Extraído del libro inédito de Eduardo Wolfson "Espéculo para armar"
Fragmentos del
Diario de
Alfonsino Solditi
(publicación
no autorizada)
16 de febrero de 1979: me invitaron a un acto en la
embajada de Francia en Buenos Aires. Le entregan a uno de nuestros escritores
la distinción “caballero de la
Legión de Honor”. Todo me resulta aburrido. Por el escritor
me entero que también es artista plástico y piromaniaco. Pinto en un cerámico de los
baños de la embajada, es una forma de entretenerme. Un joven muy respetuoso, me
comenta que necesita el sanitario donde estoy posado. Accedo a su petición,
puedo seguir garabateando parado. Mientras alivia sus apuros, deja la puerta
abierta para iniciar el siguiente dialogo:
·
Soy el licenciado Bernardino Espéculo y usted es Solditi
·
Alfonsino Solditi, en efecto.
·
Me interesa mucho este encuentro higiénico, porque tengo varios trabajos
para darle
·
Si me permite joven
·
Licenciado, por favor.
·
Si me permite joven licenciado, he de decirle que yo pinto solo por
inspiración y no por encargo.
·
Lo de la cúpula del teatro, ¿fue inspiración?
·
Todo lo que está impregnado allí, pertenece al vuelo de mi imaginación
·
Pero a esas alturas ¿no tuvo vértigo?
·
No le entiendo
·
No importa. Yo le pagaría muy bien para que utilice su imaginación.
·
¿Acaso propone ser mi mecenas?
·
No, le propongo promocionar la trascendencia.
27 de marzo de 1980. Seducido por un título muy plástico,
decido acudir al estreno de “Comandos Azules” en el cine Plaza. Grande fue mi
sorpresa, cuando descubrí la presencia entre el público de Bernardino Espéculo.
Reconozco que no me atreví a abordarlo proponiéndole mi idea. Me limité a
saludarlo con mi mano en alto. Si bien estoy necesitado, creo que no va a
faltar la ocasión para explicarle mis intenciones.
10 de junio de 1980. Cine Iguazú. Me encuentro con
Espéculo en el estreno de “Los Superagentes contra todos”. Decido no perder la
oportunidad. Se produce el siguiente dialogo:
·
Licenciado, creo que yo puedo ser más útil a su organización, que
promocionar la trascendencia con mi rostro en un cartel de Callao y Córdoba.
·
No veo cómo.
·
Realizando pinturas exclusivas en los ataúdes que usted fabrica.
·
Se equivoca, si yo fabricara ataúdes lo hubiese llamado a Quinquela Martín.
·
Perdón por mis exabruptos, me refiero a los sitios de confortable reposo, y
por otra parte le recuerdo que Benito nos dejó en 1977.
·
Lo siento Solditi, pero lo que usted me pide es imposible.
·
Claro, creé ¿qué al mercado no puede interesarle tener un sitio de reposo
con mi firma?
·
Vamos Solditi, si usted se quedó en la linea.
2 de enero de 1994: 11 horas. Escribo estas líneas, estoy
seguro, en el año de mi muerte. Me encuentro en las afueras de la capilla
disfrutando de la sombra de este paraíso callejero, mientras la fiel
Robustiana, acaricia mi garganta con su limonada tradicional. En el interior
fresco, humilde y recogido del templo yace mi obra en todas sus paredes.
Pensar, que una vez me enfrenté al mismo Espéculo, negándole el ofrecimiento de
una “prefabricada trascendencia”. Porque para los tiempos,-le dije- quedaba mi
arte eterno, custodiado aquí, en este lugar sagrado del sur del gran Buenos
Aires, junto a nuestro señor.
Observé a Bernardino dibujar una sonrisa, que aumentó
hasta transformarse en carcajada. Todo su cuerpo, incluidas las boleadoras que
colgaban de su cintura, temblaba espasmódicamente por la vibración producida
por la risa. Sentí que mis palabras, en aquel instante, fueron un disparador
para despertar a Belcebú. Luego, al componerse, puso su mano derecha sobre mi
hombro izquierdo y me expresó: “Mi querido Alfonsino, lo que has dejado
plasmado en aquellas paredes son solo líneas y colores pasteles que destiñen
rápidamente. Ni el equilibrista del crucifijo podrá frenar su deterioro. Ningún
pueblito obrero, aunque por él pase un tren eléctrico, te garantizará la
trascendencia, piensa que al mundo le quedan por delante muchos saqueos,
todavía”.
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