Otro cuento que te cuento...Por Eduardo Wolfson
Dante habló atropellado -¡Hay que romper el sindicato!, lo ordenó
Julio. Te viene fenómeno rubio. Te ahorras pasaje, estadía y morfi chitrulo,
salimos para Bahía Blanca esta misma
noche y alquilás. Paga el sindicato (me dijo).
Llegué
a las 20 a
la pizzería de Mataderos. Dante terminaba una hesperidina con ingredientes. Se
entretenía pelando manís.- ¿Qué vas a
comer? (preguntó), -nada (dije).
Pidió una pizza grande de anchoas, cuatro faina y dos semillones. -Comé rubio que paga el sindicato, la noche
va a ser larga. La mezcla aterrizó en una acidez estomacal que me doblaba,
en cambio Dante surgía de la ducha. Luego vino el uvasal y la caminata, las
luces de mercurio cambiaron por esquinas con lamparita. Un zanjón intermediaba
entre las veredas y el asfalto. El tufo desde el agua estancada, destrozó mi
idea de acequias en Mendoza. Dante golpeó una puerta, señaló una camioneta
estacionada. -Es del sindicato
(dijo). Nos abrió una mujer bajita con aroma a tuco. -Hola Chola, ¿y Topo? (preguntó Dante). -En el fondo (Musitó Chola). Atravesamos la casa hasta el segundo
patio, el tipo pelado con camiseta musculosa, tomaba vino de un papagayo
sentado frente a una mesa redonda. -Hola Topo (saludó Dante). Topo intentó
contestar pero eructó. Me observó de arriba abajo. -¿Y éste? (preguntó Topo).- El
rubio es un compañero universitario, nos va a acompañar, Julio ya sabe,
(Dante lo tranquilizó). Un segundo eructo, y Topo llamó a la chola para que nos
sirva comida. Quise rechazar, pero supuse que el matambre con ensalada rusa,
bajaría con el vino carlón. Agradecí a Dios, sin creer demasiado en él, cuando
Topo se levantó y seguido por su voto de silencio, le dio a Chola un chau
cortito. Nosotros lo seguimos. A las diez de la noche abordamos la camioneta,
yo en el medio, confraternizando entre mis piernas con la palanca de cambios. Topo condujo por
senderos desconocidos, y entró en una villa. Avanzó por calles estrechas limitadas
por viviendas de maderas y latas. De golpe el paisaje se ensanchó en un baldío.
La pobre luz me dejó ver dos arcos de fútbol. Se detuvo en un gran galpón, su
existencia la adiviné por una guirnalda
de lamparitas y la estridencia de música chamamecera. - Che
Dante, andá a buscar al tanque (dijo Topo). -¿Me acompañás?, (me preguntó Dante). Sin responder salí de la
camioneta y lo seguí. Un saludo al tipo de la puerta. - Que
tal compañero (dijo Dante). - Tiempo
que no lo vemos por acá ¿qué anda precisando? (Interrogó el otro sin
sacarme la vista de encima). - Es un
compañero y estoy buscando al tanque (contestó Dante señalándome). -Debe
estar por el fondo. Si quieren comer
algunos sánguches y cervezas arrímense a la barra, que paga el sindicato
(dijo solidario y sonrió). El piso era de tierra, las parejas bailaban sobre un
entramado de madera. Hacía calor, y yo respiraba mal. Las mujeres usaban las
polleras cortonas. Blusas brillosas y calzados de tacos muy altos. Cruzamos el
salón esquivando el gentío, descubriendo el denominador común de los aromas,
perfumes muy dulces. Un gigante, roncaba con medio cuerpo sobre el estaño,
aferrando una botella vacía de whisky. Dante le zamarreó su hombro, dándole
espacio para que se desperece.- Che
tanque, tenemos que ir a romper el sindicato de Bahía (dijo Dante). El
hombre, abrió un ojo localizando el origen de la voz, y nos regaló un bostezo
etílico. Dante, flaco esquelético, con una tos persistente de fumador, colocó
el brazo izquierdo del coloso sobre sus hombros, y con su derecho abarcó una
pequeña porción de su cintura voluminosa.
