jueves, 21 de febrero de 2013

Capítulo de novela


Siempre que llovió... 

Capitulo II 

Novela inédita de Eduardo Wolfson


La última pitada echada por aquel gigante de hierro fue la que sobresaltó a Virginia. Sus reflejos, la lanzaron sobre su compañero desplazándolo fuera de las vías. Pero la acción no alcanzó para que ella quedara a salvo. La máquina le cortó las piernas.
Esa mañana, como de costumbre, Juan en el centro de la vía buscaba el canto rodado adecuado, Virginia lo seguía por un costado en la mitad de la curva.
Avanzaban en zigzag a veces, saltando otras, intercambiándose el humo producido por sus alientos condensados en el aire frío, tirando pequeñas piedras para ver quien llegaba más lejos, como tratando de quebrar una barrera invisible .
El noticiario de esa noche exhibió la tragedia.  Los padres de Virginia en el hospital, desconsolados y desarrapados, observaban atónitos a la muchedumbre que los rodeaba.
Los micrófonos captaron sólo quejidos afónicos, y las cámaras una escena patética: dos desdentados acorralados por movileros que se pisaban unos a otros.
El primer plano cambió repentinamente de frente. La imagen fue para una calle de tierra, amontonamientos de latas y cartones sustituyendo a una vivienda.
Allí, desamparado por la escenografía, Juan abrazaba a sus padres. El llanto y la alegría se mezclaban en el vocabulario chico de aquella gente.
El balbuceo, expresaba el reconocimiento sentido al acto de arrojo de Virginia, y al mismo tiempo, la profunda tristeza por lo irreversible, el grave accidente, la amputación maldita.
La televisión mostró el margen. Miseria, heroísmo y tragedia. Los hacedores de medios, sabían que aquel cóctel reportaba grandes mediciones de audiencia.
El canal local organizó de inmediato una programación dedicada a recibir donaciones.
Los fabricantes y comerciantes de la zona, aplaudieron la iniciativa mediática. Sólo era cuestión de buscar en los estantes un producto para donar, hacer el bien con letras mayúsculas, y ser nombrados, con palabras más mayúsculas, en el programa.
Los dirigentes de las cámaras empresarias de la ciudad, verdaderos emprendedores, muchas veces acusados por la maledicencia, de pragmáticos e insensibles, a través de un comunicado promovieron aquel acto de solidaridad virtual al alcance de todos.
Declararon a la prensa “Pobre criatura, qué injusta ha sido la vida con ella. Poner en sus labios una sonrisa corresponde. Los vecinos satisfechos de la ciudad, cumplen a rajatabla con su estilo de vida, van al trabajo, al estudio, al shopping, se encuentran con amigos, preparan los cumpleaños, los casamientos, planean las vacaciones y toman medidas de seguridad. De todo lo demás se enteran o se olvidan por televisión. Hay que ser solidarios para que el señor nos recompense”. En la reunión privada que mantuvieron, según una fuente irreprochable, se le escuchó decir al presidente de la confederación: “… sobre todo en esta época de recesión tan pronunciada, que vuelve mucho más atractivo el incentivo de la donación, abaratando, y en mucho, los gastos publicitarios presupuestados para el año”.

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