primer capítulo de
" Siempre que llovió"
Novela inédita de Eduardo Wolfson
I
Al
entierro de Virginia fue poca gente. El cortejo avanzaba en silencio, eran
apenas sombras esparcidas sobre el barro bajo la lluvia. El paisaje, ranchos de
cartón y chapa extendidos por una calle tortuosa, semejante al zigzagueo de una
serpiente. El ataúd, tablas clavadas sin cepillar, sostenido en los hombros por
cuatro vecinos.
No hubo
llantos, ni escenas, sólo rostros herméticos cubiertos por pañuelos y gorras.
Caminaron
lentamente, acostumbrados a sortear ese piso resbaladizo. Nadie intentó detenerse, cruzaron las vías. La ciudad asfaltada
los recibió muda, la atravesaron bajo un fuerte aguacero.
Ningún
comerciante se asomó a la entrada de su local para verlos pasar. Indiferentes,
los dolientes rondaron la plaza principal.
Nadie
se preguntó por el destino de la estatua del prócer, tampoco recordaban el
significado de aquel conjunto descascarado y semidestruido, que en el sitio del
monumento épico, se erigió tres años antes como símbolo de los nuevos tiempos.
Siguieron
de largo, no se detuvieron al pasar por la Catedral , pues no hubo tañer de sus
campanas, al parecer no anoticiadas que a la muerte se le rinde homenaje. Sólo un hombre ebrio, ocultando su
rostro en una barba frondosa, levantó su copa, cuándo el séquito, con paso
cansino transitó frente a la puerta de su casa. Muy pocos fueron los que
reconocieron en aquella figura al escultor, el hermano del otrora intendente.
Otra
vez el barro los cobijó en el otro punto cardinal del ejido urbano. Cruzaron un
gran basural y por fin, llegaron hasta un campo con partes inundadas y otras
con enormes pastizales.
Entraron
por los fondos, porque era más cerca y había desaparecido la alambrada. De
haberlo hecho por el frente, hubiesen advertido todavía, la presencia de las
dos columnas góticas descoloridas, sosteniendo un frontispicio con la
inscripción “Necrópolis Privada”.
Colocaron
el pequeño cajón sobre un pasto aplastado previamente. Los hombres, con una sola
pala se fueron turnando para cavar. Las mujeres se abrazaban entre sí.
En el
fondo del pozo, sobre un lecho de agua, depositaron el féretro. Sin palabras,
sin llanto, sin escenas le echaron tierra encima. Clavaron una cruz de madera.
Llovía
torrencialmente.
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