jueves, 29 de noviembre de 2012

Otro cuento que te cuento y que no es cuento


Experto

Omar deja la pieza, cruza el patio de baldosas blancas y negras, una vecina lo ve, y piensa: “que vicioso, lleva la punta de la lengua de un extremo a otro para lubricar los labios”. Omar sale a la calle con un libro de cuentos debajo del brazo, escupe la vereda, y cubre con la bufanda la parte inferior de su cara. Como todas las noches lanza una puteada, para sus adentros, masculla mirando el libro: “A este Abelardo Castillo hoy lo hago mierda”. Camina las cuatro cuadras que lo distancian de la radio. Como siempre, no devuelve el saludo del encargado de ingreso, y entra a la salita de preproducción. Su fastidio congénito aumenta cuando mira la pecera. El operador de turno es Ricardito. Cabecea para que lo descubra, mientras se dice para sí, <pendejo soberbio e ignorante, a esta hora, como nadie lo controla pone rock y me caga el programa>. Vocifera: “Cuando termino de leer un cuento poné un tango, ¿Me entendiste?”. Ricardito une el dedo pulgar con el indice y mueve su mano aprobando. “Y cuando leo, no me metas la música de fondo más fuerte que mi voz, estoy hecho mierda de la garganta”. Ricardito asiente.
Omar cavila: < ¿Qué le habrán visto a este pelotudo de Castillo que tiene tanto éxito?>. Baja la vista y lee con los ojos el título del libro: “Cuentos crueles”. Ricardito lo ve sacudir la cabeza, negando persistente. Recorre las páginas con bronca. Nunca leyó un libro de Castillo, debe elegir un cuento que narrarlo, no le lleve más de 15 minutos. “Este de los mitos parece que cabe”. Lo deja separado sobre el escritorio.
            Ricardito, golpea el vidrio, le hace señas para que se ponga los auriculares: “Faltan cinco para empezar y no tengo la pauta”, le dice. Omar, le indica que necesita urgente datos biográficos de Abelardo Castillo: “Recién ahora caigo que al libro del cuento le falta la contratapa”. Ricardito le advierte que no hay tiempo para buscar. Le dice que en la mochila tiene >Final de Juego<, unos cuentos de Julio Cortazar: “Largo con piazzolla, así tenés tiempo de elegir. Atrás hay una hoja escrita por el chabón, que cambiando alguna frase podés decir que es tuya”. Omar hojea el sumario del libro de Cortazar y grita: “Voy a leer uno que se llama <Sobremesa>”. Ricardito abona subiendo y bajando la cabeza. Omar codicia las cervicales flexibles del joven.
            Principian los primeros acordes de Adiós Nonino al aire. Ricardito le avisa a Omar que dispone de ocho minutos para prepararse.
