"Los comesandwich" Inédita de Eduardo Wolfson
Testimonio de los hermanos Karlof
-Yo soy Miguel, y él es mi hermano
José. Van a tener que disculparlo al pobre José, hace unos años fue mal operado
de las cuerdas vocales y quedó mudo. Si quieren, ustedes le preguntan, y si
confían en mí, les traduzco lo que dice.
¿Un perito? Creo que ningún perito
pueda interpretar a José, no conoce el lenguaje de los mudos.
No señor, no lee los labios, ¡es
mudo, no sordo!, ¿Para qué necesita leer los labios, si los oye perfectamente?
Claro, mire que pregunta, en esta
zona, todos conocen a los hermanos Karlof. Hace como 35 años que todas las
mañanas, y hasta el mediodía, paramos junto a la ventana, en la mesa del bar de
la calle Uruguay, justo en frente de estos tribunales. Lo nuestro es un trabajo
de hormiga, silencioso, nunca nos hemos metido con nadie.
¿En el bar?, hasta el mediodía
nomás, porque por la tarde José se queda ordenando en el depósito y yo salgo a
hacer cobranzas, o si cuadra, a visitar a potenciales proveedores.
No señor, no pertenecemos a los Comesandwich
ni a ninguna otra secta, logia o como quieran llamar ustedes, a ese tipo de
actividades. Para qué voy a mentirle, a alguno de los Comesandwich conocemos,
no en profundidad, porque como ya le dije, nosotros somos gente de trabajo y no
nos metemos con nadie. Por
supuesto que mi hermano y yo somos solteros, pero por favor no vaya a pensar
mal, nos gustan las mujeres, pero desde muy chicos, nos vimos obligados a
trabajar duro prácticamente todo el día. Somos huérfanos, y en aquel tiempo no
era como hoy que hay derechos para los chicos. Si ahora son atorrantes y
delincuentes es porque ellos quieren. No le voy a negar, que también en parte
las mismas leyes que los protegen, son las que los transforman en degenerados
irrecuperables, ahora entran por una puerta y salen por la otra.
Tiene razón, disculpe, trataré de no
irme por las ramas. Como les decía, José y yo en nuestra infancia conocimos
solo la miseria y con ella el hambre. Le juro que hay veces, en algún ratito de
descanso, que me pregunto: ¿Cómo es que salimos tan buenas personas, tan honestos?
Creo que eso se trae en la sangre, ¿no les parece?
Usted me preguntó sobre los Comesandwich.
A los que tratamos, estoy casi seguro, que los conocemos antes de que fundaran
su organización. Aquí pasa mucha gente, lo que es engañoso, porque este es un
mundo muy chico doctor. A la
Aurora y al Rembrandt, los frecuentamos en el bodegón del
Wilson, aquí nomás, sobre Lavalle, dónde vamos a almorzar.
Yo no sé ¿de dónde saca doctor que
esa es la sede de los Comesandwich? Es la primera vez que lo oigo. Del bar, que
es como si fuera nuestra oficina mañanera conocemos al Emilio. Mire, del
encuentro con el Emilio me acuerdo como si fuese el primer día. A nosotros no
nos gusta que interrumpan nuestra lectura del diario. Es como si nos
desconcentraran. Todas las mañanas, desde hace por lo menos 35 años,
metódicamente, José lee las necrológicas de la Prensa y yo de La nación,
marcamos las que nos parecen potables, y luego, nos dividimos las del
Clarín.
