sábado, 28 de febrero de 2015

Un cuento que te cuento


Descartes por desarraigo                              Por Eduardo Wolfson

Confuso y con nauseas, temblando como un títere en función eterna, regreso con los piolines atados a mis extremidades. Soy consciente que encima de mí, escondido del público por un telón negro, está el titiritero, el que mantiene mi cabeza gacha, obligándome a mirar de costado esos zapatones salpicados con mi vómito. He vuelto, con debilidad propia y voluntad ajena. Los rayos de sol que superan la parra son reemplazados por una bruma espesa, que se empecina en diluir los tonos nítidos. El paisaje es borroso, y yo en él, un fantasma. El desarraigo desmarcó mi territorio, en pago, me dejó algunas ráfagas y todas las ausencias, y el pasado con ilusión de futuro, en el presente gris de este barrio modesto, cuyas pretensiones de progreso caen como un torrente sin fin en letrinas malolientes.

No ha cambiado mucho. El damero de mosaicos, blanco y negro, que llega hasta la reja. La medianera, y la enredadera sumisa que se niega a treparla. Al techo de la galería, lo sostiene columnas ganadas por el oxido con pintadas perdidas. El conjunto degrada su coloratura, y mis pensamientos palidecen. La bruma ya es niebla que atraviesa mi transparencia cargándome de recuerdos. Las cuatro puertas que dan al patio y sus respectivas claraboyas. Avanzo, invisible, hasta la última pieza, mi refugio de adolescente. Así como la veo la dejé, mi cama, el ropero, el cajón de frutas usado como mesa de luz, el estante con cinco libros desvencijados. Tomo el del extremo, hojas amarillentas que amenazan desintegrarse. Mis manos torpes solo atrapan un cuadernillo deshilachado, el resto planea como serpentina y aterriza sobre el raído cotín del colchón.


Leo el título “El hombre de la camiseta calada”, reconozco mi ejemplar agonizante de las aguasfuertes porteñas de Roberto Arlt. Aquí también hubo un “guardián del umbral”, como le gustaba llamarlo a Arlt. El gordo Ramieri. Sentado en su silla pequeña tapizada de paja. Cubría su corpachón inmenso con musculosas de un blanco inmaculado, y pantalones grises con la raya bien marcada. Le costaba movilizarse, se apoyaba en cercos, paredes y pilares de ladrillo para llegar a su destino cotidiano, nuestro umbral. Tipo voluntarioso que narraba con precisión lo que acontecía ante sus ojos, siempre atentos, salvo en las horas de las comidas y del sueño. Su hijo, más o menos de mi edad, trasladaba todas las mañanas hasta nuestra puerta, su sillita. Sin cobrar un peso, Ramieri, colaboraba con el buen vecino, a algún proveedor le cuidaba la bicicleta, e imponía detalles a un vigilante de la esquina poco observador. Siempre tenía algo para comunicar, un coche sospechoso, demasiado lustroso para merodear por el barrio. La hija del remendón de zapatos, que con una falda cortina, unas medias de nylon con raya y una blusa abotonada con perlitas, todas las tardes caminaba hacia la parada de ómnibus, y regresaba a la mañana siguiente con los almidones caídos, la poca ropa arrugada, las pinturas corridas y un andar que delataba, a la buena vecinita invadida por una catarata de alcohol. De este tenor eran los informes de Ramieri, siempre con final abierto, para que el oyente saque sus conclusiones.

En esos tiempos, yo adolescente, podía estar sobre una ballena, y aunque se me moviera el piso, iba a seguir observando a los pajaritos que revoloteaban entrando y saliendo de los árboles. Sin embargo hoy lo olfateo todo, como queriendo recuperar otra vez mi territorio.

Desandando el tiempo pasa. La pieza, es lo único que permanece igual en mis recuerdos. Sin embargo, camino por ella sin experimentar el parpadeo de los tirantes de pinotea. Antes, al deslizarme sobrevenía la sensación de hundimiento, mi respiración se detenía un instante, hasta que me rescataba la nueva vibración.
           

Esa mañana, con un caño de fusil el tipo me pegó en la espalda, me sembró boca abajo sobre el damero del patio, Ramieri mirando la calle, no percibió ningún rastro que lo ayude a pronosticar la tragedia. Entre mis piernas abiertas, sobre el mosaico, corría  un pequeño hilo de sangre, proveniente de los bajos de la segunda puerta que permanecía cerrada.

 Otros tipos, se entretenían a mí alrededor destrozando macetas con las culatas de sus armas.