            El conductor abre en la página 95: “Pero este coso empieza el cuento con una frase de un tal Heráclito” le habla a Ricardito, y este le contesta “Viene al cuento”. Omar se encoje de hombros:”Lo hace para mostrar que es culto”. Sigue hojeando y exclama: “Huy pero todo esto, son cartas que se mandan entre dos tipos”/”te quedan tres minutos y estás en el aire”, apunta Ricardito. “Decí que soy experto, pero a veces, cuando tenés que darle manija a estos tipos, te da ganas de mandar todo a la mismísima mierda”. Para armar su introducción, Omar pasa resaltador a la página titulada <nota del autor>. “No me arruinés el libro” suelta Ricardito con furia, y lo manda al aire:
“Buenas noches queridos oyentes, quise que Piazzolla tenga la apertura del programa para entrar en clima, ya que el cuento de hoy será <Sobremesa>, del laureado y desaparecido Julio Cortazar. Tengo en mis manos una edición de 1968, alicaída, de mi biblioteca personal. El título del libro que lo contiene es <Final de Juego>, que coincide con uno de sus cuentos. Los relatos que abarca, fueron escritos entre 1945 y 1962. Si, cronológicamente la mayoría se sitúa entre Bestiario y Las armas secretas, los otros son posteriores a Los Premios, incluso a Rayuela, lo que podría llevar a suponer que desandan penitencialmente un itinerario que tanto ha consternado a algunos críticos. Maurice Blanchot ha demostrado que el tiempo calendario poco tiene que ver con el tiempo del laboratorio central; fatuo sería el escritor que creyera haber dejado definitivamente atrás una etapa de su obra. En cualquier página futura puede estar esperándonos una nueva página pasada, como si algo hubiera quedado por decir del ciclo que creíamos anterior, o como si después de haber tirado todas las corbatas viejas para complacer a nuestra amante esposa, el día de las bodas de plata descubriéramos que nos hemos puesto, horror, la corbata con pintitas obsequiada por aquella novia que después no se casó con nosotros. Esta es mi humilde opinión. Les propongo un poco más de buena música y después el cuento”. Ricardito deja en el aire la Marcha de la Bronca e  interpela a Omar: “Bestia, te plagiaste letra por letra lo que escribió Cortazar como si fuera tuyo. ¿Vos te crees que los que nos escuchan son giles?”. Omar siente una punzada en el estómago que descompone su rostro. Ricardito, al registrarlo, decide no sobrepasarse. Recuperado, Omar, por micrófono interno le comenta. “A este Cortazar le patinaba la Erre, yo tengo una grabación donde lee un cuento suyo, algo de una autopista donde se quedan varados. Es insoportable, te lo juro. Me querés decir ¿cómo a estos chabones les publican esas pelotudeces y encima tienen éxito?”. Ricardito no puede contenerse: “porque son inteligentes, creativos y… cultos”. Omar, con rabia, cambia el argumento y le recrimina: “¿Por qué no tengo la pauta de la música sobre el escritorio? ¿Qué clase de profesional sos? / No la tenés porque no la hice, y no la hice, porque no me dijiste que ibas a leer, y como vos querés que la música haga juego con el tema que tratás, entonces no la preparé porque no soy mago. Y además, te presté el libro de Cortazar, y ahora te estoy buscando uno de Abelardo Castillo con datos biográficos así podés leer el cuento de los mitos. Y si querés decir que es de tu biblioteca personal, decílo,¡ que me chupa un huevo! Omar levanta su dedo pulgar en señal de aceptación. Ricardito lo pone en el aire: “el cuento se llama <Sobremesa> (engola la voz) <El tiempo, un niño que juega y mueve los peones>. (Hace una pausa, siente que debe dar una explicación) Bueno en realidad esta frase es de Heráclito, pero debo admitir que el mismo Cortazar lo dice, así que no podemos acusarlo de plagio. Pasa que esas palabras, tienen que ver con el contenido de su cuento, como veremos. El mismo comienza así <Carta del doctor Federico Moraes. Buenos Aires, martes 15 de julio de 1958. Señor Alberto Rojas.