lunes, 26 de agosto de 2019

            CRUZANDO LA PLAZA

        2 º Relato Unitario “Sin título”
            Subí las viejas escaleras gastadas de mármol. En la redacción, José el sereno me sirvió una taza de café humeante. El inminente parto diario del matutino, puso mis nervios en tensión derrotando cualquier hechizo. A mi ingreso, las órdenes de Boris, propietario y director, fueron claras:
 -no se publica nada sobre madres llorando por hijos desaparecidos, lo insoslayable, se relata con las palabras enfrentamiento, subversivos, cadáveres, fuerzas del orden Etc. Etc. Tener siempre a mano notas de color sobre personajes de la localidad para rellenar. 
Hasta allí, sus instrucciones habían servido para esquivar y preservar nuestras vidas. El mundial de fútbol fue un derrame de agua bendita, y salir campeones, la cereza que coronó el postre. Ese mes, lo recuerdo como el más sencillo para escribir y completar cada número, sin necesidad de bucear para transformar el dolor en tibio entretenimiento. Pero esa tarde, seis años después, golpeé la puerta del despacho de Boris, no era rutina, necesitaba consultarle acerca de como ocultar una Plaza de Mayo llena, con un muerto, y obreros pidiendo pan y trabajo. Me senté frente a él, escuché su discurso, sus reproches, esperando el momento de la copa de whisky, el de la ternura. En esa reunión, Boris agregó un mandato ahorrándome preguntas 
- Las Malvinas son nuestras, las ocupamos, echamos al invasor, inventamos batallas y nuestros oficiales y soldados son héroes.
 De golpe la guerra. La Plaza del pueblo masacrado dos días antes, se convirtió en territorio de cantos, banderas, y una voz borracha, uniformada en el balcón, aplaudiendo a la próxima sangre.

            Cruzando la plaza, en aquel abril cuando las hojas caían, advertí que en el pueblo desaparecieron los horizontes abiertos. Habitábamos el interior de un gran sarcófago, sus muchas puertas y ventanas, encerraba el llanto y el gemido desgarrador de mis vecinos, algunos adivinando la muerte sin lápidas, y otros, el terror de la guerra apuntándoles a sus hijos.

            Del Castillo, el Intendente, exultante llegó al club. Agitaba un papel exhibiendo un aire triunfador. Los popes, como solía llamar a aquel conjunto de viejos un poco próceres, y otro poco, dueños del pueblo, se sorprendieron.
-Acaban de declarar a nuestra fiesta, "fiesta nacional". (Exclamó el Intendente)
            Arrojó la nota con membrete del gobierno, el sello y la firma del general a cargo de la presidencia sobre la mesa, se arrepintió, y volvió a tomarla para refregarla en mi nariz, interrumpiendo el trago de mi ferné cotidiano, en la mesa junto a la ventana.
            No me sorprendió la actitud de Del Castillo, sus exabruptos me eran familiares desde aquel día, que ha su pedido, nos reunimos en la sacristía cuatro años atrás. Mientras el párroco, tercer habitante del recinto beatífico, simulaba desatención frotando una platería, el intendente me acercó a un rincón haciéndome una propuesta que acepté. Quería que piense y escriba sus discursos. Cuando estrechamos nuestras manos, me advirtió que nadie debía enterarse del trato, incluido Boris.
- Ponete a tono con las circunstancias pibe. (El intendente desplegó una sonrisa abierta que percibí como advertencia).
           
            Fui periodista del diario local, también escribiente, mandadero y alcahuete del mandamás político, elegido democráticamente por una junta de las tres fuerzas. Sentí que era un comodín de comodines. Flotaba en una nube que se deslizaba sobre el fango, y más allá de un juego que tomaba aspecto de querubín, supe que el paseo podía terminar en una fosa.

            Los popes festejaron como si fuesen chicos que les salió bien la travesura. Lorenzo, el mozo, sin esperar el pedido, les depositó el cinzano y unas cuantas copas, simultáneamente el pibe, colocó los platitos tradicionales, aceitunas negras, queso mar del plata cortado en daditos y maní con cáscara. Hubo brindis, mucha alharaca y disolución de reunión.
            El Intendente, callado, pensativo, e inflando los bigotes se sentó frente a mí. Su brazo detuvo a Lorenzo que se acercaba pensando que había un pedido en ciernes. Al fin me habló:
- Prepárame una reunión urgente en la sacristía con el tano, el ruso y el gallego, también voy a necesitar al escribano, pero lográ que no se crucen. Como siempre, esto queda entre nosotros.
            Del Castillo se fue, no sin antes saludar a Lorenzo con un estruendoso ¡Viva la patria!


