domingo, 7 de abril de 2013

Dos capítulos de novela


Siempre que llovió... 

Capítulo IX



El programa ómnibus transmitido por el canal local tomó fuerza. El ritmo, vertiginoso por momentos, se dosificaba sabiamente. El productor buscaba el equilibrio con alguna remembranza corta sobre la ciudad, suficiente para que el público presente y espectadores alivien tensiones. Así, relajaban con la pausa el veloz compás que los hechos acusaban. 
Los móviles en exteriores, ingresaban en el aire, frente a cualquier cambio, aunque lo nuevo sea minúsculo.
En los estudios se tamizaba una lista de nuevas donaciones, con un documental sobre esquí en la nieve, casualmente uno de los tantos paseos turísticos que una agencia de viajes obsequió a la victima-heroína.
Juan, el compañero de Virginia, comprobó cómo esas luces que lo encandilaban, se disolvían en una herida. Su cuerpo subsistió pequeño, estremecido, ausente de voz, impedido de alertar a otros, acerca de ese túnel con grises infinitos, que de golpe, se abrió a sus pies. No sólo padeció tristeza, también soportó sentimientos confusos crecidos al calor de los celos y la envidia. Distinguió a su compañera como la verdadera protagonista de aquella historia. Ella era la depositaria de todos los obsequios, las caricias y los afectos. Se advirtió, señalado como culpable de la tragedia. Sin tener cabal conciencia de la gravedad de lo acontecido, en ese instante hubiese querido intercambiar papeles con su amiga, pero no por amor, sino por pesar del bien ajeno.


        Siempre que llovió... 

Capítulo X


Frente al sanatorio, los comunicadores batallaban por la posesión de un pequeño espacio. El objetivo: obtener la palabra, la imagen o la fotografía, de notables que porfiaban por visitar a Virginia. El perímetro del nosocomio, también fue epicentro, para quiénes luchaban por una cuota de presencia en los medios.
Algunos canales de aire destacaron columnistas, con más jerarquía que un simple movilero. Los últimos en arribar fueron los corresponsales acreditados de cadenas internacionales.
Los semanarios gráficos de mayor tirada adelantaron su salida y otros, editaron suplementos especiales.
Mientras lo maquillaban, el conductor experto del singular programa emitido por el canal de la ciudad, recibió las tapas ilustradas con el rostro de Virginia, pero con diferentes titulares, y la indicación del productor:
-Ya salís al aire, recitas primero los periódicos nacionales después los semanarios y suplementos, dejando para lo último a la gráfica local.

El conductor asintió, y quitándose de los párpados unos algodones humedecidos, ordenó el material rápidamente, según la sugerencia. Momentos antes de ingresar al estudio, fue que le surgió la duda: “¿Daría la misma importancia en lo que se refiere a tiempo de lectura y caudal de voz, sin discriminar al medio por su pertenencia?”.
Desesperado, esperando una certeza, rastreó la presencia de algún jefe, pero no halló a nadie. Una primera línea de sudor, transitó por su mejilla arrastrando los retoques de pintura fresca, hasta sonrojar el cuello blanco de su camisa.
Escuchó a su compañera, con tono almibarado, anunciar su nombre en el set, y al asistente requerir su presencia.
Profesionalmente, la comisura de sus labios se abrió, dejando con vehemencia, una sonrisa muy mejorada por coronas de porcelana. Llegó corriendo, un segundo antes, arrojó en el piso un pañuelo de papel que borró la evidencia de aquel traspié del pensamiento, inusitadamente expresado por ese humor cosmético en franca descomposición.
Levantando sus brazos, experimentó el bochorno de la luz, entonces produjo un vaivén con ambas manos, saludando a la tribuna. Antes de colocarse detrás del atril, recorrió todo el perímetro agradeciendo el nutrido aplauso de bienvenida. Unos carteles fuera de cámara llamaron a silencio. El comunicador se expresó, excitando al sonido en la medida que su discurso crecía:
-Querido público presente y familia televidente. Los que vivimos en esta ciudad, nos encontramos hoy conmovidos por una mezcla de sensaciones, que todavía, sacudidos por el heroísmo y la tragedia, no alcanzamos a conceptuar en su punto justo.
Una multiplicidad de factores que conviven integrados en una diversidad de causas y efectos, que a su vez, son causas y efectos de otras, no nos posibilitan establecer relaciones concluyentes. Por eso, junto a la producción de este programa especial, cuyos protagonistas son: la solidaridad, el dolor, y por fin nuestro amor, quiero leerles unos titulares y un poco más sobre lo que el país y el mundo, a estas horas comenta sobre nosotros.
Así dejaremos de mirarnos el ombligo. ¡Sí señores!, porque afuera nos están mirando.

La cámara colocó en primer plano su rostro, que se fue desjerarquizando con la imagen del primer periódico. Con voz serena, comenzó la lectura:
-El Estridente titula: “Por salvar a su compañero pierde las piernas” y en la bajada acota: “Visitamos la tapera de Virginia, es un milagro que en ella haya nacido una rosa”.
En cambio el diario La Capita comenta: “Una niña indigente lucha por su vida” y agrega: “El ferrocarril aclara, que se trató de una imprudencia totalmente ajena a la empresa”.
La revista de mi querido amigo el Dr. Daniel, sugiere que: “En las villas, no sólo crecen delincuentes”.  “Nos internamos en la villa, les mostramos todo, desde la prostitución, pasando por el hambre, hasta el heroísmo de una niña”.
La revista Chau nos emociona: “Virginia una heroína de nuestro tiempo” y subtitula: “¡Cómo se vive en la miseria, un documento aterrador a todo color!”.
El Océano, como es su costumbre, apela a una metáfora: “Una niña perdió sus piernas para transformarse en mujer”, y las tres bajadas aclaratorias: “Único medio que pudo entrevistar al maquinista en estado de shock.”, “¿Adónde miraba el maquinista cuando tomó la curva?” y concluye, “Toda la vida de Virginia en fotos, antes y después”. 
Texto inaudito y no editado de Eduardo Wolfson

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