"Siempre que llovió"
Capítulo XLI
Otra entrega semanal de la obra inaudita e inedita de
Eduardo Wolfson
Escoltado
por dos abogados de los ferrocarriles, el banderillero entró al Palacio de
Tribunales. Era un hombre bajo y menudo, de esos que transitan casi sin ser
notados.
Por
treinta años, desde la muerte de su madre, la vida se le refugió en las sombras
de aquella casilla pegada a la vía. Nunca fue afecto a la conversación,
ignorando en forma visceral el
valor de una compañía.
Sus
vecinos no tenían conciencia de su existencia, él, con ellos no compartió nunca
ni el saludo. Su trabajo, era custodiar aquel paso a nivel sin barreras,
comprobar la ejecución rutinaria de la alarma. En caso contrario, su función
consistía en advertir, a los infrecuentes automovilistas o peatones, la
proximidad de la formación, hasta que el desperfecto fuese reparado.
Resultó
una faena ardua para los leguleyos, hacerle entender lo de la declaración
testimonial, más todavía, explicarle el papel que pretendían que desempeñe.
Pasaron
horas junto a él en aquel albergue de chapa, sentados sobre unas tablas de
madera sin cepillar, apoyadas en sendas pilas de ladrillos.
Cuando
llegaron, se sintieron impactados por el aroma profundo, rancio de añejas y
arcanas frituras en grasas, las que les provocaron nauseas horribles, difíciles
de disimular. En varias ocasiones, alternativamente, salieron al exterior para
respirar hondo y renovar el oxígeno en sus pulmones.
Luego
del proceso de adaptación, y mientras el guardabarrera tomaba mate sin
convidar, las visitas trataron de conectarse con aquella presencia casi
fantasmal.
Le hablaron mucho, comenzaron con discursos y
palabras ampulosas, pero a medida que transcurría el tiempo, y los ojos
inexpresivos del destinatario seguían igual, el lenguaje fue cayendo en
cantidad y calidad, hasta quedar reducido a simples monosílabos, silencios
prolongados y onomatopeyas.
Por
fin, a modo de despedida, dejaron sobre un colchón andrajoso, un traje, una
corbata y una camisa, ropa para lucir al día siguiente al brindar testimonio.
El
palacio de justicia lucía atestado de entrometidos locales. Todos trataban de
ubicar al personaje, que ocupaba hace varias jornadas, primeras planas de
muchos periódicos. Lo que provocaba la curiosidad extrema, es que nadie se
encontraba en condiciones de diseñar una descripción del individuo.
Según
los diarios, el hombre en cuestión nació en la ciudad. De su padre heredó el
puesto de guardabarrera y la casilla vivienda junto a las vías, perteneciente
al ferrocarril.
Con
cierta bronca, los vecinos se preguntaban: ¿Cómo
era aquel personaje que no recordaban? Un testigo misterioso, un perfecto
desconocido, pero que sin embargo compartió con ellos, desde siempre, su
espacio vital.
Supieron que era él, aunque sin
recordarlo, porque lo vieron avanzar escoltado por los dos letrados de
ferrocarriles.
Nadie pudo traer a su memoria,
aquel rostro con ojos muy pequeños y pómulos prominentes, ambos enmarcados en
una piel olivácea. Pensaron que la falla retentiva se debía al traje nuevo y al
primer corte de cabello realizado por un estilista, que metamorfoseaba su
aspecto corriente.
Lo sentaron
en el centro del tribunal, en la silla señalada para testigos, frente al
estrado del Juez. A su izquierda se encontraban los letrados defensores de las
empresas involucradas. A su derecha el fiscal y los abogados querellantes.
Luego
de tomársele el juramento de práctica, el doctor Larrondo formuló las preguntas
formales del proceso. En el enunciado de una de ellas, deslizó la palabra
“accidente”, detalle que trajo aparejado un entredicho con la parte
querellante:
-¿Usted
visualizó el accidente? -Interrogó el Juez.-
-Protesto
y exijo que mi protesta conste en actas -interrumpió el doctor González
Sueyro- el vocablo “accidente”, en la
pregunta de un magistrado de esta corte, significa una presentencia sobre el
veredicto que tendrá que pronunciar el tribunal, una vez que todos los
elementos de prueba hayan sido sopesados en el presente juicio.
-¿Cómo
pretende, el Dr. Gonzalez Sueyro que califique
mi pregunta de rigor. -dijo el Juez con sorna- Tal vez tendría que preguntarle al testigo
¿Visualizó usted el incidente?
