viernes, 30 de marzo de 2012

Micro relatos


Amor imposible
Él la contemplaba fascinado, y sintió vergüenza cuando ella lo descubrió. Entonces él divisó el torrente, ella no. Él quiso avisarle, pero la vergüenza se lo impidió. Ella combatía con las aguas. Él  avergonzado bajó la vista. Ella alzó un brazo para que él lo tome. Él no lo hizo, de salvarla presentía su desnudez. Ella se fue desnuda en el torrente.
Él compró unas estampillas e hizo la denuncia. Ella desapareció en el horizonte, se evaporó en el tiempo y en su espacio.
Él convencido que cumplió con su deber, se experimentó aliviado.
Eduardo Wolfson

martes, 27 de marzo de 2012

Mis personajes


Rembrandt  Otro cuento que te cuento


         Conoció el organito, la desesperanza que se respiraba en los burdeles, la mirada desteñida de los obreros en el café. Era apenas un chico en los 30. La crisis y la ciudad empezaron a crecerle a su alrededor.
         La clase media atrapó a su familia; a él, la barra de la esquina. Desde allí, su imaginación trepó sobre los techos de chapa. Su vuelo fue rasante por las calles empedradas del barrio y con la ayuda de la biblioteca pública, conoció las pinacotecas de todo el mundo. Sus compañeros inseparables fueron, desde entonces, un pincel y una flauta dulce que se desarrollaron y envejecieron con él.
         Rembrandt conoció y experimentó todas las técnicas, los que vieron sus pinturas quedaron maravillados, hasta llegaron a decir que era el genio que había dado el siglo.
         La adolescencia, para quien la carga, parece infinita pero cuando se fue, toma conciencia, que se trata de un soplido dado a un panadero que le acaricia la palma de la mano.
         Los amigos de Rembrandt se hicieron hombres con suertes disímiles. Algunos terminaron la universidad, y sus padres orgullosos colgaron el diploma en el comedor. Los hubo también comerciantes y dedicados a otras yerbas. Rembrandt, para seguir soñando, entró al conventillo; aquella pieza, que conocieron pocos, fue todo lo que tuvo. Debajo de una escalera, sin ventana, sólo una puerta doble que la conectaba a un gran patio. Un elástico de flejes cruzados cubierto por una colcha de papeles de diarios, un pequeño espejo roto adherido a la pared, una mesa desvencijada de madera y un ropero de un cuerpo eran el moblaje. La tapa de la mesa, a falta de paleta, le sirvió a Rembrandt para mezclar los colores, buscando el suyo. Sin embargo, en un bar de Caballito, sin coordinar jamás el día o el horario, los amigos se siguieron encontrando. Fue en una de esas reuniones que apareció el término, "hay que habilitar a Rembrandt".  Todos estuvieron de acuerdo. Ellos sabían que no se trataba de colocar una cifra, ni un lugar, ni un tiempo dado. Tampoco necesitaron explicarse que la palabra habilitar no era un eufemismo por limosna. Ninguno de ellos se hubiese permitido menoscabar la dignidad de Rembrandt. Para todos, Rembrandt era algo de lo que ellos hubiesen querido ser, que guardaron a través del tiempo como un núcleo que no pudo desarrollarse, algo, que porque la vida, los hizo médicos, abogados, cafishios o comerciantes, les atrofió, dejándoles un cierto gusto de insatisfacción. Habilitar a Rembrandt significaba reconocer a aquel personaje lleno de sabiduría, capaz de tocar a Bach en una flauta remendada con cinta scotch, e imprimirle la sonoridad de un órgano en un gran templo. Habilitar a Rembrandt era permitir que desde una pieza oscura de conventillo, este hombre continue asombrándose con los colores que imaginaba. Habilitando a Rembrandt se aseguraban que en la semana o en el mes, en algún momento iban a poder disfrutarlo, e incluso, darse dique con la novia o con la esposa, cuando Rembrandt cuente la disposición de los cuadros y su respectiva descripción en un museo romano, a pesar de no haber estado nunca en Roma. Habilitar a Rembrandt era esperarlo a cenar y animar la charla, con filosofía, política, historia, literatura o música. Era pedirle que se pruebe una prenda, un pantalón, un chaleco, un sweater, una camisa, o tal vez un sobretodo, con la excusa de que a uno le quedaba chico o grande, o que compró la prenda sin tener en cuenta que ese tono no armonizaba con su aspecto. En este sentido, y para facilitar la comprensión, es necesario señalar que todo lo que se probaba Rembrandt lucía como hecho a medida para él, aunque se tratase de los talles más disímiles, de las telas más rústicas o más finas, hasta los calzados, sin importar su número, los llevaba con la mayor naturalidad. A Rembrandt se lo habilitaba con un desayuno, un almuerzo, un paseo, pero jamás ninguno de sus amigos se atrevió a alcanzarle dinero. Nunca hablaron al respecto, pero todos pensaban que de hacerlo, le provocarían una herida profunda en el centro de su sensibilidad.
         Rembrandt nunca tuvo un trabajo remunerado, nunca salió de su boca que necesitara algo. De vez en cuando, algún desconocido se acercaba hasta su pieza y compraba algunos de sus cuadros. Hasta el dueño del conventillo, un solterón con muchos sobrinos, que murió de viejo, dejó testado que mientras viva, Rembrandt no podía ser desalojado de su cuarto, ni exigírsele ningún pago por su locación.

         Hubo una vez un tranvía que no se llamó deseo en la vida de Rembrandt. Pasó en una jornada que las estrellas tapizaban el cielo de Buenos Aires. Durante varias semanas, Rembrandt frecuentó todas las noches el teatro Colón. Un conocido le permitía colocarse entre las bambalinas del escenario, para gozar en la cercanía del espectáculo. Pero oír tantos días seguidos la misma ópera no era lo que más le atraía en esa oportunidad. En el elenco participaba una soprano de rostro angelical y unos ojos verdes profundos, provocadora de su pasión. En el estreno, los presentó un barítono conocido de ambos. En los entreactos comenzaron a charlar, a intercambiarse sonrisas, a no sacarse la mirada de encima.         Cuando hablaban no se atrevían a las confidencias intimas, trataban temas importantes rodeados de decorativos oropeles. Un día se entusiasmaban imaginando las obsesiones de Verdi, en otro realizaban un repaso de la pintura de la pobreza empezando por Ernesto de la Cárcova con su "sin pan y sin trabajo" y terminando en "La manifestación" de Antonio Berni.
         Perdidamente enamorado, Rembrandt abandonaba el teatro pocos minutos antes de finalizar la función, buscando atesorar para sí esa magia que le producía una alegría, que más tarde, él describió como revolucionaria. Llegaba al conventillo y en su pieza, a pesar de lo avanzado de la hora, prendía un candil para iluminarse y calentarse un poco. Febrilmente pintaba entonces de memoria el rostro de su amor. El amanecer lo encontraba todavía despierto, con la poca luz que se filtraba a través de los vidrios de la puerta, a diferencia de otras veces, aprovechadas para recitar los versos más fervientes de Miguel Hernández, esa vez, prefirió con todo el sentimiento traducido en su voz, leer los veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. Aquellos los recordaba como los días más fogosos de su vida, tanto que para frenar la cadena vertiginosa de pensamientos, se vio obligado a desplegar una gran actividad.
         Después de cada mediodía sentía entonces mucho más fuerte las palpitaciones de su corazón. Era cuando le entraba el miedo. Tenía miedo que algo le ocurriera, que no pudiera llegar a la función, de no poder disfrutar de aquel rostro, esos ojos y aquella sonrisa que lo colocaron, por primera vez, en el mundo real.
         Antes de ir al teatro, Rembrandt, que ya tenía sus primeras canas, se tomaba el trabajo prolijo, de taparlas con tinta china. Luego caminaba, sin tratar de agitarse, las cincuenta cuadras que lo separaban del Colón.
         A su regreso, cada noche embadurnaba la misma y única tela que poseía, borrando el rostro que había pintado la noche anterior para rehacerlo con otros contraluces. Su intención era entregarle el cuadro a la cantante y declararle su amor. Pero su búsqueda de la perfección y su timidez le impedían cumplir el propósito.
         La temporada fue exitosa pero de cualquier modo debía finalizar. Ese día Rembrandt se llenó de coraje, sabía que era su postrera oportunidad. No tenía un sólo centavo en sus bolsillos pero el plan que ideó no los exigía. Un tintorero del barrio le obsequió un pliego de papel madera, con el que envolvió la tela con el rostro definitivo. Colocó papel de diario, proveniente del elástico de su cama, sobre el pantalón extendido en la mesa, para no sacarle brillo, al asentarlo con una plancha  de carbón prestada.
         En el último entreacto le entregó el cuadro y la invitó a encontrarse a la salida. Ella aceptó encantada. La noche no podía ser más auspiciosa. Se encontraron en la escalinata del teatro. La soprano le agradeció fervorosamente la pintura y le besó la mejilla,  todo un desenfado para la época, aunque se tratase de una artista. Rembrandt se ofreció acompañarla hasta la casa caminando. Ella le dijo que vivía en Mataderos. "Mejor, las estrellas magnificas de esta noche nos señalarán el camino -dijo él- mientras nuestros cuerpos, a paso lento, disfrutarán de este clima, hasta que el amanecer la encuentre en su domicilio, recordando para siempre una noche mágica". Ella agradeció su tono poético, pero le advirtió que sentía frío y cansancio, que lo mejor, era que tomaran el tranvía. Rembrandt palpó sus bolsillos, a pesar de saberlos vacíos. El tranvía se detuvo en la plataforma. La Lili Pons de Mataderos ascendió, Rembrandt mostrando cierta ofuscación dijo: "yo prefiero caminar".
         El tranvía partió y nunca más se vieron. Rembrandt acongojado comenzó el retorno, la agitación le produjo sudor, que permitió, a una línea de tinta china deslizarse sobre la frente.
Eduardo Wolfson

