Experto
Omar deja la pieza, cruza el patio de baldosas blancas
y negras, una vecina lo ve, y piensa:
“que vicioso, lleva la punta de la lengua de un extremo a otro para lubricar
los labios”. Omar sale a la calle con un libro de cuentos debajo del brazo,
escupe la vereda, y cubre con la bufanda la parte inferior de su cara. Como
todas las noches lanza una puteada, para sus adentros, masculla mirando el
libro: “A este Abelardo Castillo hoy lo
hago mierda”. Camina las cuatro
cuadras que lo distancian de la radio. Como siempre, no devuelve el saludo del
encargado de ingreso, y entra a la salita de preproducción. Su fastidio
congénito aumenta cuando mira la pecera. El operador de turno es Ricardito. Cabecea
para que lo descubra, mientras se dice para sí, <pendejo soberbio e ignorante, a esta hora, como nadie lo controla
pone rock y me caga el programa>. Vocifera: “Cuando termino de leer un cuento poné un tango, ¿Me entendiste?”.
Ricardito une el dedo pulgar con el indice y mueve su mano aprobando. “Y cuando leo, no me metas la música de
fondo más fuerte que mi voz, estoy hecho mierda de la garganta”. Ricardito
asiente.
Omar
cavila: < ¿Qué le habrán visto a este
pelotudo de Castillo que tiene tanto éxito?>. Baja la vista y lee con
los ojos el título del libro: “Cuentos
crueles”. Ricardito lo ve sacudir la cabeza, negando persistente. Recorre
las páginas con bronca. Nunca leyó un libro de Castillo, debe elegir un cuento
que narrarlo, no le lleve más de 15 minutos. “Este de los mitos parece que cabe”. Lo deja separado sobre el
escritorio.
Ricardito, golpea el vidrio, le hace
señas para que se ponga los auriculares: “Faltan
cinco para empezar y no tengo la pauta”, le dice. Omar, le indica que
necesita urgente datos biográficos de Abelardo Castillo: “Recién ahora caigo que al libro del cuento le falta la contratapa”.
Ricardito le advierte que no hay tiempo para buscar. Le dice que en la mochila
tiene >Final de Juego<, unos cuentos de Julio Cortazar: “Largo con piazzolla, así tenés tiempo de
elegir. Atrás hay una hoja escrita por el chabón, que cambiando alguna frase
podés decir que es tuya”. Omar hojea el sumario del libro de Cortazar y
grita: “Voy a leer uno que se llama <Sobremesa>”.
Ricardito abona subiendo y bajando la cabeza. Omar codicia las cervicales
flexibles del joven.
Principian los primeros acordes de
Adiós Nonino al aire. Ricardito le avisa a Omar que dispone de ocho minutos
para prepararse.
El conductor abre en la página 95: “Pero este coso empieza el cuento con una
frase de un tal Heráclito” le habla a Ricardito, y este le contesta “Viene al cuento”. Omar se encoje de
hombros:”Lo hace para mostrar que es
culto”. Sigue hojeando y exclama: “Huy
pero todo esto, son cartas que se mandan entre dos tipos”/”te quedan tres
minutos y estás en el aire”, apunta Ricardito. “Decí que soy experto, pero a veces, cuando tenés que darle manija a
estos tipos, te da ganas de mandar todo a la mismísima mierda”. Para armar
su introducción, Omar pasa resaltador a la página titulada <nota del autor>.