            Al tano, el ruso y el gallego se los veía muy poco por el pueblo. Cuando yo terminaba la primaria, ellos pisaban los 30. El tano fue contador, el ruso viajante y el gallego cana en la Federal, desplazado por la fuerza, según él debido a un dolor insoportable,  provocado por sabañones que cultivaba en sus dedos, durante los fríos intensos de patrulla en el invierno capitalino.
            Cuando se juntaban, cada vez con menos asiduidad, lo hacían en el boliche o el burdel.  El tano leía La Prensa, decía que era un diario serio con periodistas de raza e información objetiva. El gallego opinaba que el tano hubiese deseado ser oligarca, dueño de campos luciendo apellidos bostosos. En cambio el ruso tenía todas las materias aprobadas de su profesión: contar chistes, jugar póquer, y levantarse una mina en cada pueblo para asegurarse compañía y no pasar necesidades. Los tres, disfrutaban en común todo aquello que involucraba lo que reconocían con la sigla (PRP) picana-retorno-peaje.
           
            Esa semana, mi pluma se permitió pintar con lujo de detalles el hundimiento por parte de nuestra armada del Sheffield. En las noticias locales, como pie de página, mataba a nueve subversivos en un enfrentamiento, sobre campos aledaños escriturados recientemente por el Intendente, especificando que no tuvimos que lamentar bajas en las fuerzas del orden.
                                                                                     Eduardo Wolfson


viernes, 31 de mayo de 2019



Maravillosos 35 QUERIDA HIJA

Guardamos un secreto aspirando a la vida.
Los ojos se nos escabullen definitivamente
Buceando desde adentro hacia fuera.
Buscan adivinarnos y visualizarnos en el futuro.
Juzgamos que nos imponen ser duros para sobrevivir,
Pero nos corporizamos sensibles y llenamos de sentido la sobre vivencia.

No cabe duda, el paso del tiempo acompaña las rebeliones,
Nuestras propias rebeliones.
Es una lucha que en alguna cosecha, ella misma,
Sintiendo que su estructura se ha llenado de experiencia,
Decidirá detener la travesía arrojando el ancla.

Esparcidos por los caminos, mundos vírgenes no veremos.
El fuego que parpadea y el crepitar de la leña no nos alumbrarán alrededor del fogón.
La civilización y la mafia jugarán con la energía nuclear.

La jauría atravesará frenéticamente el pueblo solo los primeros de junio, y desde una ventana, que alguien abre para dejar pasar la luz solar, se escuchará la voz festiva de los compañeros, que emocionados, a coro callarán los ladridos, para entonar un FELIZ CUMPLEAÑOS.

jueves, 30 de mayo de 2019

domingo, 10 de marzo de 2019

Seguro contra todo riesgo




Duca, nuevamente, me habla sobre la mística de la profesión. En esta oportunidad lo hace en privado. Comienza la conversación con una solicitud: “Ernesto, te propongo que nos despojemos de nuestras jerarquías, para poder sincerarnos como viejos amigos”. Sin esperar mi respuesta, noto que, ceremoniosamente, oculta sus pequeños ojos bajando los párpados. Por la nariz, apoyando su nuca sobre el respaldo del sillón, inhala aire. Al abrir la boca, emite un sonido corto y agudo. Componiendo un tono emocionado, lo escucho con voz aflautada armar la frase conocida: “Hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo”. De golpe me mira, lo experimento estudiando mis gestos para conocer el impacto de su actuación. El teléfono interrumpe el examen. Duca atiende, a través del tubo da instrucciones estrictas, y corta. Toma un anotador, garabatea algo en él, y duda. Mientras me alcanza el papel que ha escrito, reproduce una de sus frases favoritas: “No olvides Ernesto, nosotros prestamos un servicio. Por eso, es proverbial estar presentes, en el momento que nuestro cliente atraviesa una situación difícil”.

Una vez más la calle. En mis manos, la dirección que anotó Duca. Otra vez colectivo, tren y colectivo. Camino varias cuadras, la muchedumbre se va haciendo menos densa, hasta desinflarse como un globo. También el paisaje se transforma. Desaparece el degradé de grises suburbano, brotando calles arboladas, tímidos jardines que advierten en sus fondos la presencia del chalet. El verde, impone su majestuosidad a la traza ciudadana cuando llego a las grandes quintas. Dos boxer desparramados, refugiados del sol debajo de la galería principal, parecen recordar de pronto como se ganan el alimento. Son un meteoro, ambos, se zambullen, ladrando, por un camino de lajas. Por suerte, la reja que nos separa, detiene a las bestias. Sus rostros lombrosianos permanecen, hasta que la mucama uniformada los llama a sosiego.
En la recepción, la muchacha desaparece. Me siento en un sillón frente al ventanal. Sobre la gran mesa ratona de mármol blanco apoyo el maletín. Me distraigo con un canillita en hierro negro, base de la lámpara, que ocupa el ángulo con la pared. No puedo eludir un inventario visual. En el centro del salón, una gran escultura de acrílico lila, propone, lo que ahora los arquitectos llaman división virtual. La zona del comedor es pintoresca. Sobre una alfombra peluda, decorado su perímetro con una guarda de arabescos, reposa una mesa majestuosa, cuyas patas lucen una multitud de incrustaciones doradas. Un gran cuadro sobre la pared principal, exhibe una perspectiva infinita de cubos, cuyas líneas yacen sobre un fondo disímil de colores pasteles. Otra alfombra, muy mullida, delimita la zona del living. En ella, descansa un grupo de sillones individuales de pana roja, todos respondiendo, a una visión del rey de la escena, el televisor. Detrás de su majestad, y fijada a la pared, en el descanso de la escalera, una pintura del Partenón. Pierdo de vista las columnas del monumento griego, el cuadro es ocultado por una figura humana. Marco A. Rinaldi, mi cliente, se detiene. Desde la altura otea el ambiente y me descubre. Continúa el descenso, un hilo de sol se posa en su pantalón náutico, casi al instante, el mismo hilo, me exhibe su calva lustrosa. Nos estrechamos las manos, dibujamos una sonrisa, y se deja admirar el cocodrilo cocido en su remera.

