domingo, 10 de marzo de 2019

Seguro contra todo riesgo




Duca, nuevamente, me habla sobre la mística de la profesión. En esta oportunidad lo hace en privado. Comienza la conversación con una solicitud: “Ernesto, te propongo que nos despojemos de nuestras jerarquías, para poder sincerarnos como viejos amigos”. Sin esperar mi respuesta, noto que, ceremoniosamente, oculta sus pequeños ojos bajando los párpados. Por la nariz, apoyando su nuca sobre el respaldo del sillón, inhala aire. Al abrir la boca, emite un sonido corto y agudo. Componiendo un tono emocionado, lo escucho con voz aflautada armar la frase conocida: “Hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”. De golpe me mira, lo experimento estudiando mis gestos para conocer el impacto de su actuación. El teléfono interrumpe el examen. Duca atiende, a través del tubo da instrucciones estrictas, y corta. Toma un anotador, garabatea algo en él, y duda. Mientras me alcanza el papel que ha escrito, reproduce una de sus frases favoritas: “No olvides Ernesto, nosotros prestamos un servicio. Por eso, es proverbial estar presentes, en el momento que nuestro cliente atraviesa una situación difícil”.

Una vez más la calle. En mis manos, la dirección que anotó Duca. Otra vez colectivo, tren y colectivo. Camino varias cuadras, la muchedumbre se va haciendo menos densa, hasta desinflarse como un globo. También el paisaje se transforma. Desaparece el degradé de grises suburbano, brotando calles arboladas, tímidos jardines que advierten en sus fondos la presencia del chalet. El verde, impone su majestuosidad a la traza ciudadana cuando llego a las grandes quintas. Dos boxer desparramados, refugiados del sol debajo de la galería principal, parecen recordar de pronto como se ganan el alimento. Son un meteoro, ambos, se zambullen, ladrando, por un camino de lajas. Por suerte, la reja que nos separa, detiene a las bestias. Sus rostros lombrosianos permanecen, hasta que la mucama uniformada los llama a sosiego.
En la recepción, la muchacha desaparece. Me siento en un sillón frente al ventanal. Sobre la gran mesa ratona de mármol blanco apoyo el maletín. Me distraigo con un canillita en hierro negro, base de la lámpara, que ocupa el ángulo con la pared. No puedo eludir un inventario visual. En el centro del salón, una gran escultura de acrílico lila, propone, lo que ahora los arquitectos llaman división virtual. La zona del comedor es pintoresca. Sobre una alfombra peluda, decorado su perímetro con una guarda de arabescos, reposa una mesa majestuosa, cuyas patas lucen una multitud de incrustaciones doradas. Un gran cuadro sobre la pared principal, exhibe una perspectiva infinita de cubos, cuyas líneas yacen sobre un fondo disímil de colores pasteles. Otra alfombra, muy mullida, delimita la zona del living. En ella, descansa un grupo de sillones individuales de pana roja, todos respondiendo, a una visión del rey de la escena, el televisor. Detrás de su majestad, y fijada a la pared, en el descanso de la escalera, una pintura del Partenón. Pierdo de vista las columnas del monumento griego, el cuadro es ocultado por una figura humana. Marco A. Rinaldi, mi cliente, se detiene. Desde la altura otea el ambiente y me descubre. Continúa el descenso, un hilo de sol se posa en su pantalón náutico, casi al instante, el mismo hilo, me exhibe su calva lustrosa. Nos estrechamos las manos, dibujamos una sonrisa, y se deja admirar el cocodrilo cocido en su remera.

- ya nos van a traer un café –me dice- pero voy a ir al grano, así no te hago perder tiempo Ernesto.
- no se preocupe, siempre hay tiempo para un amigo, usted no es un simple cliente Rinaldi. –Sonrío mostrando todos los dientes, como me enseñó Duca-
Con tino esperamos el brebaje. Luego de aspirar el humo, convencido de que nada puede filtrarse, Rinaldi abandona el silencio:
-          Ayer, cuando mi esposa venía desde el centro hacia acá, cuatro tipos la interceptaron en la barrera. La amenazaron con una pistola, y la obligaron a conducir hasta un bosque cercano. Te la hago corta. Ahí la despojaron de unas pulseras, un collar de perlas naturales, un solitario, y además, se llevaron el auto estereo. La dejaron maniatada y desaparecieron.
-          ¿Hizo la denuncia policial?
Noto sus maseteros tensos, sobre la mesa, apoya sus puños cerrados
-          No, pasó ayer. Pensá que sería muy molesto para nosotros. Por una parte, la pérdida de tiempo que ocasionan todos esos interrogatorios. Al final de cuentas, no sirven para nada, porque jamás van a dar con los tipos. No creo necesario tener que ir a la policía, ustedes pueden arreglar las cosas sin ese requisito. Después de todo, hace muchos años que hago los seguros con tu compañía.
-          No, no se preocupe, no va a haber problema. –acentúo la sonrisa aprendida- Pero que momento feo debe haber pasado su señora con esos hijos de puta.
Rinaldi está incomodo, cruza sus piernas, me exhibe la suela de una de sus zapatillas deportivas
-          ¡Tenía un susto la pobre! Cuando llegó, no podía hablar. No es ningún placer que te apunten con una pistola, sin saber que quieren de vos. Ella me dijo, que en cierto momento, creyó que se trataba de un secuestro, y no es para pensar otra cosa, hoy por hoy, todos los días hay uno. Ya no hay ley ni justicia Ernesto, la gente no quiere trabajar y pretenden vivir con todos los lujos. Esto me afecta, cómo es lógico. Pero por otra parte estoy contento, porque, al final, no fue más que un robo.
Tiene dificultad para articular palabras
-          Y hace bien Rinaldi, fue una desgracia con suerte. Estos tipos no respetan ni a su madre. Por lo general, si se topan con una mujer atractiva como su esposa, seguro que la violan. Ellos no conocen nada de moral y buenas costumbres.
Su rostro pierde aplomo, una mueca de disgusto le tuerce la boca.
-          En ese sentido la respetaron, ni siquiera le dijeron una palabra ofensiva.
-          Realmente la sacó barata. ¿Se acuerda del caso de parque Chacabuco?
-          No.
-          Cinco tipos la violaron a ella en presencia de su esposo. ¿No se acuerda?. La policía los agarró con las manos en la masa. Uno de los de la banda, confesó que la mujer gozó con él. Si salió en todos los diarios. Fue un escándalo. El matrimonio terminó separándose y él, medio loco, se pegó un tiro. Parece que desarrolló una obsesión, como si todo el mundo lo tratara de cornudo.
-          Eso es tremendo. Voy a pedir otro café, y vamos a tomar un coñac, ¿no Ernesto?.
Su voz se ha transformado en silbido. Se levanta, siento que quiere escaparse
-          Rinaldi, sabe qué… A mi me parece mejor que haga la denuncia policial. Va a evitarle muchos inconvenientes. El pago del seguro caminaría mucho más rápido, sin tener que pedirle favores a nadie. Si los agarran a los tipos y los hacen confesar los robos, su esposa, más tarde, se evitaría interrogatorios extensos. Total…, no ha pasado nada que haya que ocultar ¿no es cierto?
-          No, nada, claro. Pero ellos mismos muchas veces distorsionan las declaraciones
La frase, es un denso titubeo confuso e incoherente
-          Es un riesgo que hay que correr
Como despedida, le dejo mi sonrisa Duca, estrecho su mano que transpira profusamente. Por el camino de lajas, los boxer ya no me ladran. Experimento que a mis espaldas, se quema un hogar
                   Eduardo Wolfson



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