“No me arruinés el libro” suelta
Ricardito con furia, y lo manda al aire:
“Buenas noches queridos oyentes, quise que Piazzolla
tenga la apertura del programa para entrar en clima, ya que el cuento de hoy
será <Sobremesa>, del laureado y desaparecido Julio Cortazar. Tengo en
mis manos una edición de 1968, alicaída, de mi biblioteca personal. El título
del libro que lo contiene es <Final de Juego>, que coincide con uno de
sus cuentos. Los relatos que abarca, fueron escritos entre 1945 y 1962. Si,
cronológicamente la mayoría se sitúa entre Bestiario y Las armas secretas, los
otros son posteriores a Los Premios, incluso a Rayuela, lo que podría llevar a
suponer que desandan penitencialmente un itinerario que tanto ha consternado a
algunos críticos. Maurice Blanchot ha demostrado que el tiempo calendario poco
tiene que ver con el tiempo del laboratorio central; fatuo sería el escritor
que creyera haber dejado definitivamente atrás una etapa de su obra. En
cualquier página futura puede estar esperándonos una nueva página pasada, como
si algo hubiera quedado por decir del ciclo que creíamos anterior, o como si
después de haber tirado todas las corbatas viejas para complacer a nuestra
amante esposa, el día de las bodas de plata descubriéramos que nos hemos
puesto, horror, la corbata con pintitas obsequiada por aquella novia que
después no se casó con nosotros. Esta es mi humilde opinión. Les propongo un
poco más de buena música y después el cuento”. Ricardito deja en el aire la Marcha de la Bronca e interpela a Omar: “Bestia, te plagiaste letra por letra lo que escribió Cortazar como si
fuera tuyo. ¿Vos te crees que los que nos escuchan son giles?”. Omar siente
una punzada en el estómago que descompone su rostro. Ricardito, al registrarlo,
decide no sobrepasarse. Recuperado, Omar, por micrófono interno le comenta. “A este Cortazar le patinaba la Erre , yo tengo una grabación
donde lee un cuento suyo, algo de una autopista donde se quedan varados. Es
insoportable, te lo juro. Me querés decir ¿cómo a estos chabones les publican
esas pelotudeces y encima tienen éxito?”. Ricardito no puede contenerse: “porque son inteligentes, creativos y…
cultos”. Omar, con rabia, cambia el argumento y le recrimina: “¿Por qué no tengo la pauta de la música
sobre el escritorio? ¿Qué clase de profesional sos? / No la tenés porque no la
hice, y no la hice, porque no me dijiste que ibas a leer, y como vos querés que
la música haga juego con el tema que tratás, entonces no la preparé porque no
soy mago. Y además, te presté el libro de Cortazar, y ahora te estoy buscando
uno de Abelardo Castillo con datos biográficos así podés leer el cuento de los
mitos. Y si querés decir que es de tu biblioteca personal, decílo,¡ que me
chupa un huevo! Omar levanta su dedo pulgar en señal de aceptación.
Ricardito lo pone en el aire: “el cuento se
llama <Sobremesa> (engola la voz) <El tiempo, un niño que juega y mueve los peones>. (Hace una
pausa, siente que debe dar una explicación) Bueno
en realidad esta frase es de Heráclito, pero debo admitir que el mismo Cortazar
lo dice, así que no podemos acusarlo de plagio. Pasa que esas palabras, tienen
que ver con el contenido de su cuento, como veremos. El mismo comienza así
<Carta del doctor Federico Moraes. Buenos Aires, martes 15 de julio de 1958.
Señor Alberto Rojas.> / haber,
para que al oyente le quede claro: el
señor Moraes, le envía una carta al señor Rojas el 15 de julio de 1958, que
según Cortazar cayó en martes. Continúa:<Lobos efe punto ce punto ene punto ge punto ere punto>
Ricardito interrumpe, potenciando en el aire <Canción del elegido> de
Silvio Rodriguez. Por micrófono interno sermonea: “Omar ¡Bestia! ¿Qué efe
punto c punto…, es Ferro Carril
Nacional General Roca”. El conductor se para, con las piernas abiertas y
sus manos a la altura de los testículos, reconviene al operador: “¿¡Qué!, acaso soy boludo pendejo?, como no
voy a saber de que se trata, lo hago para poner un disparador en el público. Lo
que elegiste del cubano está bien, pero no me cortés los relatos. Dale poneme
en el aire”. Ricardito obedece y se escucha con los últimos acordes, una
risa forzada que crece. Al fin, solo queda la voz modulada de Omar: “Sí, no se asuste, es mi risa. Me surgió,
al imaginarme su pensamiento querido radioescucha. Tal vez creyó, que su
Omarcito se volvió loco, o que tuve un ataque cerebral y me quedé deletreando.
