viernes, 13 de julio de 2012

No es moco de pavo


De como se despertó 
la vocación definitiva de Bernardino Espéculo 


                                                      
por José Gólgota, empresario funerario
- En ese corto tiempo que fuimos socios transitorios, me di cuenta que el pibe comenzaba a tomarse el laburo enserio. Recuerdo una mañana cerca de las diez, que después de recrearse como era su costumbre en diferentes combinaciones lúdicas, Bernardino entró zigzagueando a su casa por la puerta principal. Olvidó, que desde la instalación del nuevo destino, lo debía hacer por la puerta de servicio. Frente al aroma concentrado de las flores, tuvo una noción neblinosa del sitio en el cual se encontraba. Avanzó por los pasillos, y en una de las salas, escuchó una discusión entre dos mujeres. El pleito tenía como testigos a un féretro, un cadáver y dos empleados de la empresa. El motivo era un bouquet de flores. El personal intentaba que las damas lleguen a un acuerdo: una quería que ese ramillete, fuera puesto sobre la tapa del cajón y la otra, que quedara como estaba, aprisionada entre las manos del difunto. Los muchachos me contaron que Bernardino, al advertir que el cambio de palabras atrasaba el entierro, decidió arbitrar. Con sus brazos rodeó los hombros de las damas, atrayéndolas hacia su cuerpo, les dijo con su mejor voz de galán de telenovela: “señoras, que las flores permanezcan donde están,-y haciendo una pausa agregó- así se profundiza el homenaje”. Las mujeres se abrazaron emocionadas por el llanto, asintieron y se retiraron. Recién entonces, el pendejo advirtió que había posado su mano sobre una de las muñecas del finado. Parece que no experimentó rechazo, todo lo contrario, cuentan que sintió un acercamiento más que físico, se trataba de una atracción de explicación difícil. Para mí, aquel cadáver representó para él una serie de pasos en su imaginación que lo excitaron. Una mezcla de imágenes, el muerto, el ataúd, el esqueleto, el velorio, la mortaja, el entierro, el cementerio, la sepultura, las flores y el llanto de los vivos. Dicen que fue de golpe, Bernardino se entusiasmó como Arquímedes, y entonces gritó:” ¡Eureka, encontré el negocio!” (1).  Los presentes, que dudaban de su propia razón después de atravesar una velada desconsoladora, no comprendieron la euforia repentina del muchacho, tampoco lo hicieron mis lechuzones, que dedicados a sellar por fin el cajón, solo le señalaron que aquel no era un sitio para exteriorizar esas expresiones.
Los días siguientes, prosiguieron para Bernardino en continuo desvarío, aunque yo constataba diferencias pequeñas en su conducta, las que iban a encontrar su explicación años más tarde (2). Por ejemplo, desde aquel día, nunca volvió a utilizar la entrada de servicio cuando retornaba de las farras, y a su vez, estas parecían finalizar más temprano. De a poco fue visitando cada una de las salas velatorias, en algunas permanecía solitario, haciendo anotaciones en una libreta, al parecer registraba las reacciones y emociones de cada doliente. En otras, saludaba en forma afectuosa y se quedaba en la capilla ardiente, mirando a los deudos y sus maneras de despedirse definitivamente. También en esos días cambió su vestuario, solo se lo veía luciendo trajes, corbatas y zapatos negros.
Notas:
1) Con la paráfrasis al famoso Arquímedes, Espéculo celebraba haber descubierto el efecto multiplicador de la economía, que produce, siempre,  el último homenaje a la vida.
2) Resulta interesante, ver como José Gólgota, hombre intuitivo pero sin bagaje cultural, en este tramo de su relato, observa como Bernardino ejercita con elementos científicos y cualitativos, provenientes de las Ciencias Sociales, tales como el escenario, la observación no participante, la observación participante y la entrevista. 

Extraído de la obra inédita de Eduardo Wolfson "Espéculo para armar" 

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