Contra la pared y con los brazos en alto, temblaban las dos mujeres, la modista de la primera sala, y mi madre, tratando de advertirme algo en el resplandor de sus ojos. A los hombres, que eran tres, entre ellos mi padre, los usaban de cicerones pegándoles con el fusil en los tobillos.

Yo temblaba, sentía como esa sangre ajena me mojaba. Miré hacia el umbral, a Ramieri no lo habían tocado. Repté hasta él, me esperó con  una risita desfachatada y unos molinetes fabricados por sus brazos cortitos.

Cuando estuve a su lado, se despachó con un torrente de preguntas: ¿Qué pasó en tu casa?, ¿Por qué hay tanto cana que sale y entra?, ¿Le robaron a ustedes? ¿Hay algún herido o algún muerto? Sin contestar, le expresé mi desconocimiento levantando los hombros. Entonces me propinó unas palmadas y dijo que corriera, que no vuelva nunca más, que todo estaba perdido. Pensé, que el gordo solo veía la calle, y los indicios recolectados en ella, no lo habilitaban para armar una hipótesis de lo sucedido en el interior de mi casa.

De golpe tuve la sensación que el barrio descansaba. No había vecinas chusmeando, las ventanas de ambas calzadas permanecían atrancadas, los negocios cerrados.  El mandato de Ramieri, me arrastró primero por calles cercanas, en la estación de trenes me refugié de una lluvia repentina. Viajé sin sacar boleto y sin conocer destino. No sé cuantas jornadas pasaron para que pudiese estructurar mis pensamientos. Tomé conciencia cuando ví la fotografía del frente de casa en aquel diario. Estirados en la vereda, los cadáveres de mi padre y los dos hombres que lo acompañaban, también yacían sobre el otro costado mi madre y la modista. Ramieri aparecía junto a un policía señalando a los cuerpos.


Hoy el barrio se modernizó, sus servicios se reemplazaron con nuevas tecnologías. Imagino que Ramieri no pudo dibujarse ese nuevo escenario de patrulleros, cámaras, zonas liberadas e informantes, que volvieron inútil la función de ese gigante deforme con vocación de alcahuete.
           
Abandono la habitación, los yuyos del fondo avanzan anárquicamente sobre el cemento alisado de lo que en mis tiempos fue la cocina. La escalera de chapa que va al cuartito, se ha convertido en una trampa de escalones oxidados. En la puerta, como dos palos borrachos, están Ramieri y su hijo, el viejo apoyado en el joven. No me reconocen, mi pelo se ha vuelto blanco, uso lentes, luzco un traje de medida, si algo queda en mi de aquel adolescente no se nota, son solo sentimientos encontrados, que pujan en el interior de un hombre maduro. Ramieri en cambio está igual, salvo su frente, las arrugas le marcan abismos que encierran incógnitas. Sus palmadas y la exigencia que corriera se mezclan en mi memoria con la foto del periódico, donde señala a los míos en el suelo ya sin vida Su acción salvó mi vida, mientras que su dedo índice prueba su complicidad con los asesinos.


El hijo de Ramieri, dueño de un vozarrón agudo, me advierte que el sitio que piso es propiedad privada. El padre pregunta sobre cual es mi interés en esa propiedad abandonada. Sin tiempo para responder, el hijo propone una visita guíada, y por unos pocos pesos, contarme la historia de aquellos guerrilleros caídos en el enfrentamiento. 

