sábado, 14 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
         Capítulo XXXIV
Obra inaudita e inédita por entregas de Eduardo Wolfson


La plaza estaba llena, una tela blanca cubría en su totalidad al desconocido, y lozano conjunto escultórico. La mañana se presentaba diáfana pero muy fría.
Rogando que el sol los templara, los escolares formados desde muy temprano, frotaban sus manos y ejecutaban contorsiones con sus piernas ateridas. Frente a ellos, los integrantes de la orquesta sinfónica municipal afinaban los instrumentos. El palco oficial que fue levantado detrás del monumento permanecía aún vacío. Los medios luchaban, entre sí, por posicionarse en sitios claves, para producir una cobertura amplia y satisfactoria del acto de inauguración.
Mientras tanto, en la Catedral se desarrollaba rutinariamente, como todos los domingos, los pasos de la misa, pero en esta ocasión, el templo desbordaba de gente, entre ellos, autoridades de la provincia y dignatarios de la iglesia venidos especialmente.
Exultante, el obispo, tuvo a su cargo el sermón. Al comienzo, sus palabras denotaron una chispa de humor e ironía:
-¿acaso, se han multiplicado los peces que veo a tantos creyentes hoy en la Catedral? -preguntó con una sonrisa prominente, para añadir-.no me hagan caso, yo sé que los que están aquí tienen grandes responsabilidades, como para abandonarlas y acudir todos los domingos a la casa del señor.

El Gobernador, el intendente y sus respectivas esposas, sentados en primera fila, acusaron la estocada exhibiendo una mueca insegura.
-Hoy celebramos -dijo el Obispo- una jornada muy especial. Todos los presentes sabemos de qué se trata, pero no por eso, debemos dejar de describirla, sobre todo cuando el señor nos mira.
Nuestro pueblo acude aquí con gran fervor, en busca de una recompensa que lo gratifique, porque la merece.
En estos días, el Señor puso a prueba nuestras fortalezas, también nuestras debilidades y nuestra fe en él, enviándonos en un mismo acto dos señales, la de la tragedia, esa que hiere profundamente, que lacera, que desgarra, que duele tanto. Entonces nuestro espíritu se achica, se convierte en una miniatura insignificante, llega a sentirse tan humillado que es hasta capaz de blasfemar.  La otra señal es sin duda el heroísmo, ese que proviene del arrojo, del amor a los demás.

El prelado se detuvo, observó las naves repletas de fieles que lo escuchaban, y colocando su rostro en línea recta con el ojo de una cámara de televisión, prosiguió:
-Algún distraído puede suponer que estoy hablando de las pruebas que el altísimo envió a nuestra querida Virginia. Pues no, me estoy refiriendo a aquellas, que a través de Virginia puso en manos de toda nuestra comunidad. Todos los que vivimos aquí sentimos la tragedia, la que daña, la que amputa y frente a ella, también el heroísmo, el que enaltece.
Ese día aciago y maravilloso al mismo tiempo, el comportamiento de ustedes como red social fue ejemplar.  Todos ustedes, en la medida de sus posibilidades, no se hicieron rogar un instante cuando llegó el momento de entregar su amor.
Muchos en la urgencia organizaron colectas, otros formaron verdaderas cadenas de oración, los profesionales de la salud más reconocidos de nuestra ciudad, acudieron desinteresadamente junto con nuestro señor, primero para salvar la vida de Virginia y luego, para la ardua rehabilitación física y moral que nuestro ángel requiere.
No faltó nadie a la cita, hermanados en el dolor, estuvimos allí para transformarlo en felicidad ante los ojos de Dios. Fue tanta nuestra presencia de ánimo, que nuestra acción conmovió a otros pueblos, nuestra ciudad interior que siempre por su modestia pasó desapercibida, olvidada y a veces, hasta diría despreciada, terminó por convertirse en un faro de luz capaz de atraer a nuestros compatriotas, a participar en esta gran cruzada de solidaridad.
Mis muy queridos, comencé diciendo que este era un día de celebración, pues bien, quiero finalizar, aseverando que hoy celebramos este reencuentro de amor fraternal. ¡Amén!

