De como se despertó
la vocación definitiva de
Bernardino Espéculo
por José Gólgota, empresario funerario
- En ese corto tiempo que fuimos
socios transitorios, me di cuenta que el pibe comenzaba a tomarse el laburo
enserio. Recuerdo una mañana cerca de las diez, que después de recrearse como
era su costumbre en diferentes combinaciones lúdicas, Bernardino entró
zigzagueando a su casa por la puerta principal. Olvidó, que desde la
instalación del nuevo destino, lo debía hacer por la puerta de servicio. Frente
al aroma concentrado de las flores, tuvo una noción neblinosa del sitio en el
cual se encontraba. Avanzó por los pasillos, y en una de las salas, escuchó una
discusión entre dos mujeres. El pleito tenía como testigos a un féretro, un
cadáver y dos empleados de la empresa. El motivo era un bouquet de flores. El
personal intentaba que las damas lleguen a un acuerdo: una quería que ese
ramillete, fuera puesto sobre la tapa del cajón y la otra, que quedara como
estaba, aprisionada entre las manos del difunto. Los muchachos me contaron que
Bernardino, al advertir que el cambio de palabras atrasaba el entierro, decidió
arbitrar. Con sus brazos rodeó los hombros de las damas, atrayéndolas hacia su
cuerpo, les dijo con su mejor voz de galán de telenovela: “señoras, que las flores permanezcan donde están,-y haciendo una
pausa agregó- así se profundiza el
homenaje”. Las mujeres se abrazaron emocionadas por el llanto, asintieron y
se retiraron. Recién entonces, el pendejo advirtió que había posado su mano
sobre una de las muñecas del finado. Parece que no experimentó rechazo, todo lo
contrario, cuentan que sintió un acercamiento más que físico, se trataba de una
atracción de explicación difícil. Para mí, aquel cadáver representó para él una
serie de pasos en su imaginación que lo excitaron. Una mezcla de imágenes, el
muerto, el ataúd, el esqueleto, el velorio, la mortaja, el entierro, el
cementerio, la sepultura, las flores y el llanto de los vivos. Dicen que fue de
golpe, Bernardino se entusiasmó como Arquímedes, y entonces gritó:” ¡Eureka,
encontré el negocio!” (1). Los presentes, que dudaban de su propia razón
después de atravesar una velada desconsoladora, no comprendieron la euforia
repentina del muchacho, tampoco lo hicieron mis lechuzones, que dedicados a
sellar por fin el cajón, solo le señalaron que aquel no era un sitio para
exteriorizar esas expresiones.
Los días siguientes,
prosiguieron para Bernardino en continuo desvarío, aunque yo constataba
diferencias pequeñas en su conducta, las que iban a encontrar su explicación
años más tarde (2). Por
ejemplo, desde aquel día, nunca volvió a utilizar la entrada de servicio cuando
retornaba de las farras, y a su vez, estas parecían finalizar más temprano. De
a poco fue visitando cada una de las salas velatorias, en algunas permanecía
solitario, haciendo anotaciones en una libreta, al parecer registraba las
reacciones y emociones de cada doliente. En otras, saludaba en forma afectuosa
y se quedaba en la capilla ardiente, mirando a los deudos y sus maneras de
despedirse definitivamente. También en esos días cambió su vestuario, solo se
lo veía luciendo trajes, corbatas y zapatos negros.
Notas:
1) Con la paráfrasis
al famoso Arquímedes, Espéculo celebraba haber descubierto el efecto multiplicador
de la economía, que produce, siempre, el
último homenaje a la vida.
2) Resulta
interesante, ver como José Gólgota, hombre intuitivo pero sin bagaje cultural,
en este tramo de su relato, observa como Bernardino ejercita con elementos
científicos y cualitativos, provenientes de las Ciencias Sociales, tales como
el escenario, la observación no participante, la observación participante y la
entrevista.
Extraído de la obra inédita de Eduardo Wolfson "Espéculo para armar"
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