domingo, 25 de marzo de 2012

Los amigos son amigos

"Siempre y cuando te convenga"

Pobres nuestros viejos, que no tuvieron la dicha de disfrutar a pleno, como nos sucede a nosotros, las delicias que nos entrega la civilización en este recién estrenado siglo XXI. Por ejemplo, el culto a la amistad que disfrutamos, es sin duda, mucho más amplio que aquel que ellos, cotidianamente nos exhibían como verdaderos trofeos. Era frecuente escucharlos decir con orgullo: "¡Amigos!, me sobran los dedos de una mano para contarlos". Algunos cuando le preguntabas, decían que sus amigos eran la barra del bar, otros, habían forjado su amistad en la colimba, los de más allá seguían manteniendo ese vínculo a través de los años con algunos pibes de la escuela, esos que a la salida corrían hasta el potrero, se sacaban el guardapolvo y con cuatro cascotes, construian los arcos para el partido. Nuestros viejos se ufanaban, porque los amigos presentes o ausentes, siempre respondían mutuamente cuando se necesitaba. "Vos sabés que están", describían los viejos. Las felicidades en la vida de uno, las compartían con champagne, gaseosa o agua, con lo que hubiera y para las fatalidades, estaba siempre el abrazo acompañante, la palabra justa o el silencio comprensivo, que muchas veces resultaba mucho más rico que cualquier otro gesto. Los amigos para ellos, eran yuntas inseparables donde nunca pesaba el origen o la procedencia.
Con nosotros la cosa es distinta, puede ser que en parte se deba a la intromisión cotidiana de las estadísticas, mezcladas con la pulsión presente, constante, ansiosa, impaciente, penetrante y transparente del marketing.

Las estadísticas nos permitieron clasificar a los amigos según sus especialidades. Así, se pueden abrir una gran cantidad de columnas y cruzarlas con las necesidades de compra, venta, promoción, sexualidad, economía, poder y trascendencia que tenemos, o sea que podemos cruzarlas con nuestras necesidades de marketing.
A modo de ejemplo, nombro solo algunas cualidades que podemos adosar a nuestra lista de amigos, pero como uds. se darán cuenta las mismas son infinitas, tanto como necesidades a satisfacer que este siglo XXI nos depare: hay amigos del alma, amigos judios, amigos marxistas, amigos laborales, amigos deportivos.  Amigos gerentes, Amigos para el countrie, Amigos políticos, Amigos presentables, Amigos contrabandistas, Amigos para presentar en la obra prepaga de salud y ganarse 1 año de cuotas. etc. etc. Nuestros viejos decían que los amigos siempre te apagaban los incendios, por suerte hoy la multiplicidad de comodidades y servicios lograron que podamos reemplazar a los amigos por un buen cuerpo de bomberos.
                                                                                                                             Eduardo Wolfson

lunes, 19 de marzo de 2012

Sobre ráfagas y ausencias

Capítulo de los relatos inéditos que he agrupado bajo el título sobre "Ráfagas y ausencias". Creo que el mismo sirve, al momento de evocar otro aniversario más de aquel horrendo 24 de marzo de 1976



Tembló Buenos Aires         

         Acabo con la ceremonia del baño y la afeitada. Los rayos de sol en la ventana, que encandilan, me libran de la visión depresiva de los hoteles viejos y descascarados, elementos al fin, de una escenografía indispensable para un Buenos Aires gris, lleno de tristeza.
         Cumplo con el rito mañanero, comprobar, si mi cédula ocupa efectivamente el bolsillo interior del saco. Salgo, con la llave doy dos vueltas a la cerradura y desciendo por este cubículo, que contradictoriamente llaman ascensor.
         El portero pregunta si yo sentí algo. Me dice que él tampoco. Pienso que es una broma sui-generis que la poca capacidad, agudizada por la hora, no me permite comprender. Igualmente la sonrisa no me sale, será porque veo a ese individuo bajar de un Peugeot.  Apoya un atachet sobre el techo, lo abre, extrae dos extremidades negras, una más ancha, otra más fina y larga, las encastra y forma una sola pieza. Según las películas que suelo ver, eso es un arma. La tira en el asiento del acompañante y el estuche en el trasero. Creo que mis ojos se abrieron más que de costumbre, lo digo por la forma de cómo me miró el tipo antes de colocarse un par de anteojos oscuros. Sus bigotes poblados, me muestran ahora algunos dientes. ¿Será una sonrisa? Se sube al coche, arranca y sale como si estuviese en el autodromo.
         Voy a tomar el subte, camino por San José hacia Avenida de Mayo. Una paloma, sobre las viejas cornisas tiene diarrea, mi hombro no llega a escapar de la lluvia escatológica. Los lamparones blancos estacionados en mi saco, me obligan a retornar.
         El encargado, ahora lustra el frente dorado del portero eléctrico, y aprovecha para desgarrar palabras con propietarios, proveedores, y relojear a las mujeres que pasan por la vereda. Escucho que le dice a un cana: “en Chile debe haber sido terrible” No me detengo, que me importa lo que pasa en Chile, tengo el saco cagado y necesito buscarle reemplazo.

