sábado, 2 de mayo de 2015

1963

          Fragmento 5º, y último de relato largo
Por Eduardo Wolfson

               

     En dos mesas junto al mostrador juegan a los dados, en la de al lado de la ventana al dominó. Es mediodía, tres obreros de la fábrica de Roje comen osobuco con arroz, el plato del día. En otra mesa, un poco apiñados, seis hombres de traje, discuten la calidad de las aceitunas riojanas sobre las catamarqueñas. A tres los conozco, uno es Bebe Misnki, otro es Brenca, contador que presta su firma a los balances de la mitad de las empresas de Villa Linch y, el otro, es el gordo Loaisa, vendedor de lanzaderas.
            Al final de la fonda está Saúl solo. Veo como destroza la miga de pan entre sus manos, decido no acercarme. Bebe me llama y me hace un lugar entre él y el gordo Loaisa.
            Mientras disfruto de una sopressata en un cacho de pan, sirven el puchero. Bebe les cuenta a los demás, exagerando, como me le planté esta mañana con el convenio textil. Todos se ríen, yo no sé donde meterme. De todas formas, voy a tener que esperar hasta fin de mes, para saber si mi estrategia frustrada dio resultados. La mesa se excita un poco cuando Bebe afirma que es peronista. Brenca, de quién se dice que es comunista, lo acusa de fachista. El gordo Loaisa relaja la tensión: “Para mí todos los partidos y los políticos son iguales, mientras ninguno se ponga a regalar lanzaderas”.
            No me he dado cuenta que Saúl se fue, es raro que no nos haya saludado.

            La gorda Norma ataca de nuevo:
            - Don Saúl, y usted ¿no lleva una foto de su chico?
            - ¡No!
            -Vamos, todos los padres tienen una.
            -Yo no.
            -Lo que pasa que no me la quiere mostrar, porque tiene miedo que lo ojeé.
            -No la tengo, y si la tuviera, no se la mostraría porque no se me da la gana.
            -Bueno no se ponga así. ¡Qué carácter!
            Norma se acerca y me confiesa: “No sé que le pasa. Yo sólo quería hablar. ¿Hay algo de malo en eso?”
            Adolfo me cuenta en el galpón, que el hijo de Saúl es mogólico, lo dice con fastidio pero crudamente. Ahora entiendo, toda la película pasa en segundos. Sus viajes interminables, su desinterés, los billares, el whiski, el golpe con el taco. La amargura que lo asalta y se desdibuja repentinamente.

            Todavía no ha amanecido, Bebe y el gordo Loaisa me pasan a buscar por casa como habíamos quedado. Preparamos una reunión con todos los fasones, por eso hay que estar más temprano en la fábrica. Norma y Adolfo están en el galpón colocando sillas y preparando café. Saúl nos avisa que convenció a Migdason para que no venga. Llegan las siambretas todas juntas, parecen un ejército movilizado.
            -Son los colorados y los azules. _me dice Adolfo en broma_.
            -Esos hijos de puta me cagaron el día de la primavera. _le contesto_
            Bebe y Loaisa esperan a que todos estén sentados y con su vaso humeante en la mano.  Los saludos y algunas bromas no alcanzan para suavizar las dudas condensadas en el aire.
            -Muchachos _les dice Bebe_ Loaisa vino a mi pedido porque tenemos que solucionar un problema serio. Últimamente las piezas de tela que revisamos vienen con muchas imperfecciones. Con el cuenta hilos vemos que la trama no es la correcta y muchas, aparecen agujereadas en el centro. Los clientes nos están rechazando la mercadería. Creemos que el desperfecto se provoca en sus telares.
            Miguel, que escucha atentamente, se levanta de su silla e interrumpe:
            - Querrás decir tus telares Bebe.
            Todos se ríen, Bebe espera a que se serenen para proseguir:
            -A lo mejor los telares quedaron desactualizados y se les vuelve dificultoso ser competitivos porque tienen una sola lanzadera.
Los presentes hablan todos al mismo tiempo, algunos lo hacen gritando. La palabra lanzadera recorre el espinel. Están los que dicen que no pueden gastar en reformas, otros, más próximos a la realidad, acusan a Migdason y Minski de haberlos hecho empresarios para sacárselos de encima junto con la tecnología atrasada. Bebe dice que Loaisa puede visitar los talleres para analizar, y en todo caso, transformar los telares:
            -A cargo de ustedes, que son los nuevos propietarios. _aclara Bebe_.
            Otra vez el bullicio y también, solapados, algunos insultos. Bebe sonríe, cuando su mirada se encuentra con la de alguien en particular, sin abandonar su tranquilidad, cruza las manos dibujando un pedido de piedad.
            -De seguir así las cosas _Bebe habla como al pasar_, Migdason me dijo que no podemos seguir comprándoles la producción.
            La audiencia multiplica el silencio, sus expresiones, dan cuenta que la niebla se disipa para dar un paso firme a la realidad del desamparo.

            Saúl tiene el sobre con mi sueldo en la mano. Me mira con resignación, me lo extiende: “Si sos valiente, creo que pierdo un compañero de billar, si sos un conformista más, no vas a tener para el billar. En fin, hagas lo que hagas, creo que te voy a extrañar”.

            Prácticamente le arranco el sobre, lo exploro nervioso. La misma guita de siempre. Experimento un calor súbito en las mejillas. Los ojos se me llenan de lágrimas, no quiero que lo noten, me voy para el cuarto donde reviso telas. Tengo mucha bronca, ahora quisiera trompear a alguien. El Bebe se burla de mí y esta gentuza lo disfruta. Entro en el baño, me lavo la cara, me peino. Le voy a decir a mi viejo que estoy cansado, que sólo voy a seguir estudiando. ¡La puta!, se va a poner contento el marrano.

              1963, es uno de los relatos que integra el libro inédito 
                                         "Sobre ráfagas y ausencias"

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