Yo cargué con la otra extremidad. El público nos abrió paso, uno que
otro palmeaba a Tanque amistosamente. Topo colocó la camioneta de culata en la
salida, y abrió las puertas traseras de la cúpula. Nos dio una mano, y desparramamos
al fenómeno, boca abajo, sobre un colchón de goma pluma sin funda. Dante y yo
empapados en sudor. -¡¡¡EsteTanque!!!,
(dijo Topo resignado). Una vez más, la noche tragó al vehículo. Por momentos,
Topo dejaba la tierra y avanzaba por alguna angosta cinta asfáltica. Nadie nos
pasaba ni había transito en contra, solo las luces altas de la pick up chocaban
con el horizonte oscuro. Dejó la ruta estrecha, e hizo unas cuadras por un
callejón. Se detuvo bajo una luz mortecina. -Ya vengo (dijo Topo), y desapareció. Una brisa agitó la lámpara, y
me pareció divisar un rancho. Aproveché su ausencia para informarme con Dante. ¿Por dónde andamos? / Creo que cerca de
Ciudadela (dijo Dante) ¿Quién es Topo? / un compañero
telefónico/ pero ¿qué
hace?/ lo que Julio le ordena / cuando decís que van a romper el sindicato, ¿a
que te referís? / Bahía lo maneja una lista de la contra. En realidad, cuando
el bigote ganó como secretario era un compañero, pero después se dio vuelta
como una tortilla. A Julio la cosa le quedó entre ceja y ceja. Ahora vamos
clandestinos a preparar otra lista opositora. Topo, que rompió medio Córdoba
cuando el cordobazo, y Tanque, van por si la cosa se pone difícil./ Ciudadela
es el oeste Dante /¿Y qué? / Que si queremos ir a Bahía tenemos que ir por la
ruta 3, y eso es hacia el sur / tranquilízate rubio, seguro que Julio le dio a
Topo algunas instrucciones que tiene que completar antes de salir a la ruta. Topo
abrió las puertas traseras de la caja, sacudió las piernas de Tanque. -
Córrete, córrete (gritó Topo). Tanque
dio media vuelta sobre el colchón, la camioneta se bamboleó.-
Mételo en el berretín (dijo Topo), y le
alcanzó un paquete de forma irregular envuelto con una gamuza. -
Son los fierros (dijo Dante). -
Los compañeros pensaban que nos íbamos a
quedar un rato (dijo Topo). Me colocó sobre las piernas un paquete. -
Ábralo rubio, son sánguches de miga. Se quedaron amargados los muchachos,
querían darme bebida también, pero no podía consentirlo, (Volvió a hablar
Topo). De los sándwich no había quedado
una sola miga cuando la camioneta entró en la estación de servicio.
Amanecía, Tanque se quedó roncando,
nosotros a la cafetería. -
Comé lo que quieras,
paga el sindicato (me susurró Dante). Después de dos cafés dobles y ocho
medialunas calientes que engulló Topo, continuamos viaje. Los últimos
vericuetos, y por fin a las 8,30 subimos a la ruta 3, en Cañuelas. El sol se
metió por la ventanilla de Topo y nos avivó a los tres. Avisados, compañeros
telefónicos de Las Flores, nos esperaron con pan, manteca y mate. Dante exaltó
las virtudes de Julio. Lo escuchaban con respeto, pero le salteaban el mate. Un
viento inesperado corrió entre
aberturas, el sol se convirtió en píldora, nubes oscuras avanzaban. Topo, usó
el desmejoramiento climático como excusa para la huída. Otra vez los tres en la
cabina, y Tanque durmiendo en la caja. A pocos kilómetros de andar, el cielo
otra vez celeste. El calor se incorporó como otro pasajero indeseable. Tanque,
se despertó, abrió la ventana que comunicaba la cúpula con la cabina, me
alcanzó una caja chica: -
Rubio, pónelo al
viejo” (dijo Tanque). Ausente el aroma de santidad, el ambiente se impregnó
con una fragancia hedionda, que obligó a Dante y Topo, a bajar sus ventanillas,
aceptando la molestia del viento. Leo con la vista, un mensaje manuscrito en el
estuche:
“Saludo del General Perón en el
exilio, a los compañeros telefónicos”. -
Dale
Rubio, pónelo al viejo. (Otra vez la voz aguardentosa de Tanque) Con curiosidad e impaciencia, introduje el
casete en el grabador. -
¡Más fuerte!, que
aquí no se escucha nada (dijo Tanque). Lo hice, y la voz oprimida fue
estentórea. -
¡Viejo solo y peludo!,
¡Carajo! (Gritó Tanque).
“Saludo a
todos los compañeros telefónicos” (dijo Perón).