Pero ese día no vino Mingo, el mozo
que nos atiende siempre, así que cuando el Emilio averiguó, su reemplazante,
fue el que nos estampilló. Al muchacho lo vimos bien vestido, respetuoso y
extremadamente tímido. Me impresionó su delgadez, estaba muy pálido, parecía un
cadáver vestido. Después de algún preámbulo, y adivinando nuestro fastidio, fue
al grano. Quería que le consiguiéramos unos tomos agotados de la colección del
Derecho. José, que entonces todavía hablaba, le dijo que lo viera a la tarde y
le dio la dirección del depósito. Antes de irse, nos convidó a ambos un
cigarrillo de esos que tienen agujereado el filtro, los aceptamos y los
guardamos para después de almorzar. Mire doctor, quiere que le diga una cosa, a
primera vista creímos que se trataba de un tipo de la sociedad, abogado recién
recibido, que haciéndose pasar por revendedor quería ahorrarse unos pesos en la
compra de los libros. Ese día, José se quedó en el depósito ordenando, y yo fui
a dar mi pésame a la viuda del Doctor Ramoné, y también tratar, de incorporarla
a nuestra lista de proveedoras. Volví contento de haber contribuido en algo, a
aliviar el dolor de aquella mujer desconsolada. Por otra parte, me pareció que
el finado Doctor Ramoné, en vida, fue una persona muy instruida y sumamente
cuidadosa. Su biblioteca jurídica se encontraba completa y escrupulosamente
actualizada. Cuando regresé, José le negaba a Emilio la posibilidad de fiarle
los tomos que buscaba.
Para ser sincero, le digo doctor,
que vender al contado es una política inflexible de nuestra distribuidora, para
evitar tener problemas ¿vio?
Pero esa tarde, tal vez por mi buen
estado de ánimo, intercedí a favor del muchacho, le dije a José que le hiciera
un pagaré a 72 horas y que le entregara la mercadería. Mi hermano, sin
comprender mi actitud, cumplió con mi requisitoria. El día del vencimiento del
documento, Emilio apareció con un chico que traía los libros debajo del brazo.
El asunto nos pareció muy raro, pero
por las incoherencias de sus argumentos. Primero dijo que devolvía los
volúmenes porque eran otros números los que el abogado necesitaba. Cuándo José,
dijo que los cambiáramos por los números que precisaba, él replicó que en
realidad, el cliente se había arrepentido de la compra, ya que iba a emprender
un viaje por Europa, y que en todo caso, a su vuelta volvería a requerirlos.
Mientras decía, en un medio tono, estos y otros disparates, Emilio,
continuamente, nos convidaba con esos cigarrillos del filtro agujereado, a
pesar de nuestra reiterada negativa. En definitiva le devolvimos su firma e
hicimos como si esa operación no hubiese existido.
Un tiempo después, un distribuidor
de libros jurídicos, muy conocido, nos comentó, que si bien la necesidad tiene
cara de hereje, hay gente que prefiere morir antes que cambiar.
Si doctor, no se impaciente, me
refiero a que Emilio, parece que era descendiente de una familia de
aristócratas, de esos que tenían muchos campos en nuestras pampas. Se nota que
un día los destapó el pampero, se quedaron con la pilcha que llevaban, la
creencia de que el trabajo es denigrante, y que el comercio es para mercaderes.
Para hacernos la devolución, Emilio, necesitó contratar a un jovencito de la Plaza Lavalle para que cargue
con los libros.
Según nuestro informante, a Emilio, el
peso de su prosapia lo dejó inmóvil. Para justificar su actitud, le dijo
textualmente: “los burgueses dicen, tratando de insultarme, que soy un inútil,
agregan que soy un parásito. Pero los que conozco pretenden que les enseñe mis
modales y tratan de imitarme. Yo les otorgo la razón a todas sus apreciaciones.
No me complace para nada sentirme útil.”
¿Quiere qué le hable de Aurora
doctor? Bueno, ella era como una dama antigua y con boato, transplantada al
estiércol. Yo sufría, cuando la veía sentada sola, en esa mesa de la fonda
infame. No era un sitio decente.
No, no me mal entienda Doctor, solo
digo que no era un lugar para mujeres, y mucho menos, para una persona que
trasuntaba la delicadeza como Aurora. Nunca comprendimos su presencia allí, los
pocos rayos de sol de aquella cueva la acariciaban con dulzura, dibujándole
franjas de luz en todo el cuerpo. Ella no trataba a nadie, se sentaba en la
única mesa que había para dos.