O que Julito Cortazar es muy complicado para su cabecita. Hubiera podido decir
Ferro Carril Nacional General Roca, y continuar como si nada hubiera sucedido.
Pero entonces sería, solo un tipito que trata de llamar la atención de sus
oyentes con un cuentito de Julito Cortazar. Y usted, a lo mejor se aburre, o
pierde una frase y no comprende, y yo no me entero. En cambio, así lo provoco y
le doy nuestras vías de comunicación para que nos deje su chimentito, y que nos
perdone julito que está en el cielo.”
Omar sigue leyendo, equivocándose en algunas palabras o letras, debido a
la primera lectura, y a unas cataratas que afectan su ojo no miope. Ricardito recibe las llamadas, y anota
los comentarios en un papel. Omar termina la lectura, Ricardito le da paso al
noticiero. Por micrófono interno apunta: “Omar
zafaste, pero dejate de romper con los diminutivos, que parece que te estás
chupando hasta los tipos.” / “Nene, todavía tenés que comer muchos tornillos,
para llegar acá papá”. Ricardito le pregunta si lee los mensajes. Omar
consiente: “Llamó Estela de Congreso,
dice que la introducción de Omar, fueron las palabras que Cortazar escribió en
la edición de agosto de 1968, que no sabe porque Omar dice que son de él”.
Omar activa un molinete con su mano derecha, Ricardito entiende que no va a
contestar, y que tiene que seguir con otros mensajes. “Llamó Oscar de Villa Crespo, felicita a Omar por su lectura
inteligente y humildad”. Omar pide micrófono: “Gracias Oscarcito, hoy llevo el vino”. Pisando la última palabra,
Ricardito coloca la marcha peronista cantada por Hugo del Carril. Omar llena de
aire los pulmones con la intención de expresar una puteada potente, pero debe
reprimirse y desinflarse, cuando Ricardito pone en su escritorio el libro
<La casa de ceniza> de Abelardo castillo. “¿Dónde lo conseguiste?” / “me lo dio el portero”/ “¿Y él de dónde lo
sacó?” / ¿Qué sé yo? Debe tener una
biblioteca. / Pero ahora resulta que son los porteros los que nos dan la data.
/ Si. A cambio de la marcha peronista / Decíme, ¿yo que soy, si acepto que
cualquier cacatúa me haga el programa? Ricardito volvió a la pecera, golpeó
el vidrio y Omar supo que estaba en el aire: “Programa movidito el de hoy eh... Ustedes saben que no soy muy adicto
a las marchas. Disculpen si he ofendido a alguien con ella. Pero no quería
privarme de la coloratura de voz, tan especial, que Huguito del Carril con todo
su fervor por la justicia social, le imprimió. La politica es otra cosa, acá
leemos cuentos, por eso podemos pasar de la derecha a la izquierda sin
miramientos, porque lo único que nos interesa, es si el cuento está bien o mal
escrito. Para nuestro segundo bloque, preparé para leerles de su libro Cuentos
Crueles, el que se llama >Los mitos<, de Abelardo Castillo”. Al abrir
el libro, Omar se da cuenta que la letra es minima, ilegible. Prueba poniéndose
y sacándose anteojos, pero es inútil, no puede leerlo. “Primero les propongo que escuchemos una música introductoria”, dice,
para salir del paso. Ricardito, sorprendido y sin pensarlo, para no pecar
con el silencio radiofónico, arrecia con <La Felicidad > de Palito
Ortega, disco pautado para el próximo programa. Omar vocifera: “esta letra no existe, y vos que gusto tenés
para la música”. / “Hago lo que puedo cuando el conductor está mamado” / “Voy a
leer una parte de la novela que te dio el portero, total todo es de este
zurdito Abelardo Castillo”. Omar se desdice
elegantemente, sobre el anuncio de leer <Cuentos Crueles>: “Es de hombre inteligente cambiar de
