Duca, nuevamente, me habla sobre la mística de
la profesión. En esta oportunidad lo hace en privado. Comienza la conversación
con una solicitud: “Ernesto, te propongo que nos despojemos de nuestras
jerarquías, para poder sincerarnos como viejos amigos”. Sin esperar mi
respuesta, noto que, ceremoniosamente, oculta sus pequeños ojos bajando los
párpados. Por la nariz, apoyando su nuca sobre el respaldo del sillón, inhala
aire. Al abrir la boca, emite un sonido corto y agudo. Componiendo un tono
emocionado, lo escucho con voz aflautada armar la frase conocida: “Hay que
plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”. De golpe me mira, lo
experimento estudiando mis gestos para conocer el impacto de su actuación. El teléfono
interrumpe el examen. Duca atiende, a través del tubo da instrucciones
estrictas, y corta. Toma un anotador, garabatea algo en él, y duda. Mientras me
alcanza el papel que ha escrito, reproduce una de sus frases favoritas: “No
olvides Ernesto, nosotros prestamos un servicio. Por eso, es proverbial estar
presentes, en el momento que nuestro cliente atraviesa una situación difícil”.
Una vez más la calle. En mis manos, la dirección
que anotó Duca. Otra vez colectivo, tren y colectivo. Camino varias cuadras, la
muchedumbre se va haciendo menos densa, hasta desinflarse como un globo. También
el paisaje se transforma. Desaparece el degradé de grises suburbano, brotando
calles arboladas, tímidos jardines que advierten en sus fondos la presencia del
chalet. El verde, impone su majestuosidad a la traza ciudadana cuando llego a
las grandes quintas. Dos boxer desparramados, refugiados del sol debajo de la
galería principal, parecen recordar de pronto como se ganan el alimento. Son un
meteoro, ambos, se zambullen, ladrando, por un camino de lajas. Por suerte, la
reja que nos separa, detiene a las bestias. Sus rostros lombrosianos permanecen,
hasta que la mucama uniformada los llama a sosiego.
En la recepción, la muchacha desaparece. Me
siento en un sillón frente al ventanal. Sobre la gran mesa ratona de mármol
blanco apoyo el maletín. Me distraigo con un canillita en hierro negro, base de
la lámpara, que ocupa el ángulo con la pared. No puedo eludir un inventario
visual. En el centro del salón, una gran escultura de acrílico lila, propone,
lo que ahora los arquitectos llaman división virtual. La zona del comedor es
pintoresca. Sobre una alfombra peluda, decorado su perímetro con una guarda de
arabescos, reposa una mesa majestuosa, cuyas patas lucen una multitud de
incrustaciones doradas. Un gran cuadro sobre la pared principal, exhibe una
perspectiva infinita de cubos, cuyas líneas yacen sobre un fondo disímil de
colores pasteles. Otra alfombra, muy mullida, delimita la zona del living. En
ella, descansa un grupo de sillones individuales de pana roja, todos
respondiendo, a una visión del rey de la escena, el televisor. Detrás de su
majestad, y fijada a la pared, en el descanso de la escalera, una pintura del
Partenón. Pierdo de vista las columnas del monumento griego, el cuadro es
ocultado por una figura humana. Marco A. Rinaldi, mi cliente, se detiene. Desde
la altura otea el ambiente y me descubre. Continúa el descenso, un hilo de sol
se posa en su pantalón náutico, casi al instante, el mismo hilo, me exhibe su calva
lustrosa. Nos estrechamos las manos, dibujamos una sonrisa, y se deja admirar
el cocodrilo cocido en su remera.
- ya nos van a
traer un café –me dice- pero voy a ir al grano, así no te hago perder tiempo
Ernesto.
- no se preocupe,
siempre hay tiempo para un amigo, usted no es un simple cliente Rinaldi.
