Fragmento de la novela inédita
de Eduardo Wolfson “Los Comesandwich”
Declaración televisiva de:
Juan Ramón de la Cruz Vera
(alias Carlitos)
Sospechoso de ser el
autor intelectual de la red de espionaje
Para todos pasé a ser Carlitos el de la alcantarilla, una persona
reconocida y esperada en toda la manzana.
Ahora, cuando aparecieron
ustedes, e inundaron con las cámaras, los cables y los micrófonos, la vereda y
la salida de mi sótano, la cosa empezó a cambiar. Para llegar a mis clientes,
tenía con el changuito y los termos que esquivarlos, cosa que no era para nada
fácil. Para colmo, me hacían una encerrona para preguntarme por los
Comesandwich ¿vio?
Ya le dije que soy del interior,
y al principio solo acumulaba una bronca que no me dejaba pensar. Aunque le
parezca mentira, fue la
Ambrosia , mi novia de Añatuya la que me abrió los ojos. Me
dijo: “Juan Ramón (ella era la única
que seguía llamándome así), salí con el
guardapolvo almidonado que todo el mundo te está viendo en la tele”. Ella
misma, esa mañana, envolvió los sándwiches en un papel transparente y los puso
de exposición en el carro. En el anaquel del frente, presentó uno de cada
variedad. Estaba el de matambre en pan árabe que era nuestra especialidad, al
lado el de milanesa completa en pan francés, le seguía el de bondiola y queso
en pan de Viena, y para rematar, un primavera en fugaza con lechuga, tomate y
jamón crudo. El conjunto tenía más colores que una paleta de pintor ¿vio?
¡Perdón!
Al principio fue el alboroto,
después los periodistas se ordenaron solitos y hacían fila de a uno, y a su
turno, me preguntaban sobre los Comesandwiches y me compraban su almuerzo.
La verdad era, que yo sobre los
Comesandwiches no sabía nada. A los únicos que conocía, y de vista, era al
Emilio y a la Aurora. El
Emilio andaba siempre muy pintón por el barrio, no le conocía paradero fijo.
Era simpático, siempre me convidaba ese cigarrillo que tenía un agujero en el
filtro, el que decían que fumaban los maricones. Muchas veces, yo, le dejaba
algún café sin cobrárselo. A la
Aurora , la veía en la escribanía, cuando llevaba café para su
jefe. Si uno la miraba bien, veía que era joven, lo que pasa que se vestía como
la patrona de mi abuela ¿vio?,¡Perdón! otra vez.
Eso es todo lo que sabía, así,
que para que no me soltaran los periodistas, tuve que echar mano a mi
imaginación, lo mismo que cuando contaba historias a mis hermanitos en Añatuya.
De los diarios, obtuve los
nombres de los otros Comesandwiches, y por las fotos, me di cuenta del aspecto
que tenían. Apoyado en esos datos, me fui creando una historia con cada uno, y
con algo de suspenso, siempre se las contaba a los muchachos de la prensa.
Por ejemplo, una vez les dije,
que Rembrandt me confió que estaba harto de los funcionarios de cultura porque
promovían el negocio y no el arte. Otra mañana, les hablé de la gorda Catalina,
inventé que siempre venía a mi sótano a buscar medialunas, hasta que la última
vez que la vi, le oí palabras misteriosas. Que con voz de trueno y apuntándome
con su dedo índice dijo: “el pueblo no
necesita de los funcionarios, él crea su lenguaje cuando se subleva”. Esa
frase en realidad, se la saqué a un abogado anarquista que era cliente y me
vino como anillo al dedo, porque aparecí con mi changuito en todos los
noticieros y programas periodísticos de la televisión. De Yaco, el ingeniero de
suelos, como quien no quiere la cosa, se me ocurrió comentarles que era un
asiduo visitante nocturno a los túneles del edificio, que llevaba con él un sol
de noche, y que me pedía quedarse solo revisando las grietas de las catacumbas.
La palabra catacumba, que aprendí de Cardozo, causó un gran efecto entre los
reporteros. A la Deborah
la escraché como una veterana come hombres. Les conté que siempre estaba acompañada
por funcionarios, a quiénes les pagaba el café que me compraban ¿vio?, ¡Perdón!,
pero se me escapa.
Durante un tiempo, yo fui el que
les proporcionó la noticia del día. Ahora me doy cuenta que a ellos no les
importaba si era falsa o verdadera, lo importante era contar con una primicia.
La ilustración es engañosa. Cuando se juega a la escondida, ningún jugador se puede quedar parado detrás de el/la que cuenta
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