sábado, 24 de noviembre de 2012

Recuerdos en presente



 1978
            Con mis fantasmas, trato de ver en la bruma. Los bares están llenos, la gente se amontona frente a las vidrieras con televisión. Me siento en desventaja, no sé nada de fútbol, ni me interesa. Hace días que intento mantener una conversación razonable, con amigos, clientes, o simples compatriotas desconocidos. No lo logro, todos se han puesto de acuerdo para que lo único, que tenga existencia y validez, sea el fútbol y el bendito mundial.
            Es la hora del partido, la ciudad se ha convertido en un campo santo, camino solo por la Diagonal Norte, es mediodía. El silencio más evidente se ha hecho cargo del territorio. Nada se mueve, ni la brisa permite presentarse. Nada se vende. Me agobia el peso de novedades jurídicas que se ensanchan en mi portafolio. Los abogados han desaparecido, también los otros vendedores. ¿Será que he quedado en el planeta solo?, un virus del que me mantengo inmune, ha desintegrado al resto. Desde los edificios y los bares, me sobresalta un grito corto, ensordecedor y duradero, irrumpe en la calle corrompiendo mis oídos: “¡Gol…!” y se duplica extendiendo la ele y se reafirma marcando la ge. Bajo mis pies vibra la diagonal. Es una señal de vida que habita cerca del desierto, aunque continuo solo en la calle.
            Las escalinatas de la Catedral están vacías, también la Plaza de Mayo y los patrulleros que la cuidan. Necesito procesar una historia, ¿Cómo justifico mi presencia en este lugar, si apareciera un botón? El cana va a querer saber por qué no estoy mirando el partido. No me va a creer si le digo, que estoy vendiendo libros.
“¡¿Vendiendo libros frente a la casa de gobierno?!”. Va a decir con la mano en la culata del arma.
“¿A quién?, ¿A la pirámide o a las palomitas?”, va a agregar con sorna. ¡Cómo voy a sudar la gota gorda! ¿Y si trato de mostrarle la última edición del boleto de compra y venta para convencerlo? No, mejor voy a sacar el código de procedimiento penal actualizado. Seguro que se lo queda como sueldo anual complementario. ¡Ya está!, le muestro el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional. ¡Me quiero morir!, ¡Que boludo soy!, no me digas que no lo traje. ¡¿Pero cómo salgo a la calle sin el Estatuto?
            Otro “¡Gol…!”, “¡Gol…!”, “¡Gol…!”. ¿De dónde salen todas esas gargantas tan bien entrenadas? Un perro expandido en la vereda me mira con profunda tristeza. Otro compañero más que no sabe nada de fútbol. En todo caso ya somos dos los sospechosos. ¿Qué historia le inventará él, cuando la autoridad lo vea desnudo, sin documentos, tirado, pulguiento, y sobre todo sin ladrar los goles?
                       
                                   Eduardo Wolfson
            

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