José y yo sabíamos que era la
secretaria de un notario que había heredado el registro de su padre. Ese sí que
era un señor escribano, fue en su velorio que nos dimos cuenta que Aurora
trabajaba con el hijo. A los pocos días de morir, yo fui a visitar a su viuda,
para darle el pésame por la irreparable pérdida y para romper la ficha, que
condonaba la deuda del fallecido.
No doctor, el escribano jamás fue
cliente nuestro, ni lo conocíamos, pero una viuda nunca lo sabe. Lo que
nosotros hacemos, es devolverle a la mujer desvalida, lacerada por el dolor, la
creencia que aun hay seres humanos en esta vida, que vale la pena conocerlos y
confiar en ellos.
Si, tiene razón, es una mentira,
pero coincidirá conmigo que es una pequeña mentira, capaz de transformar una
época de desolación, en otra de esperanza. Quedan tan agradecidas doctor, que
en la mayoría de los encuentros, ellas mismas nos ofrecen las bibliotecas de
sus esposos desaparecidos. Nosotros siempre pagamos un precio justo y les
retiramos esa carga tan pesada para ellas. Las alejamos de los recuerdos que
puedan ahondar su pena, y al mismo tiempo, les dejamos inaugurado un espacio
nuevo para que puedan desarrollar toda su creatividad.
No doctor, la operación con la viuda
del escribano falló por culpa del hijo. Justo cuando la mujer iba a darnos la
autorización llegó el muchacho, maltrató a su madre revocando su decisión, y
nosotros, ofuscados por el proceder con su progenitora, decidimos retirarnos
por pudor.
Sí, disculpe otra vez, hace bien en
llamarme la atención, vuelvo a Aurora. Ella siempre leía el mismo libro, uno
muy antiguo de hojas amarillas y muy gastadas, eso nos resultaba muy extraño,
lo cerraba cuando Wilson le alcanzaba la comida, señalando la página con una
rosa seca. También nos sorprendía el vaso de Whisky de cada día, apenas mojaba
en él los labios para abandonarlo. La bebida en el almuerzo, contrastaba con
toda su personalidad. Todos los detalles que no llegábamos a comprender, de
algún modo creo, nos estaban señalando que nuestra Aurora andaba en algo raro.
Pero claro, mi hermano y yo, solo teníamos tiempo para pensar en nuestro
trabajo honrado.
No quiero parecer grosero doctor,
pero tengo la impresión que se extralimita en el uso de sus funciones. José y
yo, hemos sido citados a este tribunal en carácter de testigos. No creo que su
pregunta sobre el origen de nuestra fortuna sea conducente.
¡No!, permítame, no existe nada oscuro
en nuestro pasado de lo cual tengamos que avergonzarnos. Pero quiero aclararle,
que no somos poseedores de riqueza, tenemos después de años de sacrificios y
mucho trabajo, un pasar aceptable. Para que vea la pureza de nuestras
intenciones le narraré sobre nuestra acumulación originaria, aunque le repito,
no corresponde. Éramos dos jóvenes, como le he dicho, de buena leche. Pero por
la ausencia de una guía, errábamos por las calles de aquel Buenos Aires sin
sentido y sin destino. Trabajábamos en lo que se podía, generalmente changas.
Fueron muchas las noches que nos vimos obligados a dormir en algún umbral
céntrico. Los inviernos eran mucho más crudos que hoy. Un día, descubrimos que
las escalinatas de estos tribunales, podían transformarse en el lugar que nos
ampare de las temperaturas inclementes. Desde aquel día, hace más de 37 años,
le juro que nos protegemos en las fronteras del barrio. Al poco tiempo de haber instalado nuestro
dormitorio en la entrada del palacio, se nos acercó un caballero, muy bien
vestido, para ofrecernos vocear ahí, un ejemplar comentado de la nueva ley de
alquileres. Por cada libro vendido de esa forma ganábamos el 25%, y sin
movernos de casa, ¿se da cuenta?
