Siempre que llovió...
Capítulo XII
Novela inedita e inaudita
de Eduardo Wolfson
Los
especialistas con su sanatorio y los feligreses con su virgen, lograron
convertir los espacios virtuales en sitios donde transparentar sus pugnas.
La
salvación de Virginia y además, su rápida recuperación, necesitaba
imperiosamente encontrar un autor que respondiera a la ciencia o al milagro. El
pugilato estaba promocionado y prometía ser muy duro.
Un
Obispo corpulento y calvo, con el rostro enrojecido, avanzó por un pasillo
hacia el hall principal del nosocomio. El hombre fue rodeado tumultuosamente
por la prensa. Custodiado por dos sacerdotes de porte pequeño y apariencia
tímida, la autoridad religiosa los cobijó a todos, construyendo una sonrisa
amplia y compasiva para aquella anárquica multitud de informadores.
Pero la
ansiedad del periodismo no hallaba la réplica de una digna contención. El
prelado, se vio obligado a refugiarse detrás de una pequeña mesa ratona,
evitando que pisaran los bajos de su sotana y lo asfixiaran con la
superposición de micrófonos. Sin contestar ninguna de las medias preguntas que
le formulaban al unísono declaró:
-Dios
que lo ve todo, posa su mano en las criaturas más necesitadas. El Señor ha
querido coser el hilván de esta sociedad fragmentada, lo hizo con un ejemplo
heroico y al mismo tiempo trágico, que nos ha conmovido profundamente, que nos
ha puesto la piel de gallina.
El
Señor, a través de la pura Virginia nos ha reencontrado con nuestros corazones
cristianos. Ella intentó dar su vida para salvar la de su amiguito, el mismo
acto de amor que el hijo de Dios tuvo hace más de 2000 años, y como en aquella
histórica Judea que contempló la resurrección de Cristo para llegar hasta su
padre, hoy Virginia renace entre nosotros para anidar en los brazos paternos y
para que su luz, encandile cada uno de nuestros pechos. Todos somos participes
de este milagro, porque para que se cristalice, todos, sin egoísmos lo hemos homenajeado
con nuestra fe.
El
dignatario tomó aire, su gesto continuó tierno y compasivo. Por un instante,
los presentes permanecieron extasiados, pero sacudidos por su misión,
retornaron al unísono arreciando con preguntas:
-¿Sr.
Obispo como encontró a Virginia?
-¿Que le dijeron los médicos?
-¿Está conciente?
-¿Sabe Virginia que perdió las piernas?
Y así, por unos minutos se sucedieron los
interrogantes sin permitir ningún intersticio para la respuesta. Cuándo pareció
haberse agotado la frondosa imaginación de los reporteros, nuevamente se oyó la
voz del religioso, esta vez con un léxico más terrenal:
- Virginia abrió sus ojos hermosos y dibujó una
sonrisa refulgente dirigida al rostro de su madre adorada, luego me visualizó,
como es lógico en un segundo plano de la habitación. Pidió que me acercara, y
entonces me preguntó con una voz minúscula pero inmensamente bella, sostenida
apenas en un hilo: “Padre... ¿como está Juan?”. El estado de su compañerito de
juegos, es lo que le interesaba, sin importarle a nuestro ángel, su propia
salud.
Una reportera, fastidiada por el advenimiento de
una posible moraleja, interrumpió:
-¿Monseñor, como afectó a Virginia la perdida de
sus piernas, la vio deprimida, triste, rencorosa, le confesó dudas sobre su
futuro?
Sin responder, el patriarca frunció la frente,
precipicios de ira se adivinaron entre aquellos pliegues de piel. Sin embargo,
un rictus de calma nació cuando todo indicaba la llegada de una reflexión
profunda:
-No,
nada de eso, yo diría que la adversidad ha fortalecido su espíritu e iluminado
su mirada. ¡No!, no está triste y mucho menos rencorosa, esos sentimientos no
anidan en un alma solidaria como la de nuestra Virginia.
Una
vez más, los brazos del Obispo se animaron para bendecir a los presentes,
obstaculizando en forma definitiva el desarrollo de la conferencia.
Con la
ayuda de sus pequeños laderos se abrió paso en medio de la aglomeración de
personas y artefactos. Olvidado de los últimos flashes, abordó un automóvil
ampuloso de color negro para salir definitivamente de escena.
Presurosamente, los hombres de prensa, volvieron a
aglutinarse para tenderle una emboscada al director del sanatorio, quien con su
ambo blanco impecable avanzaba hacia el hall central. Luces hirientes
paralizaron su caminata.
Tres
médicos corrieron a socorrerlo, todos quedaron atrapados gustosamente en la red
periodística.
Análogamente
a un conjunto escultórico casto, los facultativos soportaron el bullicio
producido por las interrogaciones, encimadas y reiteradas. Transcurrieron
algunos minutos antes que las voces callaran.
El silencio, permitió al director expresar su
escueta y ensayada alocución:
-Comprendemos la necesidad que
tienen ustedes por informar, por eso ordené que se les entregara un parte
médico sobre la evolución que registra la salud de nuestra querida Virginia.
Por las pocas horas que han pasado desde el suceso, no puedo ampliarles mucho
más de lo ya escrito.
Dentro de su estado delicado,
Virginia experimenta una sólida mejoría, encontrándose lúcida.
Su estado de ánimo es controlado,
desde el momento de la internación, por el equipo exclusivo de terapeutas del
establecimiento, quiénes en un futuro, tratarán las secuelas traumáticas que un
episodio de esa gravedad, deja sin dudas.
Debo señalar, que toda la
asistencia realizada en este caso, por los facultativos de este sanatorio, no
tiene ningún costo para los familiares de la niña. Se ha adoptado en total
consenso esta actitud, fieles a la filosofía que siempre nos ha guiado, la cual
podemos resumir en estas palabras “Servicio y amor a nuestra comunidad”.
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