sábado, 11 de abril de 2015

Fragmento de relato largo

1963  (2º entrega)                           Por Eduardo Wolfson

           
          Son las 23 horas, en casa todos duermen, llego del colegio y arrojo las carpetas sobre el sillón del living. Siento cansancio pero también un apetito antediluviano. Mi mamá me dejó resguardada entre dos platos una tortilla de papas. La coloco entre dos tajadas de pan y la aderezo con mayonesa.
            No puedo dejar de pensar en la filantropía de Migdason y Minsky. En el colegio, mi compañero trostkista me dijo que ningún burgués se suicida. Voy a la cama, casi no tengo fuerzas para desvestirme, mi abuelo vendrá a despertarme a las seis, y todo comenzará de nuevo.

            Anoche soñé con Claudia Cardinale, estoy en el último asiento del ómnibus y quiero recordar el sueño. Es inútil, no sé donde estaba ni que hacía con ella. Me río de sólo pensar la cara que pondría Maruja, si yo le contara aunque sea un poco, mis dolces farnientes con la Cardinale. Seguro que iría corriendo a contárselo a Saúl, tratándome de degenerado.
            Adolfo me dice que no entre en la oficina. Parece que hay quilombo. Le pregunto si es conmigo. Se ríe, me ceba un mate y me dice que está la madre de Maruja. Se nota que grito cuando le pregunto si le pasó algo, porque me dice que baje la voz, y sacude su mano como un abanico a todo lo que da, me habla al oído:
- Parece que Roje, el de la fábrica de frazadas, ayer le metió mano a la piba. Comenta bajito y cambia la yerba.
- ¿A qué piba?
- A la Maruja, ¿qué otra piba hay acá?
- ¿Y ella vino?
- No, y la vieja quiere meterlo en cana al Roje.
- ¿Y el Roje está adentro?
-  No, está el Saúl convenciendo a la vieja para que no haga la denuncia.
            Adolfo me alcanza otro mate pero ya no me habla, sólo piensa en voz alta: “¡Qué pelotudo este Roje!, es un hombre grande, habiendo tanta mina suelta por ahí…”
            Yo lo miro, me resisto a comprender lo que pasa, se que se trata de algo jodido pero no llego a darme cuenta. Roje es un tipo simpático. Con su hermano, tiene una fábrica de frazadas aquí al lado. Cuando no está de reparto con su Estanciera, viene para aquí, a tomar café o mate con el Bebe o Saúl. A veces se le va la mano con los chistes verdes, entonces lo quieren parar señalándole a Maruja. Él se ríe a carcajadas.
            Adolfo sin sacarle el ojo a la puerta de la oficina, ordena unas cajas de hilado. Yo estoy confundido y tenso. Le pregunto si Maruja está bien, por decir algo:
- Espero que no esté embarazada, ¿sabés el quilombo que se le puede armar al Roje con la familia?
- Pero ¿cómo fue?
- Y yo que sé, parece que la llevaba a la Maruja en la Estanciera para la casa.
            Adolfo se calla, frunce el ceño, me mira, toma aire para hablar nuevamente:
- Ella lo debe haber provocado, viste como son estas nenas con las polleritas cortas.
- Pero si Maruja es una piba de mi edad.
            Adolfo se sonríe y no me contesta, me vuelve a repetir que no entre en la oficina y se va para el galpón.