         Me quedo mirando la mudanza de una casa semidestruida. Pero ¿qué sucedió? Cuando pasé ayer me llamó la atención una aldaba hermosa que realzaba la puerta. Ahora no queda ni puerta, solo unos colgajos de madera que se agarran de unas bisagras fuera de madre. El frente está lleno de agujeros y la reja colonial de la ventana, es solo un nudo de hierro desparramado en el zócalo. Unos colimbas sacan heladera, televisor, lavarropas y lo cargan en un camión del ejército. Al lado mío un tipo ríe, le dice a otro: “seguro que fue el temblor”. Una vieja me habla: “parece que a la madrugada se llevaron a una pareja joven, tenían una beba que se la dejaron a la vecina. Algo Habrán hecho… ¿no le parece?”.
         Se acerca un tipo, nos ordena circular, pone su mano en mi hombro, y me empuja contra una pared. Los otros continúan, la vieja incluida, mirando el cordón de la vereda. El que me retiene viste de civil, pero la marca de la gorra en la cabeza lo delata. Le entrego la cédula. Me cachea, hace preguntas: “¿dónde vivo, dónde trabajo, cómo me llamo?”. Coteja mi documento, pone cara fea, parece que le disgusta el apellido. Pregunta si es judío, le digo que es inglés. Sonríe, creo ver que ensayando una sonrisa semi-sajona me devuelve la identidad. Detiene a dos muchachos morochos manchados con cal, me hace señas para que siga. Soy un tipo de suerte, me siento salvado por la población originaria, respiro la libertad y deseo ardientemente, que al de la marca de la gorra, lo inunde la diarrea de palomas, como a mí hace unas horas.
         Una estación de servicio en Rodríguez Peña y Paraguay, me sirve de atajo. La cruzo en diagonal. Tengo que esquivar una manguera que penetra a un Falcon verde. Pensando en mi próxima potencial venta, casi atropello a un tipo agachado, cambiando el número de patente, frente al baúl. No me detengo, sigo, pero todo pasa en un segundo, también el Falcon verde con su nuevo número, cuatro habitantes de anteojos oscuros, aireando Itakas, y chorreando nafta. Camino hacia el centro, en las transversales saludan sirenas, y cruzan como bólidos la bocacalle. La 9 de julio no es una frontera para despistados. Espontáneamente nos esperamos, formamos un grupo, nuestras cabezas siguen las alternativas de un partido de tenis inexistente. “Otra que el temblor”, opina uno que toma posición para largar la carrera. ¡Y allá vamos!, hoy la competencia es de obstáculos, no funcionan los semáforos. Casi llegando a la mitad, la formación es dividida por un auto bomba, una mina agarra mi brazo, y pide que corramos juntos. Pasan otros tres Falcon verdes antes de alcanzar la otra orilla. En Paraguay y Suipacha, sobreviene el segundo pedido de cédula del día. Están cansados, no observan mi apellido, revisan el portafolios pero sin mirarlo. “Son muchos los que hoy quieren entrar al terremoto”, dice el que me franquea el paso. Rodeo el camión detenido de Juncadella. Dos guardias privados, sincronizadamente, como espejo en el ballet, abanican sus armas, yo interpreto que desean que circule. La sala de espera de López Saratiegui está nutrida. Por suerte me ve y me llama. Desparramo sobre su escritorio las novedades: código civil comentado, procesal penal actualizado, fallos plenarios. “Ya no se puede vivir, ¡otra que terremoto!, ¿sabés la cuota que me vino del Yachting Club?”, lo manifiesta angustiado. Le insinúo mi interés por cobrar mi cuota. Su rostro se crispa: “probá dentro de diez días. Toda la plata de las cuotas que debo pagar, la puse 7 días a plazo fijo, me gano por lo menos dos cuotas del club.” Se queda con el código civil, me pide que lo agregue a la cuenta corriente. En la calle todo el mundo corre y se agolpan en las vidrieras de las casas de cambio. El dólar sube y baja, los arbolitos compran y venden. Escucho que uno le dice a otro: “Yo no sé como pueden vivir en Caucete” el otro le contesta: “¿A quién se le ocurre?”. Una mujer vocea en Florida una hoja con las últimas tasas que ofrecen las financieras. Intercala su verso con otro, que a veinte metros grita: “¡Tiembla Buenos Aires!” Los decibeles de sus voces se multiplican, cada arremetida es más agresiva y parece la última. A un tipo se le cae un sobre de cuerina, él lo acompaña hasta el suelo, se agarra el pecho, despide espuma. Todos miramos, la gente está apurada y sigue, yo también sigo. Logro comunicarme con un tal Bubi, buen dato, el tipo me mantiene por una hora, un buen precio por los cien dólares que debo vender. La entrada del edificio es ancha, se angosta pasando un mostrador. Hasta el segundo cuerpo, atravieso el pasillo oscuro. Una luz mortecina se difunde desde una tulipa roñosa, que deja adivinar el ascensor, más bien una jaula del tiempo de ñaupa, que para subir, debe haber reemplazado el motor por rezos.  Una mina con atuendo hippie me acompaña en el túnel del tiempo. Ambos nos sorprendemos golpeando a la puerta de Bubi. El tipo es amable, canoso, tiene ganas de hablar. Se disculpa, a cada rato lo interrumpe una llamada telefónica. Son cortas, pasa cifras, cierra tratos, anota con un lápiz sobre un papelito rosa. Frente a nosotros y a espaldas de Bubi, una vitrina exhibe un juego de patines femeninos. Observa adonde fueron a parar nuestras miradas, y nos aclara: “soy importador y exportador de artículos deportivos”.  Le doy los dólares, pide que cuente el dinero que me da a cambio. Mientras lo hago se entretiene confesando sucintamente sus sentimientos: “Este país ya está perdido chicos. Ni veinte mil temblores nos van a cambiar. Antes se producía, la gente trabajaba. Hoy todo es timba, se han vuelto todos especuladores, van a terminar comiéndose los billetes, yo sé lo que les digo”. Mi dinero está bien, me voy, recordando una frase de un personaje de Onetti: “…los angelitos van al cielo hasta sin bautizar”. La hippie se queda esperando unos verdes que encargó.
         Mirando la agenda puteo para mis adentros. Solo a mí se me ocurre aceptar un cliente potencial en Flores, para que a lo mejor compre, apenas un libro famélico. Me doy el lujo de dejar mi zona, ascender a un colectivo repleto, cargando con todos los mamotretos llamados novedades. Voy parado, cuidando que en el vaivén del transporte, los libros en rústica no violen a los encuadernados. Las frenadas, golpean mi abdomen contra los pasamanos, siempre ojeo a los códigos, parecen intactos. Los milicos detienen al colectivo en el centro de la avenida Rivadavia. Hacen bajar al pasaje de hombres. De espaldas a ellos, nos obligan a apoyarnos con los brazos en alto y las piernas abiertas contra la carrocería. Por tercera vez en el día, me despido de la cédula, se junta con otras, en la mano derecha de un tipo vestido de fajina. Un corto de vista como yo, puede confundirlas con un mazo plastificado de cartas de póquer. La lotería premia a un viejo. Le encuentran dentro del bolso un tenedor y una cuchilla de asado. Lo sacan de la fila, guardan la prueba del delito, lo suben a un celular. Nosotros recibimos la orden de ascender y el chofer de circular.
         Mi potencial compradora es una abogada recién recibida. Se muestra preocupada por la ausencia de su socia. La última vez que la vio fue hace una semana preparando un habeas corpus. Tanto ella como sus familiares recorrieron inútilmente, hospitales y comisarías, para dar con su paradero. Se disculpa por no sentirse en condiciones para seleccionar libros. Me pide una postergación, ya que en forma urgente debe usar el último recurso: confeccionar un habeas corpus. Otra vez en la calle, tacho de mi agenda, a la que quizá, hubiese sido una de mis mejores clientas.
         Son las 6 de la tarde, los paquetes de sabiduría jurídica pesan más que nunca, por suerte el café con compañeros, me espera para relajarme. José cuenta que a las seis y pico de la mañana llegaba con el tren a Retiro. Apenas se despertaba, cuando divisa en la plaza San Martín, frente al edificio kavannag, a un montón de minas en baby doll y tipos en calzoncillos, y agrega: “¿A vos te parece?, a la hora que yo vengo a laburar los oligarcas todavía están de orgía”.
         Unos tipos enfrascados en pilotos oscuros, hablan con el dueño de bar y nos miran. Decido dejar el dinero del café sobre la mesa, e irme, así no gasto tanto la cédula en un solo día. Para sacar otra, desperdicias como dos días de trabajo.
         Otra mañana que acabo con la ceremonia del baño y la afeitada. El sol asoma en la ventana y los rayos encandilan, me libran de la visión depresiva de los hoteles viejos y descascarados. Sobre la mesa, reposa el diario con un título catástrofe que ocupa la primera página: “TEMBLÓ BUENOS AIRES”. Se ve que cada día estoy más distraído. No me di cuenta.

