Séptimo relato
Por Eduardo Wolfson
Alrededor de los cuatro
grifos, las mujeres, cubriendo el cabello con un pañal de gasa, daban en
silencio su vuelta sin fin. Policías al acecho rodeaban el círculo, parecían
pibes listos para treparse a una calesita en funcionamiento. Unos metros más
atrás, sentado en un banco, el subcomisario masajeaba sus bigotes tupidos, echando
sombra sobre el labio inferior, a punto de emitir el grito capanguesco, ordenando
represión.
Cruzando la plaza por
surcos, trazos desdibujados entre canteros, me esforzaba por almacenar el aire
puro, necesario para permanecer lúcido las próximas horas en la redacción.
Anochecía sobre el espacio verde. El cielo claro, comenzaba a lucir sus
estrellas, titilando como lentejuelas baratas. Pegada a un palo borracho, una
pupila del burdel tomaba aire fresco, casi invisible, mimetizándose en esa
naturaleza urbana. Uniendo sus manos temblorosas, intentaba ocultar la llama
que encendía un cigarrillo.
Se acercaba la hora de
probar, que los ánimos ciudadanos lograron disciplinarse. Para ello, un General
aficionado a la dramaturgia, ordenó el aumento de la actividad colectiva. Cada
civil debió colocar gustoso, su granito de arena para la organización de la
fiesta nacional.
En la sacristía actué
como Secretario de un acta no escrita. Se encontraban La totalidad de los
miembros de la secta. Presidía el Obispo con su atuendo purpúreo. En las sillas
en círculo aposentaban, el Almirante, el Intendente, el Editor de mi periódico.
El cupo femenino era cubierto por la Directora de la escuela Normal. Me sumé a los
custodios de la entrada, El ruso, el tano y el gallego. Relajé mi tensión,
concentrándome en los comunicados de
prensa que haría para el municipio. Mis relatos apelarían a la creatividad de
los vecinos.
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La respuesta
a la convocatoria fue entusiasta (aseguró el Intendente).
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Poco a poco
el programa toma forma (indicó el prelado uniendo sus manos a la altura de las
ingles)
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Desfile de
carrozas, carrera de bicicletas rodeando la localidad, función de gala con la
orquesta sinfónica de la capital, feria de degustación, comidas típicas de las
colectividades afincadas en el territorio, triatlon. (Agregó mi Editor
satisfecho)
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Para no olvidarse de la tradición, no pueden
faltar campeonatos de juego de damas, truco y tenis de mesa. (Subrayo el
Almirante)
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¿El cierre
consistirá en la elección de la reina, no? ( Preguntó el Obispo, esperando la
respuesta afirmativa)
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Nuestras
jóvenes son niñas de familia, decentes y portadoras de una gran pureza (Advirtió
a los presentes la Directora
del Normal)
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Una reina no
tiene nada de impuro señora, en todo caso propongo colocarle a las jóvenes que
participen pasamontañas, para ocultar al público su identidad (Añadió condescendiente
y desde atrás el Gallego)
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Disculpen,
pero este punto deberemos confirmarlo en la próxima reunión (Dijo el Intendente
mirando con malos ojos al Gallego, reprochando su participación indebida, y su
verborrea resfriada)
Al abandonar la sacristía,
me detuve para observar la plaza desde otra perspectiva.
Los viejos renunciaban a
su modorra, se acercaban, y tomaban del brazo a su vieja alejándola de la
ronda. Los veía esfumarse en pareja, por las diagonales, callados, casi
reptando. El subcomisario levantaba su machete, y los policías venían a su
encuentro. Por el camino que acaba en la catedral dejaban la zona liberada.
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