domingo, 22 de febrero de 2015

Diálogos trascendentales

Conversación en tribunales
Por Eduardo Wolfson




-         Señor Juez, hablé con el intendente y nos apoya.
-         ¿Nos apoya?
-         Así es,  el pueblo promoverá de oficio una causa contra el fin del mundo
-         Señor fiscal, me imagino que cuenta con suficiente jurisprudencia y elementos de prueba para sostener su alegato
-         Por oficio, pedí a todas las televisoras nacionales e internacionales, me remitan los videos que hacen al caso.
-         Yo no sé si voy a estar en condiciones de declararme competente
-         No veo ninguna imposibilidad…A no ser que tenga alguna conexión, que desconozco, con el acusado.
-         ¿con el fin del mundo?
-         Exactamente su señoría
-         No señor representante del pueblo, pero tenga en cuenta que puede ser una causa muy mediática, y usted sabe, que yo como juez prefiero el bajo perfil y hablar a través de mis sentencias
-         Quiere decir ¿qué lo mediático podría presentarlo como condicionante para su competencia?
-         Puede ser, debo estudiarlo
-         Pero su señoría ilustrísima, ¿cómo piensa bajarse del caballo en el que será sin duda el último juicio de la historia?
-         Si, tiene razón, en todo caso impediré a los medios hablar o mostrar imágenes sobre el tema, para no verme influenciado por la opinión pública.
-         ¿entonces…acepta?
-         ¿por qué de oficio, no hay otros querellantes?
-         Hablé con asociaciones ecológicas, ligas de amas de casa, O ENES G protectoras de animales, y todas esquivan el bulto
-         ¡¿cómo?!
-         Si, me da la impresión que tienen mucho miedo a las posibles represalias
-         Y el poder legislativo ¿qué opina?
-         Esto se me ocurrió el jueves, y usted ya sabe, todos viajan a sus respectivas provincias
-         Pero usted, off de record señor fiscal. ¿lo ve muy riesgoso al fin del mundo?
-         Debo confesarle mi entrañable magistrado que acabo de enviar mis ahorros a suiza
-         Buena idea, voy a hacer lo mismo. Y las asociaciones de derechos humanos, tampoco quisieron acompañarlo en la demanda.
-         De ninguna manera. Ellos temen y no sin razón, que el fin del mundo plante una contra demanda alegando sus derechos
-         Claro, visto así… no lo había pensado. De todas formas veo que su demanda se parece bastante a un postre que comía en mi infancia.
-         ¿cuál?
-         Isla flotante. Hace agua por todos lados
-         ¿le parece Usía?
-         Por lo menos ¿tiene testigos?
-         Tengo uno que es de Jehová.
-         Pero ese es comprado
-         No mi apreciadísimo juez. Declarará con la Biblia en la mano que en el año 2000 se acaba el mundo
-         Pero mi queridísimo fiscal, le recuerdo que transitamos el final de 2011 y que muy pronto, nuestros instintos disfrutarán de los aromas de la feria.
-         Lo entiendo su señoría. Pero preguntado el testigo en sede judicial, alegó que en tantos años de historia, todo se debe a un simple problema de redondeo. Acuérdese sino que nadie acertaba a ciencia cierta, cuando se acababa el siglo en 1999 o en  2000. Quiere algo más preciso que los ordenadores, y sin embargo todos temblamos por el I2K
-         Pero usted se da cuenta todo lo que tendrá que trabajar. No creo que le alcance el tiempo.
-         Lo que importa es que puedan cumplirse los tiempos procesales
-         Pero haber: ¿qué documentación piensa aportar a la causa: datos estadísticos sobre temporales, inundaciones, derrumbes, plegamientos, terremotos?
-         Todo eso mi nunca bien ponderado magistrado, y además al hombre ese que conoció Dotoievski que se lo comió un cocodrilo
-         De todas formas, nuestro juzgado es muy pequeño para creernos competente en semejante causa
-         En toda la conversación solo he escuchado excusas, mi amado juez
-         Entienda mi único fiscal, que estoy entusiasmado, pero pienso en las presiones
-         ¿de quién?
-         De los cómplices del acusado principal
-         ¿por ejemplo?
-         Y tiene al niño, a la niña, a la Ébola, al polonio y al shyloc
-         ¿Y ese quién es?
-         El de la libra de carne
-         Los acusaremos como participes necesarios.
-         Se disfrazarán de damas de beneficencia
-         Son excusas, solo excusas maravilloso jurisconsulto
-         A confesión de partes mi multicausal acusador, relevo de pruebas
-         O sea que se baja
-         Es que no puedo subirme
-         Por qué?
-         Porque hemos caído en una trampa
-         ¿Por qué?
-         La justicia podrá actuar, solo una vez que se halla cometido el ilícito
-         Quiere decir que otra vez ganaron los de la instancia superior
-         ¿se refiere a la suprema corte?
-         No Usía
-         ¿al tribunal de la Haya?
-         Tampoco mi insigne togado
-         Entonces, ¿cual es el per-saltum?
-         El juicio final, erudito consejero.

      Interrumpe la conversación el representante de Greenpace.