                                                                                      Eduardo Wolfson


viernes, 16 de marzo de 2012

Manual práctico del discurso

Discurso de Pastor en un ex cine
            Ser pastor no es sencillo. No basta solo con tener fe. Es por lo menos necesario, pero no suficiente, sentir al señor en uno y hablar con él. Un pastor no es un hombre más, ya que siendo un enviado de Él, debe responder a sus señales, y parecerlo, frente a sus feligreses. Estar actualizados es condición sine qua non.
            El pastor recluta a sus seguidores entre aquellos que no pudieron abrevar en los conceptos devenidos del latín en la iglesia tradicional. Por lo tanto su discurso seducirá, siempre y cuando, su ritmo y vaivén tengan en cuenta al hombre de la ciudad y al gaucho, al extranjero y al nativo, al de la América profunda y al norteamericano, en fin, a la civilización y a la barbarie, dicho en términos sarmientinos. Lo importante, es que las palabras pronunciadas por usted, mi querido candidato a pastor, nunca reposen en un extremo.

            El discurso no solo se dice, sino que se actúa:
1) Tenga en cuenta siempre que lo máximo, es atender en Buenos Aires.
2) Usted se colocará en el centro del escenario.
3) Un haz de luz azul, venido de las alturas abrigará su figura.
4) Su visión no reconocerá obstáculos, su única conexión parecerá que lo es con el infinito.
5) Debe inflar la cavidad torácica, abrir armónicamente los labios.
6) Pronunciará primero solo sonidos que convertirá en falsetes, y en este estado de concentración irradiará su primera palabra, cualquiera del “gran camelote”.
7) Luego, y en el momento que los creyentes realizan un profundo silencio de atención, afirmando la voz como un torrente llegado de las montañas, usted sorprende con un: ¡Aleluya!, ¡aleluya!, porque Jesús, en su amor infinito nos permite la entrada en su aspha ampina, o sea en la tierra que llamamos sanalotodo.

            Sé que usted está pensando que la realidad es un escenario, y que le estamos pidiendo que la caricaturice. Entonces, desconcertado, usted se pregunta: ¿Cómo caricaturizo a una caricatura? Usted es un buen candidato, no se desperdicie en filosofías baratas.

8) Todo pastor que se precie, debe ser respetuoso de episodios bíblicos, y sobre todo, saber narrarlos y arreglarlos a sus pretensiones, que a no dudarlo, son las mismas del señor: “Nosotros sabemos que la copa de vino rebosante de David, en la casa del señor, significa prosperidad. Pero también sabemos que es más difícil llevar la copa llena que la copa vacía, es más difícil llevar hermanos, la prosperidad que la miseria. Es más difícil dar órdenes que cumplirlas”

9) Recuerde que su rebaño es ignorante. Por lo tanto, usted tendrá que producir las preguntas, y sin esperar reflexión de la otra parte, también la respuesta: ¿Saben por qué llamamos a la tierra del señor... "Sanalotodo"?
Porque cuándo somos buenos ante sus ojos, Él en su tierra nos descongestiona, nos desinflama, nos estimula a circular, y sobre todo..., nos expulsa del final.”

10) En su discurso, señor pastor, no puede estar ausente el reproche a los actos impuros, que su feligresía comete. En este caso es conveniente segmentar y a fuer de ser tildado de misógino comenzar por las mujeres:
“Escuchen mujeres pecadoras, amancebadas, púberes sin destino, ovejas descarriadas, borregas sin fe. Todas capaces de entregarse a cualquiera que les promete cinco estrellas con su tierra. Sepan que solo Él les devolverá a su piel la luminosidad natural perdida. Solo con su tierra sagrada y en comunión con Él, hallaremos placer en el mapa de nuestro cuerpo, eliminando de nosotros al poseso malo, a lucifer, a los radicales libres..., pero aún dormidos”.

11) Lo siguiente, no solo consiste en un reproche generalizado a los demás, sino que lo incluye a usted mismo como pecador. En este tramo debe dejar una vez más sus preguntas y también sus respuestas, que no son otras que las del señor:

“Claro, nosotros que hemos tropezado, que nos hemos corrompido y degradado, que somos rústicos y hemos violado, nos preguntamos desde nuestra condena a la confianza ¿por qué solo la tierra de Él hace todo esto? Muy simple mis miserables. Porque él no mira solo nuestra epidermis, también se regocija revolcándose en nuestra dermis. Él, y solo Él, con su omnipotencia, es capaz de dilatar nuestros poros estableciendo una corriente, en la que nuestros líquidos contaminados por los gérmenes del demonio fluyen fuera de nuestro cuerpo, para que, a su regreso, permitan nutrir a cada una de nuestras células con oligoelementos, gaseosos, minerales y sales de bienestar, del deber cumplido. Y así, en este camino de la secreción y absorción, en esta corriente que el viejo testamento llama "osmótica", Jesús protege a sus hijos, llenándolos con la verdad revelada que debemos conocer, y dejando en el oscuro precipicio del infierno, la sabiduría que promueve la ignorancia, ¡el excremento de Satanás!”

12) En esta etapa, el auditorio ya se ha consustanciado con su figura. Ante ellos, usted se presentó como hombre, y como tal, solo los diferenciaba su altura sobre el escenario. Ignorándolos, usted pidió a Dios que lo ilumine, ellos entonces respetaron el halo de religiosidad. Cuando mostró su primera interpretación sobre mensajes bíblicos, ellos sintieron que su sabiduría lo convertía en el intermediario entre lo pagano y lo sagrado. Al amonestar a las mujeres, ellos se persuadieron de su pureza. Al consustanciarse con los demás como pecador, ellos lo sintieron como hermano. En el próximo tramo deberá afianzarse como guía: 

“Ahora nos preguntamos, y le preguntamos al Señor..., con profunda fe cristiana ¿Cómo garantizamos para nosotros la producción de esta corriente osmótica? Sabemos que hay una sola respuesta. Pero como  nos encontramos intoxicados por el mal, no la esperamos, e imploramos..., ¡Porque nuestra vida es efímera, Señor! ...le advertimos. Entonces ampliamos el interrogante: ¿Cómo garantizamos para nosotros la producción de esta corriente osmótica, pero en forma urgente?”