¡Compañeros!, más respeto,
cierren las ventanillas que aquí no se oye (conminó Tanque). El rodado
cerrado fue asfixiante y fétido, pero no importaba, la voz del General era la
mejor música para nuestros oídos:
“Compañeros
telefónicos, como en los viejos tiempos, quiero agradecer la lealtad, que a lo
largo de estos años de exilio han mantenido inalterable, dando el mejor ejemplo de cordura y madurez política”. Topo estacionó en la banquina y potenció el grabador, Tanque me tomó
de los hombros y se puso a llorar como un chico sobre mi espalda. “Es a los compañeros telefónicos
que deseo llegar con mi palabra de aliento y encomio porque ellos representan
al soldado del movimiento con que siempre he soñado” (continuó Perón). Tanque, emocionado, descargó un puñetazo al techo de
la cúpula. -¡Viejo
lindo y peludo! ( bramó), (y nos increpó) ¡Escucharon lo que dijo. Somos sus soldados, somos..! A Topo y Tanque no les cabía la alegría en el cuerpo, en cambio Dante
habitaba un rostro tallado en piedra. Sus labios sostenían un pucho,
custodiando una hilera de ceniza. Las frases de Perón continuaban con cierta
letanía, que por momentos cortaba con su picaresca particular. Tanque aplaudía,
haciendo chocar dos tacos de madera. -Haber,
ya que aplaudís tanto, explícame que
dice, (irrumpió Dante, con bronca). -¡Es
el viejo! Dante, es el viejo. (Con resignación aclaró Tanque). Nuevamente en
la ruta, nos invadió un silencio denso. -Rubio
pónelo de vuelta (Tanque rompió el hielo). ¿A quién? (Pregunté). -Al
viejo, ¿a quién va a ser eh? (contestó totalmente extrañado). Traté de
buscar auxilio en Topo, pero tenía la vista fija en el camino. Miré a Dante, se
encogió de hombros y prendió un cigarrillo. De atrás, me llegaba una vez más el
imperativo -¡Rubio! Dale, pónelo de vuelta. Una vez más, la voz del
General se corporizó como principal del viaje. Salvo Tanque, ya ninguno festejó
las ocurrencias del discurso, ni siquiera cuando confirmaba que aquellas
palabras las dirigía únicamente a los compañeros telefónicos. Por el espejo
retrovisor, observé el
rostro de Tanque enmarcado por la ventanita. Su lengua
humedecía los labios, los ojos eran medios huevos duros coronados en pupilas,
semejantes a aceitunas negras. “un mandato interior de mi conciencia me impulsa a
tomar la decisión de volver”. Cada
vez que el viejo repitió la frase, Tanque guardó la lengua y expulsó un gemido.
Luego echaba un párrafo empastado: -vuelve, vieron, vuelve. Yo siempre lo supe, el viejo no
nos puede fallar. -Claro que no (tranquilizó Topo). Pasado el mediodía, la cabina era un horno de
panadería. Entramos a Tres Arroyos, sudando sobre el respaldo. Atrás, Tanque en
calzoncillos, tirado sobre la espuma de goma, escuchaba por enésima vez el
discurso de Perón con un grabador en la oreja. En el baño del automóvil club
derrochamos agua fría sobre nuestras cabezas, y nos peinamos con los dientes de
una hebilla de mujer descubierta en la guantera. Dante y yo nos pusimos las
camisas, abandonadas cuando el sol abrazó la cabina, eran un par de fuelles
malolientes que tapizamos con desodorante en aerosol. Topo estrenó una musculosa,
la usó sin quitarle la etiqueta. Tanque se introdujo en sus levis, para disimular su abdomen dejó afuera una
camisa que fue blanca en la madrugada.
Aseados, nos presentamos en la central telefónica de Tres Arroyos. Topo
se abrazó efusivamente con un pelirrojo. Una verruga en la mejilla izquierda
competía trágicamente con el tamaño de su nariz. Dante y Tanque también lo
abrazaron. -El
compañero rubio, es universitario y nos acompaña a Bahía (dijo Topo señalándome). -Soy Osvaldo, pero puede llámame Bulto compañero, como me apodan todos. (Dijo pinzando mis hombros). - Julio dijo que vengas con nosotros a romper Bahía (le advirtió Topo). Con todo gusto, pero antes vamos a almorzar (dijo Bulto). La cantina “París” estaba fresca. El local enorme,
aireado por ventiladores de techo. El mozo se acercó como para echarnos. No
quedaba mesa vacía, y era tarde para la cocina. Cuando vio a Bulto cambió su
actitud: -¿cuántos
van a ser? (preguntó). -Por ahora somos cinco, pero
resérvanos un lugar que podamos agregar mesas, que seguro van a caer otros
compañeros y compañeras (dijo Bulto). -no te preocupes rubio, total paga
el sindicato (dijo Dante de mejor humor).