> / haber, para que al oyente le quede claro: el señor Moraes, le envía una carta al señor Rojas el 15 de julio de 1958, que según Cortazar cayó en martes. Continúa:<Lobos efe punto ce punto ene punto ge punto ere punto> Ricardito interrumpe, potenciando en el aire <Canción del elegido> de Silvio Rodriguez. Por micrófono interno sermonea: “Omar ¡Bestia! ¿Qué efe punto c punto…, es Ferro Carril Nacional General Roca”. El conductor se para, con las piernas abiertas y sus manos a la altura de los testículos, reconviene al operador: “¿¡Qué!, acaso soy boludo pendejo?, como no voy a saber de que se trata, lo hago para poner un disparador en el público. Lo que elegiste del cubano está bien, pero no me cortés los relatos. Dale poneme en el aire”. Ricardito obedece y se escucha con los últimos acordes, una risa forzada que crece. Al fin, solo queda la voz modulada de Omar: “Sí, no se asuste, es mi risa. Me surgió, al imaginarme su pensamiento querido radioescucha. Tal vez creyó, que su Omarcito se volvió loco, o que tuve un ataque cerebral y me quedé deletreando. O que Julito Cortazar es muy complicado para su cabecita. Hubiera podido decir Ferro Carril Nacional General Roca, y continuar como si nada hubiera sucedido. Pero entonces sería, solo un tipito que trata de llamar la atención de sus oyentes con un cuentito de Julito Cortazar. Y usted, a lo mejor se aburre, o pierde una frase y no comprende, y yo no me entero. En cambio, así lo provoco y le doy nuestras vías de comunicación para que nos deje su chimentito, y que nos perdone julito que está en el cielo.”  Omar sigue leyendo, equivocándose en algunas palabras o letras, debido a la primera lectura, y a unas cataratas que afectan su ojo no miope. Ricardito recibe las llamadas, y anota los comentarios en un papel. Omar termina la lectura, Ricardito le da paso al noticiero. Por micrófono interno apunta: “Omar zafaste, pero dejate de romper con los diminutivos, que parece que te estás chupando hasta los tipos.” / “Nene, todavía tenés que comer muchos tornillos, para llegar acá papá”. Ricardito le pregunta si lee los mensajes. Omar consiente: “Llamó Estela de Congreso, dice que la introducción de Omar, fueron las palabras que Cortazar escribió en la edición de agosto de 1968, que no sabe porque Omar dice que son de él”. Omar activa un molinete con su mano derecha, Ricardito entiende que no va a contestar, y que tiene que seguir con otros mensajes. “Llamó Oscar de Villa Crespo, felicita a Omar por su lectura inteligente y humildad”. Omar pide micrófono: “Gracias Oscarcito, hoy llevo el vino”. Pisando la última palabra, Ricardito coloca la marcha peronista cantada por Hugo del Carril. Omar llena de aire los pulmones con la intención de expresar una puteada potente, pero debe reprimirse y desinflarse, cuando Ricardito pone en su escritorio el libro <La casa de ceniza> de Abelardo castillo. “¿Dónde lo conseguiste?” / “me lo dio el portero”/ “¿Y él de dónde lo sacó?” / ¿Qué sé yo? Debe tener una biblioteca. / Pero ahora resulta que son los porteros los que nos dan la data. / Si. A cambio de la marcha peronista / Decíme, ¿yo que soy, si acepto que cualquier cacatúa me haga el programa? Ricardito volvió a la pecera, golpeó el vidrio y Omar supo que estaba en el aire: “Programa movidito el de hoy eh... Ustedes saben que no soy muy adicto a las marchas. Disculpen si he ofendido a alguien con ella. Pero no quería privarme de la coloratura de voz, tan especial, que Huguito del Carril con todo su fervor por la justicia social, le imprimió. La politica es otra cosa, acá leemos cuentos, por eso podemos pasar de la derecha a la izquierda sin miramientos, porque lo único que nos interesa, es si el cuento está bien o mal escrito. Para nuestro segundo bloque, preparé para leerles de su libro Cuentos Crueles, el que se llama >Los mitos<, de Abelardo Castillo”. Al abrir el libro, Omar se da cuenta que la letra es minima, ilegible. Prueba poniéndose y sacándose anteojos, pero es inútil, no puede leerlo. “Primero les propongo que escuchemos una música introductoria”, dice, para salir del paso. Ricardito, sorprendido y sin pensarlo, para no pecar con el silencio radiofónico, arrecia con <La Felicidad> de Palito Ortega, disco pautado para el próximo programa. Omar vocifera: “esta letra no existe, y vos que gusto tenés para la música”. / “Hago lo que puedo cuando el conductor está mamado” / “Voy a leer una parte de la novela que te dio el portero, total todo es de este zurdito Abelardo Castillo”.  