sábado, 29 de junio de 2013

capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
Capítulo XXII
Obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson


La población bucólica no se concedió un intervalo para ingerir el horror. La invasión sorprendente ahogó a la tragedia. El desafío se instrumentó con estruendo y desorden. La inquietud y el temor, se dibujó en los rostros desencajados de los hombres productivos de la ciudad.
¿Sería posible que la riqueza providencial de esos días, se diluyera de sus manos para colmar las de gente extraña?
Los forasteros, provocaron en los residentes sentimientos encontrados. Al principio, se experimentaron reconfortados por la imprevista entrada de los visitantes, pero luego, la desazón, exteriorizada en sus cuerpos temblorosos, los exhibió impiadosos y avaros.
La zozobra aumentó cuando la certidumbre de que todo tiene un final les llegó. Pensaron que algún día, como es lógico, los periodistas desaparecerían junto con los visitantes. Entonces, adiós a la pingüe ganancia.
Cámaras empresarias, asociaciones profesionales, comisiones de clubes, organizaciones por rama de actividad y funcionarios oficiales y oficiosos, llevaron a cabo reuniones febriles, discutiendo en su sector y entre todos, las estrategias a consensuar.
Por razones de urgencia, fue indispensable concentrar las exposiciones y sus correspondientes controversias para dos temas: primero, las entradas en manos de los vecinos, y segundo, cómo lograr perdurabilidad para esa actividad desusada.
Un industrial destacado denunció, en una de las asambleas generales, las desventajas comparativas que perjudicaba a la difusión de sus artículos, frente al resto:
-En esta ocasión, me veo impedido de donar el producto que fabrico, obteniendo, como lo hacen todos ustedes, en canje, una promoción barata del mismo. Es más, es mi obligación manifestarle a esta asamblea que mi persona, mi empresa y mis empleados, somos victimas en estos días de una discriminación sin precedentes. Yo pregunto, ¿acaso es un pecado confeccionar medias en esta ciudad?
Señores no los estoy acusando, pero exijo un resarcimiento, por el lucro cesante que esta situación inédita nos provoca y además, un desagravio por parte de todas las instituciones vivas, a mi persona, a mi empresa y a sus empleados, a través de la televisión y los medios escritos locales.

Un prestigioso comerciante de guantes contestó risueñamente:
-Si decidiéramos que para el buen desarrollo de nuestra ciudad, el año que viene alguno de nuestros queridos habitantes tenga que perder sus brazos, yo no me atrevería a pedirle al resto de la sociedad, una compensación por la baja que seguramente se produciría en mis ventas.


Sin embargo, la moción del hombre de las medias encontró gran apoyo por parte de los representantes de la industria del calzado.

sábado, 22 de junio de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
Capítulo XXI
Otra entrega de la obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson






Don Pedro, vecino dependiente de una magra jubilación, no se atrevía a darle crédito a lo que sus sentidos le dictaban. Se frotó las manos y luego los ojos.
-Esto es una alucinación colectiva doña Paulina -refirió a la comadre que observaba asombrada mordiéndose las uñas-. Y se lo afirmo -agregó- porque en estos últimos años como no tenía nada que hacer, ni dinero para salir, me dediqué meticulosamente a la investigación de estos fenómenos. Le vuelvo a repetir para que no se haga ilusiones. Sólo se trata de una alucinación colectiva. 