Ocupamos el salón trasero, y sirvieron una frugal picada (sopresata, aceitunas
y pan), cosa de hacer una paresita hasta que llegaran todos y estuviera listo
el primer plato. Fuimos dieciséis. Cuatro eran mujeres. -Compañeras telefónicas (dijo Topo presentándomelas). Sirvieron morrones asados, milanesas a
la napolitana, papas fritas, mayonesas de ave, pollos al ajillo. Se abrieron
varios borgoñas de Bianchi, y desparramaron varias cocas de litro. Luego se
quemaron tortillas al ron, que acompañaron helados en bochas y macedonias con
crema chantilly. Tanque, disgustado llamó al mozo:- Tráeme un flan mixto ¿querés? y para que
no hagas dos viajes, acompáñalo con un Martín Fierro. Las mujeres reían sin prestarles atención a los hombres. Topo
reprendió a Bulto: -Te
avisé que era un viaje encubierto, ¿y me ponés a estas chirusas en el almuerzo? -Son buenas
chicas, del palo (contestó Bulto). -Son mujeres, (dijo Topo con desgano). Tomamos café, menos Tanque que bajó un té de
boldo. La despedida fue corta, el sol quemaba y el asfalto era un freidor. Lo
último que oí de un tresarroyense fue: “Si quieren viajar con la fresca, les consigo un
cuartito”.- No podemos, nos esperan los muchachos en el
Racing de Bahía (contestó Topo). Tanque y
bulto atrás, resignados a tolerarse en un baño turco. Dante, colgó un trapo
oscuro en su ventanilla para ganarle al solazo del oeste. Topo sudaba efluvios
de ajo, sus ojos parpadeaban sobre el volante. Otra vez la voz del viejo,
Tanque se la hacía escuchar a Bulto: “el movimiento peronista jamás ha sido ni excluyente
ni sectario… Ahora, dentro de la acción política vemos mucha gente que proviene
de otros sectores políticos que pueden ser del comunismo o pueden ser del
conservadorismo. Porque de todo hay en la huerta del señor”. -¡El viejo
se las sabe todas papá! (gritó Tanque). Topo frenó
en la banquina cerca de un arbolito famélico. Abandonó la cabina sacudiéndose
las orejas. Abrió las puertas de la cúpula, tiró para sí la colchoneta,
haciendo rodar los cuerpos de Tanque y Bulto. Colocó la goma pluma debajo del
arbolito, y se echó. Durmió profundamente. El abdomen de Topo se inflaba y
desinflaba armoniosamente, su boca inhalaba y exhalaba ronquidos de diverso
tono. Duerme como un
angelito (dijo Dante). La brisa traía
fuego, no había refugio en medio del campo. -Que lástima que no tenemos un huevo, sino me lo
haría frito (dijo Tanque agachándose y
tocando el asfalto). Bulto se quedó parado cerca de Topo custodiando su sueño. Dante y yo nos apoyamos
en una alambrada, que nos separaba de un campo plagado de vacas horribles. -Deben estar experimentando con
cebú, y si los dejamos, estos oligarcas
van a terminar por darnos de comer mierda y grasa (dijo Dante) Por fin Topo abrió los ojos, sobre la colchoneta ejecutó
dos saltos abriendo y cerrando brazos y piernas. Otra vez la ruta, última
etapa, una coca de litro entibiaba nuestras gargantas. Nos recibieron las
calles desiertas de Bahía, el viento caliente arrastraba piquillines. Nos
detuvimos frente a una casa vieja, un escudo despintado indicaba la sede del
club Racing. Topo golpeó la aldaba. Un muchacho nos guió por pasillos, usaba
camisa y pantalón de trabajo verde oliva, calzaba lustrosos borceguíes negros,
y una barba frondosa cubría su rostro. En el patio cubierto me sorprendió la
puesta, una imagen bufona de la última cena. Entre una mesa larga, armada con
caballetes y tablones, y un muro de vidrios pintados con hechos religiosos, una
fila de trece hombres sentados, nos observaba. Con gran esfuerzo vino a nuestro
encuentro un obeso mórbido. Se secaba con una servilleta el cuello y las
mejillas empapadas en sudor. A Topo, lo ví desaparecer en su abrazo. Un gran
aplauso de los locales selló los saludos efusivos y variados como palmadas,
cachetadas, caricias, y gestos de alegría. Este empalme termina con los vivas (dijo Dante con sorna). Así fue, rodeando la mesa, tomados por los
hombros, comenzamos con el “Viva los compañeros telefónicos”, “Viva Perón carajo” y “Viva Julio”. Después de la ceremonia la mesa se llenó de cervezas, pan, platos
repletos con porciones de lechón frío, liebre en escabeche, aceitunas negras y
unos simpáticos pepinitos en vinagre. -El rubio es un compañero universitario que en marzo
se va instalar en la universidad del sur para militar como contacto de los
compañeros telefónicos (anunció Dante). Me sentí
blanco de todas las miradas. -Yo soy Aníbal Cualquier cosa que el compañero
disponga, la juventud telefónica de Bahía a sus órdenes (dijo el Fidel Castro que nos recibió). No tuve tiempo para agradecer.
