Aurora
Otro personaje de la
novela inédita
“Comesandwich”
Se quedó arrinconada en
la mesa con el vaso de whisky en la mano. Así Aurora pasó horas para sorpresa de los habitué
del bodegón de la calle Lavalle. Fue un mediodía invernal cerca del Palacio de
tribunales. Se sentaba en la mesa que se juntaba con el mostrador. Para todos
esa era la mesa de Aurora. Ella, apenas posaba su mirada sobre los otros. Extraía de su cartera aquel libro, siempre el
mismo, de páginas ajadas y amarillentas, separaba una rosa seca que le servía
como señalador y se introducía en la lectura, sosteniendo el vaso de whisky.
Aurora era alta, o
impresionaba serlo, tal vez por su pollera oscura, larga y recta, que
acompañaba con una blusa blanca, siempre inmaculada. Mangas largas abrochadas y
cuellito levantado, que se confundía con la piel de su rostro extremadamente
pálida, extraviada tal vez, en tiempos
de románticas tísicas que se empeñaban en dejar una pequeña gota de sangre como
un sello de identidad. Solo sus mejillas apenas rosadas, contrastaban con su
presencia casi fantasmal.
Siempre la misma hora de
llegada, la forma de abrir y leer el
mismo libro, señalado por la misma rosa. Siempre una extraña avidez, primero
por pinzar sus dedos el vaso de whisky, y luego del primer sorbo, un
desinteresado abandono de la copa sobre la mesa.
Cuando el mozo le servía
la comida, Aurora cerraba el libro apretando la rosa y lo guardaba en el
interior de su cartera. Era un maletín de cuero de cocodrilo, una solapa
cerraba varias divisiones que aprisionaba una hebilla de bronce brillante. Comía
delicadamente, los cubiertos se deslizaban sobre el plato, como suspendidos,
totalmente ignorantes de la existencia de la Ley de gravedad. Más tarde, rutinariamente ella
se levantaba, dejando en el vaso, dibujados sus labios con rouge y un poco de
whisky. Sobre la mesa, depositaba el importe de lo consumido en forma exacta, y
se retiraba.
Pero aquel día algo
cambió. Aurora se quedó arrinconada en la mesa con el vaso en la mano. No hubo
libro, no hubo rosa, no hubo lectura. Un solo trago dio con todo el whisky. Sus
manos aprisionaban el vaso, la mirada perdida y el rostro desencajado. Lo
habitual desapareció de golpe, aquella mujer se transformó en un dibujo
inseguro, en un rezago olvidado en una liquidación barata.
Eduardo Wolfson
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