            Los fason empiezan a llegar, dejan la Siambreta funcionando en la puerta, cargan las piezas de tela y las acercan hasta la balanza. Les extiendo un remito impreso con el sello “a revisar”. Algunos quieren hablar con Bebe por el día de cobro. Cuando ven a través del vidrio a la madre de Maruja llorando y a Saúl conteniéndola, no insisten, diciendo que después vuelven.
            Yo me siento nervioso, las manos me sudan, imagino a Maruja en la camioneta del Roje. Ese tipo podría ser mi padre. Pero si ya no se le debe parar. Seguro que en todo esto hay gato encerrado. Siento que hoy no esté Maruja, porque con ella me divierto.
            Son las once, justo hoy el Bebe llega atrasado. En la oficina todavía está la vieja de la Maruja, toma un café, parece más tranquila. El Bebe me pregunta qué hago. Le cuento cortito el despelote. Me dice que le diga a Saúl que lo espera en el galpón. Me quedo custodiando a la vieja, disimulo haciendo que reviso papeles en el escritorio. No me atrevo a mirarla a la cara. Ella me observa y yo no sé por qué me siento culpable.
            Vuelve el Bebe solo, con sus dos manazas toma los hombros de la madre de Maruja sin pronunciar palabra. Parece un acto de homenaje en el minuto de silencio. Al fin el Bebe expande sus bigotes y le susurra: “No se preocupe, todo se va a arreglar”.
            Ella baja su mirada, se acerca a la boca un pañuelo acurrucado que tiene en la mano. Creo que va a llorar. Pero no, en tono muy bajo le contesta:
-Usted sabe que somos una familia pobre pero decente.
Bebe asiente con la cabeza, la abraza y la acompaña hasta la salida.

            Hoy se supone que hay que pagarles a los fason. Miguel es el primero en llegar. Sale el Bebe a entretenerlo, mientras escucho que Migdason pone en marcha su Autounión y se raja:
-Hola Bebe vine por el cheque. –Dice Miguel-
-Pasá a tomar un café, siempre estás apurado.
-Es que dejé los telares solos funcionando, dame el cheque y me voy.
-Pero ¿para qué necesitas plata vos si tu esposa trabaja?
-Dale Bebe, no te hagas el gracioso, en serio tengo los telares solos, dame el cheque.
-Acá lo tengo –se lo muestra-, pero el chambón de Migdason se fue y no lo firmó.
-¿Y vos no lo firmaste?
-Yo sí, pero para cobrarlo tiene que tener las dos firmas. Llamá más tarde, a lo mejor el Migdason vuelve.
-Es que contaba con esa plata Bebe.
-Pero si tu mujer trabaja.
-Acórdate de hacérselo firmar. A la tarde paso.
-Chau Miguel, te espero.

            El Roje está con el Bebe, yo los veo y los escucho porque dejaron la puerta entreabierta. Al Roje se lo ve nervioso, no para de hablar ni de gesticular. El Bebe, desde su escritorio lo observa indiferente.
            -Vos me conoces Bebe. A mí me gusta bromear. Pero ¿cómo se te ocurre?..., si esa piba tiene menos edad que mi hija. ¿Querés que te diga la verdad? La vi salir, y le pregunté si quería que la lleve hasta la casa. Imagínate, yo ni sabía dónde vivía. La guachita se me sienta adelante en la Estanciera, me sonríe y se cruza de piernas. Te das cuenta, me estaba provocando. No me digas que no Bebe, somos grandes, y nos damos cuenta cuando una de estas turritas está buscando guerra. Bueno, el asunto es que le conté algunos chistes subidos y la pendeja se reía cada vez con más desparpajo. Agarramos una avenida para el lado de Caseros y estaba tan suelta, que le acaricié la mejilla…,¡porque tuve ganas!. No sé, pensé que era mi hija ¿viste? En un momento se le desprendió el botón de la blusa y dejó media de esas tetitas nuevas al aire. Le conté otro chiste, se río, descruzó las piernas, justo bajé el cambio de la Estanciera, y sin darme cuenta, mi mano quedó entre sus muslos. Yo no sé que pensó, decí gracias que iba despacio y que nadie me estaba pasando. ¡Abrió la puerta y se tiró!. Yo frené, quise ayudarla, pero me puteó delante de todo el mundo. Hizo un escándalo que no te cuento. Así que arranqué y me fui. ¿Entendés Bebe?

-Entiendo que perdí una empleada

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