13) Ha arribado a un momento clave, porque si no hay respuestas nace la desesperanza colectiva. Todo el andamiaje que ha construido, corre el peligro de desbaratarse como un edificio de naipes tras el soplo invisible de una brisa. Depende de usted revitalizar la confianza. Como modelo le proponemos descender hasta el fondo, y desde allí salir de la caverna de Platón y quemarse con el sol como el ave Fénix. Esta es una posibilidad:
“Estamos azuzados por la urgencia de los tiempos, por el pragmatismo de la era, sentimos dolores, temblores, miedos. Decimos el Señor no nos escucha, Jesús no nos responde, hasta somos capaces de negar su existencia en un impulso de herejía. Es allí, en el perjurio, en el descreimiento, cuando sobreviene el gran vacío, ese túnel que se sumerge en la más oscura de las profundidades. Y es ahí, en el sitio de Satanás, dónde tomamos conciencia que al negarlo, somos crueles, brutales, feroces, desalmados...Que somos atroces. Pero nos arrodillamos, imploramos, y en la desesperación, volvemos a preguntar nuevamente: ¿Cómo garantizamos para nosotros la producción de esta corriente osmótica, pero en forma urgente? y preguntamos sintiendo temor de nosotros mismos, de esas fuerzas incordiosas, que sabemos nos habitan, aún antes de nacer. Pero aquí, en el templo del señor, en este sitio donde la luz ha derrotado a las tinieblas y el todopoderoso, me ha tomado como su instrumento para revelarles la verdad. ¡Queridos hermanos!, todo se vuelve más sencillo, más milagroso, por eso todos juntos nos regocijamos gritando:  ¡Aleluya!, ¡Aleluya! ¿Pero hemos respondido al interrogante que nos acucia? ¿Cual es el interrogante? ¡Ah! ¡Sí!, ahora lo recordamos: ¿Cómo garantizamos para nosotros la producción de esta corriente osmótica, pero en forma urgente?

14) Usted ha logrado poner a sus escuchas a la puerta de un orgasmo celestial. Ya saben que solo usted es el instrumento revelador de la misma duda que ha planteado. Sus próximas palabras o la develarán, o se excusarán de hacerlo, pero cualquiera sea la opción elegida, tendrá que mantener en éxtasis el entusiasmo de la audiencia. Como ejemplo, hemos elegido la excusa:
“¡Escucho al señor!... Él me está hablando... Me dice... que esa corriente osmótica, se garantiza con...¿ "Yacu Maman"?.
-Con ¿Yacu Maman, señor?
-No te comprendo señor
-¿Qué me hablas en quechua?
El señor me habla en quechua queridos hermanos ¡Aleluya! por eso, ¡Aleluya! por eso”.

15) Porque el señor le habló en quechua, apreciará, que no solo planteó la excusa en forma positiva, pidiendo, gritando y repitiendo aleluya, sino que ha dejado a sus feligreses en estado de gracia, listos para recibir en la traducción el convencimiento pleno, de que ellos, tienen también la oportunidad única de ser bendecidos y recibir, a través suyo, los productos bienhechores que fabrica el todopoderoso:
            “Si queridos hermanos, este frasquito que el señor acaba de depositar en mis manos contiene "Yacu Maman". Frotando en cualquier parte de nuestro cuerpo, "Yacu Maman" ejercerá su acción, activando nuestro metabolismo orgánico a través del eje hipotálamo-suprarrenal. ¡Gracias Dios!, ¡Gracias Señor!, ¡Gracias Jesús!, por darnos como prueba de tu amor a Yacu Maman. ¡Aleluya! porque el señor nos ha hablado. ¡Aleluya!, porque en un frasco tan chico que todos podremos adquirir solo en este templo, tendremos la verdad del señor. ¡Aleluya! otra vez, porque Dios perdona todos nuestros pecados a través de Yacu Maman. Él, me dice, que en Yacu Maman, se encuentran todos los años, siglos y milenios en que fue macerando los limos, mejorando el drenaje de diferentes sustancias catabólicas derivadas de la aceleración de nuestras combustiones internas.
            ¡Hermanos!, Yacu Maman es el milagro que hoy el padre celestial ha puesto en nuestras manos ¡Aleluya! por eso”.

16) Mi querido pastor, le anunciamos que ha arribado al momento culminante de su disertación. Solo le resta, si usted quiere, dejar que se amplifique la música vivificante de alguna fanfarria, y en el instante intenso de la misma, pisarla con su voz más engolada para entregar un final, que para el creyente, será solo el principio:
 “¡Hermanos!, Yacu Maman nos previene y nos cura ¡Aleluya! por eso
¡Hermanos!, Yacu Maman nos aleja del demonio ¡Aleluya! por eso
¡Hermanos!, Yacu Maman nos salva ¡Aleluya! por eso
¡Hermanos!, Yacu Maman no tiene fecha de vencimiento ¡Aleluya! por eso”

A la salida, los fieles deben adquirir el producto. Recuerde que el precio se lo coloca usted. 

domingo, 11 de marzo de 2012

Memorias necesarias


Neoliberalismo
Estaba erguido frente a la vidriera angosta de una rotisería que rebosante de pollos dorados exhibía la máquina de spiedo. Envuelto en una frazada grosera, comida ya hace tiempo por la polilla, el hombre parecía hipnotizado por aquel espectáculo,  donde las aves danzaban en sus ejes muy juntitas, volviéndose más apetecibles en cada vuelta, cuándo sus pechugas se ruborizaban al contacto del calor. A sus pies, lo rodeaban cuatro bultos que ocupaban la vereda angosta. Tal vez, fueron estos obstáculos los que obligaron mi detención, aunque también es cierto que podía haberlos evitado fácilmente. Solo era cuestión de cruzar, o bien, transitar unos metros por la calle cuidando que no pasen vehículos. Pero ahí quedé parado, observando como aquel individuo sin edad sacaba su lengua y la guiaba, casi pasionalmente, por todo el contorno de sus labios, llevando su pastosa saliva a la parte inferior de su bigote poblado y a la superior de su barba sucia y enrulada. Aquel movimiento lingual más el gesto de levantar las cejas, como si estuviese en una partida de truco pasando gozoso a su compañero la seña de poseer el ancho de espadas, no cambiaban para nada la orientación de su mirada. Ella estaba clavada allí, en esa calesita sin música ni sortija, que daba vueltas sin interrupción, mostrando que los 360º de la circunferencia pueden transformarse en 720 o en 1440, y lo único que cambia es el amarillo pálido, pasando al marrón habano, merodeando por fin ese color cobre que nos indica majestuoso, que el pollo está a punto para ser devorado, tragado, comido, mascado, roído, consumido, engullido, absorbido.
La máquina continuaba rotando alrededor de su eje, el hombre inmóvil, casi hipnotizado, parecía creer que con la fuerza de sus pupilas iba a disolver el vidrio que lo separaba de la presa codiciada. De pronto, se lo ve al rotisero extraer una espada atiborrada de aves mareadas y bien cosidas. Un cliente le señala la elegida, la saca y vuelve a colocar la espada con los no seleccionados, en ese carrusel donde las colombinas y polichinelas, se transforman en valor de cambio.
El hombre aspira fuerte, su pecho enjuto, se ensancha de golpe conteniendo el aire nuevo, los aromas apetitosos se cuelan por la puerta entreabierta que dejó el cliente, a quién se lo ve alejarse satisfecho con glotonería, para saborear, gozar, nutrirse, probar, degustar, sorber y si quiere, hasta hartarse con ese envoltorio caliente y chorreante que lleva entre las manos.
Nuestro hombre se desinfla, por primera vez un movimiento, y es de fastidio, su mano derecha se eleva, para caer pesadamente sobre su cuerpo. Se agacha y toma uno de los bultos que lo rodea. Esta vez, su mirada se cruza con la mía descubriéndome, en su rostro se dibuja una muestra de sorpresa, la mano libre la coloca sobre la vidriera del spiedo. Como si con ella tomara una perilla de televisión hace el gesto de apagarlo, al mismo tiempo que me dice: "estoy asqueado de Almorzando con Mirta Legrand"
Eduardo Wolfson

miércoles, 7 de marzo de 2012

Cuento que no es cuento



La madre del General
Los rayos del sol se hielan en el vestido negro. El mediodía, la encuentra como siempre a mitad de camino entre su casa y la catedral. Los vecinos, refugiados en la sombra fresca de las viejas residencias del pueblo la ven pasar a través de sus ventanas.
            Avanza lentamente por la vereda desierta, con un bastón corto teje cada paso. Como siempre, transita diariamente ese camino acompañada por sus fantasmas, que los años agregaron a su colección.
            Los años, piensa en ellos como el soplo arrasador del pampero. Como siempre, la metáfora la estremece. Se reconoce tan chiquita y arrugada. Siente que aquel pampero, el de los años, la dejó como un despojo pero con vida para testimoniar la ausencia de sus seres.

