Serie de unitarios
Décimo primer relato
De apoco, nos vamos acostumbrando a ganar la calle.
Paladeamos como una gota de miel espesa la llegada de la democracia, la que nos
dispara una bruma a los ojos para convertirse en lagrimón. Es el fin de una
etapa de paso más lento que el cronológico. Una bestia prehistórica pisó y
enterró a una sociedad victima, obligándome cotidianamente a publicarla como
victimaria. La democracia en cambio es atlética, de paso ligero, el tiempo en
ella huye como arena inasible. Yo continúo redactando versiones cambiadas, pero
con otro signo. Gracias a la “democracia” oculto, que aparte del diario, ahora
Boris es propietario de la papelera, de la AM y FM, y del canal de televisión. Pero el
nuevo héroe es Antunez, aquel que sufrió el exilio, dejando en el diario una
vacante que ocupé. Él maneja todos los medios, y habla con voz propia en contra
de los ingleses, a favor de la patria recuperada. Insinúa las trapisondas de
Del Castillo el ex de facto Intendente, del Almirante censor, del Obispo
pedófilo, de escribas serviles, de médicos inventores de partidas de
nacimiento, todos huidos. También se abraza a las viejas de los grifos en sus
rondas eternas, y enciende un discurso, recordando a los hijos que entregaron
su vida por un mundo mejor. Sus finales resultan apoteóticos, todos con el
mismo eslogan, “será justicia”. Al único que no nombra es a Boris, nuestro
patrón.
Cruzando la plaza confiado. En el centro una murga se
contonea con el ritmo de sus tambores, panderetas, platillos y redoblantes.
Llenos de diversidad en sus disfraces, nos recuerdan que vivimos en democracia.
Ocultos, en el entramado del caos de la comparsa, marchan oficiales con caras
maquilladas, travestis de las fuerzas armadas. Luego de levantar vuelo algunas
plumas de las muchachas del carnaval, aparecen en el aire las mariposas
rasantes. Los que me rodean cambian sus gestos amargos, ahora son sonrisas que
se vuelven risas, se abrazan y un canto chico nacido con vergüenza, se
transforma en estruendo que ruge la multitud: “El pueblo unido jamás será
vencido”
Así pasa la democracia, la del paso ligero. Los
representantes elegidos polemizan en el concejo, que por algo es deliberante.
El nuevo intendente viaja sin cesar a la capital provincial, y de ahí a la
nacional. A veces puede endeudarse, a veces no lo dejan. Es un titiritero sin
maestría, un hombre bueno, vecino conocido. Dialoga con la oposición y con sus
correligionarios buscando el consenso. Lo principal para él es que la casa esté
en orden, y se decide por los despidos. En el Palacio Municipal solo quedan los
empleados antiguos, los que entraron en época de Del Castillo. En cada una de
las bancas de concejales, el ujier, antes de iniciar la sesión coloca bandejas
de plata conteniendo un sobre blanco. Para que haya orden en la casa, el que
preside el salón de acuerdos toca la campana de partida, recién entonces cada
concejal procede a guardar el sobre, en el bolsillo interno del traje los
caballeros, y en sus carteras de diseño el cupo constitucional de damas.
Cruzando la plaza en democracia transgénica, advierto que el
vuelo rasante de mariposas ha finalizado. Los ex empleados, por desacatados,
son desalojados con balas de goma que dispara una nueva policía local,
entrenada por el ruso, el tano y el gallego. Por una diagonal veo avanzar a Del
Castillo, ahora secretario general de la asociación de sojeros y por la otra, a
los hombres del glifosato. El encuentro es cordial, en la puerta principal se
abrazan con el Intendente.
La nota, la titulo “El gran acuerdo”, y en la bajada,
“Nuestro intendente electo ha prestado su conformidad. El municipio subsidiará
al sector de la soja de la región, presidido por el ex intendente de
facto Del Castillo, a comprar el glifosato necesario para poner en valor y
mercado cosechas esplendorosas. Luego de una recepción austera en el club
social, el obispo bendijo en los campos a este nuevo revitalizador de cultivos.
Cruzando la plaza, el cielo se desploma, me refugio de un
vuelo rasante de buitres, nuestra ciudad ha quedado fumigada.
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