-Nosotros en la
universidad no conocemos a nadie, es como si estuvieran en la CGT de Azopardo (dijo el obeso, alcanzándome un plato con pepinitos)
-El rubio es hombre de Julio, y si lo manda
él, sus razones tendrá (Dijo Dante confrontativo). Romualdo, que así se
llamaba el sudoroso presidente de la lista nueva de apoyo a Julio) no contestó,
el plato temblaba en su mano, la servilleta atravesaba el bretel de su
musculosa. Agachó la cabeza, de aquella masa amorfa, surgió la imagen de un
chico reprendido por una travesura. -Estoy
seguro que el compañero rubio, va a estar de acuerdo con los que les voy a
leer. (Aníbal intervino en la incomodidad a mi favor). Los locales no lo
escudriñaron con satisfacción, y mis compañeros de viaje compartieron una
mirada de asombro y a la vez, resignación. “El
obrero no quiere la solución por arriba, porque hace doce años la sufre y no
sirve. El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecta hacia el
control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo.
Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos
solamente de los convenios y las colonias de vacaciones.” Aníbal leyó con
énfasis. Sostenía sus palabras señalando con su dedo índice a cada uno de los comensales locales. La
marcialidad de lo dicho, abrió vorazmente el apetito del auditórium. Todos se
lanzaron sobre los platos con cuchillo y escarbadientes. Bulto y Tanque,
competían por una última rodaja de sopresatta. -Lo que acabo de leer lo firmó el compañero Julio entre otros, en un
documento del 1 de mayo del 68 en la
CGT de los argentinos (me dijo Aníbal al oído).
Botellas y platos quedaron vacíos, Topo indicó la
partida hacia el hotel. Romualdo anunció que nos pasaba a buscar para
encaminarnos a la cena. Compartí una habitación con Dante, mientras que topo,
tanque y bulto ocuparon una gran sala con un juego doble de camas de dos
plazas. Yo había terminado de bañarme, y cuando Dante hacía lo mismo, Topo
golpeó. Abrí, y choqué con su mirada cansada. -
Rubio, usted que está listo, porque no va a distraerlos un poco en el
bar a los compañeros de Bahía, hasta que nosotros terminemos de arreglarnos (dijo
Topo). Asentí, con un pulóver sobre mis hombros avancé por el pasillo. En la
ventana, Romualdo, acomodado con su amorfa anatomía. En contraste con su
tamaño, la silla, era un juguete. Una de sus manos atrapaba un sándwich de pan
francés, la otra, mantenía un tanque de cerveza cerca de sus labios. Al verme,
batió sus ojos para que me acerque:-
Rubio,
cómase un sanguche de crudo. El hotel es malo, pero el jamón es de locura (dijo
Romualdo). En sus mejillas brotaban
aureolas coloradas. No entendía como aquel hombre, que había devorado una
picada brutal hace media hora, podía seguir engullendo con placer. -
Rubio, acompáñeme con un crudo, mire que
vamos a cenar tarde. Usted sabe como son estas cosas, entre pitos y flautas,
hasta que nos juntemos todos, van a pasar como dos horas y es bueno hacer una
paresita que paga el sindicato (dijo Romualdo). Rechacé el ofrecimiento.
Aníbal, bajó de una Harley Davison, había cambiado su fajina cubana. Llevaba un
Jean azul gastado, una camisa blanca, el cuello cerrado con un corbatín tejano.
Peinado para atrás sin raya. Me palmeó el hombro efusivamente. -
¿Cómo el compañero de la universidad está
sin bebida y sin comida sobre la mesa? (dijo Aníbal). Romualdo se apresuró
a tragar un pedazo de jamón. -
Le ofrecí
pero no quiso (contestó Romualdo sumisamente).