            “¡Ahí va la madre del general!”, señala un chico rompiendo la discreción del silencio.

            La anciana, se agacha con dificultad en el reclinatorio. Con devoción cristiana observa las imágenes. Su vista cansada pidiendo tregua, se posa en la figura de Cristo. Su hijo, el General -piensa-, “es el único que queda en el mundo de mis vivos”.
            A los mellizos, el Señor los requirió pronto. Apenas tenían un año cuando la epidemia de sarampión se los llevó. Siente seca la garganta. Como siempre, los recuerda gateando en la tierra polvorienta, de aquel patio improvisado, en la casa del cuartel. Su memoria intacta grabó  el asombro infantil de los mellizos chocando con su horizonte. Sus ojos irritados, como siempre, reconocen el obstáculo: aquel par de botas. Sumisamente, incorpora la vista persiguiendo una silueta uniformada. No tiene dudas, a pesar de la bruma, sabe que se trata de su esposo, el capitán.
            A esta hora la catedral está vacía. Desde su lugar, divisa perfectamente el encaje almidonado de la virgen.
            Como siempre, él brota uniformado, se sienta a la mesa. Las manos huesudas y los dedos largos, desarrugan suavemente un pliegue del mantel. En aquel ambiente las palabras sobran, alcanza con señalar el detalle. La comida es frugal.
            Ella está orgullosa de su consorte, de su apego al reglamento, de las órdenes que imparte, de su uniforme, que como siempre, lleva puesto. Los rayos de sol, intermediados por un vitraux, la encandilan. Como siempre, la sensación de ceguera la retorna a los focos hirientes del casino de oficiales. Ella, joven, sonríe a quiénes saludan respetuosa y militarmente al capitán, su esposo, para continuar formando círculos con sus parejas, acompañando los acordes de un vals.

            -¡Está solo la madre del General! El eco abovedado del templo amplifica y repite “madre del General”. Ella escucha pero no se vuelve, sabe que se trata del sacristán comunicando al cura, como siempre. Oye los pasos del párroco acercándose, divisa el vuelo de la sotana en el centro del pasillo. De reojo observa como se detiene, se arrodilla y persigna frente a la nave principal. La acción la provoca a evocar a su confesor. Lo extraña. El monseñor reconforta ahora a su hijo el General, para sobrellevar esa guerra endemoniada que libra por la purificación de la sangre. “Tantos años y aquí los gestos no cambian”-piensa-. Pero no se experimenta abandonada.
            El resplandor destaca el rostro de la virgen. Es el instante, como siempre, en el que exhuma a su hija adolescente, otra que se marchó vencida por la tuberculosis. Allí la ve, pálida, con el vestido de quince años, en el cajón. Como siempre, no se permite evocarla viva.  A su lado, el esposo comandante del cuartel, erguido frente a hombres que disimulan sus ojos en la visera.

            El cura, ayuda a la madre del General a sentarse, el movimiento la marea. Como alucinada repasa el piso y la cúpula en ese instante. De todas formas, comprueba que hoy extraña especialmente a su confesor. Si lo tuviera allí, le contaría con toda confianza y sin recelo, el episodio pérfido que le tocó afrontar esta misma mañana con sus familiares consanguíneos. Le rogaron que interceda ante el General para conocer el paradero de dos de sus hijos. Ella les ofreció un café. Luego, ensayando una sonrisa devota, lanzó una hipótesis: “tal vez están en el exterior, ustedes saben como son los muchachos de hoy en día”. Los parientes, al escucharla, se crisparon. Ella trató de serenarlos parafraseando a su hijo: “nadie señaló que estén muertos, ni vivos, solo están desaparecidos”. Se guardó para sí, algo que consideraba un secreto de Estado: “Al General no había que importunarlo con cuestiones domésticas”.        Los suyos, los de su propia sangre, reemplazaron el ruego por un lamentable silencio, y casi en un susurro escuchó, como uno desgranaba la palabra “impiadosa”.
            Sabe que su confesor, en este punto del relato, extendería sus brazos hacia el cielo, respiraría profundamente, y por fin, exhalaría un: “no comprenden”, comprensivo.

            La anciana, no pierde de vista la representación del hijo de Dios clavado en la cruz, adivina en ella la delgadez de su hijo. Siente que ambos materializan el suplicio provocado por las tentaciones malignas de los hombres. “Es una lucha de siglos, y desigual” –piensa-. Como siempre, sin cuestionarse el origen de la asociación, al ponderar las tentaciones malignas se corporiza su nieto muerto, el hijo oligofrénico del General. Es la prueba más dura que soportó y aprobó. “Por algo el altísimo lo designó para encauzar el destino de los argentinos” –murmura-. Esos costos que hay que pagar, ella los acompaña cada jornada con la oración.

            Una exhalación de luz la obliga a volver su rostro, en la semipenumbra sus ojos tropiezan con esa pintura, que tantas veces cuando joven acarició. Esa madre virgen, sosteniendo con su pequeña humanidad al hijo sin vida que engendró de Dios.
            “Y aquel pariente se atreve a tratarme de impiadosa, a mí, viuda del que fuera comandante del cuartel, madre abnegada de mellizos y de una hija que los llevó el señor” –Integra la oración en retahíla-.
            Acaso, se pregunta: “no fue ella, la que en los últimos días, se acercó al cementerio local, para dar su adiós a esos dos curitas secuestrados y muertos en la capital”.
            La gente le dio la espalda, le quitaron el saludo. Ese saludo respetuoso que le brindaban cuando su esposo encabezaba el poder militar, y pletórico, el día que la junta nombró presidente, a su hijo, el General.
            “¿Quién es la impiadosa?”, masculla con rabia.

            De estar su confesor, la hubiese consolado: “es una guerra sucia, son los costos que se deben pagar para mantener unido nuestros valores”. “Para mantener unido al régimen”, recordó que le había dicho su esposo, el apolítico y profesional capitán, expresando su apoyo a Uriburu, mientras caminaban entre el cuartel y la catedral.

            Allí está esa madre virgen, sosteniendo al hijo sin vida que engendró de Dios. Como siempre, se sabe en su lugar, revelación que le llega de los primeros tiempos como señal: “la tumba en la basílica dijeron que es de San Pedro, y la encontraron excavando”. Piensa: “Hay que excavar, para localizar el óbito y ponerle nombre”.
            El aroma de maderas que provienen de las tallas, la tersura del ébano que limita al sarcófago, el catafalco y la pintura del calvario, signos evidentes, de hallarse en el hogar de la muerte.
            Observa las cariátides que sirven de carátula al corredor del campanario. La anciana se siente segura, paradoja de vida en el centro de lo letal.
            Le llama la atención, una mujer que permanece parada en el pasillo, lleva un pañuelo blanco en la cabeza. Piensa que es un atuendo extraño, tal vez su vista le proporcione una mala jugada, presiente que se trata de un pañal de gasa. El rostro le es familiar, la sospecha avejentada. Se pregunta: “¿Qué espera allí, de pie, sin la humildad que requiere reclinarse ante el señor?”.
             El contraluz que penetra por la ojiva, dibuja una lágrima en la mejilla de la señora erguida. A la madre del general la inquieta aquella presencia, que no es como siempre. Pasan segundos, minutos, lo inanimado los hace parecer siglos.  
            Por fin, el párroco se manifiesta gracias al vuelo de sus sotanas acampanadas. Marcha desde las sombras hacia la intrusa.
            La madre del general, observa como la mano del religioso intenta acariciar el pañal, y como su poseedora, con determinación, la intercepta en el aire sin dejarla llegar.
            El religioso balbucea. Con fastidio, muy clarito, reproducido por la acústica del templo le dice: “¡Santa paciencia señora!”.

