miércoles, 3 de agosto de 2016

La realidad es pura casualidad


El último torneo de Aristóbulo Buomtossi


En el puesto, echando hielo sobre los pescados, Giovanni vio acercarse al escribano. Sonrió al verlo. “Por ahora no necesitamos fileteadores”, expresó en voz alta con sorna. El escribano, sin darle importancia a su compañero de primaria, tomó de un banquito laqueado las botas de goma, un delantal, un gorro con orejeras de látex, unas antiparras enterizas, una caña plegable y una capa de plástico brilloso. Alisó el vaquero y la camisa leñadora. Se acercó al mármol dónde Giovanni desparramó su cardume muerto de grandes piezas. Se agachó sobre su hombro, y a modo de reflexión, en voz baja, apuntó, “Después de todo para llevarse un segundo premio no alcanzan con las copas, es necesario mostrar la evidencia”. Señaló un cazón con aspecto de fiera. Giovanni echó una carcajada cómplice, y el escribano sintió la abstinencia horaria del whisky. Recordó que sus amigos, la “Sociedad de los caballeros penetrantes”, lo esperaba en el bar frente al mercado del Plata. “Giovanni prepáralo y envolvelo con el equipo, que en una media hora los vengo a buscar. Los muchachos me están aguardando con el penúltimo trago”. Pangaro lo vio llegar, entonces dijo: “Brindemos por los tres días inolvidables que pasamos, por las hermosas locas que nos acompañaron, y sobre todo, por el segundo puesto de nuestro querido escribano Aristóbulo Buomtossi”. Levantaron sus copas, las chocaron y festejaron con carcajadas. Después de servir el segundo trago, el apodado Rasputín, un abogado de mirada intensa, preguntó “¿Por qué nunca querés sacarte el primer premio del torneo?”. El escribano bebió, peló unos maníes, y al fin, expuso:
“Mi mujer está convencida que soy un inútil, incapaz de ganar nada por mi cuenta, y que si algo tengo es porque me lo dieron las herencias. Siempre me menoscaba, lo hace con todos, sus amigas, mis parientes, en fin, con todos”. Los de la mesa adaptaron su rostro a la circunstancia y Rasputín interrumpió “¿Pero que tiene que ver el primer premio con tu mujer?”  Aristóbulo, no lo tuvo en cuenta, y prosiguió su relato “Estos torneos de pesca los inventé, buscando la excusa perfecta para zafar del agobio constante de la presencia de la bruja. Ustedes quieren creer que frunce la nariz, escoltando un gesto de asco cada vez que nombran al pescado y pescadores.  Me pasé varios meses planificando la forma de escabullirme para salir varios días con otras minas y con ustedes. Necesitaba que al volver de la libertad no haya escenas.
Desde entonces, cada vez que quiero irme de joda, publico un aviso recuadrado en el diario, anunciando un torneo de pesca. Las zonas que elijo no tienen ningún otro atractivo que el mar o el río, me percato muy bien de que no existan negocios, shopping, o gastronomía de calidad cerca, cosa que la turra no vaya a tentarse. En cada aviso agrego unas líneas de advertencia dramática, por ejemplo: - En la región se ha detectado últimamente víboras, cuyo parentesco con las boas se investiga. Recomendamos no olvidar de traer un antídoto específico- Cuando desayunamos, aprovecho para mostrarle la publicación, le pido que sea de la partida, sabiendo que jamás dirá que sí. Pero antes de todo esto y lo que sigue, Lo más importante, para que ella no sospeche, fue tener una coartada, un argumento de ¿cómo llegó a gustarme hasta el fanatismo la pesca?, deporte que como ya saben, nunca he practicado.
La solución vino con mi profesión, mejor dicho con el colegio de escribanos. El presidente es un rana, ex compañero del secundario. Si bien el puesto lo ha acartonado, a mí, por cortesía del pasado me escucha. Lo convencí que enviara una carta con membrete a mi domicilio, convocándome al primer concurso de pesca organizado por la institución, con asistencia obligatoria.
Para mi señora, que se instaure el evento -Escribanos a pescar-, fue original, yo se que pensó: <a un torneo de pesca no concurren mujeres>. Para que no capture sus cavilaciones, opinó que reuniones así deben resultar más agradables que los congresos, siempre con ponencias aburridas y una única conclusión de escribanos, dar fe.
Ella se acordó de algo que ni yo tuve en cuenta. Necesitaba poseer un buen equipo completo de pesca. No había que fijarse en gastos me dijo, no sea cosa que los colegas me tildaran de amarrete o de fundido. Como ganas de gastar más dinero de lo debido no tenía, no dejé que me acompañara a comprar ninguno de los accesorios. Imagínense, yo que nunca pesqué ni una mojarrita. Por suerte lo tengo a Giovanni, el que tiene la pescadería en el mercado, hicimos juntos la primaria, y si bien pertenecemos a ambientes diferentes, desde que nos conocimos fuimos compinches. El me explicó algunas cosas y me dio otras, como botas, capa, antiparras, caña, reel, medio mundo etc. De aquel seudo torneo volví entusiasmado, tanto, que solita al verme cayó en el lazo, hasta creyó que había sacado alguna distinción. En realidad, mi buen humor se debía al relax de Punta del Este, casino y bombón femenino. “Descubrí que la pesca es mi pasión” le dije dibujando una sonrisa de oreja a oreja. Ella hizo el gesto del pescado, luego aceptó lo inevitable, y con voz astuta dijo: “Puede ser que algún día te ganes una mención”.  Sin contestar, guardé el equipo en el armario. Sin saberlo, ella perfeccionaba mi plan.
Antes de un fin de semana de falsa pesca,  encargo en un negocio de la calle Montevideo, una copa o plaqueta, la hago grabar con el nombre del torneo, elegido antes, cuando publico el aviso y añado, pensando a la mina que me va acompañar, un tercer o cuarto premio, o una distinción. En esta oportunidad grabé una copa con el segundo premio, un poco para levantar mi autoestima, y para deslumbrarla. Para convencerla sobre un primer premio, querido Rasputin, necesitaría una publicación de un diario de la zona, con mi foto y el pescado en tapa, y otras tomas impresas, cuando la entrega de la copa gigante, rodeado de extras vestidos con esos equipos espantosos. Esa fuga consensuada me saldría un dineral que no creo que cambie el objetivo. Recién le pedí a Giovanni que me envuelva el equipo deportivo, y un cazón de notables dimensiones para llevar a casa.”

Antes de volver al hogar, Buomtossi pasó por el mercado. Giovanni no lo pudo esperar, “Uno tiene el equipo, y el otro el tiburón. Para hacer tiempo me esmeré con la prolijidad” comentó el ayudante que le entregó una caja blanca y una bolsa plástica.
Contento Aristóbulo entro en su casa, y depositó sobre la mesa de la cocina la copa del segundo premio y el ataúd alargado del pescado, decorado con un moño azul francia. Con la mano desocupada abrazó apasionadamente a su señora, la beso, y sin decir palabra se acercó al armario y guardó el equipo hasta la próxima salida.
La mujer entusiasmada, pensando que aquel moño azul presagiaba el obsequio de un caballero, se abalanzó a sacarlo, luego hizo otro tanto con la tapa. La impresión, detuvo por segundos el grito: “Son filetes de pescado”. Aristóbulo llegó corriendo a su lado y comprendió todo, el ayudante de Giovanni fileteo prolijamente el cazón para hacer tiempo, como él dijo, y para congraciarse con el cliente lo envolvió para regalo.


                                                  Eduardo Wolfson