El hombre era dueño de una gran editorial
jurídica, prácticamente monopólica, la manejaba junto a sus cuatro hijos y un
sobrino, pero sin tirarles mucha soga. Quiero decirle, que el jefe de familia
era bastante tacaneo y no remuneraba a los chicos, como ellos consideraban que
se lo merecían. Los hermanitos Karlof, por buenos muchachos, por simpatía, por
pobres tal vez, nos hicimos conocidos y compinches de toda la parentela. Una mañana, habituados a llegarnos al
comercio de Lavalle y Talcahuano, para retirar el material que debíamos vender,
nos llevamos la gran sorpresa. El local se encontraba cerrado, y nadie, nos
supo dar noticias del padre, ni de los hermanos, ni del sobrino. Nos quedamos
en la esquina, junto a empleados que se miraban las caras tan sorprendidos como
nosotros. Le aseguro señor juez que fue un día aciago, no encontrábamos cartel,
ni personal responsable que nos explicara. José se puso como loco, me culpaba
del despilfarro hecho en esos días, lo veía aterrorizado frente al posible
advenimiento, nuevamente, de la miseria. Esa noche en la pensión, porque ya habíamos
alquilado un cuarto, no pudimos pegar un ojo. Creo que por primera vez,
sentimos que el futuro era un gran desconcierto. Recién cinco jornadas después,
cuando todo se creía perdido, el capo abrió el negocio, que nunca más fue
pisado por sus hijos, ni por su sobrino.
Zocaro, un hombre bueno que corregía
originales, y que todos los días en la fonda, nos hablaba sobre el pronóstico
de las próximas horas, nos contó el drama. Parece ser que el romance con una
corista provocó el estallido. El viejo patriarca, acopiador en papel de la
sabiduría jurídica, fue descubierto por su primogénito con la mano en una masa
de veintitantos años, que es cuando la levadura toma ímpetu y el agua de azar
mejor aroma. El joven reunió a sus hermanos y primo, juntos convencieron a su
madre y tía, de la inminencia de la separación para restaurar las heridas. Lo
más traumático fue la división de la sociedad conyugal, nada que signifique
dinero, contrato o propiedad, quedó fuera de la lupa de los hijos, que a partir
del infausto episodio se proclamaban asimismo, huérfanos de padre. No pasó
mucho tiempo para que todos volvieran al barrio, cada uno con su editorial, sus
propios títulos y escritores, su distribuidora y negocio. Eso sí, construyeron
el imperio, pero peleados a muerte entre sí. Para que ustedes se den una idea,
el hijo mayor, en varias oportunidades, no tuvo ningún reparo, en mandarle a su
padre inspecciones de la
Dirección General Impositiva.
Tiene razón el señor fiscal, en todo
este relato no entra para nada el señor Juan de la
Cruz Vera , porque no tengo idea de quien
es.
Hubiera empezado por ahí, a Carlitos
el cafetero ambulante, si lo conocemos, pero no hemos cruzado más que un buenos
días o un buenas tardes. Es que nosotros, tratamos de no mantener contactos con
los vendedores callejeros. Es sabido que la mercadería que venden no está
sujeta a los controles legales. Es una pena que en un país como el nuestro,
dónde no falta nada, esta gente pretenda hacerse la América con malas artes.
No señor juez, mis palabras no son
chusmerío, estaba tratando de explicarle el origen de nuestros pocos bienes.
Fue gracias a la gran desgracia de la
familia jurídica, que José y yo pudimos hacer nuestra diferencia consistente. Usted
sabe, a río revuelto ganancia de pescadores. Progenitores y descendientes
peleados entre sí, tomaron poder. Pero las adversidades, no les permitían, sin
contar con intermediarios, cerrar los buenos negocios. Si el padre editaba un
libro, los hijos querían venderlo y viceversa. Mi hermano y yo, que nos llevábamos
bien con todos, comprábamos los libros que necesitaban unos, para entregárselos
a los otros, reservándonos para nosotros, un 10% del descuento corriente.
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