            Antes de retirarse, la mujer hunde sus manos en la pila bautismal, arranca de ella agua y refresca su rostro. La luz oblicua de la ojiva centellea como una metralla silenciosa y devota sobre la visitante. Se sabe desalojada, y erguida, transpone el portal de la propiedad del señor para recibir la claridad del día, de la vida.
Repican las campanas, y las palomas en masa, huyen. En el campanario como siempre, los cuervos sordos retozan como centinelas fieles 
Todo sucede bajo la mirada impasible, de la madre del General.
Eduardo Wolfson




martes, 6 de marzo de 2012

La duda


¿Cómo voy a perdonarlo?
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Él, por libre albedrío o por omisión, es el gran responsable.
¡No!, ni olvido ni perdón.
Siempre eligió aliados poderosos,
Los emperadores, luego los reyes y los señores feudales.
Mas tarde, se tomó su tiempo para festejar con un equipo de bolseros, que a su vez, aprendieron a jugar con las medallas que lucen los uniformes de los generales.
¡No!, ni olvido ni perdón. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
En un extremo, aisló a hombres de ciencia para un desarrollo infinito de armas.
En el otro extremo, colocó a todos aquellos que hablaban de él, para bendecirlas.
¿Cómo voy a perdonarlo?
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Creó un juego perverso, siempre fue un chico divirtiéndose con el horror de todos sus personajes.
Primero cayeron desnudos destrozados por bestias, más tarde, los vio con armaduras despedir los intestinos, cuando la punta de lanza ensangrentada, se deshacía de el cuerpo para bailar, roja y chorreante, debajo del fulgor del sol.
Después, mucho después, se estremeció de placer cuando dejó caer ejércitos de campesinos en la helada, y echó una risa estruendosa para los tiempos, cuando vio a los que hablaban de él, pedir paz para los espíritus, volviendo a bendecir.
¿Cómo voy a perdonarlo?
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Para diferenciarse de los chicos, metió pólvora y metió átomo, y entonces sí, disfrutó viendo los cientos de miles que fabricaban armas, gozar y aplaudir la desaparición masiva de otros, que crecían, producían, tenían hijos y rezaban en los templos.
¡No!, ni olvido ni perdón. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Asesinó con la bomba, con el hambre, con los terremotos, con la droga. Se deleitó con la muerte, y festejó, tomando vino en la mesa de emperadores, reyes, mafiosos y banqueros.
¿Cómo voy a perdonarlo?
Los crímenes de lesa humanidad no prescriben.
Sí, es verdad. Él nos perdonó. Porque lo creamos a nuestra imagen.

                                                                                                    Eduardo Wolfson

viernes, 2 de marzo de 2012

El reino de los cielos y otras impurezas

San Pedro se levantó refunfuñando esa mañana. Lo primero que hizo fue dar un vistazo a su alrededor con su mano derecha, a modo de visera, sobre la frente:

"Es inútil, ya no doy abasto, sigue creciendo geometricámente la cantidad de gente. La mayoría llega en un estado lamentable. Andrajosos, sucios, hambrientos eternos. Muchos vienen con sus últimas comidas en vida, no del todo digeridas.Se van apilando donde pueden, el espacio se  redujo cruentamente.
Los alimentos más frecuentes que traspasan las barreras estelares son la polenta, porotos, garbanzos, toda clase de farinacios y ultimamente, he notado que vienen repletos de soja. La concentración de almas y las flatulencias vuelven al lugar irrespirable. En todos estos años me fui puliendo, empecé a comprender varias cosas. No se si será porque tengo una eternidad por delante, o a pesar de ella, pero siento que se me está acabando la paciencia. Recuerdo todavía cuando yo era ese pescador bruto, tosco y paupérrimo, que junto a mis hermanos, tan bestias como yo, sudaba la gota gorda tirando redes al mar tratando de rescatar algunos peces para poder satisfacer nuestro apetito atroz. ¡Ah!, si aquel día hubiéramos sacado tan solo un pez cada uno, seguro que yo no acababa metiéndome en este lio. Pero no fue así. Cuando regresamos de aquella faena inútil, mientras atracábamos el bote, lo ví observándonos. Tenía una sonrisa que en aquel momento, debo reconocerlo, me pareció sobradora. Vestía una túnica de un blanco tan inmaculado, que hoy sería perfecto para una publicidad de jabón en polvo. Bueno la historia es conocida, el tipo nos llenó de peces las redes, así, sin ningún esfuerzo. Nosotros no lo podíamos creer, pero él sabía muy bien que ese era el anzuelo para congregarnos. Nos habló con muchas palabras díficiles y en realidad, no le entendimos un pepino. Pensamos que estaba bastante tocado, pero igual lo seguimos para ver si volvía a repetir lo de los peces. En ese tiempo, ni imaginaba que estaba principiando mi carrera en su campaña celestial. Hubo un eslogan que nos pareció extraordinario: "es más facil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los cielos". ¡Que brutos éramos Dios mío!, nos sentíamos inmensamente felices con aquellas palabras, tanto, que a ninguno se nos ocurrió preguntarle, a que lugar irían a parar los ricos.
Debo decir, que desde que me nombró conserje de aquí, hace 1900 y pico de años, que le vengo pidiendo audiencias y no me las concede. Siempre creí que su actitud obedecía a una venganza, por ese día que lo negué tres veces. Fue después de esa última cena, aquella noche infausta del año cero, si, antes que todo se pudriera y cantara el gallo. Hablando los otros días con Satanás, me dijo que este pensamiento era equivocado. ¡Claro que soy amigo de Satanás!, que se pensaban. Acaso Caín y Abel no eran hermanos. Lucifer se acordó, que el tipo me anticipó, cuando comiamos, que lo iba a negar esa misma noche, por lo tanto se puede decir que me indujo a hacerlo, para fortalecer la campaña. Después de todo, fue el mismo tipo que me dijo, aquel día que me encontró un poco bajoneado por las penurias de las largas caminatas, que yo no sería más pescador de peces, que a partir de aquel momento, sería pescador de hombres. ¡Que bruto era Dios mío!, al escucharlo me sentí bien porque supuse que me estaba ascendiendo. Pero con estos años eternos me fui dando cuenta que "pescador de hombres", equivale a lo que en tiempos más modernos se llamaría gestor de afiliaciones, recolector de adictos, proporcionador clientelistico, en fin, puntero político. Pero reconozco que me agrandé del todo, cuando me eligió para construir su iglesia, o sea un lugar donde meter a los afiliados, a los adictos, a los clientes, para que realicen sus transacciones con el reino del padre del tipo. En palabras más actuales, me estaba pidiendo que piedra sobre piedra haga el comité central y en compensación por aquel trabajo, me nombraría su primer catedrático. Después que el tipo se marchó para descansar en la morada del padre, yo muy convencido, tomé mi cayado y caminé la tierra con tres propósitos. 1) propagar lo que me acordara sobre el discurso del tipo. 2) encontrar adherentes para lo que vendría. O sea, emprender una campaña financiera para lograr el tercer propósito, que era  construir la iglesia.  Con todo mi insano juicio hice miles de sacrificios, ahora que lo pienso, creo que todo hubiera sido mucho más sencillo, si en aquel entonces ya se hubiese creado internet. Lo cierto, es que gracias a mi empeño, logré reunir unos cuantos miles de adeptos. Hoy se podría decir, que éramos evasores del fisco, los que colaboraban con la campaña financiera, usaban una cruz que yo les daba para reconocerlos. En cuanto al proselitismo, hubo momentos muy dificiles para implementarlo, estabamos fuera de la ley y cuando llegué a Roma nos cobijamos en las catacumbas para hacer las asambleas. Eran unas cuevas muy húmedas e insalubres, yo imaginaba que esos sitios eran muy parecidos al infierno y así, recuerdo que lo transmitía. ¡Que bruto era Dios mío!. Pensar que hoy lo veo al amigo Satanás y lo envidio, sanamente, claro. El tipo nos jodió con lo del libre albedrio, pero éramos tan brutos, que no sabíamos que su padre había hecho casi lo mismo, para rajar a Adán y a Eva del paraíso con el pretexto de la manzana. Yo sí que fui un empleado fiel, de la nada le construí el comite central y poco tiempo después, comenzaron a crecer sucursales en todo el mundo. Fundamos lo que hoy se llamaría una corporación monopólica y multinacional de servicios. Nuestros servidores, que en un principio no fueron mucho más que recaudadores,  con el tiempo, a medida que la organización crecía en superficie y número de clientes, se capacitaron para adaptarse a las nuevas circunstancias, y así mantener por supuesto el liderazgo de la marca. Imponer al tipo no fue fácil, aunque su imagen luciendo un aspecto lánguido y clavado en una cruz, fue en muchos sectores, bastante bien recibida, tanto, que inmediatamente la ponían en exhibición. Asombrado por esta aceptación, recuerdo que una vez le pregunté a un gran mercader, por que colgaba en cada uno de sus transportes al tipo en la cruz. Me dijo: porque así inmovil y asegurado no jode a nadie. Para recaudar fondos, debo reconocer que este asunto del camello, la aguja y ganarse el reino de los cielos, le dio al tipo resultados estupendos. Muchos poderosos nos entregaron fortunas cuantiosas para asegurarse el mejor lugar el día después. Personalmente, he recibido a muchos de ellos acá en el portal. Cuando habíamos andado solamente unos metros en el interior, me solicitaban abrumados, que interceda ante satanás para conseguirles un lugar. Insistían que me quedara con sus donaciones, pero que en forma urgente los sacara de aqui, añadiendo que se sentían estafados por la agencia de viajes. !que bruto era yo Dios mio!, que creía al principio, que estas actitudes solo se trataban de excentricidades.

