"Siempre que llovió..."
Capítulo XIII
El
Gerente General de Ferrocarriles se probaba como fiera enjaulada.
Ni la
gran mesa de madera maciza, ni los sillones de pana roja que la rodeaban, ni la
ampulosidad del salón, intacta desde fines del siglo XIX, fueron capaces de
frenar su ímpetu. El hombre, desbordado, cumpliendo con lo que indicaba el
manual práctico de operaciones, echó toda la furia sobre su vocero de prensa.
Los
funcionarios mudos, seguían con la vista su caminata irascible, encogiendo los
hombros, escuchando los reiterativos improperios que emitía contra su vocero,
contra la opinión pública, contra los pobres y contra:
-Esa infancia mal trazada que es capaz de hacer
mierda el prestigio de una empresa. ¡Hay que frenar a esos movileros malditos!, -bramó,
descargando el puño cerrado sobre la mesa- ya
no les alcanza con la palabra accidente, ni tragedia, los muy turros hablan de
crimen y nos apuntan.
Inesperadamente,
todo el peso de la noticia cayó sobre los ferrocarriles.
El
gerente sudó profusamente. Tratando de dominar sus nervios acarició un rosario adquirido
recientemente en el Vaticano. Cuando su compra, le garantizaron que el objeto
fue bendecido por el Papa.
Quiso
impartir medidas para que ejecuten sus subordinados, tartamudeó cada sílaba, pero
todo resultó inútil.
Para
sus adentros, maldijo a los responsables de aquella presión. Por un lado los
medios de comunicación excitando y poniendo en su contra a la opinión pública,
por otro, el directorio de la empresa, que lo colocaba como fusible ante
cualquier emergencia.
Por
fin, consiguió módicamente serenarse, quiso dibujar una sonrisa destinada a los
presentes, que acabó por disolverse en una mueca casi imperceptible. Miró a
todos impartiéndoles sus pensamientos:
-Tenemos por todos los medios que
desviar la atención de la gente, debemos demostrar que no hubo negligencia por
parte de la empresa. Si no se puede explicar la presencia de la paralítica y el
pendejo en esa curva, y si tenemos que encontrar culpables, diremos que se
trató de una falla humana, y entregaremos a los buitres al maquinista, si es
necesario.
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