domingo, 4 de diciembre de 2016

Remembranzas

Un gran lagarto verde                                      Por Eduardo Wolfson

            
                                   
 El avión comienza el aterrizaje, la azafata nos indica la temperatura en el aeropuerto José Martí. Me descubro llorando, entre lagrimones diviso la pista. Carreteamos, todos aplauden, yo no puedo. Experimento a mi cuerpo convertido en ovillo, tal vez, producto de la vergüenza que siento por el llanto. El mandato estúpido de mi infancia todavía intenta gobernarme: “los hombres no lloran”. Lo mando al demonio, y con él, esta carga de siempre cuidarme del ridículo. El aparato se va deteniendo, una pequeña ventana, me separa de los primeros hombres que veo en tierra. Tengo 43 años, apenas falta una década para que termine el siglo. Aún no estoy seguro que esto me esté pasando, quizá, solo se trate del mismo sueño, que en sustancia repito desde hace 30 años. Dos azafatas, paradas en la puerta de salida, nos despiden con una sonrisa aerocomercial. Sobre la escalera, una brisa cálida me pega. Poco a poco, mi ser bebe por sorbos el encuentro con el gran lagarto verde de Guillén. Cada escalón que desciendo, me retrotrae a episodios de mi vida. Los saqueos del 89, “la casa está en orden del 87”, las esperanzas democráticas del 83, el desarraigo, el exilio interno, el silencio y la muerte del 76, la decepción y la bronca del 74, la algarabía joven de un espejismo de 30 días, en el 73. Lo veo a Fidel comiendo un choripán en la costanera, y escucho una voz engolada diciendo por la radio Colonia de los 60: “Cuba, la perla de la Antillas, hoy convertida en el infierno de América”. Y aquí estoy, en este 1990, apoyando mis pies en esta pista de aviación, y llorando no solo mí llanto. En este momento, mi cuerpo es el desborde de muchos que quedaron en el camino, sobre todo del Gato, amigo entrañable, con el que planeamos muchas veces recorrer América, para poder llegar a esta tierra libre. En el 85 nos dijo chau. A mi lado, tengo la impresión que una mujer se está cayendo, pero no, se arrodilla sobre la pista y la besa. No se por qué, evoco cuatro líneas que conozco de un verso de Martí. “mi verso es como un puñal / que por mi puño echa flor /mi verso es un surtidor / que da un agua de coral”. 

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