El tipo vio con el tiempo, que la gran empresa era beneficiosa por un lado, pero por otro, tuvo en cuenta varios factores que debían ser corregidos si no se quería perder la manija. Un análisis institucional, le permitió advertir, que en el mismo seno corporativo se producían internas, que podían conducir al quiebre y debilitamiento del todo. Por otra parte muchos gobiernos, en esa época mayoritariamente monárquicos, pretendían tener la exclusividad de los servicios del tipo, que de aceptarlo, significaba frustrar las posibilidades de crecimiento, ya que iba a mermar drastícamente la cantidad de clientes y la posibilidad, de generar nuevos. Su estrategia fue genial, mostró dignamente ser el hijo de su padre. Aprovechó la interna dejando que haya un quiebre. Los separatistas con algunas modificaciones de organización y administración, crearon nuevas empresas al servicio del mismo tipo. Para traducirlo al momento actual, diré que el tipo creó su propia competencia con segundas marcas.

Si de algo estoy seguro, es que el tipo es lo más grande. Por ejemplo, como se compró a todos cuando dijo aquello de "Bienaventurados aquellos que creen sin haber visto". Inmediatamente les vendió en cómodas cuotas el reino de los cielos. Sí, el lugar eterno que se les tiene preparado a los sacrificados en la tierra, a los pobres , a los que han sido desgraciados, explotados, vejados, a los niños puros y a los que fueron buenos. Para decir verdad, nunca lo describió muy bien, pero con sus párabolas y gracias al libre albedrio que nos regaló, uno lo imaginaba como la mejor de las recompensas. Después de la muerte, cuánto peor te haya ido en la vida, más gloriosa sería la eternidad. Pensar que empezó con este cuento y hoy tenemos este desborde. A cada minuto son millones de almas que nos llegan alborozadas primero, porque algún bromista, les sigue diciendo en el camino que van al cielo. De vez en cuando, yo separo a alguno para interrogarlo, más que nada para hacer una muestra, o confeccionar una estadística, por si alguna vez cae un periodista, cosa que veo muy díficil y desea tener material cientifico para una nota. Los otros días, paré a uno que me dijo, que el imaginaba al cielo como un gran resort con todos los placeres incluidos para siempre, y que le devolvían, sus veinte años para disfrutarlo con todo. Al escucharlo no pude contener mi risa, le dí una palmadita en el hombro, invitándolo a continuar su camino y le dije, "Bienaventurados aquellos que creen sin haber visto". Con una expresión trágica, el alma del pobre iluso se encastró en el hacinamiento, pero esta vez, careciendo del alivio que tienen todos los mortales, de poder matarse. ¡Que gran tipo es el tipo!, pensar que ya pasaron más de 2000 años, y allá en la tierra continuan tragándose el verso original. Cómo tienen que pasar a otra vida para averiguar la verdad y de aquí, no se devuelve a nadie, no hay forma que los buenos de corazón y los pobres de espíritu se enteren de lo más mínimo. Porque de enterarse, cómo decían los españoles, otro gallo cantaría. Yo era bueno de corazón y pobre de espiritu, lo reconozco, incapáz de usar cualquier lógica, porque jamás pasó por mi frente ni una peregrina idea, con respecto al espacio que tiene que haber para acumular con comodidad, y dignamente, las almas de miles y millones de generaciones. ¡Que bruto era Dios mio!, y que brutos siguen siendo hoy esos buenos de corazón y pobres de espíritu, esos que escucho que llaman energúmenos. El tipo no es solo hijo del padre, sino también padre de los más magnos gatopardistas. Es capaz de hacerlos aguantar cualquier cosa en la vida, a cambio del paraíso en este lado, de la opulencia en lo que quieran para siempre. Por algo la imagen del tipo siempre estuvo y estará en sitios junto a los grandes señores, porque tiene el poder desde esa cruz de mantenerles al rebaño produciendo y entretenido.

¿Qué como se me fue llenando el cielo?. Pero hombre vaya la pregunta. Con saber un poco de historia y tener dos dedos de frente, la verdad se nos revela naturalmente. Bueno, debo confesar que a mi me despabiló un tal Malthus, espíritu que habita en los pagos de Satanás y que conocí en una cena fastuosa que el amigo infernal realizó en mi honor. Allí me explicó esto de la reproducción progresivamente geométrica, que tienen los pecadores con respecto a la cantidad de alimentos, que solo conocen una expansión aritmética. Yo digo que todo esto es consecuencia del libre albedrio, que el padre del tipo nos metió desde el inicio. Pero el tal Malthus me dijo que por eso, primero me cayeron los hambrientos y los que no les pudieron ganar a las pestes. Después me fueron mandando a las victimas de las guerras, y que esto era bueno según él, porque eso equilibraba las condiciones de vida en la tierra. Claro, este economista inglés vino a tomar estos aires por mil ochocientos treinta y pico, y desde ese momento quedó desactualizado. En esa cena también estaba un tal Goethe que llegó , me dijo, dos años antes que Malthus. Charlamos muy poco, pero me expresó una frase que me sirvió y mucho, para el futuro. Dijo: "prefiero la injusticia al desorden".

Eduardo Wolfson