"Siempre que llovió"
Capítulo XLIII
Otra entrega semanal de la obra inedita e inaudita de
Eduardo Wolfson
La
rebelión popular, de hecho, colocó una vez más en todo el espectro nacional a
la ciudad de Virginia. Los principales medios de comunicación, tomaron en
cuenta que para competir, ya no bastaba con repetitivas y meras crónicas, o con
la organización de colectas para auxiliar a las necesidades de la victima.
Los
reportajes a sectores en pugna vinculados al tema, o a personajes famosos
disímiles, carecieron de valor marketinero, para insistir y legitimar, ese tipo
de producción como garantía de una buena medición de audiencia.
Un
exitoso gerente de programación dio en el blanco, cuando recordó aquella
olvidada teoría de los dos demonios y a uno de sus creadores.
El
abogado, filósofo y estanciero, que encontró su vocación en un pretendido
periodismo reflexivo, resultaba el indicado, para abordar un programa especial,
austero. El hombre,
acostumbrado a transitar sus relatos con más dudas que certezas, lograba hacer
presuponer al televidente, que se hallaba inmerso en un discurso cargado de
sentido.
Un
locutor en off, presentó con voz engolada a las
empresas y consultoras auspiciantes. Entonces la cámara tomó un primerísimo
primer plano de la tapa caoba de un escritorio. Sobre él, solo un par de lentes
de fino armazón dorado.
Por
fin, el zoom se distanció, para descubrir la figura del protagonista. Sonriendo
a las pantallas, tomó las gafas por las patillas, y jugó con ellas, otorgando
un amaneramiento de gestos a toda su alocución:
-Aquí, en este recinto que guarda para
mi tanto afecto, siento a niños, imaginariamente, correteando por la plaza.
Inocencia que en su ciclo evolutivo se transformará inexorablemente.
Me pregunto entonces, como tantas veces,
¿Si es verdad que en esas criaturas habita el germen de los hombres del futuro?
En todo caso, también me pregunto que es
la verdad. ¿No me estará engañando ese rayo de luz que refracta en los
cristales de mis anteojos, al susurrarme que quién lo manda es fuente de
energía?
Ustedes,
señores televidentes, tal vez se sientan incómodos con este preámbulo, pero
creo que es imprescindible transmitirles, más que un conocimiento revelado, la
sustancia que anida en una sensación, que por cierto, será única e irrepetible,
aunque no me permito perder de vista la síntesis de múltiples causas
determinantes.
Sirva
esta introducción, para preguntarnos una vez más ¿Es Virginia una elegida por
la vivisección o una victima? Vivisección, como ustedes aprecian, viene del
latín (vivus, vivo, sectio). Decimos esto, de aquel ser que es sometido a una
operación, que nos permitirá estudiar fenómenos fisiológicos. En cambio,
victima, que también proviene del latín, se le dice a una persona que padece
por culpa ajena.
Entonces
me pregunto y les pregunto: ¿Es Virginia una persona que padece por culpa
ajena?, o más acertado, sería investigar sobre ¿Si es un ser apto para estudiar
en él nuevos fenómenos fisiológicos? Pero estos interrogantes, si bien son
densos, no alcanzan para completar el cuadro.
Se
me ocurre en este instante de la reflexión, dejarles un disparador para compartir.
Me pregunto: antes de los sucesos, ¿Quiénes sabían en el mundo de la existencia
de la ciudad de Virginia? Les recuerdo que “existir” viene del latín (existire)
y significa “tener el ser”. En cambio, cuando decimos existencia, nos referimos
al “estado de lo que existe”.
En
nuestro “tener el ser” en la ciudad de Virginia, indudablemente, visualizamos
un antes y un después. En el antes, nos resulta muy difícil vislumbrar el
“estado de lo que existe”. Pero si podemos afirmar que en el después, esta categoría
se nos transparenta. Pasamos de un “tener el ser”, al “estado de lo que existe”
en forma plena.
Pero
otra vez la duda nos asalta cuando nos disponemos a formular cualquier
hipótesis: ¿Es solo Virginia, nuestra “vivisección”, la que posibilita el puente
que une el “tener el ser” de su ciudad al “estado de lo que existe” en lo
urbano?
Creo
que pecaríamos de obtusos, si negamos que por lo menos se necesiten dos
extremos para mantener una viga. Les quiero significar, que sin la presencia
del ferrocarril, a Virginia no le alcanzaba para adjudicar al “tener el ser” el
“estado de lo que existe”.
Como
primera hipótesis, podemos arriesgar que “la ciudad que hoy todos miramos
existe para los demás, porque Virginia, unida al ferrocarril lo ha
posibilitado”.
Si
la conjetura es correcta, hay algo que no comprendemos: ¿Por qué los medios
componen la figura de victima en Virginia, y la de victimario en los
ferrocarriles?
En
la antigüedad, el victimario era un sacrificador de sacerdotes, lo que hoy
vulgarmente denominamos asesinos. ¿Puede una formación de vagones y una
locomotora ser victimaria? ¿No es contrario el sacrificio al “estado de lo que
existe”? ¿No es más plausible decir que Virginia es la Vivisección y que la
empresa del riel es el vivisector, o sea el que efectúa las vivisecciones? De
ser así, nuestros dos pilares no resultan contrarios, como quieren hacernos
creer, sino complementarios.
Para
el hombre en bruto, ese que genéticamente es sólo “sexo, economía, poder y
trascendencia”, esta niña Virginia, antes del episodio que debió transitar, era
menos que una forma. Tengo la profunda convicción, que para ese hombre en
bruto, Virginia no se encontraba instalada en su imaginario. Ahora bien: ¿Cuándo irrumpe en él?, ¿Cuándo
comienza a hacerse forma?
Las
respuestas nos son esquivas. Pero entre las brumas, percibiremos solo una perla
genuina, y es que el imaginario del hombre en bruto, jamás pudo acceder a la
forma de una Virginia completa, porque cuando ella tomó forma para el hombre en
bruto, ya había pasado la locomotora con su formación. Así que nuestro
personaje, el hombre en bruto, solo tuvo de la viviseccionada su forma
inconclusa y definitiva.
No
pertenece al mundo real, dilucidar si hubo otra forma Virginia, eso es para el
ámbito de la ficción.
Debo
confesar que frente al descubrimiento, mi músculo cardíaco, contra mi voluntad,
se contrajo y se dilató a una velocidad inusitada. Me pregunto: ¿Será que mi
pensamiento es heterodoxo?, o sea, ¿Qué pienso de otro modo que el rebaño? Sí
es así, supongo que estas reflexiones, deben estar instalando un nuevo
“paradigma”, palabra que proviene del griego una lengua épica para nuestra
cultura.
Pero
como solemos decir los hombres de campo: “cada vez que llovió… ¡paró!”.
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