miércoles, 27 de abril de 2016

El cuento que te cuento…


Es un sueño


            Con el telegrama estrujado en mi mano, solo en el andén, soporto la espera disimulado en la niebla, sublime condensación de película en la campaña francesa. La sirena mal humorada anuncia la llegada del tren. Con el cuello alzado del gabán tapo mi boca. Una columna de humo blanco espesa avanza lenta, la formación se estaciona paralela a la plataforma. Vapor, frío húmedo y helada son los elementos principales con los que cuenta el escenario esta madrugada. Son pocos los pasajeros que descienden, él lo hace desde el primer vagón. La condensación del humo de la locomotora lo incluye, siento escalofríos como si fuera al encuentro de un fantasma. Deja la valija en el piso, temblando se envuelve en un gran poncho. Cada paso que doy hacia él, menos lo reconozco. Por fin el encuentro, abro mis brazos para estrecharlo, los afianzo lentamente y al fin lo contengo. No sé si es una sonrisa o una mueca, su barba descansa en mi cara, sin embargo sus ojos claros mantienen el brillo del pibe sorprendido. El ferrocarril se aleja, hay cambios en la coreografía, una ráfaga de viento nos obliga a rumbear para la sala de espera. El vendedor de pasajes nos ignora, cierra la ventanilla detrás de la reja, y desaparece. Mi compañero sorprendido exclama  -es un tallador de juego fracasado, esa visera charolada y ajada que usa, seguro que conoció mejores tiempos.
            Ambos reímos sin dejar de mirarnos. Del bolsillo del saco extrae una petaca, comenta que lo que me da a probar es un elixir macerado por él en sus montañas. Primero yo y luego él, pegamos tragos a esa ginebra, volvemos a reír. –Destilada en Constitución- digo yo. Él permuta su risa por un ataque de tos.
            La boletería vuelve a abrirse, él se apresura para sacar un pasaje. – Tomo el próximo tren- me avisa. Con una mano toma mi rostro y besa mi mejilla. Se va haciendo invisible en la bruma, sin embargo todavía veo su gorra que se asoma desde el último vagón. El individuo de los pasajes ha cerrado, no tengo a quien preguntarle por el destino de aquel tren. He quedado solo en la sala de despedida. Noto que en el apuro olvidó su maleta, la abro y comprendo. En ella están todos sus muñecos, los ha dejado para que me hagan compañía hasta que pueda despertar.
                                                                Eduardo Wolfson


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