Pero a Paulina, no le interesaba esa sabiduría acumulada desde que el hombre desapareció para convertirse en sombra.
La mujer se introdujo en su casa, dejando a don Pedro filosofando solo. Al rato volvió a salir pero muy cambiada. El hombre todavía estaba allí, tratando de explicarle a otro cercano como funcionaba la alucinación.
Paulina atravesó el pasillo sin que los conversadores se percataran.
Ya, caminando por la calle, padeció temor a ser reconocida. Su cambio de atuendo, al fin, le dio seguridad. Gracias al maquillaje y un corsé atrasó el calendario en unos diez años. La viuda no aparentaba más que cuarenta. Unas piernas bien torneadas y una cabellera compacta, larga y cepillada contribuyeron y en mucho, a su proyecto. Con recato y mojigatería transitó las primeras aceras extraviada entre la gente.
Tuvo la sensación que esa ciudad no era la suya. La algarabía de esas personas desconocidas a su alrededor, le produjo satisfacción.
A medida que avanzaba sus pasos fueron haciéndose más firmes y sus movimientos más insinuantes. No tardó mucho en escuchar las primeras groserías amparadas en la muchedumbre. Supo enseguida, que era ella, la fuente de inspiración de los dichos espontáneos y descarados. Estas peripecias solo reforzaron su determinación. Envuelta en risas y en aromas nuevos, Paulina se dejó llevar.
En una arteria atestada de puestos precarios, con luces mortecinas y parejas danzando, abandonadas a un ritmo chámamecero, probó un choripán. En ese ambiente de carnestolendas y feria persa, sus nalgas endurecieron frente al primer pellizco. Contra todo lo previsible Paulina se sintió halagada.
Vislumbró a sus espaldas un tumulto de personajes amotinados. Hilando un poco más fino, entre ellos, encontró a su primer cliente. Primero la convidó con un whisky, estaban parados, apoyados sobre un tablón sostenido por dos pilas de ladrillos. Más tarde, un pequeño chubasco, los obligó a refugiarse con muchos otros, y dos porciones de pizza, a la entrada de un zaguán.
Paulina pensó que en una ciudad sitiada y televisada, era prácticamente imposible poseer un sitio privado para trabajar.
Mientras un poco de salsa y muzzarella, se las arreglaban para diseñarle una condecoración tibia en el escote, ella trataba por todos los medios, que la mano desocupada de él no descubra el corsé.
-No, en mi casa es imposible, ¿Qué van a pensar los vecinos?

Paulina sospechaba que su nueva ocupación no tenía alternativa de consumarse.

Pero a él le brillaban los ojos, así que concluyó:
 -Vamos a mi motorhome, lo tengo estacionado a una cuadra del sanatorio.

Esa noche, para Paulina fue especial, pero los días posteriores mucho más lucrativos. En la puerta de su carromato, el forastero armó un escenario de títeres para representar tres versiones diferentes, todas de su autoría, sobre la vida, tragedia y heroísmo de Virginia. Recaudación a la gorra y ganancias magras. 
Paulina y el extraño llegaron a una alianza ventajosa. A cambio del uso de la casa rodante, la mujer cedía parte de sus honorarios. Él manifestó con toda firmeza:
-Si hay negocio debe ser para beneficio de ambos.


Sin glotonería, a pocos metros de la catedral y sobre ruedas, Paulina con un orgasmo selló el acuerdo con el desconocido.   

sábado, 15 de junio de 2013

Capitulo de novela

"Siempre que llovió..."
   Capítulo XX
Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


