sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo de novela

ÚLTIMO CAPÍTULO de
            
              "Siempre que llovió..."
                           Capítulo XLV


Eduardo Wolfson agradece la paciencia que han demostrado, semana a semana, los lectores de esta obra inaudita e inedita.  Allí va el último tramo. Pero dice el autor: "No crean que se han salvado. Siempre enviaremos algo por "el que va contando". Se aceptan amenazas, siempre que sean virtuales".

-Sin lugar a dudas, podemos afirmar que, a pesar de haber sacrificado sus piernas en un acto de bondad inmensa, ¡Virginia murió de pie!

El encuadre, lo redondeó el movilero al comienzo de la nota.
Las cámaras lo tomaron en la intemperie, soportando una lluvia fina que le empapaba el rostro. Sus pies chapoteaban en un barro desvanecido, y por detrás, las viejas chapas oxidadas, estructurales en las casillas de la villa, le servían como marco a sus estrategias poéticas, metáforas totalmente improvisadas e inspiradas, sobre aquel cuadro de muerte y desolación. Con su rostro atribulado y voz apesadumbrada, prosiguió:
-Nos encontramos en la puerta del que fuera hasta hoy el hogar de la niña.
Con nuestras cámaras queremos documentar, pero al mismo tiempo respetar el profundo e irreversible dolor de aquellos que hoy velan a esta inocente.
Recordemos para nuestros televidentes, que hace tres años, por salvar a su compañerito de juegos, este ángel, en aquel momento de solo diez años, fue arrollada por una locomotora, logrando sobrevivir, pero dejando en esas vías insensibles, carentes de toda bondad, piedad, indulgencia y asistencia, sus dos hermosas piernas.
Si la cámara me acompaña, quiero mostrarles al grupo de personas, que a pesar de la lluvia intensa y del lugar inhóspito, se encuentran congregadas para dar el último adiós, a esta adolescente que supo ganarse la inmortalidad, al estar presente en cada uno de los corazones de los habitantes de este pueblo y de quiénes la conocieron personalmente, o de esos otros, que supieron, como homenaje, derramar una lágrima cuando se enteraron de su corta, pero fecunda historia.

Imágenes del sufrimiento de los presentes, acompañaron las palabras del reportero. En un salón con piso de tierra, improvisado como capilla ardiente, se apiñaban.
La mayoría eran mujeres con pañuelos negros cubriendo su cabeza, el resto, chicos de corta edad, muchos descalzos, doblemente atraídos en su curiosidad. Por un lado aquella tristeza que se respiraba frente a un cajón famélico y tantas velas, y por otro, aquellos aparatos y luces singulares que desplegaba la tecnología televisiva.
El periodista apartó a una mujer y le acercó el micrófono, ella, como avergonzada bajó la cabeza. Junto al primer plano se escuchó la pregunta:
-¿Usted cree que esta muerte se pudo haber evitado?

La entrevistada daba muestras claras de aturdimiento:
-Yo no sé, el señor dispuso que fuera así, ahora la pobrecita Virginia debe estar junto a él.
-¿Ya saben donde y cuando será el entierro?
-Tengo entendido que los padres querían que descansara en el lote de un cementerio, que les regaló el que era Intendente cuando pasó lo del tren. Pero parece que no va a poder ser.
- ¿Por qué?
- Es algo de la municipalidad. Creo que dicen que deben todos los impuestos del terreno.
- Las donaciones que se recolectaron en aquel programa especial, cuando sucedió la tragedia, ¿aliviaron en algo el dolor Virginia?
- Algunas cosas sé que no llegaron.
- Usted me dice ¿qué prometieron y no cumplieron?
- ¡No!, pero por ejemplo, ¿se acuerda que alguien regaló el techo para la casa nueva?
- Sí recuerdo.
- Bueno, pero nadie dio la casa nueva.
- Pero el viaje a Chapelco, ¿la criatura lo pudo hacer con su madre?
- ¡No!, porque nunca les alcanzó para los pasajes.
- ¿Qué pasajes?
- Claro. Porque la agencia de viajes le regaló las noches de habitación y algunas comidas, pero nadie dio los pasajes.

La lluvia, las chapas oxidadas y el barro, fraternales infaltables en el velorio de la villa.
Sobre aquellas sombras que derrama el olvido, sucedió todo casi sin resignación, como algo natural.
Esta vez no hubo funcionarios, ni prelados importantes, ni equipos interdisciplinarios, ni artistas y mucho menos intendentes o gobernadores. Tampoco hubo coronas enviadas por los comerciantes de la ciudad, solo algunas flores de plástico, un ataúd clavado sin cepillar, y muchísimos pobres.
También estaban aquel camarógrafo y el reportero del canal nacional, ahora sí, como único medio dando a conocer su primicia.
Una de las imágenes mostró a Juan, aquel compañerito de Virginia, pero tres años mayor. Llevaba por los pasillos, una silla de ruedas repleta de cartones.
Poco antes de partir en marcha hacia el cementerio, el Director de noticias del canal le comunicó por celular a su movilero:

-Cubran el entierro, desarmen todo y se vuelven, que allí no hay más negocio.


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