-         Sepan disculpar mi impronta justicieros abogados, pero el tiempo urge
-         ¿cómo se atreve a irrumpir en mi despacho? Llame al ordenanza señor fiscal y que saquen a este intruso (dice el Juez)
-         el ordenanza huyó. Vengo a buscar un recurso de amparo, soy el representante de Greenpace 
-         ¿huyó?
-         El ignorante, es otro de los que creyó que llega el fin del mundo.
-         Bueno, acá con el amigo fiscal estábamos evaluando, si iniciarle juicio
-         ¿¡Al ordenanza!?
-         No hombre, al fin del mundo.
-         Pero no sean ridículos, no se dan cuenta que todo es una campaña fabricada por los medios para vender
-         Los medios venden con la guerra de vedettes
-         Esta vez, los que contaminan, les dieron la orden de inventar lo del fin del mundo para quitarle sentido a nuestra lucha
-      ¿ A los  Greenpace? ¿tiene pruebas?
-         Ellos son muy sutiles, es muy difícil pescarlos con las manos en la masa.
-         ¿entonces?
-         No se deje llevar por la ola señor juez. Si se fija bien, verá que los Estados Unidos no ha reconocido ni oficial, ni extraoficialmente el fin del mundo
-         Eso es verdad. ¿Pero por qué iban a fabricar todo esto para sacarlos a ustedes del medio?

-         Eso está cantado. Como nosotros nos pasamos denunciando la contaminación, la polución, el agujero de ozono, la extinción de las especies, la desertificación, etcétera, etcétera. Y siempre de a uno, que es como más los molestamos, porque no les damos tiempo para recuperarse. Ellos ahora, creen haber encontrado la forma de eliminarnos declarando el fin del mundo.

sábado, 14 de febrero de 2015

Fragmento de novela

"Los Comesandwich"
 Inédita de Eduardo Wolfson

Conversación en el 

Centro de la 

conspiración

-Viste Tata que todo está saliendo a pedir de boca, sin tanto expediente.
- Sí Boni, lo admito, sos un genio, aunque me parece que se te fue la mano con los 130 funcionarios desaparecidos.
- Es que se imponía dar un gran puñetazo para tapar los chanchullos de tu presi y sus amiguitos.
- Nunca voy a entender como lo lograste
- Es lo más simple. Los guías por el mundo con el presupuesto de sus respectivas oficinas, y los movés de acuerdo a un mapa aéreo, atento de tener a los 130 siempre en diferentes escalas.
- vuelvo a repetirlo, sos un genio.
-Todo lo demás fue mucho más sencillo. La causa la hicimos caer en manos de un juez garantista. Logramos que el Jefe general del operativo sea un viejo Comisario oficinista, experto en informes, con los dedos más ágiles del país sobre las Lexicon 80. El juez se declaró competente pensando en las glorias del proceso, y como no entendía un pepino, formó comisiones, que a su vez formaron subcomisiones, o sea que este fue el germen de la gran burocracia que embretó al caso. Después algunos Comesandwich presos, las investigaciones, los allanamientos, los informes, la búsqueda del autor intelectual y de paraderos, contribuyeron a las declaraciones de testigos especiales, desde un adivino que trabajaba para la federal, hasta una soprano medio puta retirada, que en su juventud fue seducida por Rembrandt, el viejo comunista de los comesandwich. Cuando la burocracia funciona, no hace falta que nosotros metamos manos. Reconozco que los yankis siempre hablan de daños colaterales, en cambio nosotros, podemos hablar de beneficios colaterales. Por ejemplo, durante el juicio, hice poner una mesita frente a las catacumbas, y a un chabón, mano de obra desocupada, para que le cobre entrada a los turistas, que querían encontrar alguna pista sobre (Alias Carlitos), el presunto Jefe.
- Nunca pensé que se pudiera arrancar esas garras malditas de la opinión pública que atenazaba nuestras políticas.
- Las políticas de las manos en la lata Tata.
- Boni, vos sabés que con nuestros sueldos no alcanza.

- No lo se pero lo imagino, por eso, para que la opinión pública se distraiga mientras introducían los garfios en su bolsillo, hice que se moviera en otro sentido la opinión publicada.

domingo, 8 de febrero de 2015

Fragmento de novela

"Los Comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson

Emilio María

¿Acaso un comesandwich en la alta sociedad?
            
