"Siempre que llovió..."
Capítulo XXXVII
Otra entrega semanal de la obra
inédita e inaudita de Eduardo Wolfson
inédita e inaudita de Eduardo Wolfson
La sorpresa dejó atónita a la multitud. Por el sobresalto, nadie tomó en
cuenta la suelta de palomas, que tuvo lugar, en el momento que cayó la
cobertura de la obra.
En esta oportunidad no hubo pedestal, como la repetición suele construir en
el imaginario colectivo. La concurrencia no fue atrapada por la figura, sino
por los colores chillones y contrastantes. Verdes, rojos y amarillos, que
irrumpieron hirientes en el escenario.
Después del asombro, el gran silencio, y recién entonces, el observador se
encontró en condiciones de visualizar la hechura.
Las primeras en escandalizarse, fueron las damas de beneficencia de la
parroquia y “las Adoratrices de Virginia Amor y Vida”. De sus rostros, los
medios tomaron el gesto adustamente indignado, y así lo mostraron en sus
noticiarios esa misma noche.
El Obispo sacudió su cabeza,
pegándose sus orejas con ambas manos. Las directoras de colegios primarios, se
auto convocaron, con la venia del supervisor del consejo de educación
decidieron retirarse de la plaza junto a sus alumnos, formados y desfilando en
perfecto orden.
Algunos camarógrafos alcanzaron a registrar al Intendente sufriendo una
lipotimia, y otros, cuando era rescatado por una ambulancia. Los periodistas
corrieron detrás de las autoridades o vecinos notables en dispersión. Todos se
mostraban esquivos con la prensa, algunos al ser interpelados se negaron a las
palabras para dejar impresas muecas de fastidio. Los únicos que buscaron una
cámara para hablar fueron los artistas plásticos, agremiados de la ciudad:
-Queremos
manifestar que nuestra institución -comenzó frenético su principal
representante- rechaza, repudia y
denuncia esta afrenta a la ética, el pudor, la moral y las buenas costumbres, y
sobre todo, como artistas queremos decir que nos sentimos agraviados, al
confundir este mamarracho que hoy luce esta plaza, con una obra de arte.
El único que se mostró altivo y congratulado, fue el autor de la obra
escultórica. Al día siguiente, convertido en foto de tapa del matutino de más
tirada, lució su estampa, junto a las dos piernas femeninas adultas moldeadas
en resinas, sensualmente torneadas.
Las extremidades simulaban una caminata erótica sobre el césped. Un zapato
con taco alto de un metro de altura, en el que se apoyaba la pierna derecha,
fue el que sirvió de base a toda la obra. El miembro formaba un ángulo a la
altura de la rodilla, que desplazaba del centro del conjunto a la parte superior
de la misma. Desde ella, se desprendía la pierna izquierda que no llegaba a
apoyarse en el suelo planteando una sensación de avance, así, la planta del
segundo zapato tomaba posición vertical, y su taco, como si se tratase de un
arma, apuntando al edificio del Honorable Concejo Deliberante.
En el centro de la plaza, en reemplazo del prócer que ya servía de refugio
a las aves de la ruta, quedaban dos piernas gigantes, calzadas con zapatos
color rojo abigarrado, trayendo remembranzas de aquellos que en otros tiempos,
usaban las prostitutas callejeras. En perspectiva, desde cualquier extremo del
predio, se tenía la sensación que aquellas piernas solitarias se dirigían hacia
la Catedral.
El acto tuvo un final inesperado, ninguno de los vecinos caracterizados, ni
la gente próspera, ni tampoco las autoridades pudieron soportar el bochorno. La
sola idea de quedar reproducidos en alguna foto o filmación como avalando la
sorprendente insolencia, los espantaba. El desbande fue general, los
principales lugares quedaron vacíos en un abrir y cerrar de ojos. Sobraron los
minutos para que el paisaje cambie.
Solo quedó el escultor junto a toda la prensa frente al monumento, los
padres de Virginia inmediatos a su hija en la silla de ruedas, a la espera de quien
les indique, cual tendría que ser el próximo movimiento.
Los periodistas, como de costumbre, arreciaron con preguntas desordenadas
que se acumularon y mezclaron en un espacio virtual. El artista esperó
impasible hasta que la andanada de interrogantes acabó. En el primer silencio,
con vos aguardentosa pero muy pausada respondió:
-Estoy
acostumbrado a que se me difame, ello sucede porque para esta sociedad de
tenderos, rentistas y estancieros chupacirios, lo primero y único que cuenta es
la chatura de su paisaje inmediato, junto claro está, a los ceros que acumulan
sus cuentas bancarias. Esta realidad les concede una concepción avara, los
muestra incapaces para conmoverse con el simbolismo que expresa una obra de
arte.
Un reportero lo interrumpió comentando:
-Pero más que
no apreciar lo simbólico de su obra, la gente parece haberse dispersado por
sentirse ofendida y terriblemente humillada, justamente porque interpretaron el
mensaje que su escultura expresa.
-Para entender un mensaje, es condición
esencial poseer antes que nada pensamientos propios. -Admitió el escultor,
agitando por primera vez sus brazos- Todos
los que hoy huyeron de esta plaza, no lo hicieron por sentirse agraviados en su
persona. Si les preguntan individualmente por qué tomaron esa actitud, dudo
mucho que obtenga una respuesta satisfactoria.
Esto sucede simplemente porque existen
instituciones anquilosadas, pero que todavía piensan por ellos. Por ellas, o a
través de ellas, es que conocen que esto está mal, aquello está bien y cual es
la actitud que deben tomar en cada caso.
Con el ánimo de complicar, peyorativamente,
lo obstaculizó un periodista:
-¿Nos podría explicar cual es entonces el
símbolo que quiso plasmar en estas dos monumentales y torneadas piernas
femeninas, y que tienen que ver ellas, con el homenaje a Virginia?
El artista se acarició la barba,
abanicó su mano derecha, para que no lo ahoguen con los micrófonos sobre el
rostro, prendió luego un cigarrillo y miró su escultura:
-Un
símbolo no se explica señor, para que la abstracción nos inunde y se transforme
en luz, es necesario poseer a priori una sólida formación, una más elevada
sensibilidad para humanizar nuestra percepción de la vida.
Yo estaba en mi atelier cuando me impactó la noticia. Recuerdo que todo mi
ser tembló, aquella extraordinaria valentía se amalgamaba a la tragedia.
Mis visiones, nubladas por lágrimas gruesas, recortaban en pequeños
cristales aquel hierro monstruoso de la horripilante formación amputadora.
También, como parte de un rompecabezas para armar, se incorporó al escenario el
valor infinito de la amistad.
En ese instante, supe que en mi vida nada iba a tener sentido sino plasmaba
con mis manos aquel retazo, hecho de momentos, que vivía nuestro pueblo.
A Virginia niña le amputaron las piernas, puede haber algo más trágico y
doloroso para un corazón infantil, yo creo que no. La Virginia mujer sufrirá la
ausencia de sus piernas, y seguro que se preguntará, ¿Serían bellas? Las
piernas de Virginia simbolizan para ella y la comunidad lo ausente.
Con mi modesta obra de arte, no hice otra cosa que volver evidente aquello
que para la sociedad y la niña estará siempre ausente.
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