Si los de abajo se
mueven… Por
Eduardo Wolfson
“Que se
vayan todos”, el griterío es infernal, las calles se convierten en recipientes
estrechos atosigados de pueblo. En el parlamento,
los legisladores de todos los partidos, corren y cumplen las órdenes que
transmiten los ordenanzas, quiénes a su vez, sin darse cuenta, asumen el papel
de líderes naturales de aquellos representantes con voto y mandato. Entre
todos, derechas e izquierdas, hombres y mujeres, altos, petisos, gordos y
esqueletos tapian puertas, ventanales y claraboyas. Nadie responde al tañer
incesante de la campana que aletea el
presidente de la bicameral, su potestad aplastada cae debajo del estrado, aferrado
al badajo de su instrumento.
“Que se
vayan todos a la cárcel” la consigna se extiende en palabras y en volumen
frente al palacio del ejecutivo nacional. Los granaderos de la puerta,
inmóviles hasta ahí, divisan una multitud que atraviesa la plaza echando fuego
sin antorchas. Tiemblan rasos, y rompen filas sin esperar al sumbo que vocea el
ultimátum dado a conocer por el oficial
superior de la guardia. Huyen por pasillos hacia el interior buscando refugio y
trepando palmeras. El presidente y sus ministros, reunidos en el salón de
truco, se sienten huérfanos al desaparecer los mozos. Algunos plantean
suspender el conciliábulo, aludiendo que sin whisky y sin servicio les falta la
herramienta imprescindible para articular la medida necesaria que concrete
positivamente futuros negocios con el Estado. “Mientras las cosas se arreglan
hagamos retiro espiritual” opina el primer mandatario perspicaz.
“Hay que
comunicar la justicia en lenguaje popular” sostiene el presidente de la suprema
corte, frente a jueces y fiscales en emergencia, en el interior del palacio de
los tribunales. La policía, auxiliar de la justicia, se entera por TV en su
casino, que la horda avanza. Valientes, deciden preparar su escape. Ni togas,
ni uniformes sirven para pasar desapercibidos en la multitud. Consultan a los
presos de la alcaldía, apelando a su experiencia para trazar la huída. Mientras
conversan, un sargento se justifica: “Policía que huye sirve para otra policía”
“Con los
dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes” Las calles
abarrotadas vibran intensamente, un redoble de tambores construye un
contrapunto con las palpitaciones de la multitud. Ya es tarde para levantar los puentes, piensa el secretario general
de la CGT , un
enamorado de Maryl Streep.
“Es imprescindible crear, establecer, fundar, instituir,
instaurar, organizar, implantar, erigir e introducir la enciclopedia de la
justicia popular”. El mandamás de la corte suprema habla con vehemencia. Mientras
calla para respirar, un fiscal soliviantado se rebela: “¿El magistrado clama
acaso por modificar, cambiar, variar,
alterar, mudar, transformar, perturbar y diferenciar nuestra legislación para
que la entiendan esos negros, que no son capaces de comprender que la
democracia, todo lo que ha hecho fue por su bien?” Los ujieres y el notificador
de faltas desalojan la sala a grito pelado. Unos pocos togados que se quejan
reciben palmadas en la cola, y la amenaza fehaciente de quedarse sin el
sandwich de mortadela para el refuerzo. La insipiente rebeldía se esfuma,
profesionales y magistrados son colocados en pequeños cuartos, disimulan sus
presencias cubiertos de expedientes, presos en tapas de cartulina. Por las
puertas, a medio cerrar para evitar la asfixia, huyen miles de ratas.
“Nuestros
sueños no caben en sus urnas” dice, en el salón de truco, con voz apagada y
medio gangosa el asesor ecuatoriano del presidente. Ministros y secretarios le
prestan toda la atención: “Yo creo queridos hermanos, que ha llegado el momento
de extinguir, apagar, ahogar, oscurecer,
liquidar, suprimir” La ministra de seguridad deja el sorbete del tinto y
erizada interrumpe: “El asesor es un temerario, imprudente, irreflexivo, inconsiderado,
malaconsejado, insensato, bizarro, lanzado”. De golpe, las mesas de juego vuelan como los
mejores integrantes de un ballet. “¿Será el pueblo?” pregunta la de seguridad.
La mayoría, vomita al oír “¡pueblo!”. Tratan de encontrar refugio patinando
sobre las salsas productos de las nauseas. “Es la sacudida, el Cataclismo, la
hecatombe, acierta a pronosticar el Ministro de educación antes de caer cubierto
en la bandera norteamericana.
Mientras tanto, el primer mandatario observa unas imágenes
de Islas Vírgenes, y permanece íntimo, inseparable, intrínseco, esencial, subjetivo,
introspectivo, recóndito, secreto, apartado, disimulado, furtivo, subrepticio, guardado,
callado, impenetrable, insondable, ininteligible, inescrutable. En fin: “off
short”. Como guardando una profunda meditación, El
ministro de energía, acordándose de su inagotable mayo francés, guarda en el
bolsillo un envido de 33 para decir: “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos
dormir”. Falta un ápice, para que el ministro de trabajo rechace “Por falso,
malicioso e improcedente” lo dicho por su colega combustible”. La puerta doble
del salón se abre, recibe la entrada, “a paso marcial”, de los jefes de las
tres fuerzas uniformadas. El de ejército tiene la voz cantante: “Señores, la
asonada ha sido diezmada. Todo vuelve a la más absoluta normalidad. “Señores, ¡vuelve
el fútbol!”.
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