domingo, 21 de febrero de 2016

Cruzando la plaza


Serie de unitarios sin título


                                                    
                                                     Octavo relato por Eduardo Wolfson

Golpeó tres veces la aldaba, entre golpe y golpe los mismos silencios. Alfonsito corrió el pasillo con sus pasos más largos, en punta de pies alcanzó el picaporte, y colgado del cerrojo, abrió. El cliente entró sin bajar la vista, ignorando un saludo de cortesía se encaminó hacia el salón. Alfonsito, con el pie derecho descalzo, y elevando el dedo gordo a la intemperie siguió los pasos del recién llegado.

Cruzando la plaza otra vez, minutos de días consecutivos convertidos en años, sentí el horror creciendo, produciéndome un desaliento pesado. Busqué refugiarlo en mínimos recovecos de gente apretujada, que por adherencia, fue transformando el espacio en un centro de peregrinación. Primero llegaron esas mujeres, todavía jóvenes, las intimaron a no estar quietas, e hicieron rondas, cada vuelta, abría una puerta a la ancianidad angustiosa. Los bancos se fueron cubriendo con los ciento cincuenta, mote con el que bautizamos a los jubilados en el diario. No tardaron mucho en aparecer los sin trabajo, y luego los que abandonaron los parri-pollo, las canchas de padle y tennis. Hubo putas que entusiasmadas probaron con el cuenta propismo, y acabaron llorando a moco tendido en un rincón, frente a la iglesia, porque sus antiguos proxenetas no las aceptaban por desleales. La anciana, sobreviviente del holocausto las observaba serenamente, mientras hurgaba en su viejo maletín un trozo de pan que le mitigara décadas de hambre. Dos filas de tanques avanzaron opuestas por las diagonales para encontrarse cara a cara en su centro. Los camiones artillados se anticiparon por las perpendiculares.

Por un altoparlante instalado en el frente del templo, retumbó una voz grave y militar    < finalizó la celebración de la fiesta nacional> Los soldados fueron quitando las máscaras de cada cabeza en la procesión. En sus manos había rostros de Disney, super heroes, pato donald, todas caretas, ningún antifaz.

A mi, me sacaron un tapujo con el rostro de nadie, dejamos de ser anónimos, aunque nos seguimos vadeando sin reconocernos.

Ya en la redacción, escuché en el despacho de Boris el editor, la voz de Del Castillo el Intendente <Tuvimos una fiesta en paz>, realizó una pausa y finalizó <bien la merecíamos>.

Frente a mi escritorio, traté de recuperar el robo de mi historia personal. Realicé evocaciones que me ayudaran a devolver imágenes borradas. Allí estaba la reina y las princesas nacionales de la noche, los aplausos exigidos y ensordecedores, y un torbellino de fuegos artificiales. Escuché decir que había una fila para los vertederos y una mecha para encender la dinamita. Recordé la gran humareda, volaron trapos y huesos que por gravitación volvieron a la tierra. <En una fiesta hay festejantes, no victimas>, me dijo Boris al pasar, <En una fiesta las victimas desaparecen> me advirtió De Castillo que lo acompañaba.
El título y subtitulo surgieron mágicamente: “Se acabó la fiesta” “Volvió la alegría a las mayorías populares”

Todo por dos pesos, pero nadie los encontraba. La ley de oferta y demanda, solo quedaba activa en el burdel.



No hay comentarios:

Publicar un comentario