- ya nos van a traer un café –me dice- pero voy a ir al grano, así no te hago perder tiempo Ernesto.
- no se preocupe, siempre hay tiempo para un amigo, usted no es un simple cliente Rinaldi. –Sonrío mostrando todos los dientes, como me enseñó Duca-
Con tino esperamos el brebaje. Luego de aspirar el humo, convencido de que nada puede filtrarse, Rinaldi abandona el silencio:
-          Ayer, cuando mi esposa venía desde el centro hacia acá, cuatro tipos la interceptaron en la barrera. La amenazaron con una pistola, y la obligaron a conducir hasta un bosque cercano. Te la hago corta. Ahí la despojaron de unas pulseras, un collar de perlas naturales, un solitario, y además, se llevaron el auto estereo. La dejaron maniatada y desaparecieron.
-          ¿Hizo la denuncia policial?
Noto sus maseteros tensos, sobre la mesa, apoya sus puños cerrados
-          No, pasó ayer. Pensá que sería muy molesto para nosotros. Por una parte, la pérdida de tiempo que ocasionan todos esos interrogatorios. Al final de cuentas, no sirven para nada, porque jamás van a dar con los tipos. No creo necesario tener que ir a la policía, ustedes pueden arreglar las cosas sin ese requisito. Después de todo, hace muchos años que hago los seguros con tu compañía.
-          No, no se preocupe, no va a haber problema. –acentúo la sonrisa aprendida- Pero que momento feo debe haber pasado su señora con esos hijos de puta.
Rinaldi está incomodo, cruza sus piernas, me exhibe la suela de una de sus zapatillas deportivas
-          ¡Tenía un susto la pobre! Cuando llegó, no podía hablar. No es ningún placer que te apunten con una pistola, sin saber que quieren de vos. Ella me dijo, que en cierto momento, creyó que se trataba de un secuestro, y no es para pensar otra cosa, hoy por hoy, todos los días hay uno. Ya no hay ley ni justicia Ernesto, la gente no quiere trabajar y pretenden vivir con todos los lujos. Esto me afecta, cómo es lógico. Pero por otra parte estoy contento, porque, al final, no fue más que un robo.
Tiene dificultad para articular palabras
-          Y hace bien Rinaldi, fue una desgracia con suerte. Estos tipos no respetan ni a su madre. Por lo general, si se topan con una mujer atractiva como su esposa, seguro que la violan. Ellos no conocen nada de moral y buenas costumbres.
Su rostro pierde aplomo, una mueca de disgusto le tuerce la boca.
-          En ese sentido la respetaron, ni siquiera le dijeron una palabra ofensiva.
-          Realmente la sacó barata. ¿Se acuerda del caso de parque Chacabuco?
-          No.
-          Cinco tipos la violaron a ella en presencia de su esposo. ¿No se acuerda?. La policía los agarró con las manos en la masa. Uno de los de la banda, confesó que la mujer gozó con él. Si salió en todos los diarios. Fue un escándalo. El matrimonio terminó separándose y él, medio loco, se pegó un tiro. Parece que desarrolló una obsesión, como si todo el mundo lo tratara de cornudo.
-          Eso es tremendo. Voy a pedir otro café, y vamos a tomar un coñac, ¿no Ernesto?.
Su voz se ha transformado en silbido. Se levanta, siento que quiere escaparse
-          Rinaldi, sabe qué… A mi me parece mejor que haga la denuncia policial. Va a evitarle muchos inconvenientes. El pago del seguro caminaría mucho más rápido, sin tener que pedirle favores a nadie. Si los agarran a los tipos y los hacen confesar los robos, su esposa, más tarde, se evitaría interrogatorios extensos. Total…, no ha pasado nada que haya que ocultar ¿no es cierto?
-          No, nada, claro. Pero ellos mismos muchas veces distorsionan las declaraciones
La frase, es un denso titubeo confuso e incoherente
-          Es un riesgo que hay que correr
Como despedida, le dejo mi sonrisa Duca, estrecho su mano que transpira profusamente. Por el camino de lajas, los boxer ya no me ladran. Experimento que a mis espaldas, se quema un hogar
                   Eduardo Wolfson