en sesión de análisis
- Desde mi más tierna infancia odié a la gente decente. Si me enteraba que
alguno de los que me rodeaba, lo era, sentía nauseas. Ya en mi adolescencia,
los decentes me producían un aburrimiento Terminal. Su ausencia de maldad, los
deja con tan pocos elementos vitales, que los repiten rutinariamente hasta el
hartazgo.
Sin
embargo, cuando se me acusó de ser la causa fortuita del infarto y posterior
locura de mi padre, no sucedió por creerlo decente, sino porque soy la
resurrección de Facundo Quiroga, a pesar de haber nacido en el barrio de
Devoto. Sino fíjese, él, Facundo, era un jugador empedernido como yo, y a su
padre le pegó un cachetazo cuando intentó negarle dinero. Por lo mismo fue el
infarto y la locura de mi padre. Ni Facundo ni yo, pudimos creer en la
trascendencia, porque de hacerlo, perderíamos la emoción de nuestras acciones.
Él llevaba como estandarte una bandera negra con la calavera, los dos huesitos
cruzados y la leyenda, “Religión o muerte”. Para el marketing de la época fue
un adelantado, Facundo, como yo, sabía que para triunfar, al público había que
materializarle los ratones, que debido a las pulsiones de aquellos bárbaros,
crecían como conejos, y se desplazaban del subconsciente al inconciente,
mientras el pobre gaucho que los contenía giraba por esos llanos áridos,
buscando una alimaña para matar.
El que
lo descubrió fue Sarmiento, cuando se encontró con ese manuscrito donde Facundo
declaraba: que no se confesaba, que no oía misa, que no rezaba, que no creía en
nada. En lenguaje de hoy, diría, que Quiroga indicaba que todo aquello estaba
hecho para que lo compren los giles.
A la
misma edad en que Quiroga se jugaba el ganado paterno, yo alquilaba las
habitaciones de mi padre a parientes de muertos flamantes, y me jugaba las
rentas con los vivos.
Pero fue
el mismo Sarmiento, que preocupándose por el instinto asesino del caudillo
riojano, y algunas inesperadas bondades se preguntaba: “¿Por qué no ha de hacer
el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones?” Y él mismo se
respondía:”esta es una prerrogativa del poder como cualquier otra”.
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