opinión. No voy a cambiar de autor, sino que voy a leerles un fragmento de
<La casa de ceniza>, una novela corta de Abelardito. Así como Cortazar
comenzaba su <Sobremesa> con una frase de Heráclito. Abelardito, lo hace
con estas palabras <Señor, concede a cada cual su propia muerte> Según él
esta frase fue dicha por un tal Rilke. Me pregunto, ¿Por qué, estos y otros
muchos escritores, sienten la necesidad de nombrar a otros? ¿Lo harán para
mostrar su basta cultura, diciendo cancheramente que los han leído? O tal vez,
¿Para que el lector, y en este caso el oyente, crean que pertenecen a la elite
de aquellos que nombran? Usted ya sabe, <Pertenecer tiene sus
privilegios>. La voz del locutor se apaga un instante. Ricardito indica
el preludio de la lectura con una superposición misteriosa de acordes. Omar
analiza la contratapa del libro y lee: “La
casa de Ceniza retoma la antigua y siempre joven problemática del hombre y el
arte frente al tiempo”. Ricardito
imprime brío a los acordes, y por micrófono interno indica: “No plagiés ahora la contratapa, que la Estela de Congreso te va a
cagar” Omar contesta encogiéndose de hombros “¡Avívate gil!, no pasés el llamado y listo”. Abre el libro,
encuentra un posfacio, y pide aire: “Esta
novela corta, Abelardito la escribió a sus 21 años. Ha pasado mucha agua bajo
el puente, pero este hombre nacido en los naranjales de San Pedro, con
referencia al momento que escribió esta obra dice >estaba en el servicio
militar y habitaba el mundo gótico de Poe. La Casa de Usher y las desniveladas habitaciones del
colegio de William Wilson, están, notoriamente, en el origen arquitectónico de
mi casa<. No dudo que Abelardito será un gran escritor, pero a los 21 años,
que no me venga a contar a mi lo del mundo gótico de Poe, ni lo de la Casa de Usher, y mucho menos
lo del colegio William Wilson, cuando a esa edad, si hay una urgencia, es la de
localizar en el mapa, donde está el burdel”. Aunque todavía no es el
tiempo, Ricardito impone una grabación empobrecida de tandas, y acribilla a
Omar: “¡¿Qué te pasa?! ¿querés que nos
rajen?.¡Estás hablando de un escritor enserio boludo! Haber como la arreglás
ahora”. Omar golpea la mesa, carraspea, y exhala flema, que friega con su
zapato sobre el piso. “No tengo nada que
arreglar, no tenés sentido del humor. Soy experto y sé cuando necesito joder”.
Ricardito lo deja otra vez en el aire. “El
oyente es inteligente y sabe, que uno puede cada tanto hacer uso de la ironía.
Tanto usted que me escucha, y yo, bien sabemos como queremos y admiramos a
Abelardito Castillo. Sino, miren que interesante es lo que dice acá: >Los
literatos, no sé por qué, tenemos cierta debilidad por los pintores (pienso,
claro, en el Retrato de Dorian Gray de Wilde; pienso en La boca del Caballo, de
Joyce Cary; pienso en El Túnel de Sábato; pienso sobre todo en la Obra Maestra Desconocida, de
Balzac, que después plagió Zola)<. Cuanta gente que nombra, porque sigue
nombrando ¿eh? Pareciera que Abelardito quisiera apabullarnos con su sabiduría,
mostrarnos que es un hombre culto. A lo mejor como marketing le sirve, ya que a
él lo publican, pero a los que somos más humildes en nuestra promoción, nos
cierran nuestros escritos sin sacarle siquiera el polvo con un plumero. Bueno,
corrió el tiempito, se acabó el programita, y el cuentito de Abelardito quedó
sin leer. Será para otra ocasión. Buena Noches.
”
Eduardo
Wolfson
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