DE CÓMO SHAKESPEARE
ME GANÓ PARA LA LITERATURA
Quise hacer literatura desde
que me enteré de la existencia de Shakespeare. Yo era chico, y para deshacerse de mí durante la tarde, mis padres me
enviaron a estudiar inglés con una danesa particular. Ella me lo entregó, y me
dijo: “este es el libro de Shakespeare”.
Recuerdo que era finito, en el interior había bonitas ilustraciones en colores,
descriptas en inglés. Ese día, cuando llegué a casa, mamá hablaba con una tía
sobre la posibilidad de ver Hamlet esa semana. “No la podemos perder” decía. “Claro Shakespeare representa la
universalidad de las pasiones combatiendo lo racional” contestaba mi tía
con aires de intelectual.
Llegué a mi habitación, me
desbarranqué en la cama, y muy intrigado, abrí el Shakespeare de la profesora.
Primero miré los dibujitos, había un hombre, una mujer, un niño, una casa, una
mesa, una silla. En la segunda página una lapicera, y medio aburrido, debo
confesarlo, leí algunas palabras para ver si levantaban mi estado de ánimo: “This is a pen”, “This is a pencil”.
Confundido, volví sobre la primera página. Al lado del varón, aparecía la
frase: “this is a boy”, en la mesa decía “table” y también estaban la woman y
el children. “Pero ¡este Shakespeare es
un tarado!”, me acuerdo que grité con indignación. Entró mi tía, y dándome
un coscorrón, me dijo: “No te voy a
permitir que insultes a Shakespeare, un hombre que ha escrito a finales de
1500, y cuyos temas y reflexiones, mantienen una frescura tan actual”.
Después de cerrarle la puerta en la cara a esa vieja insolente, eché una ojeada
hacia el centro del libro, para ver si más adelante el hombre se despabilaba, y
me daba un dato certero sobre el quid de la cuestión, o sea, ¿Cómo permanecer
en la boca de todos por más de 500 años? A esa altura, el libro ofrecía frases
más elaboradas, de esas que requieren un pensamiento forzado para develar las
incógnitas que encierran, por ejemplo: “she teaches math”. Sí, porque
Shakespeare lo escribía todo en inglés, menos mal que algunas cosas me las tradujo
la danesa, que sino, todavía estaba pensando en la pavadas que dejó para la
humanidad. En este caso, expresaba, “ella enseñaba matemática”. Y yo me dije,
que importante debe ser ella enseñando matemática para durar más de 500 años.
Yo desde mi niñez miraba a los adultos que me rodeaban, y debo admitir que los
quería, aunque los tildara de imbéciles. Adoraban a Shakespeare, un tipo que lo
único que hizo, según el librito de la danesa, era dibujar objetos, animales,
personas y otras yerbas, y reconocerlos con su denominación en inglés, porque
la bestia de Shakespeare no conocía una puta palabra en castellano.
En fin, pensé que si
semejante bruto había ganado la inmortalidad en la literatura y en la
dramaturgia, escribiendo que “esta es la casa, esta es una nena, aquel es un
alumno que va a la escuela”, yo, que soy modesto y no necesito la eternidad, me
podría ganar muy bien la vida redactando las mismas pelotudeces, pero en
castellano, porque es de hombre aceptar, que en mis diez años de inglés de
clases particulares con la danesa, siempre con el mismo libro de Shakespeare,
me dejó nada más que el principio de un poema: “the violet is blue”. Mucho apellido, pero memoria y pronunciación
nunca fueron mis fuertes. Sin embargo, al enterarme por la historia que nos
enseñaban en el colegio que nuestro país era el sudesarrollado granero del
mundo de los desarrollados, me di cuenta que lo mío no era sudar en el surco.
Shakespeare se convirtió para mi vida en el sino. Gracias a él supe que mi
camino pasaba indefectiblemente por las letras. Y que si los ingleses opinaban
que decir shoplift, o sea hurtar en una tienda, constituía una genialidad que
debía trascender, yo no era quien para contradecirlos. Todo lo contrario, mi
misión era apoyarlos. ¿Cómo?, transformándome en un intelectual del Mercosur, en
el cara pálida de biblioteca que interprete a través de inesperados laberintos,
esas síntesis extraordinarias, que el bueno de Shakespeare proclamó para la
posteridad. En este momento recuerdo una que cuando la deletreé en el libro de
la danesa, me conmovió: “This is a chear”. Se dan cuenta, “This is a chear”,
dijo Shakespeare, seguramente con una pronunciación más antigua, acuérdense que
el genio bogaba entre 1500 y 1600. Pero que profundidad hay en aquellas
palabras: “This is a chear”. Hay quienes mostrando una ignorancia supina, se
atrevieron a decir, que se trataba de una reducción injuriosa del “Arm chear”.
Pero yo pregunto, tienen idea ustedes cual es la fuente de inspiración de aquel
dicho popular, siempre tan de moda entre nosotros: “El que se fue a Sevilla
perdió su silla”. ¡Shakespeare! nos los estaba indicando. Estas elaboraciones, denunciaban que mi vida
progresaba hacia la adultez, y que mi espíritu se preparaba para recibir
apasionada y comprensivamente las erudiciones del gran maestro inglés. Por eso,
aquella tarde me presenté en la casa de la danesa, y lleno de gratitud le
devolví el libro, que en su oportunidad me prestara, diciéndole: “Siento que William Shakespeare me lo dio
todo, y gracias a usted”. Vi que el rostro de mi profesora se turbaba al
apresar el ejemplar, luego, con una sonrisa, miró mis ojos y con voz suave
contestó: “Me alegro por lo que pudo
William Shakespeare en tu vida, pero el autor del libro que me devuelves es
Shakespeare The Bignon, un profesor de Inglés.
Eduardo Wolfson
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