sábado, 13 de julio de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
          Capítulo XXIV
Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson

 

El escultor, atormentado, se apiadaba de sí mismo por aquello que consideraba su fracaso. Nunca pudo lograr una obra trascendente, algo que llevara su nombre más allá de aquellas ciudades chatas de las pampas.
Según su visión, esos pueblos no poseían pasión, o que si en algún rincón la había, era efímera para apreciar el arte y sobre todo, sus creaciones, que a su criterio, constituían avanzada para la época porque rompían los límites de lo tradicional.
La mayoría de sus vecinos lo consideraban un bicho raro, algunos sostenían que se trataba de un vago congénito, posición disimulada tras la máscara de un artista bohemio.
Para los círculos locales, llamados así mismos creativos y culturales, sus trabajos no podían clasificarse como esculturas. Este conjunto de vecinos acusaban como referente la ciudad de Buenos Aires. Solo aprobaban lo que en ella era definido como acontecimiento artístico. El criterio, era que aquel que nunca expuso sus obras a la crítica porteña, no existía para el mundo y mucho menos para la comunidad del lugar.
Esgrimiendo otros argumentos, tal vez más técnicos y también más éticos, los pocos artistas plásticos, talladores y escultores de la ciudad, no lo admitían en su rebaño. Opinaban, que sus creaciones no se adaptaban ni en un todo, ni en partes, a la definición de escultura. Asimismo rechazaban los materiales que utilizaba, por considerarlos impropios para dar vida a una obra de arte y que si bien, reconocían en sus trabajos cierto sesgo innovador, advertían que les faltaba historicidad, y el empeño necesario, que en el tiempo toda escultura demanda.
A esta última postura adherían muy enfáticamente los que perseveraban en dar vida a la piedra. Ellos, en forma muy humilde expresaban: “el esfuerzo que amerita trabajar en ciclos largos y sumo cuidado la roca, para dejar por fin, al descubierto, la imagen escondida en ella”. Este último grupo ampliaba el concepto, publicando la lista de materiales nobles que labrados por el genio humano, pueden ser valorados como escultura:
 “…entre ellos se destacan, el bronce, el mármol, la terracota, el barro, el estuco y hasta el mismo yeso”.
¡Pero jamás!, declamaban:
“aceptaríamos las siliconas, elemento con el que suele trabajar el seudo escultor criticado, que humilla al arte, cuándo como todo el mundo sabe, la manosean los cirujanos plásticos para volver prominentes los sitios maternales y las asentaderas de las mujeres”.
Sin embargo, al modelador de siliconas, no lo importunaban aquellas palabrejas demoledoras que proferían sus competidores comarcales, en el campo de la plástica.
Su tormento real, no pasaba por los improperios, a los que consideraba de un estricto orden feudal. Lo aterrorizaba el paso del tiempo, que le proyectaba la proximidad del fin de su existencia, sin haber encontrado todavía, la forma de trascender a la misma.
Aquella mañana, después que la mucama le dejara sobre la mesa del atelier la botella de ginebra, el escultor desplegó el diario  con desgano y fastidio, buscaba cualquier cosa o simplemente nada, tal vez lo hacía para tratar de olvidar ese hastío profundo que sentía.
Siempre, recorría primero la última hoja con la mirada, la de las historietas. Luego, se detenía en la portada. Cuando llegó a ella, su rostro mudó de golpe la expresión rutinaria, sus ojos estrenaron un viaje repentino desde la muerte hacia la vida.
Una naturaleza nueva se apoderó de su cuerpo, sintió que sus venas y arterias, eran canales que cobijaban a un torrente que lo inundaba todo, entregándole una energía inusitada a su ánimo.
Cómo un huracán, con la sola compañía del periódico dejó el atelier.
Una vez en el despacho del Intendente, el escultor gritó desafiante:
-¡Hay que inmortalizar a Virginia!

El dueño electo del municipio, detrás de su escritorio lo observó con gesto cansado, pero lo hacía con obediencia, después de todo aquel holgazán que los demás llamaban artista, era su hermano mayor.
Pero el respeto solo estaba presente en el afuera, ya que al político, jamás se le ocurrió escuchar seriamente ninguno de los argumentos esgrimidos por la oveja negra de su rebaño familiar.
La sumisión superficial, le permitía al hombre de estado tolerar la presencia de su fraterno cuando lo visitaba en el despacho oficial sin previo aviso, y también algunas veces, cuando adornaba con su presencia alguna que otra reunión de gabinete.
Pero aquella impronta inesperada del barbado escultor y de mañana, horas totalmente inusuales para que aquel personaje deambule por las oficinas públicas, provocaron en el funcionario una cierta preocupación, lo que lo condujo a prestarle a sus dichos alguna atención.
Pensó que aquel discurso llegaba a sus oídos desde un delirium tremen:
 -Hay que inmortalizar a Virginia con una escultura en el centro de la plaza. Esta tragedia debe quedar para los tiempos eternizada por el camino del arte.
Lo que sucede en nuestra ciudad, ahora y durante tu mandato, es único e irrepetible. Es como la flor que percibe la llegada de la primavera y abre sus pétalos en homenaje a ese calor que otorga la vida y se los entrega, uno a uno hasta fenecer en el verano.

El Intendente salió de su primer asombro, y como buen homus politicus, que no tiene tiempo para perder, extrajo una chequera como lo hacía habitualmente y le preguntó:
-¿Cuánto necesitás?

La respuesta fue una puteada benemérita.
-¡Escúchame querés!, yo sé que me sentís como un lastre, que de alguna forma con mi presencia conspiro contra tu carrera política, que soy un borracho, un vago, un barrilete sin cola. Todo lo que quieras, pero esta vez, te pido por lo que más quieras que me escuches, estoy casi sobrio, tengo encima, apenas una sola copa de ginebra tanto como para afirmarme e inspirarme.
Si querés ser gobernador tenés que visualizar todo lo que está ocurriendo. Los ojos del país están posados aquí, todos los canales de televisión se pelean por filmar algún pedacito de adoquín de estas calles. ¿ y por qué?, porque un tren pasó  por las vías que nos rodean y se llevó, equivocadamente para la empresa de ferrocarriles, las piernas de una niña pobre, que nació para todos nosotros el día de la drástica amputación de sus miembros.
Los medios están exhibiendo un pueblo unido frente a la desgracia de uno de los suyos, muestran a una colectividad solidaria con los de afuera, a quiénes le ofrecen sus calles, sus negocios improvisados, sus casas para albergarlos etc. etc..
Lo de Virginia ha dado paso a una cruzada popular inmensa, espontánea, desordenada y desopilante por momentos.
Pero alguien tiene que ponerse al frente de todo esto, alguien debe sacar el mayor provecho, alguien debe cohesionar a todas las fuerzas dispersas y ese alguien, ¡sos vos!
 Por eso mismo hay que eternizar este momento y todo lo que digo no es gratuito.

Dejame concretar una escultura para colocar en el centro de la plaza. Para la inauguración invitarás al Gobernador, al presidente, a diferentes círculos de artistas y también, por supuesto, a toda la prensa nacional. Vos y yo sacaremos el manto a la escultura y allí se producirá la sorpresa general.

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