Fueron días de gran perturbación en la pequeña ciudad. Los memoriosos y leídos, no recordaban un tiempo de vivencias colectivas, tan intensas en el pasado.
El ejido urbano contaba con dos hoteles. El más antiguo, exhibía en su fachada y recepción la pompa de su arquitectura originaria, simulando el deterioro en el mantenimiento de sus 40 habitaciones.
Los empapelados, imitaban frondosos jardines, opacados por el humo sin destino proyectado por tantos pasajeros, más la grasa expulsada de los cuerpos. El esplendor original de los alfombrados se marchitó tras las incontables pisadas. Los baños, verdaderos salones, impactaban por la bañera, artefacto poderoso que apoyaba en cuatro soportes fuertes, modelados como las patas de un gran cóndor. Pero también los años y la desidia obraron aquí desfavorablemente. Los esmaltes saltados dejaron en la superficie el óxido del hierro. Los azulejos de las paredes, al fin, presentaron sus veteados, y puntas desorejadas.
La confitería del hotel, extendida a un costado de la entrada, tomaba la esquina frente a la plaza principal y continuaba su desarrollo en forma paralela a una avenida lateral. Todo el perímetro se cubría con grandes ventanales. En verano, toldos de lona verde techaban la vereda, espacio de sombra y frescor que se llenaba de gente para disfrutar en tertulia, de una cerveza y alguna picada.
La infraestructura gastronómica se completaba con dos restaurantes céntricos medianamente importantes, uno especialista en carnes y otro en pastas. De las tres pizzerías, sólo una alardeaba por preparar pizza a la piedra, por lo menos eso garantizaba un cartel luminoso muy atractivo, que exhibía fotografías multicolores, promocionando 36 gustos diferentes.
En el entorno de la Terminal de ómnibus, existían algunos boliches instalados en locales muy mínimos. En sus frentes, pizarrones indicando el plato del día y algunas posibles minutas.
Frente al Sanatorio Community y en diagonal al edificio municipal, dos cafetines al paso, competían, para adueñarse de la mejor parte de los médicos del nosocomio y sus visitantes.
La estación de ferrocarril, rezagada un poco del casco urbano, no ofrecía ningún servicio para tener en cuenta, salvo un mostrador, conocido como “el merendero de Agapito”, que vendía alfajores y café, muy temprano, por las mañanas, a los que esperaban el único tren de pasajeros.
Si existió alguna vez la idea de construir una ciudad opulenta, el proyecto se frustró cuando alcanzó los laureles de pueblo famélico.
 Desplazada, resignada a la marginación, de golpe, la población fue sorprendida por la invasión de camiones, camionetas, cámaras, adminículos de todo tipo y forasteros, perfectos desconocidos deambulando por las calles y metiéndose en cualquier sitio, sin dar explicaciones.
Los del lugar, habitualmente inadvertidos por la pereza pueblerina, sin ninguna pista que se los señale previamente, se sintieron desbordados por el cataclismo. Aquel maná que comenzaba a surgir, provenía de un paisaje del otro lado de las vías, de un accidente, de una amputación, para ellos, casi virtual.
Los recién llegados necesitaban comer, hospedarse, pasar cables, contar con vecinos cerca dispuestos a hablar, y salir al aire en vivo y en directo.
Algunas mujeres con iniciativa, cocinaron empanadas, pastelitos, pastafloras o elaboraron distintos tipos de sándwich, que sus cónyuges desocupados, salieron a vender entre periodistas, técnicos y curiosos.
Los más audaces, desafiando a los comerciantes legalmente establecidos y a las autoridades del orden y fiscales, construyeron en plena calzada mesas improvisadas con viejos caballetes y tablones. Las principales calles de la ciudad se convirtieron en un abrir y cerrar de ojos, en un verdadero mercado público.
Primero fue la gastronomía casera, el café, el mate cocido y algunas bebidas gaseosas, luego se sumaron otros rubros, como un vendedor de escaleras, otro que alquilaba corbatas para aquellos, que imprevistamente, pensaban que podían ser captados por las cámaras de televisión. Hubo hasta quién vendía o arrendaba banquitos, tapizados o no, para que los periodistas descansaran entre nota y nota, o también, los aficionados a las indiscreciones, para mantenerse cómodamente en las esferas de su ingerencia.
Pero no sólo habitantes de la ciudad trataron de aprovechar el veranito. De localidades vecinas, llegaron en cantidad, reales factorías ambulatorias. Familias enteras, amigos o simplemente vecinos, prepararon en pocas horas algún rodado para utilizarlo como transporte, alojamiento y planta industrial.
Los sitios codiciados para instalarse, eran las cercanías del sanatorio o los alrededores de la plaza principal. La posesión de espacios, generó más de una pelea, que generalmente admitía dos soluciones: la comisaría, o pactar la colocación por algunos pesos. En las improvisadas fábricas se manufacturaban remeras estampadas alusivas a Virginia, o camafeos plásticos que al abrirlos, exhibían el rostro de la Virgen y el de la niña héroe. Un artista plástico, en presencia del público, ilustraba las escenas de la tragedia con hondo dramatismo. Cada obra terminada, era enmarcada, por su hijo, en un bastidor y colocada a la venta.
Cuando la gente se aglutina, no es necesario que todas las promociones sirvan de apoyo logístico, o que las mercaderías que se ofrecen tengan que ver con el acontecimiento que los convoca. En esta oportunidad se presentaron vendedores de tabaco importado, de paraguas, de lencería femenina, de guantes y marroquinería, de CD melódicos etc...

De golpe, la ciudad se convirtió en una gran romería. 

sábado, 8 de junio de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
Capítulo XIX
Obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson



Somos de izquierda hasta los tuétanos”. El cartel, expuesto en un canal de noticias, con importantes letras huecas sobre un fondo rojo, acompañado por una marcha militar de fondo, se comunicó regularmente. La misma frase sirvió para ilustrar la primera página del periódico matutino perteneciente al mismo multimedio.

