"Siempre que llovió..."
Capítulo XXIV
Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson
El
escultor, atormentado, se apiadaba de sí mismo por aquello que consideraba su
fracaso. Nunca pudo lograr una obra trascendente, algo que llevara su nombre
más allá de aquellas ciudades chatas de las pampas.
Según
su visión, esos pueblos no poseían pasión, o que si en algún rincón la había,
era efímera para apreciar el arte y sobre todo, sus creaciones, que a su
criterio, constituían avanzada para la época porque rompían los límites de lo
tradicional.
La
mayoría de sus vecinos lo consideraban un bicho raro, algunos sostenían que se
trataba de un vago congénito, posición disimulada tras la máscara de un artista
bohemio.
Para
los círculos locales, llamados así mismos creativos y culturales, sus trabajos
no podían clasificarse como esculturas. Este conjunto de vecinos acusaban como
referente la ciudad de Buenos Aires. Solo aprobaban lo que en ella era definido
como acontecimiento artístico. El criterio, era que aquel que nunca expuso sus
obras a la crítica porteña, no existía para el mundo y mucho menos para la
comunidad del lugar.
Esgrimiendo
otros argumentos, tal vez más técnicos y también más éticos, los pocos artistas
plásticos, talladores y escultores de la ciudad, no lo admitían en su rebaño. Opinaban,
que sus creaciones no se adaptaban ni en un todo, ni en partes, a la definición
de escultura. Asimismo rechazaban los materiales que utilizaba, por
considerarlos impropios para dar vida a una obra de arte y que si bien,
reconocían en sus trabajos cierto sesgo innovador, advertían que les faltaba
historicidad, y el empeño necesario, que en el tiempo toda escultura demanda.
A esta
última postura adherían muy enfáticamente los que perseveraban en dar vida a la
piedra. Ellos, en forma muy humilde expresaban: “el esfuerzo que amerita trabajar en ciclos largos y sumo cuidado la
roca, para dejar por fin, al descubierto, la imagen escondida en ella”. Este
último grupo ampliaba el concepto, publicando la lista de materiales nobles que
labrados por el genio humano, pueden ser valorados como escultura:
“…entre ellos se destacan, el bronce, el
mármol, la terracota, el barro, el estuco y hasta el mismo yeso”.
¡Pero jamás!, declamaban:
“aceptaríamos las siliconas,
elemento con el que suele trabajar el seudo escultor criticado, que humilla al
arte, cuándo como todo el mundo sabe, la manosean los cirujanos plásticos para
volver prominentes los sitios maternales y las asentaderas de las mujeres”.
Sin
embargo, al modelador de siliconas, no lo importunaban aquellas palabrejas
demoledoras que proferían sus competidores comarcales, en el campo de la
plástica.
Su
tormento real, no pasaba por los improperios, a los que consideraba de un
estricto orden feudal. Lo aterrorizaba el paso del tiempo, que le proyectaba la
proximidad del fin de su existencia, sin haber encontrado todavía, la forma de
trascender a la misma.
Aquella
mañana, después que la mucama le dejara sobre la mesa del atelier la botella de
ginebra, el escultor desplegó el diario
con desgano y fastidio, buscaba cualquier cosa o simplemente nada, tal
vez lo hacía para tratar de olvidar ese hastío profundo que sentía.
Siempre,
recorría primero la última hoja con la mirada, la de las historietas. Luego, se
detenía en la portada. Cuando llegó a ella, su rostro mudó de golpe la
expresión rutinaria, sus ojos estrenaron un viaje repentino desde la muerte
hacia la vida.
Una naturaleza nueva se apoderó
de su cuerpo, sintió que sus venas y arterias, eran canales que cobijaban a un
torrente que lo inundaba todo, entregándole una energía inusitada a su ánimo.
Cómo un huracán, con la sola
compañía del periódico dejó el atelier.
Una vez
en el despacho del Intendente, el escultor gritó desafiante:
-¡Hay
que inmortalizar a Virginia!
El
dueño electo del municipio, detrás de su escritorio lo observó con gesto
cansado, pero lo hacía con obediencia, después de todo aquel holgazán que los
demás llamaban artista, era su hermano mayor.
Pero el
respeto solo estaba presente en el afuera, ya que al político, jamás se le
ocurrió escuchar seriamente ninguno de los argumentos esgrimidos por la oveja
negra de su rebaño familiar.
La
sumisión superficial, le permitía al hombre de estado tolerar la presencia de
su fraterno cuando lo visitaba en el despacho oficial sin previo aviso, y
también algunas veces, cuando adornaba con su presencia alguna que otra reunión
de gabinete.
Pero aquella impronta inesperada del barbado
escultor y de mañana, horas totalmente inusuales para que aquel personaje
deambule por las oficinas públicas, provocaron en el funcionario una cierta
preocupación, lo que lo condujo a prestarle a sus dichos alguna atención.
Pensó que aquel discurso llegaba a sus oídos desde
un delirium tremen:
-Hay que
inmortalizar a Virginia con una escultura en el centro de la plaza. Esta
tragedia debe quedar para los tiempos eternizada por el camino del arte.
Lo que sucede en nuestra ciudad, ahora y durante
tu mandato, es único e irrepetible. Es como la flor que percibe la llegada de
la primavera y abre sus pétalos en homenaje a ese calor que otorga la vida y se
los entrega, uno a uno hasta fenecer en el verano.
El
Intendente salió de su primer asombro, y como buen homus politicus, que no
tiene tiempo para perder, extrajo una chequera como lo hacía habitualmente y le
preguntó:
-¿Cuánto
necesitás?
La
respuesta fue una puteada benemérita.
-¡Escúchame
querés!, yo sé que me sentís como un lastre, que de alguna forma con mi
presencia conspiro contra tu carrera política, que soy un borracho, un vago, un
barrilete sin cola. Todo lo que quieras, pero esta vez, te pido por lo que más
quieras que me escuches, estoy casi sobrio, tengo encima, apenas una sola copa
de ginebra tanto como para afirmarme e inspirarme.
Si
querés ser gobernador tenés que visualizar todo lo que está ocurriendo. Los
ojos del país están posados aquí, todos los canales de televisión se pelean por
filmar algún pedacito de adoquín de estas calles. ¿ y por qué?, porque un tren
pasó por las vías que nos rodean y se
llevó, equivocadamente para la empresa de ferrocarriles, las piernas de una
niña pobre, que nació para todos nosotros el día de la drástica amputación de
sus miembros.
Los
medios están exhibiendo un pueblo unido frente a la desgracia de uno de los
suyos, muestran a una colectividad solidaria con los de afuera, a quiénes le
ofrecen sus calles, sus negocios improvisados, sus casas para albergarlos etc.
etc..
Lo de
Virginia ha dado paso a una cruzada popular inmensa, espontánea, desordenada y
desopilante por momentos.
Pero
alguien tiene que ponerse al frente de todo esto, alguien debe sacar el mayor
provecho, alguien debe cohesionar a todas las fuerzas dispersas y ese alguien,
¡sos vos!
Por eso mismo hay que eternizar este momento y
todo lo que digo no es gratuito.
Dejame
concretar una escultura para colocar en el centro de la plaza. Para la
inauguración invitarás al Gobernador, al presidente, a diferentes círculos de
artistas y también, por supuesto, a toda la prensa nacional. Vos y yo sacaremos
el manto a la escultura y allí se producirá la sorpresa general.
No hay comentarios:
Publicar un comentario