           -Si, ratifico señor Juez, mis nombres son Emilio María. El María identifica a los varones de la progenie. Mi hermano se llama Álvaro María. Somos choznos de Don Salvador María, fundador de la dinastía, en estas tierras.
            No tengo ningún inconveniente en hacerle un perfil de mis creencias y de mi vida. En realidad, nunca hubiese imaginado que en mi patria, tendría que testificar como imputado frente a un tribunal de justicia, deseo que al finalizar este incidente, mi nombre salga sin tachas, y el de mi prosapia, por mi culpa, no quede enterrado en el fango de nuestra joven historia.
            ¡No!, se equivoca el señor Fiscal, le aseguro que nunca preparé esta introducción. Mis palabras son nada más que fruto de la improvisación. Acontece que soy un hombre educado, de origen patricio, y eso, molesta y mucho, lo sé, a los advenedizos, que no pueden exhibir en su archivo más de dos generaciones. La primera, en la mayoría de los casos, salvada de hundirse en el río.
            Vuelve a equivocarse, no sé que bosta ha visto en los escudos. Su impertinencia, solo me sirve para asociarla a una imagen grata, la de mi padre, junto al viejo Ricardo, tirando manteca al techo en los cabarets de París.
            Como doctores del derecho, ustedes tienen una función específica, la que las leyes se cumplan haciendo justicia. Por eso quiero pedirles, que disculpen mi exabrupto reciente, sepan que los respeto profundamente. No soy de los seres que se justifican, bien saben los que me conocen que mi actitud ante la vida, siempre fue la de hacerme cargo. A pesar del encierro al que me veo injustamente sometido, debo creer en la ecuanimidad de este tribunal, pues para el bien de la nación, la institución judicial, ha sido creada por hombres irreprochables, entre los cuales, se encuentran mis antepasados directos. Deseo enfatizar, para que no se preste a confusiones por mi historia familiar, que mi pensamiento es profundamente democrático, y he simpatizado con el ideario del partido Radical.
            Ahora que lo menciona, creo que si conocí en aquel ágape, al secretario de turismo de esa población donde se asientan las termas, cuyo descubrimiento celebrábamos. Pobre hombre, no pudo cumplir su sueño. Me refiero señor juez, a que el funcionario me comentó, mientras engullía unas cazuelas de ave a la cacciatore, que una semana más tarde, cumpliría su anhelo: conocer Berlín. Y todo, gracias a esas aguas que su comunidad le entregaba, para poner en valor y en mercado. Las últimas palabras, las pronunció con un entusiasmo difícil de olvidar. Sonreía, comía y expresaba con profundidad: “poner en valor y en mercado”. Al enfatizar la frase, más de una vez, a lo largo del agasajo, parecía hacérsele agua la boca. 
            Al final, se proyectó el video, que en Alemania, iba a ser presentado por él, el Intendente y el gobernador. La introducción, exhibía una laguna de orillas desérticas. Los acordes principales e inesperados, de la quinta sinfonía de Beethoven, se amalgamaron al paisaje, conmoviéndonos. Un primerísimo primer plano de una tarima de madera, ocupó la escena. La cámara ascendió dubitativamente por un caño que se erguía, como buscando altas cumbres en aquella llanura inasible. En la cúspide del caño, una flor, una lluvia. La secuencia, exhausta de trepar, se precipitó lúdicamente sobre la tarima, viajando en el chorro de agua. El torrente se posó sobre la cabellera rubia de la hija del intendente, que armoniosamente, asida a una tijera, cortó la cinta, declarando inaugurada el agua milagrosa.
            Bueno, eso de curativa señor juez corre por su cuenta, el mismo gobernador dijo en su discurso, que todavía, no se sabía que males erradicaba.        Sí, me enteré de la repentina ausencia del secretario, al día siguiente. Les aseguro, que solo lo vi una sola vez, y fue en aquel encuentro.
            Para nada doctor. Mi militancia nunca fue política, solo ideológica. Mi padre sostenía, que todo funcionario es un empleado obsecuente, que perfecciona la reproducción de nuestra cultura.
            Ignoraba señor juez que Carlitos se llamaba Juan Ramón de la Cruz Vera. De haberlo sabido, tal vez lo hubiese integrado en forma diferente a mi vida. Solo vi en él, a un cafetero simpático, servicial. De conocerlo en momentos florecientes de mi historia, seguramente intentaría entrenarlo como mi valet personal, o como cuidador de mis gallos de riña.
            Acusarme señor fiscal de cumplir derroteros ilegales planificados por Carlitos, lo considero, no solo una injuria para mi persona,  sino también, un insulto resentido y solapado, proveniente de los herederos de aquellos que descendieron de los barcos, cuando los hacedores de esta nación los prohijaron, permitiéndoles habitar nuestro suelo, desarrollarse y así alcanzar una hechura humana. Lo que usted insinúa es insultar la inteligencia de esa generación creadora que los ha protegido. Su acción no es otra cosa que  traición a la patria.