Las palabras del Obispo no aludieron a la obra escultórica, que acto seguido, sería inaugurada en la plaza, tampoco elogiaron la donación por parte del escultor. Esto, si bien molestó al Intendente, no lo sorprendió, sabía que el prelado tenía por mentas a su hermano. Un agnóstico, ausente de la iglesia en una jornada tan especial, era una confesión pública, lisa y llana de su ateísmo.
El Gobernador, el Intendente, el Presidente del Concejo Deliberante, el Obispo y el Jefe de Policía, luciendo su uniforme de gala y algunas medallas, cruzaron el portal de la Iglesia seguidos por una procesión. La banda municipal atacó con una marcha mientras las autoridades, rompiendo su formalidad, abrazaron algún que otro asistente. Muy marciales, caminaron los últimos pasos hasta el palco oficial.
A pocos metros de la escultura, fue alineada una platea de sillas con 10 filas. En la primera y en el centro, ya sentados, los padres de Virginia servían de escolta a su hija en la silla de ruedas. La muchacha, desde su altura, observaba sin asombro los movimientos que en su entorno provocaban periodistas, músicos, maestros, alumnos, guardaespaldas y público.  
Su fisonomía se exteriorizaba inexpresiva, incolora, anémica. Sus ojos, sin brillo, avizoraban el paisaje mimetizado con sus labios amoratados.
El Dr. Gonzalez Sueyro, uno de sus abogados, haciendo morisquetas y malabares se acercó con un oso de peluche gigante, trató de arrancarle una sonrisa, pero no se produjo.
La niña temblorosa se acurrucaba en si misma, asustada por aquel acontecimiento, que a pesar de comprenderlo, sentía ajeno.
En el palco, el escultor, esperaba junto al Presidente de la asociación de artistas plásticos local y a algunos críticos de arte capitalinos, la llegada de las autoridades para comenzar el acto.
Entre impaciente y ansioso, se adivinaba el estado de ánimo de la multitud. Tal vez el origen, se localizaba en habladurías producidas en reuniones, tertulias o comentideros locales, los días previos. En efecto, en esos conciliábulos, construyeron adivinanzas, tratando de acertar sobre el motivo y los materiales elegidos por el hermano del Intendente, para simbolizar aquel evento de tragedia y heroicidad.
 Los más conservadores, murmuraron que cuando cayera la tela, surgiría la figura de dos niños aterrados por la proximidad de una inmensa locomotora. Aquella posibilidad, según ellos, marcaba un mensaje de alarma y una señal de prudencia.
Sabiendo que el escultor, era adicto a trabajar con materiales de rápido moldeado, concluyeron que la obra reposaba en una matriz de alginato y llenado de yeso respetando antiguos principios odontológicos.
Otros, más jóvenes, y por lo tanto más radicales, convencidos que era la alegoría la protagonista de la figuración, y la misma, no podía ser expresada de otra forma que en un esquema rectilíneo en el cual desaparecen los alrededores, los relieves. Imaginaron la obra, como grandes vacíos, insinuados por finas barras de mercurio solidificado en expresiones multiformes.
La presencia del Intendente en el centro del palco y los primeros acordes del Himno Nacional, marcaron el comienzo.
De golpe, el funcionario municipal se sintió preso de una turbación interior. Conociendo a su hermano mayor, sintió verdadero terror por el contenido desconocido para todos, que en pocos minutos más, cuando las sábanas gigantes irremediablemente se desvanecieran, sería de dominio público. Ahora se daba cuenta que la actividad política desempeñada en aquellos pocos días, desde el accidente, fueron febriles e intensos. Casi sin respiro se había entregado a cubrir cada uno de los intersticios abiertos, para que no afecten de alguna forma su carrera. Pero de tanto trajinar, y de estar en todos los detalles, olvidó custodiar el más importante. “¿ En que consistía  la escultura que aquel insensato que llevaba su apellido había construido?”. De todas formas, pensó, “las cartas están echadas, nada puede volver atrás”.

 Solo faltaba tomar el micrófono, dirigir el mensaje oficial que todos esperaban y luego, dar el gran salto al vacío, o sea proceder a la inauguración y mostrar a todo el mundo “la obra de arte”.

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