El copete no admitió subtextos: “Los abogados elegidos por los padres de Virginia para proteger a su hija, confesaron profesar una extraña ideología, ajena al sentir mayoritario de un pueblo, que por su arrojo, lleva en su bandera los colores del firmamento”.
El diario más que centenario del país, resaltaba con respecto al tema: “los letrados no tuvieron ningún empacho durante el desarrollo de la conferencia de prensa en expresar, su fanatismo por llevar a cabo ideas disolventes de izquierda. Para tal fin, los jóvenes profesionales afirman desarrollar una estrategia, hasta ahora secreta.           Extraoficialmente, pero con origen en fuentes consustanciadas, se supo que dicho plan, tiene como objetivo predisponer a la opinión pública, contra empresas como los ferrocarriles y el Estado privatizador, a los que consideran sin fundamento, verdaderos genocidas.
Los padres de la niña, que designaron a los doctores González Sueyro y Barreiro Piazza, resultan por su ignorancia e indigencia, plenamente no imputables, ya que estos leguleyos los manipulan a su arbitrio, prometiéndoles la obtención de una jugosa recompensa. Lo que ellos califican como un crimen social, es a todas luces, un desgraciado y fatal accidente, protagonizado por dos niños que jugaban en el lugar y momento equivocados”.
Al mismo tiempo, un tabloide, destacado por un contenido más analítico, con gran pluralidad de ideas y de firmas, comentó: “Los abogados, jóvenes progresistas de Buenos Aires, conmovidos por el dolor de estas familias marginadas, decidieron poner el hombro y luchar a brazo partido, sin cobrar honorarios, en el emblemático caso de Virginia.
La intención de los juristas, quedó manifiesta en la conferencia de prensa brindada ayer, cuando señalaron que cualquier carátula sería chica para el crimen cometido, insinuando además, que no solo los ferrocarriles serían los victimarios, ni tampoco, la niña amputada la única victima.

 Como un quijote peleando contra molinos de viento, los doctores González Sueyro y Barreiro Piazza se enfrentan solos a un mundo de poderes, esperando, al menos, un epílogo reparador.”  

domingo, 2 de junio de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."

Capítulo XVIII Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


Los dos abogados, por fin, se pusieron de acuerdo en la estrategia a seguir para que su estudio tome notoriedad. Desde un principio, comprendieron que no podían dejar caer en saco roto, esta gran oportunidad proporcionada por los acontecimientos.
Así, el Dr. Carlos González Sueyro definió las ventajas, que enumeró en la reunión, para su socio:
-Primero, una piba que salva a su compañero, perdiendo sus piernas al ser atropellada por un tren. Segundo, el ferrocarril, empresa privatizada que tiene una mala imagen de gestión, se encuentra muy involucrada en la desgracia. Tercero, la pobreza y la ignorancia de los damnificados, simplifican el trámite, facilitando que los padres de la casi occisa, designen a nuestro estudio jurídico como sus representantes. Cuarto, la gran cobertura de prensa que tiene el caso a nivel nacional.

El Dr. Carlos González Sueyro se frotó las manos, dejó su cómodo sillón rodante y prácticamente, se abalanzó sobre su colega y amigo para abrazarlo. Ambos, disfrutaban ya, de esa posibilidad sólida de publicidad, que se abría para su recién estrenado bufete, y casi sin costos.
Decidieron no perder un minuto, y poner en marcha su plan de acción.
Una camioneta flamante, regalo de la madre del Dr. Barreiro Piaza, fue el instrumento que los transportó, en viaje relámpago, hasta el sanatorio donde Virginia se recuperaba de la cruda amputación. El anonimato, y vestuario elegante de los leguleyos, les franqueó la entrada.
Los profesionales, desembarazaron a los padres de Virginia del acoso periodístico, para refugiarse los cuatro en una sala.
González Sueyro extrajo una carpeta, una hoja oficio impreso y una lapicera. Articularon un discurso, del cual sus interlocutores solo pudieron retener palabras sueltas como: “injusticia, juicio, dinero, lucha necesaria, etc. etc.”
 Confundida y deteriorada, la pareja a modo de firma, estampó en aquella autorización un gancho, convirtiendo a los doctores González Sueyro y Barreiro Piazza en los representantes legales “para iniciar y llevar a cabo, toda acción conducente a la reparación de los daños infligidos”.
 Los medios presentes, le dieron la bienvenida a los nuevos apoderados, quiénes retribuyeron brindando una conferencia de prensa.
Comenzó improvisando el Dr. González Sueyro:
-Nuestra vocación por la justicia es la que nos ha motivado para ponernos al frente de esta batalla. El doctor Barreiro Piazza y yo estamos persuadidos que este no es un caso más. Se trata de una historia real, en la cual se conjuga lo emblemático, como fruto de un desgarro muy doloroso, pero que también muestra la desidia, la negligencia y la falta absoluta de protección a la que estamos expuestos los ciudadanos inocentes de este país.

Los periodistas, sin esperar que el letrado afianzara su introducción, principiaron el interrogatorio con preguntas muy concretas y como siempre, todas a la vez:
-¿Habrá juicio contra los ferrocarriles?
-¿Cómo creen ustedes que será la carátula del juicio?
- ¿De qué suma a resarcir se habla?
 -¿Cómo y de quién, cobrarán ustedes sus honorarios?
- ¿Cuál será la estrategia de la defensa y cual piensan que será la de                               ferrocarriles?
- ¿Por qué son dos abogados de la capital los que se hacen cargo de
la defensa de una niña indigente?

