"Siempre que llovió..."
Capítulo XXII
Obra inaudita e inédita de Eduardo Wolfson
La
población bucólica no se concedió un intervalo para ingerir el horror. La
invasión sorprendente ahogó a la tragedia. El desafío se instrumentó con estruendo
y desorden. La inquietud y el temor, se dibujó en los rostros desencajados de
los hombres productivos de la ciudad.
¿Sería
posible que la riqueza providencial de esos días, se diluyera de sus manos para
colmar las de gente extraña?
Los
forasteros, provocaron en los residentes sentimientos encontrados. Al principio,
se experimentaron reconfortados por la imprevista entrada de los visitantes,
pero luego, la desazón, exteriorizada en sus cuerpos temblorosos, los exhibió
impiadosos y avaros.
La
zozobra aumentó cuando la certidumbre de que todo tiene un final les llegó.
Pensaron que algún día, como es lógico, los periodistas desaparecerían junto
con los visitantes. Entonces, adiós a la pingüe ganancia.
Cámaras
empresarias, asociaciones profesionales, comisiones de clubes, organizaciones por rama de actividad y funcionarios oficiales y
oficiosos, llevaron a cabo reuniones febriles, discutiendo en su sector y entre
todos, las estrategias a consensuar.
Por
razones de urgencia, fue indispensable concentrar las exposiciones y sus
correspondientes controversias para dos temas: primero, las entradas en manos de
los vecinos, y segundo, cómo lograr perdurabilidad para esa actividad desusada.
Un
industrial destacado denunció, en una de las asambleas generales, las
desventajas comparativas que perjudicaba a la difusión de sus artículos, frente
al resto:
-En
esta ocasión, me veo impedido de donar el producto que fabrico, obteniendo,
como lo hacen todos ustedes, en canje, una promoción barata del mismo. Es más,
es mi obligación manifestarle a esta asamblea que mi persona, mi empresa y mis
empleados, somos victimas en estos días de una discriminación sin precedentes.
Yo pregunto, ¿acaso es un pecado confeccionar medias en esta ciudad?
Señores
no los estoy acusando, pero exijo un resarcimiento, por el lucro cesante que
esta situación inédita nos provoca y además, un desagravio por parte de todas
las instituciones vivas, a mi persona, a mi empresa y a sus empleados, a través
de la televisión y los medios escritos locales.
Un
prestigioso comerciante de guantes contestó risueñamente:
-Si
decidiéramos que para el buen desarrollo de nuestra ciudad, el año que viene
alguno de nuestros queridos habitantes tenga que perder sus brazos, yo no me
atrevería a pedirle al resto de la sociedad, una compensación por la baja que
seguramente se produciría en mis ventas.
Sin
embargo, la moción del hombre de las medias encontró gran apoyo por parte de
los representantes de la industria del calzado.
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