"Siempre que llovió..."
Capítulo XXXV
Otra entrega de la obra inédita e inaudita de
Eduardo Wolfson
-Nuestra
historia nos enseña muy bien que los ejércitos de la patria se formaron con
héroes. -Prologa así el Intendente su discurso, y continúa- No fueron otra cosa, aquellos generales de
la civilización. Me refiero a los Rivas, los Paunero, los Elías, los Rauch, los
Conessa, los Mitre, los Escalada, los Baigorria, y tantos otros, como nuestro
benemérito fundador.
Pero
tampoco fueron mucho menos aquellos enviados por la barbarie. Digo los
Coliqueo, los Pincén, los Catriel, los Namuncurá y sobre todo, el gran
Cafulcurá, de quién se dice que tenía dos corazones, y que ambos, aún hoy,
siguen latiendo debajo de esta tierra bendita.
Barbarie
y civilización mezclaron su sangre, transformándose en el combustible enérgico
y arrollador, capaz de producir para el mundo una nación nueva, pujante y de
iguales.
La
multitud prorrumpió con un aplauso cerrado, el mandatario agradeció con los
brazos abiertos, para luego agitar las palmas de la mano, rogando silencio:
-Dije al comienzo
que los ejércitos de la patria se formaron con héroes, y sostengo, que las
sociedades se fortalecen con sus heroínas. Mujeres de cualquier condición, que
a lo largo de su vida les toca desempeñar una multiplicidad de roles. Son
valientes esposas, abnegadas madres, sacrificadas administradoras del hogar.
Son las que en silencio, sin protestar, sin siquiera emitir una queja esperan
llenas de fe los pequeños milagros cotidianos que producen los suyos, gracias
al aliento infinito, que ellas, desde su modestia les prodigan.
Hoy
nuestra comunidad, se reúne en su plaza central, para dar testimonio, honrando
a su heroína mejor acabada. Que su corta edad no nos confunda, pues ella
condensa la solidaridad, la fraternidad y la humildad, virtudes que todos
tomamos como propias, para llevarlas en nuestra dignidad como estandarte de
valor.
Las
palabras cesan, el intendente, acostumbrado a oír el silencio que produce el
impacto, decide prolongar un poco más la pausa. Su mirada es para Virginia,
suspira, y prosigue:
-Hoy
todos miramos a Virginia, hoy todos queremos ser un poco Virginia, hoy todos
estamos orgullosos por ese ser maravilloso, milagrosamente llamado Virginia.
El funcionario eleva la vista,
abre sus brazos, se detiene, y al fin, baja la frente. Su expresión, aparenta
contener a los presentes, agrega:
-Invito
a mi querido hermano y a todas las autoridades presentes en este palco, a
acompañarme en busca de Virginia, para luego, todos juntos, desprender la tela
que cubre la obra y dejarla así, oficialmente inaugurada.
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