Teoría de los patrones
Con el índice y el mayor, apresó el cubo de
hielo que flotaba en el vaso de whisky medio lleno. Le dio impulso,
persiguiendo la trayectoria circular del recipiente, gozando de la ingravidez que
le proporcionaba el líquido ambarado. Los estudiantes rodeaban su mesa en
silencio ritual, esperando ansiosos el consejo del sumo sacerdote.
Carlos
passos, conocido como el gurú de las minifaldas de gamuza, con cuarenta y
tantos años distribuidos en su espalda, pasaba la mayor parte del día en la
mesa, junto a la ventana del bar Diógenes. Vivía enfrente. Le gustaba mezclarse
con el humo, derrochado y acumulado entre esas paredes por los futuros
filósofos.
Sopesando
el silencio de los muchachos, después de pinchar una aceituna, murmuró en un
porteño gangoseado una frase, que produjo en los oyentes un rictus de
ignorancia expectante.
“La teoría de los patrones”, repitió,
esta vez modulando mejor.
Los
que aguzaban orejas cruzaron miradas, tratando de desentrañar cada uno en el
otro, el sentido de aquella oración.
Parsimoniosamente,
Passos estudió a uno por uno y expresó: “Si
quieren ganarse a una mina para que participe de un encuentro solidario, tienen
que conocer y poner en practica la teoría de los patrones”.
Ninguno
se atrevió a señalar su ignorancia, al contrario, asintieron, como si supieran
de qué se estaba hablando.
“Es muy fácil –aseguró y continuó-, todo es
cuestión de que uno oficie como patrón y que los demás ejecuten sus órdenes sin
dudar”.
Pepe
le sonrió a Quique, este no retribuyó, e interrogó en voz alta, captando el
deseo colectivo: “¿Y quién de nosotros
tendría que ser el patrón?”.
Un
resplandor brotó de los ojos pequeños del ex rufián devenido en fabricante de
trapos. Antes de responder, en el paneo previo, con disimulo, tomó un sorbo de
whisky:
“Si entendieran la teoría de los patrones,
en lugar de discutir por serlo, tratarían de volverse invisibles para que no
los agarren como candidatos”.
El “¿por
qué?”, provino de Paco.
Passos
pisó sobre el final de la frase:
“Porque el patrón
conduce pero no toca, mira pero no arrima. Seduce a través de sus encargados”.
El escarbadientes atrapó al cubito de queso. Se
tomó su tiempo y agregó:
“Ser patrón, es el piolín del
Yoyó. Cuando baja el carretel, uno piensa que va a poder expulsarlo, y lanzarlo
para siempre de la canaleta en que vive, pero de pronto, ella vuelve a enroscarse
con una velocidad poderosa”.
Eduardo Wolfson
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