CRUZANDO LA PLAZA
2 º Relato Unitario “Sin título”
Subí las viejas escaleras
gastadas de mármol. En la redacción, José el sereno me sirvió una taza de café
humeante. El inminente parto diario del matutino, puso mis nervios en tensión
derrotando cualquier hechizo. A mi ingreso, las órdenes de Boris, propietario y
director, fueron claras:
-no se publica nada sobre madres llorando por hijos
desaparecidos, lo insoslayable, se relata con las palabras enfrentamiento,
subversivos, cadáveres, fuerzas del orden Etc. Etc. Tener siempre a mano
notas de color sobre personajes de la localidad para rellenar.
Hasta allí, sus
instrucciones habían servido para esquivar y preservar nuestras vidas. El
mundial de fútbol fue un derrame de agua bendita, y salir campeones, la cereza
que coronó el postre. Ese mes, lo recuerdo como el más sencillo para escribir y
completar cada número, sin necesidad de bucear para transformar el dolor en
tibio entretenimiento. Pero esa tarde, seis años después, golpeé la puerta del despacho de Boris, no era rutina, necesitaba consultarle acerca de como ocultar una
Plaza de Mayo llena, con un muerto, y obreros pidiendo pan y trabajo. Me senté
frente a él, escuché su discurso, sus reproches, esperando el momento de la
copa de whisky, el de la ternura. En esa reunión, Boris agregó un mandato
ahorrándome preguntas
- Las Malvinas son nuestras, las ocupamos, echamos al
invasor, inventamos batallas y nuestros oficiales y soldados son héroes.
De
golpe la guerra. La Plaza
del pueblo masacrado dos días antes, se convirtió en territorio de cantos,
banderas, y una voz borracha, uniformada en el balcón, aplaudiendo a la próxima
sangre.
Cruzando
la plaza, en aquel abril cuando las hojas caían, advertí que en el pueblo
desaparecieron los horizontes abiertos. Habitábamos el interior de un gran
sarcófago, sus muchas puertas y ventanas, encerraba el llanto y el gemido
desgarrador de mis vecinos, algunos adivinando la muerte sin lápidas, y otros,
el terror de la guerra apuntándoles a sus hijos.
Del Castillo, el Intendente, exultante
llegó al club. Agitaba un papel exhibiendo un aire triunfador. Los popes, como
solía llamar a aquel conjunto de viejos un poco próceres, y otro poco, dueños
del pueblo, se sorprendieron.
-Acaban de declarar a nuestra fiesta, "fiesta
nacional". (Exclamó el Intendente)
Arrojó la nota con membrete del
gobierno, el sello y la firma del general a cargo de la presidencia sobre la
mesa, se arrepintió, y volvió a tomarla para refregarla en mi nariz,
interrumpiendo el trago de mi ferné cotidiano, en la mesa junto a la ventana.
No me
sorprendió la actitud de Del Castillo, sus exabruptos me eran familiares desde
aquel día, que ha su pedido, nos reunimos en la sacristía cuatro años atrás.
Mientras el párroco, tercer habitante del recinto beatífico, simulaba
desatención frotando una platería, el intendente me acercó a un rincón
haciéndome una propuesta que acepté. Quería que piense y escriba sus discursos.
Cuando estrechamos nuestras manos, me advirtió que nadie debía enterarse del
trato, incluido Boris.
- Ponete a tono con las circunstancias pibe. (El
intendente desplegó una sonrisa abierta que percibí como advertencia).
Fui
periodista del diario local, también escribiente, mandadero y alcahuete del
mandamás político, elegido democráticamente por una junta de las tres fuerzas.
Sentí que era un comodín de comodines. Flotaba en una nube que se deslizaba
sobre el fango, y más allá de un juego que tomaba aspecto de querubín, supe que
el paseo podía terminar en una fosa.
Los
popes festejaron como si fuesen chicos que les salió bien la travesura.
Lorenzo, el mozo, sin esperar el pedido, les depositó el cinzano y unas cuantas
copas, simultáneamente el pibe, colocó los platitos tradicionales, aceitunas
negras, queso mar del plata cortado en daditos y maní con cáscara. Hubo
brindis, mucha alharaca y disolución de reunión.
El
Intendente, callado, pensativo, e inflando los bigotes se sentó frente a mí. Su
brazo detuvo a Lorenzo que se acercaba pensando que había un pedido en ciernes.
Al fin me habló:
- Prepárame una reunión urgente en la sacristía con el
tano, el ruso y el gallego, también voy a necesitar al escribano, pero lográ
que no se crucen. Como siempre, esto queda entre nosotros.
Del
Castillo se fue, no sin antes saludar a Lorenzo con un estruendoso ¡Viva la
patria!
Al tano, el ruso y el gallego se los
veía muy poco por el pueblo. Cuando yo terminaba la primaria, ellos pisaban los
30. El tano fue contador, el ruso viajante y el gallego cana en la Federal , desplazado por la
fuerza, según él debido a un dolor insoportable, provocado por sabañones que cultivaba en sus
dedos, durante los fríos intensos de patrulla en el invierno capitalino.
Cuando se juntaban, cada vez con
menos asiduidad, lo hacían en el boliche o el burdel. El tano leía La Prensa , decía que era un
diario serio con periodistas de raza e información objetiva. El gallego opinaba
que el tano hubiese deseado ser oligarca, dueño de campos luciendo apellidos
bostosos. En cambio el ruso tenía todas las materias aprobadas de su profesión:
contar chistes, jugar póquer, y levantarse una mina en cada pueblo para
asegurarse compañía y no pasar necesidades. Los tres, disfrutaban en común todo
aquello que involucraba lo que reconocían con la sigla (PRP)
picana-retorno-peaje.
Esa
semana, mi pluma se permitió pintar con lujo de detalles el hundimiento por
parte de nuestra armada del Sheffield. En las noticias locales, como
pie de página, mataba a nueve subversivos en un enfrentamiento, sobre campos
aledaños escriturados recientemente por el Intendente, especificando que no
tuvimos que lamentar bajas en las fuerzas del orden.
Eduardo Wolfson