jueves, 14 de febrero de 2013

Capitulo de novela


 primer capítulo de 
" Siempre que llovió" 
              Novela inédita de Eduardo Wolfson        

I
 Al entierro de Virginia fue poca gente. El cortejo avanzaba en silencio, eran apenas sombras esparcidas sobre el barro bajo la lluvia. El paisaje, ranchos de cartón y chapa extendidos por una calle tortuosa, semejante al zigzagueo de una serpiente. El ataúd, tablas clavadas sin cepillar, sostenido en los hombros por cuatro vecinos.
No hubo llantos, ni escenas, sólo rostros herméticos cubiertos por pañuelos y gorras.
Caminaron lentamente, acostumbrados a sortear ese piso resbaladizo. Nadie intentó detenerse, cruzaron las vías. La ciudad asfaltada los recibió muda, la atravesaron bajo un fuerte aguacero.
Ningún comerciante se asomó a la entrada de su local para verlos pasar. Indiferentes, los dolientes rondaron la plaza principal.
Nadie se preguntó por el destino de la estatua del prócer, tampoco recordaban el significado de aquel conjunto descascarado y semidestruido, que en el sitio del monumento épico, se erigió tres años antes como símbolo de los nuevos tiempos.
Siguieron de largo, no se detuvieron al pasar por la Catedral, pues no hubo tañer de sus campanas, al parecer no anoticiadas que a la muerte se le rinde homenaje.         Sólo un hombre ebrio, ocultando su rostro en una barba frondosa, levantó su copa, cuándo el séquito, con paso cansino transitó frente a la puerta de su casa. Muy pocos fueron los que reconocieron en aquella figura al escultor, el hermano del otrora intendente.
Otra vez el barro los cobijó en el otro punto cardinal del ejido urbano. Cruzaron un gran basural y por fin, llegaron hasta un campo con partes inundadas y otras con enormes pastizales.
Entraron por los fondos, porque era más cerca y había desaparecido la alambrada. De haberlo hecho por el frente, hubiesen advertido todavía, la presencia de las dos columnas góticas descoloridas, sosteniendo un frontispicio con la inscripción “Necrópolis Privada”.
Colocaron el pequeño cajón sobre un pasto aplastado previamente. Los hombres, con una sola pala se fueron turnando para cavar. Las mujeres se abrazaban entre sí.
En el fondo del pozo, sobre un lecho de agua, depositaron el féretro. Sin palabras, sin llanto, sin escenas le echaron tierra encima. Clavaron una cruz de madera.  
Llovía torrencialmente.

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