Es un sueño
Con el telegrama estrujado en mi mano, solo en el andén,
soporto la espera disimulado en la niebla, sublime condensación de película en
la campaña francesa. La sirena mal humorada anuncia la llegada del tren. Con el
cuello alzado del gabán tapo mi boca. Una columna de humo blanco espesa avanza
lenta, la formación se estaciona paralela a la plataforma. Vapor, frío húmedo y
helada son los elementos principales con los que cuenta el escenario esta
madrugada. Son pocos los pasajeros que descienden, él lo hace desde el primer
vagón. La condensación del humo de la locomotora lo incluye, siento escalofríos
como si fuera al encuentro de un fantasma. Deja la valija en el piso, temblando
se envuelve en un gran poncho. Cada paso que doy hacia él, menos lo reconozco.
Por fin el encuentro, abro mis brazos para estrecharlo, los afianzo lentamente
y al fin lo contengo. No sé si es una sonrisa o una mueca, su barba descansa en
mi cara, sin embargo sus ojos claros mantienen el brillo del pibe sorprendido.
El ferrocarril se aleja, hay cambios en la coreografía, una ráfaga de viento
nos obliga a rumbear para la sala de espera. El vendedor de pasajes nos ignora,
cierra la ventanilla detrás de la reja, y desaparece. Mi compañero sorprendido
exclama -es un tallador de juego
fracasado, esa visera charolada y ajada que usa, seguro que conoció mejores
tiempos.
Ambos reímos sin dejar de mirarnos. Del bolsillo del saco
extrae una petaca, comenta que lo que me da a probar es un elixir macerado por él
en sus montañas. Primero yo y luego él, pegamos tragos a esa ginebra, volvemos
a reír. –Destilada en Constitución- digo yo. Él permuta su risa por un ataque
de tos.
La boletería vuelve a abrirse, él se apresura para sacar
un pasaje. – Tomo el próximo tren- me avisa. Con una mano toma mi rostro y besa
mi mejilla. Se va haciendo invisible en la bruma, sin embargo todavía veo su
gorra que se asoma desde el último vagón. El individuo de los pasajes ha
cerrado, no tengo a quien preguntarle por el destino de aquel tren. He quedado
solo en la sala de despedida. Noto que en el apuro olvidó su maleta, la abro y
comprendo. En ella están todos sus muñecos, los ha dejado para que me hagan
compañía hasta que pueda despertar.
Eduardo Wolfson