Cayetano, serví dos lisos de cerveza y unas fetas de jamón crudo
grueso, así el compañero rubio sabe donde está el mejor jamón (le ordenó al
cantinero Aníbal).
No se preocupe y
disfrute compañero,¡ Que paga el sindicato! (dijo Aníbal). Sostuve mi mejor
sonrisa, mi estómago exigía vacaciones. Llegó Dante en mi auxilio, sin
preguntar nada, tomó la cerveza que me estaba destinada, y la bebió en dos
tragos largos.-
Reservé en el sindicato
de empleados de comercio, tienen el mejor restauran de Bahía (amenizó
Romualdo). Topo y sus laderos forcejearon en el marco de la puerta,
consiguiendo ingresar al bar simultáneamente. Todos volvimos a probar unas
fetas de jamón crudo: -
Pero sin pan
porque engorda (dijo Topo mostrando un humor que no le conocía). Anibal en
su motocicleta fue guía y escolta. En Empleados de Comercio, la camioneta quedó
custodiada por dos compañeros telefónicos. Los comensales en una mesa con forma
de herradura aplaudieron nuestra entrada vivando al compañero Julio. Una hilera
de mozos desfilando, nos ofreció copas de champán. Hubo cantos, y una sombra se
agigantó en la mesa: -
Quiero agradecer en
mi nombre, y en el de todos mis
compañeros, desde este suelo casi patagónico, la presencia de los compañeros
del sindicato capital, que en nombre del compañero Julio, convalidan con ella
su apoyo a la gestión combativa de nuestra formula (Dijo Romualdo) Le faltó
aire y se desplomó sobre su silla. A grito pelado pedían que Topo hablara. Fue
Dante el que habló, alegando una inesperada afonía de Topo. -
El compañero Julio les envía un gran abrazo,
y me pidió que no me olvidara de transmitirles que siempre lleva a los
compañeros bahienses en su corazón. (Recargó Dante). Luego se descorcharon
los vinos y se sirvieron los primeros platos. Bulto quiso continuar con los
discursos. El gesto de Topo le bajó la demanda.
-Acábala con la chamuyeta, o no te das cuenta que estamos clandestinos,
y estos boludos con tanta alharaca nos mandan al muere (dijo Dante hablando
por Topo). El decurso de la comida siguió su detrito, hasta que el té de boldo
señaló el final. Pensé en el reposo, era la una. En el bar del hotel, Tanque me
preguntó si sabía manejar, medio dormido, respondí que sí.
-Entonces le pido la llave de la camioneta a Topo y nos vamos para
güite (dijo Tanque). Resignados, Dante y yo al volante, paseamos a Tanque.
las luces altas penetraron La bruma, entre las
gotitas depositadas en el parabrisas, divisé edificios destartalados,
revestidos de chapas oxidadas. Era un mundo en agonía esperando sin resistencia
la muerte. Solo un caminante solitario, encorvado hacia al mar.
-Es esta, acá me dijeron que hay mercadería
fresca” (dijo Tanque). Frené frente a unas lamparitas rojas. No lo
acompañamos, Tanque engalanado por un áurea rosada, desapareció en el pasillo. Dante y yo nos
dormimos en nuestro sitio. Cuando amaneció, una mujer envolviendo su desnudez
en un tapado raído, golpeó con fuerza la ventanilla. Otras dos pupilas, casi
sin abrigo, mantenían a Tanque contra una pared. -
Háganse cargo que las chicas se me pescan una neumonía. (Gritó la
del tapado). En aquel pase de manos Tanque era un flan difunto. Lo tiramos
sobre el colchón de la camioneta. Apenas unas cuadras, y escuchamos su voz:
-Rubio ponémelo al viejo. B
oludos ¿por qué no vinieron? si pagaba el
sindicato.
Vimos a Topo en la mesa del bar del hotel.
Pidió medialunas y café doble para todos. Obligó a Tanque a tomar el café
amargo.
-despéjense que salimos para
Monte Hermoso (ordenó Topo) -
El rubio
se queda, tiene que buscar la pieza (acotó Dante). En el hotel dejé una
carta de despedida para mis cuatro compañeros y volví. Pasaron dos décadas,
encontré a Dante en Escalada y Alberdi. Nos abrazamos, Me invita a comer –
Paga el sindicato (Me dice).
No hay comentarios:
Publicar un comentario