-Yo
prefiero que diga “acontecimiento”, a secas su señoría, ya que incidente alerta
sobre un suceso de poca importancia. Aplicar incidente en este caso es solo un
eufemismo hipócrita y tendencioso, que sirve para desdramatizar la realidad, calzándole como anillo al
dedo a la parte acusada, para desteñir su responsabilidad en el asunto que hoy
nos toca, que no es otra cosa que hallar justicia para la vida de una niña, que
debe afrontarla con sus extremidades inferiores cercenadas. Nuestra obligación
señor Juez, es buscar a todos los culpables, y el suyo, de aplicar una
sentencia sin atenuantes. Quiero decir otra vez, que lo dicho conste en actas.
El magistrado respiró hondo, extrajo un
cigarrillo y lo prendió esperando que se desvanecieran los murmullos en la
sala. Su intención era ser oído por todos los presentes y atravesar con su voz,
al que consideraba un inoportuno querellante:
-Mi
querido doctor -expresó con agudeza - he recibido con agrado su lección, y sobre todo, el que me recuerde
cual es la responsabilidad que la sociedad asigna a mi cargo, pero debo
señalarle que su juventud vehemente, en esta ocasión ha herido a este tribunal,
al acusar al mismo de hipócrita, es más, debo informarle que no toleraré de su
parte, expresiones similares en el futuro.
Espero
que usted lo haya entendido, sin tener la necesidad de pedir que “conste en
actas”.
Con
respecto al motivo de su interrupción y para contribuir a un acuerdo
salomónico, cual es su parecer, si le pregunto al testigo ¿Visualizó usted el
evento?, ni accidente, ni incidente, ni acontecimiento, sino evento,
entendiendo como tal a un suceso contingente, o sea algo que puede darse.
Si las
partes están de acuerdo, así será formulada la pregunta.
Los
abogados de la fiscalía, los querellantes y la defensa, prestaron su conformidad
a esta nueva figura de la disposición interrogativa, que inmediatamente, su
señoría trasladó al testigo.
El
guardabarrera escuchó pero sin comprender, sabía que aquel hombre sentado en el
centro del estrado se dirigía a él, porque lo señaló añadiendo su nombre y
apellido. Sin saber que actitud esperaban, miró hacia los costados, tratando de
encontrar las figuras conocidas de los representantes de los ferrocarriles.
Cuando las miradas se cruzaron, encogió sus hombros exhibiendo su
incomprensión:
-Sr.
juez, debo informarle que nuestro testigo no presenció el evento.
-Su
testigo ¿es mudo?, que tiene que responder usted.
-No,
pero es muy parco, exageradamente solitario, y es posible que al verse por
primera vez, rodeado de tanta gente, se encuentre inhibido para hilvanar una
respuesta. Por lo expuesto, le pido a su señoría, que el testigo brinde su
declaración sin público.
El
doctor Heriberto Larrondo se tomó su tiempo para contestar, indudablemente
pensaba. Luego observó al testigo, y al final se dirigió a su abogado:
-Pero
si este sujeto no vio el evento, ¿sobre que tema pretende la parte acusada que
atestigüe?
-Este
hombre su señoría, es empleado de los ferrocarriles, su puesto lo heredó de su
finado padre y también la vivienda que le fue concedida por la empresa. Por lo
expuesto, consideramos que su experiencia, como trabajador y habitante, desde
su nacimiento, en las inmediaciones de las vías vuelve imprescindible su
testimonio para esta audiencia.
No se
trata de un testigo directo del evento, es cierto, pero si, lo consideramos
calificado para contar si recuerda otros sucesos no programados que hayan
ocurrido en el pasado y además, para testimoniar sobre la conducta ejemplar que
ha tenido la empresa para con él, su familia y la comunidad de esta ciudad,
conducta que hoy se encuentra en tela de juicio en este tribunal, tal vez
influido por el tinte perverso que medios de dudosa reputación con periodistas
venales, esos, que vulgarmente la calle conoce y denomina “prensa amarilla”,
han armado con intenciones de vender más, aprovechándose de la extremada
libertad de prensa reinante y de la inocencia de la gente desprevenida,
resuelta a creer como real, esta prestidigitación especializada, efectuada por
esas plumas inmorales y por lo tanto, corruptas, capaces de transformar un
cisne, sinónimo de belleza, en un Cuasimodo, producto del hedor y las llamas
del infierno.
Por lo
dicho su señoría, el nuestro es un testigo de concepto, le pido que desaloje la
sala, para que nuestro hombre pueda exponer sin presiones de ningún tipo, y con
naturalidad.
Luego
que el Presidente del tribunal, negara que el mismo sufriera la influencia de
la prensa, autorizó el pedido de desalojo. El público, de muy mala gana se fue
como desflecando, mientras los medios se resistían a dejar su lugar, alegando
que no podían cercenarles el derecho a la información.
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