Omar se desdice elegantemente, sobre el anuncio de leer <Cuentos Crueles>: “Es de hombre inteligente cambiar de opinión. No voy a cambiar de autor, sino que voy a leerles un fragmento de <La casa de ceniza>, una novela corta de Abelardito. Así como Cortazar comenzaba su <Sobremesa> con una frase de Heráclito. Abelardito, lo hace con estas palabras <Señor, concede a cada cual su propia muerte> Según él esta frase fue dicha por un tal Rilke. Me pregunto, ¿Por qué, estos y otros muchos escritores, sienten la necesidad de nombrar a otros? ¿Lo harán para mostrar su basta cultura, diciendo cancheramente que los han leído? O tal vez, ¿Para que el lector, y en este caso el oyente, crean que pertenecen a la elite de aquellos que nombran? Usted ya sabe, <Pertenecer tiene sus privilegios>. La voz del locutor se apaga un instante. Ricardito indica el preludio de la lectura con una superposición misteriosa de acordes. Omar analiza la contratapa del libro y lee: “La casa de Ceniza retoma la antigua y siempre joven problemática del hombre y el arte frente al tiempo”.  Ricardito imprime brío a los acordes, y por micrófono interno indica: “No plagiés ahora la contratapa, que la Estela de Congreso te va a cagar” Omar contesta encogiéndose de hombros “¡Avívate gil!, no pasés el llamado y listo”. Abre el libro, encuentra un posfacio, y pide aire: “Esta novela corta, Abelardito la escribió a sus 21 años. Ha pasado mucha agua bajo el puente, pero este hombre nacido en los naranjales de San Pedro, con referencia al momento que escribió esta obra dice >estaba en el servicio militar y habitaba el mundo gótico de Poe. La Casa de Usher y las desniveladas habitaciones del colegio de William Wilson, están, notoriamente, en el origen arquitectónico de mi casa<. No dudo que Abelardito será un gran escritor, pero a los 21 años, que no me venga a contar a mi lo del mundo gótico de Poe, ni lo de la Casa de Usher, y mucho menos lo del colegio William Wilson, cuando a esa edad, si hay una urgencia, es la de localizar en el mapa, donde está el burdel”. Aunque todavía no es el tiempo, Ricardito impone una grabación empobrecida de tandas, y acribilla a Omar: “¡¿Qué te pasa?! ¿querés que nos rajen?.¡Estás hablando de un escritor enserio boludo! Haber como la arreglás ahora”. Omar golpea la mesa, carraspea, y exhala flema, que friega con su zapato sobre el piso. “No tengo nada que arreglar, no tenés sentido del humor. Soy experto y sé cuando necesito joder”. Ricardito lo deja otra vez en el aire. “El oyente es inteligente y sabe, que uno puede cada tanto hacer uso de la ironía. Tanto usted que me escucha, y yo, bien sabemos como queremos y admiramos a Abelardito Castillo. Sino, miren que interesante es lo que dice acá: >Los literatos, no sé por qué, tenemos cierta debilidad por los pintores (pienso, claro, en el Retrato de Dorian Gray de Wilde; pienso en La boca del Caballo, de Joyce Cary; pienso en El Túnel de Sábato; pienso sobre todo en la Obra Maestra Desconocida, de Balzac, que después plagió Zola)<. Cuanta gente que nombra, porque sigue nombrando ¿eh? Pareciera que Abelardito quisiera apabullarnos con su sabiduría, mostrarnos que es un hombre culto. A lo mejor como marketing le sirve, ya que a él lo publican, pero a los que somos más humildes en nuestra promoción, nos cierran nuestros escritos sin sacarle siquiera el polvo con un plumero. Bueno, corrió el tiempito, se acabó el programita, y el cuentito de Abelardito quedó sin leer. Será para otra ocasión. Buena Noches.  ”
                                   Eduardo Wolfson   
             



No hay comentarios:

Publicar un comentario