El doctor González Sueyro compuso un mohín para su compañero, delegando en él, la posibilidad de las primeras respuestas. El doctor Barreiro Piazza abanicó los brazos, solicitando con el gesto, que bajen de su visual los micrófonos:
-Nosotros respetamos profundamente el trabajo que ustedes desarrollan y defendemos hasta las últimas consecuencias, el deseo y el derecho que tienen a informar -modulaba su voz pasando agradablemente de un tono a otro-. Pero les pido sinceramente que tratemos de ordenarnos, voy a intentar una síntesis que conteste muchos de los interrogantes que nos plantearon.
 Comprenderán que todavía es muy pronto para acuñar todas las certezas, desde ya les pido disculpas si no podemos satisfacer completamente sus justos anhelos.
Nos preguntaron si habría juicio contra la empresa de ferrocarriles, es muy probable. Pero también tenemos que reflexionar, despejando un poco el campo, acerca de si es este monstruo del riel el único responsable del crimen cometido contra Virginia, y también, si el crimen cometido es únicamente contra Virginia.
Mi socio, el doctor González Sueyro decía que este es un caso emblemático, y lo es porque abordamos un encuentro desigual, por un lado todo el poder, ese que tiene la prepotencia de llevarse todo por delante, el que tiene la soberbia de acomodar las leyes para que siempre se adecuen a sus necesidades, y por el otro, la debilidad más extrema, representada en la indigencia, en la ignorancia y en una niña a quien ese poder, le arrebató para siempre sus piernas.
Nos preguntaban por la carátula del juicio. Creo que cualquiera que se nos ocurra será factible, pero además se quedará corta. –En una breve pausa paseó su vista por todos y cada uno de los entrevistadores- Es cierto que somos abogados de la capital, de ningún modo es nuestra intención quitarles protagonismo a colegas locales, al contrario, aprovechamos esta conferencia para pedirles que colaboren con nosotros aportándonos su experiencia en el territorio. Les decimos, que todos juntos celebraremos si obtenemos justicia verdadera. No tengan recelos porque venimos de Buenos Aires, no es nuestra intención invadir espacios que no nos pertenezcan.
En cuanto a nuestros honorarios no se preocupen, tomamos el caso como si se tratara de una cruzada, sabemos que nuestra obligación es defender al débil, al desprotegido, al indefenso, no hacerlo, sería traicionarnos a nosotros mismos.

Cuando el entrevistado tuvo que respirar, un movilero de un canal de aire, introdujo la pregunta más corta:
- Ustedes ¿pertenecen a una agrupación de izquierda?

El silencio fue total, el auditorio periodístico calló de golpe. El doctor Barreiro Piazza desconcertado, puso los ojos en su socio demandando ayuda. González Sueyro sorprendido, no hallaba un pensamiento contundente.
Nunca surcaron sus percepciones, circunstancias semejantes. Transitaron la carrera soñando con ser ricos y prestigiosos profesionales, la militancia universitaria para ellos carecía de sentido, es más, solían fastidiarse cuando las clases se convertían en asambleas con arengas en defensa de los obreros, la educación pública, contra el imperialismo etc. etc.… “Ellos iban a la facultad a estudiar no a hacer política”.   Cuando se recibieron, tal vez para afirmar su objetivo de pertenecer a otras esferas, agregaron a sus títulos el apellido materno.
Ahora, que todo el proyecto parecía hilvanarse, como un balde de agua fría precipitaba aquella impertinencia, que exigía ser contestada, para no perder el favor de la prensa:
-No pertenecemos a ninguna agrupación política.

González Sueyro pensó, “¿Será bueno o malo, para mantener nuestra promoción mostrarnos como hombres de izquierda?” y contestó interrogativamente:
-Pero para responderle satisfactoriamente tendría que saber, ¿qué es lo que entiende usted por izquierda? Si cree que de izquierda son aquellos que tiran bombas, que aman la violencia, que enseñan a los hijos a denunciar a sus padres, pues entonces mi amigo debo decirle que ni mi socio ni yo simpatizamos con la izquierda.
Pero si cree que izquierda, significa ser parte de un mundo más humano, en el cual cada habitante goce de los derechos que otorgan la Constitución, poseyendo igualdad ante la ley, entonces debo decirle que somos de izquierda hasta los tuétanos