–Sonrío mostrando todos los dientes, como me enseñó Duca-
Con tino esperamos el brebaje. Luego de aspirar
el humo, convencido de que nada puede filtrarse, Rinaldi abandona el silencio:
-
Ayer, cuando mi esposa venía desde el centro hacia
acá, cuatro tipos la interceptaron en la barrera. La amenazaron con una
pistola, y la obligaron a conducir hasta un bosque cercano. Te la hago corta.
Ahí la despojaron de unas pulseras, un collar de perlas naturales, un
solitario, y además, se llevaron el auto estereo. La dejaron maniatada y
desaparecieron.
-
¿Hizo la denuncia policial?
Noto sus maseteros tensos, sobre la mesa, apoya
sus puños cerrados
-
No, pasó ayer. Pensá que sería muy molesto para
nosotros. Por una parte, la pérdida de tiempo que ocasionan todos esos
interrogatorios. Al final de cuentas, no sirven para nada, porque jamás van a
dar con los tipos. No creo necesario tener que ir a la policía, ustedes pueden
arreglar las cosas sin ese requisito. Después de todo, hace muchos años que
hago los seguros con tu compañía.
-
No, no se preocupe, no va a haber problema. –acentúo
la sonrisa aprendida- Pero que momento feo debe haber pasado su señora con esos
hijos de puta.
Rinaldi está incomodo, cruza sus piernas, me
exhibe la suela de una de sus zapatillas deportivas
-
¡Tenía un susto la pobre! Cuando llegó, no podía
hablar. No es ningún placer que te apunten con una pistola, sin saber que
quieren de vos. Ella me dijo, que en cierto momento, creyó que se trataba de un
secuestro, y no es para pensar otra cosa, hoy por hoy, todos los días hay uno.
Ya no hay ley ni justicia Ernesto, la gente no quiere trabajar y pretenden
vivir con todos los lujos. Esto me afecta, cómo es lógico. Pero por otra parte
estoy contento, porque, al final, no fue más que un robo.
Tiene dificultad
para articular palabras
-
Y hace bien Rinaldi, fue una desgracia con suerte.
Estos tipos no respetan ni a su madre. Por lo general, si se topan con una
mujer atractiva como su esposa, seguro que la violan. Ellos no conocen nada de
moral y buenas costumbres.
Su rostro pierde aplomo, una mueca de disgusto
le tuerce la boca.
-
En ese sentido la respetaron, ni siquiera le dijeron
una palabra ofensiva.
-
Realmente la sacó barata. ¿Se acuerda del caso de
parque Chacabuco?
-
No.
-
Cinco tipos la violaron a ella en presencia de su
esposo. ¿No se acuerda?. La policía los agarró con las manos en la masa. Uno de
los de la banda, confesó que la mujer gozó con él. Si salió en todos los
diarios. Fue un escándalo. El matrimonio terminó separándose y él, medio loco,
se pegó un tiro. Parece que desarrolló una obsesión, como si todo el mundo lo
tratara de cornudo.
-
Eso es tremendo. Voy a pedir otro café, y vamos a
tomar un coñac, ¿no Ernesto?.
Su voz se ha transformado en silbido. Se
levanta, siento que quiere escaparse
-
Rinaldi, sabe qué… A mi me parece mejor que haga la
denuncia policial. Va a evitarle muchos inconvenientes. El pago del seguro
caminaría mucho más rápido, sin tener que pedirle favores a nadie. Si los
agarran a los tipos y los hacen confesar los robos, su esposa, más tarde, se
evitaría interrogatorios extensos. Total…, no ha pasado nada que haya que
ocultar ¿no es cierto?
-
No, nada, claro. Pero ellos mismos muchas veces
distorsionan las declaraciones
La frase, es un
denso titubeo confuso e incoherente
-
Es un riesgo que hay que correr
Como despedida, le dejo mi sonrisa Duca,
estrecho su mano que transpira profusamente. Por el camino de lajas, los boxer
ya no me ladran. Experimento que a mis espaldas, se quema un hogar
Eduardo Wolfson
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