le juro que nos protegemos en las fronteras del barrio.  Al poco tiempo de haber instalado nuestro dormitorio en la entrada del palacio, se nos acercó un caballero, muy bien vestido, para ofrecernos vocear ahí, un ejemplar comentado de la nueva ley de alquileres. Por cada libro vendido de esa forma ganábamos el 25%, y sin movernos de casa, ¿se da cuenta?
             El hombre era dueño de una gran editorial jurídica, prácticamente monopólica, la manejaba junto a sus cuatro hijos y un sobrino, pero sin tirarles mucha soga. Quiero decirle, que el jefe de familia era bastante tacaneo y no remuneraba a los chicos, como ellos consideraban que se lo merecían. Los hermanitos Karlof, por buenos muchachos, por simpatía, por pobres tal vez, nos hicimos conocidos y compinches de toda la parentela.  Una mañana, habituados a llegarnos al comercio de Lavalle y Talcahuano, para retirar el material que debíamos vender, nos llevamos la gran sorpresa. El local se encontraba cerrado, y nadie, nos supo dar noticias del padre, ni de los hermanos, ni del sobrino. Nos quedamos en la esquina, junto a empleados que se miraban las caras tan sorprendidos como nosotros. Le aseguro señor juez que fue un día aciago, no encontrábamos cartel, ni personal responsable que nos explicara. José se puso como loco, me culpaba del despilfarro hecho en esos días, lo veía aterrorizado frente al posible advenimiento, nuevamente, de la miseria. Esa noche en la pensión, porque ya habíamos alquilado un cuarto, no pudimos pegar un ojo. Creo que por primera vez, sentimos que el futuro era un gran desconcierto. Recién cinco jornadas después, cuando todo se creía perdido, el capo abrió el negocio, que nunca más fue pisado por sus hijos, ni por su sobrino.
             Zocaro, un hombre bueno que corregía originales, y que todos los días en la fonda, nos hablaba sobre el pronóstico de las próximas horas, nos contó el drama. Parece ser que el romance con una corista provocó el estallido. El viejo patriarca, acopiador en papel de la sabiduría jurídica, fue descubierto por su primogénito con la mano en una masa de veintitantos años, que es cuando la levadura toma ímpetu y el agua de azar mejor aroma. El joven reunió a sus hermanos y primo, juntos convencieron a su madre y tía, de la inminencia de la separación para restaurar las heridas. Lo más traumático fue la división de la sociedad conyugal, nada que signifique dinero, contrato o propiedad, quedó fuera de la lupa de los hijos, que a partir del infausto episodio se proclamaban asimismo, huérfanos de padre. No pasó mucho tiempo para que todos volvieran al barrio, cada uno con su editorial, sus propios títulos y escritores, su distribuidora y negocio. Eso sí, construyeron el imperio, pero peleados a muerte entre sí. Para que ustedes se den una idea, el hijo mayor, en varias oportunidades, no tuvo ningún reparo, en mandarle a su padre inspecciones de la Dirección General Impositiva.
            Tiene razón el señor fiscal, en todo este relato no entra para nada el señor Juan de la Cruz Vera, porque no tengo idea de quien es.
            Hubiera empezado por ahí, a Carlitos el cafetero ambulante, si lo conocemos, pero no hemos cruzado más que un buenos días o un buenas tardes. Es que nosotros, tratamos de no mantener contactos con los vendedores callejeros. Es sabido que la mercadería que venden no está sujeta a los controles legales. Es una pena que en un país como el nuestro, dónde no falta nada, esta gente pretenda hacerse la América con malas artes.

            No señor juez, mis palabras no son chusmerío, estaba tratando de explicarle el origen de nuestros pocos bienes. Fue gracias a la  gran desgracia de la familia jurídica, que José y yo pudimos hacer nuestra diferencia consistente. Usted sabe, a río revuelto ganancia de pescadores. Progenitores y descendientes peleados entre sí, tomaron poder. Pero las adversidades, no les permitían, sin contar con intermediarios, cerrar los buenos negocios. Si el padre editaba un libro, los hijos querían venderlo y viceversa. Mi hermano y yo, que nos llevábamos bien con todos, comprábamos los libros que necesitaban unos, para entregárselos a los otros, reservándonos para nosotros, un 10% del descuento corriente.